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études féministes/ estudos feministas EN NOMBRE DEL BURKA INVISIBLE: La inversión de los valores éticos o la trivialidad de la violencia contra las mujeres” Lúcia Barros Freitas de Alvarenga* RESUMEN style="line-height: normal; "> La violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres, eufemísticamente llamada malos tratos o violencia doméstica o violencia de género, es apenas la punta del iceberg de otro problema igualmente serio: la opresión y la discriminación de género. En este ensayo la autora introduce el tema al enseñar que el sistema patriarcal no sólo favorece sino que él mismo ha engendrado la desigualdad, la condición de inferioridad y la sumisión de las mujeres, con lo cual la práctica de la violencia física, verbal y psicológica es sólo una consecuencia de ello. El velo de la opresión en nuestra cultura a penas disimula la realidad de la discriminación y de la violencia contra las mujeres y es simplemente una cuestión de grado respecto a otras realidades culturales. Mientras que el burka visible está en el mundo oriental, entre los fundamentalistas, en el mundo occidental hay un burka invisible, algo que existe, pero no se ve. PALABRAS-CLAVE:Feminismos. Mujer. Derechos Humanos. Discriminación. Sexismo. Violencia
PRESENTACIÓN La llamada violencia de género no es un hecho novedoso. Por el contrario, es de conocimiento público que, en España, por ejemplo, hay proporcionalmente más mujeres muertas a manos de sus compañeros sentimentales que víctimas de terrorismo. Lo que, sí, parece novedoso es porqué ocurre. La verdad es que los golpes propinados a una mujer, desde hace mucho - a los ojos de algunos hombres y en una cierta medida de la propia sociedad -son vistos como una demostración de poder masculino al cual la mujer debe o debería invariablemente estar sometida. Pegar y matar a una mujer, por lo tanto, más que representar una falta o un delito, irónicamente se ve como una señal de poder que seguramente impone respeto. Pero, en nuestros días, seguir con esa concepción decimonónica es estar trasnochado, es callarse y estar a ciegas delante de una realidad tan evidente. Si prestamos la debida atención, para empezar, es un contrasentido y una incongruencia seguir hablando de malos tratos domésticos o de violencia doméstica, expresiones eufemísticamente utilizadas para velar y disimular los delitos de lesión, de secuestro, de amenaza, de asesinato, entre otros. Es seguir manteniendo en el estricto ámbito de lo privado lo que es (y debe ser) de interés público, por completo. En este ensayo intentaré mostrar que el sistema patriarcal no sólo favorece sino que él mismo ha engendrado la desigualdad, la condición de inferioridad y de sumisión de las mujeres, con lo cual la práctica de la violencia física, verbal y psicológica es sólo una mera consecuencia de ello. EL BURKA INVISIBLE Afirma Anne Koedt que en la especie animal “el macho biológico es opresor, no en razón de su biología, sino porque racionaliza su supremacía sobre la base de esa diferencia biológica”. Es posible que el reino animal aporte una ética de comportamiento dónde está admitida la idea de matar a otro igual en especie, bien por instinto, bien por motivos de supervivencia, por hambre o por miedo. No obstante, no creo que encontremos la hipótesis de que uno de ellos asesine a otro de su propia especie por razones de celos, por envidia, por venganza o por ira. Esos roles pertenecen a la especie humana que tiene sus misterios. La relación de poder en general y la relación de poder entre machos y hembras en particular, esto es, la relación jerarquizada y de superioridad entre hombres y mujeres en nuestra sociedade patriarcal - que, desgraciadamente, no se queda em ataques del lenguaje, actitudes o em verborreas sino que se concretan en manifestaciones de fuerza física y, en casos más extremos, de muerte - es algo más com que preocuparse. Es que, bajo el punto de vista del Patriarcado – del que somos todos partes, varones y mujeres -, es conveniente enseñar a las niñas a usar la sensibilidad, la dulzura y la ternura (léase: domesticación y sumisión). De otro lado, desde la más temprana edad, conviene estimular a los niños (que acaban siendo expertos en ello) a demostrar su inteligencia, su valentía y su fuerza (léase: poder y opresión). Así que estamos todos, varones y mujeres, entrenados para responder a un modelo que encaja fácilmente en las capacidades y virtudes deseables: opresores y oprimidas. De ese modo, mientras que el burka visible está en el mundo oriental, entre los fundamentalistas, en el mundo occidental hay un burka invisible, algo que no se ve. El velo de la opresión en nuestra cultura a penas disimula la realidad, es decir, la discriminación y la violencia contra las mujeres es simplemente una cuestión de grado respecto a otras realidades culturales. No necesitamos ir mucho más lejos: en nuestra sociedad, está clarísimo que, para la mujer, hay un toque de queda simbólico, de modo que parece normal que a la población del sexo femenino le esté prohibido salir a la calle después de determinado horario o circular por determinados sitios, si no se quiere sufrir una violación, un atraco o cualquier clase de riesgo y peligro para la integridad física o incluso la vida. Y todos estamos de acuerdo con ello porque ni siquiera reaccionamos. Hasta cierto punto, permanecemos en silencio y, por lo tanto – lo queramos o no - somos todos cómplices de esa realidad. Es válido, por lo tanto, afirmar que, en nuestra sociedad occidental, las mujeres viven bajo al que yo denomino burka invisible. LA INVERSIÓN DE LOS VALORES ÉTICOS A propósito de la supuesta inferioridad de la mujer, no se puede dejar de extrañar y de reaccionar internamente delante la leyenda de la Creación, dónde se percibe que Adán y Eva traen a sus espaldas una interpretación tendenciosa, acentuadamente machista, inadvertidamente misógina y sexista de la ideología cristiana de que la mujer ha sido hecha de la costilla del hombre. Tal leyenda seguramente tiene consecuencias negativas hasta nuestros días. Es que, con ello, por conveniencia y connivencia del sistema patriarcal, viene la consecuente concepción de dependencia, de sumisión y, por supuesto, de inferioridad de la primera respecto al segundo. Es muy probable que esas ideas hayan dado inicio a todo, perdurando hasta nuestros días, engendrando y nutriendo el inconsciente colectivo. Pero, ¿no sería más factible y coherente la idea de que la dignidad, la igualdad y la autonomía son dos clases de virtudes (y, por supuesto, de derechos) que han engendrado a los seres humanos, hombres y mujeres? ¿No es más probable que esa, sí, fuera la idea original y pretendidamente divina? En cualquier caso, no se puede olvidar que el orden patriarcal y androcéntrico es un hecho histórico-cultural y supone una relación de poder, una superioridad del varón frente a la mujer; tema bastante profundo y complejo que aquí no se podría desarrollar. Sencillamente vale la pena dejar registrado que la construcción del espacio masculino está expresa o veladamente definido por el ámbito de lo público mientras que al espacio femenino está reservado a lo privado, con lo cual se favorece la lectura de la inferioridad de la mujer, que aprende, desde niña, su condición restringida y disminuida. A su vez, por medio de la relación de sumisión y de control de la mujer, el varón se coloca en un nivel de superioridad respecto a ella, conducta por la cual hay una especie de reclusión y confinamiento de la mujer al ámbito de lo privado. Ese ocultamiento deja entrever, a través de la cortina de la normalidad, una cierta aceptación social. Cuándo se intenta traspasar la barrera de lo privado para saltar a la esfera de lo público, entonces se genera una especie de incomodidad. LA VIOLENCIA CONTRA LAS MUJERES Ahora bien, la opresión y la violencia verbal y física del hombre contra la mujer – que ha existido desde hace mucho – hoy en día se presenta como algo terrorífico y alarmante. La verdad es que las agresiones a las mujeres “siguen siendo un problema de proporciones endémicas. La enseñanza pública es cara y hasta hace muy poco, la gran mayoría de las mujeres agredidas de este país no era consciente de que las agresiones estaban penalizadas por la ley”[1]. Así que se podría contar un sin número de anécdotas que ilustran perfectamente los casos de agresiones verbales o físicas de uno en contra de la otra. A diario, las mujeres sufren torturas o mueren a manos de sus compañeros, por su simple condición de ser mujer: “Me clavó un cuchillo en el estómago, me cruzó la cara con un atizador. Me rompió todos los dientes hasta que ya no me quedó ninguno. Me quemó con un atizador al rojo vivo. Me puso trozos de carbón ardiendo por todo el cuerpo. Me roció con petróleo y se dedicó a lanzar cerillas encendidas sobre mí”[2] Hay mujeres que tienen sus rostros y parte de sus cuerpos desfigurados porque el novio, supuso que era engañado, le agrede físicamente, y, por añadidura, le arroja una sustancia inflamable para luego prenderle fuego. Se supone que, de este modo, está a limpiarle el honor. En otro caso, el marido - que se encuentra bajo orden judicial de alejamiento - atropella y mata a su ex mujer y hiere al vecino que intenta ayudarla. Un tercero – que igualmente tiene en contra suyo una orden de alejamiento – encierra a su ex mujer y a sus dos hijos pequeños en su piso y, a continuación, le prende fuego a la vivienda matando a todos los que estaban dentro. Fijemosnos, ahora, en el caso de José Manuel, vecino de un pueblo de Sevilla, España, que asesinó a su mujer, Helena. Después de matarla, bajo la mirada incrédula de sus tres hijos menores, afirmó que la mató por enfado, porque ella se negó a hacer el amor. Por fin, dijo fríamente y sin ningún reparo o pudor: “La he matado y lo haría otra vez, pero no soy un delincuente”. Ese suceso - donde se supone que a algunos hombres les queda confirmar su dudosa, herida y atormentada virilidad - podría ser de una película de ficción o de terror. Sin embargo, retrata fielmente la vida cotidiana de las personas de nuestra sociedad actual, em cualquier tiempo y lugar. Desafortunadamente, son millones y millones de casos semejantes de los que a diario tenemos conocimiento y que llenan de sangre la prensa y los noticiarios. La emergencia de ese sin número de casos de cosificación de la mujer, con esa terrible inversión de valores éticos, o la trivialidad de la violencia, suscita como mínimo algunas reflexiones: 1) ¿Debemos mirar a José Manuel y decirle que sí, que tiene razón, que lamentablemente su mujer fue culpable por provocarle la ira? 2) ¿Es la ira o el miedo a la pérdida de la virilidad una justificación o un atenuante para el asesinato? 3) ¿Qué es um delincuente: ¿Una persona que practica reiteradamente un crimen? ¿En ello estaría excluido el asesino de su propia mujer? 4) Hoy en día, en el mundo occidental (para no mencionar el oriental), ¿cuánto efectivamente vale la vida de una persona? Lo cierto es que la opresión, los malos tratos y la violencia generalizada del varón contra la mujer - ese burka invisible - debe entenderse bajo una hermenéutica contextualizada. Es decir, varía conforme la cultura, la tradición, la configuración familiar y la organización social de cada país. En algunas culturas primitivas, que el marido golpee o brinde malos tratos a la esposa son actos considerados normales, incluso se los interpreta como una demostración de amor. Por su parte, es muy probable que haya una relación de proporcionalidad directa entre la violencia marital y “las sociedades que tienen niveles altos de violencia en otras esferas institucionales, de tal forma que en aquellos países donde se cometen en general más delitos violentos, ese nivel violento se reflejara también dentro del seno familiar”[3]. En todo el mundo, hay mujeres que viven en situación de total inferioridad respecto al varón y de completa falta de respeto por su vida, su intimidad y su integridad física. Hay mujeres que, poco a poco, van perdiendo la noción de su dignidad, de la autoestima y del auto valor a causa de los insultos y de los golpes que reciben a diario. Hay mujeres que sufren la “síndrome de Estocolmo” para poder sobrevivir en el infierno del maltrato. Están bajo constante amenaza real y concreta, pero, muchas veces, no tienen real conciencia de su opresión, cómo se puede leer de los siguientes relatos:[4] 1) “Remedios está separada de su primer marido. Nos cuenta cómo éste le dio soberanas palizas: Nunca me he atrevido a decírselo a nadie porque pensé que tenía que aguantar su comportamiento violento al haberme casado con él. Le quería mucho y aguantaba lo que fuese con tal de no separarme de él. Además, en más de una ocasión yo provoqué las palizas. Me forzaba a tener relaciones sexuales con él casi todas las noches, llegando incluso a amenazarme con un cuchillo que guardaba debajo de la almohada. Yo no podía pegar ojo en todo la noche”. 2) “Laura llegó a creerse que no servía para nada: Mi marido me humillaba delante de mis hijos, insultándome y llamándome ignorante y analfabeta. Es cierto que apenas sé leer ni escribir, pero tampoco él fue al colegio. No había una vez que yo abriese la boca para decir algo que él no me hiciese callar a gritos, diciéndome que nadie me había dado vela en ese entierro y que las mujeres cuanto menos hablasen mejor. Llegué a sentirme un objeto en mi casa, ya que para lo único que servía era para hacer la comida y para lavar la ropa”. Hay mujeres que padecieron abusos sexuales en la infancia. Hay mujeres que son víctimas de violación de sus propios maridos. Hay mujeres que sufren acoso sexual en el trabajo. E hay mujeres lapidadas hasta la muerte, a causa de un supuesto adulterio. En algunos países africanos y asiáticos, algunas mujeres, dónde la mutilación forzosa o la ablación del clítoris es una práctica rutinaria, y otras que, a su vez, son obligadas a inmolarse en la hoguera tras la muerte de sus maridos, son constantes víctimas de la discriminación sexista y de la violencia y opresión machista: “Morir antes que el burka:La espita la abrió Shakiba, de 19 años, al suicidarse tras ser vendida por su padre al mejor postor por 8.000 Euros. En Afganistán, quizás el peor país del mundo para las mujeres, decenas de jóvenes se queman a lo bonzo o se envenenan para liberarse de la opresión que sigue simbolizando el burka”[5]. Mabooba: “El marido de Mabooba admite con naturalidad que de vez en cuando pega a su mujer y que siempre ha creído que ella entendía que debía ser así. Ahora, con su mujer yaciendo semiconsciente en la sala de urgencias la posibilidad de tener que cuidar a sus cuatro hijos sin la madre, dice que quizá debería arreglar ‘los problemas familiares’ de otra forma. ‘La prójima vez’, le ha advertido el médico, ‘conseguirá matarse”[6]. “El Código de honor: Entre los kurdos turcos, cuando una mujer es violada queda deshonrada, no es más que basura. La historia de Nuran, estrangulada a los 14 años por su padre, es sólo el último capítulo”[7]. Incontables historias parecidas a las de Shakiba, Mabooba y Nuran están ahí, impresas en los periódicos o en el interior de nuestros hogares, no siempre visibles. En una sociedad cuyos valores responden prioritariamente a la demanda masculina y cuyas normas morales se dictan para atender preferentemente las peticiones de los varones en detrimento de la otra mitad de la especie humana, la mujer no tiene por qué extrañarse de sucesos como esos. LA TRIVIALIDAD DE LA VIOLENCIA Se puede decir que la discriminación y la violencia contra las mujeres representan la completa cosificación de la mujer que todavía es mirada como objeto de propiedad (sobre todo sexual) del hombre. Eso sin mencionar la condición de los hijos e hijas pequeñas que a menudo presencian todo y cuya enfermedad psíquica jamás será solucionada. Según dicen algunos expertos, hay una cierta tendencia a la repetición del patrón aprendido en la infancia, el que se reproduce en la madurez. Esto lleva a pensar que los hijos y las hijas son permanentes víctimas del hecho mismo y/o son potenciales maltratadores futuros (hijos) o víctimas de los maltratadores (hijas). En efecto, “los malos tratos en la pareja ocasionan igualmente una serie de secuelas de carácter psicológico en los hijos que conviven con ésta y que observan de forma habitual conductas violentas, normalmente hacia su madre. En definitiva, los niños que presencian actos violentos en su hogar son verdaderas víctimas pasivas”[8]. No hace falta saber los motivos que llevan un hombre a cometer el asesinato de su mujer o compañera sentimental, a pesar de que no sería difícil enumerar la lista de motivos justificadores de la actitud masculina: porque no está hecha la cena, porque le ha desafiado, porque no está en casa para cuidarle... Sin embargo, la escalofriante frase dicha por José Manuel – “la he matado y lo haría otra vez, pero no soy un delincuente” - no sólo expresa exactamente lo que él piensa y que tiene el valor de decir, sino que también manifiesta la forma de pensar de la sociedad patriarcal que veladamente forja, nutre y corrobora su actitud. Por lo tanto, por detrás del asombro y de la condena, hipócritamente se lo ratifica. Es decir, aunque en teoría haya un reproche moral y un castigo dictado por la norma judicial, hay en José Manuel, no solamente una certeza de la impunidad social sino que también su actitud expresa una especie de fatalidad, entendida como algo que inexorablemente le hubiera influido. Y lo que es más perverso y trágico todavía: el consentimiento velado de la sociedad se convierte en “perdón” y la reiteración de comportamientos como ese, que seguramente volverán a repetirse una y otra vez nos convierte a todos en cómplices de ello. En realidad - valga la redundancia- desde hace mucho la violencia contra las mujeres es un hecho considerado ordinario en todo el mundo y esta clase de violencia desgraciadamente ya no nos sorprende demasiado porque integra nuestra vida cotidiana. Lo cierto también es que hechos como ese no son el resultado de anomalías psíquicas individuales, problemas psicológicos o enfermedades, tampoco expresan sencillamente el desahogo de las tensiones diarias o cualquier otra causa de esa índole, como quieren ver (o no ver) algunos sectores de la sociedad. Como dice Miguel Lorente Acosta, “La agresión a la mujer no es obra de enfermos ni de hombres con trastornos de personalidad ni de individuos que llevan a cabo sus agresiones bajo los efectos del alcohol o de otras sustancias tóxicas. Se trata de personas normales que deciden recurrir a la agresión para conseguir el objetivo pretendido (controlar y someter a la mujer)” [9]. Se trata de una cuestión mucho más seria, amplia y compleja, de índole ideológica y social, pues la violencia estructural e institucional contra la mujer existe en prácticamente todos los países del mundo, con mayor o menor intensidad, grado y distintos atributos de crueldad y, efectivamente, este problema tiene que ver con la cuestión del poder, dentro o fuera del hogar. Pero, lo curioso es que las agresiones físicas casi nunca son consideradas por los agresores como un hecho grave: “Los agresores tienden a reconocer como violencia únicamente un golpe físico directo, pero no les parece que sea violento limitar físicamente a la mujer, tirarla contra algo, o agredirla sexual, verba o emocionalmente. No consideran la violencia sexual como tal, sino simplemente como sexo, y por eso raramente la mencionan, en cambio, agredirla porque ella mantiene relaciones sexuales con otra persona sí que les parece que es violencia, pero en todo caso comprensible y por tanto normal, desde su punto de vista. Minimizan los hechos restando importancia a la definición, al alcance, a la frecuencia y a los efectos de los abusos”[10]. Lo que deseo aquí enfatizar es que la violencia física, sexual y psicológica contra las mujeres, a veces eufemísticamente llamada malos tratos, o violencia doméstica o violencia de género, es apenas la punta del iceberg de otro problema igualmente serio: la opresión y la discriminación de género. En efecto, el problema de la violencia contra las mujeres no es un problema aislado, un problema encerrado en sí mismo, sino que es sencillamente una consecuencia de algo que supuestamente todos sabemos consciente o inconscientemente: el sistema patriarcal reserva espacios y jerarquías distintos para varones y mujeres y esa práctica es parte de nuestras rutinas diarias dentro y fuera del hogar. De ahí que, a mi juicio, es totalmente inadecuado y sobre todo inconveniente, y hasta peligroso, utilizar la expresión violencia doméstica o terrorismo doméstico. En efecto, esas expresiones pueden fácilmente sugerir que el problema -igual que antaño- sigue estando restringido al ámbito privado, a lo doméstico, a las relaciones interpersonales en la pareja. Tales implicaciones, pese a la evidencia de que verdaderamente se trata de un delito, no interesarían a nadie ni pertenecerían al espacio y al poder público, sino que afectarían exclusivamente la normalidad del círculo de convivencia familiar, cuya paz y armonía en el entorno hogareño lamentable y desgraciadamente quedarían vulneradas y tristemente avaladas. La vida pública seguiría su rumbo corriente, inalterada e incólume y – como si fuera poco - inmune a la crítica, “puesto que no se puede criticar lo que no existe o lo que no se ve, favoreciendo la perpetuación del orden por medio de la reproducción de conductas y la transmisión de valores. (...) Con la agresión a la mujer existe una permisividad si se produce en determinadas circunstancias y en pequeñas dosis, amparadas por ese orden androcéntrico que no la necesita en el privado. Todo ello se debe a que se trata de una violencia estructural”[11]. El sistema patriarcal sostiene la idea de la desigualdad entre los sexos. Además, son exactamente los valores socio-culturales determinantes del orden establecido y las normas que originan y fundamentan la llamada violencia estructural que en definitiva surge desde dentro y “actúa como elemento estabilizador de la convivencia bajo el patrón diseñado, puesto que contribuye a mantener la escala de valores, a reducir los puntos de fricción que puedan presentarse en las relaciones de pareja entre hombres y mujeres”[12]. ¿Qué decir de las normas (penales, por ejemplo) en muchas de las cuales se esconde una ideología moral-religiosa-sexista? Para que se tenga una idea de ello, menciono apenas dos ejemplos: 1) Los jueces tienden a ser más condescendientes cuando las mujeres roban y la explicación es bastante simple: se les ocurre que las mujeres no están obligadas a trabajar, y los varones, sí. Con lo cual se les morigeran las penas “porque quizás han robado por necesidad”. 2) Tras la aparente preocupación por la vida del embrión, la penalización del aborto existe más bien porque la mujer estaría obligada a procrear -por lo tanto no es dueña de su cuerpo- y, obviamente con esa práctica, estaría “infringiendo” un código moral-sexual impuesto. En una cultura dónde todavía hay normas judiciales escalofriantemente discriminatorias para el sexo femenino, y que varones y mujeres lo asimilamos como lo normal, entonces, desafortunadamente, no es difícil que leamos que las decisiones judiciales declaren a los hombres inocentes por su conducta, justificando así la muerte de la víctima, a la vez, doblemente víctima, porque es doblemente culpable y castigada: ¡por morir y por hacer algo tan terrible que causó su propia muerte! Quizás no fuese necesario, pero voy a recordar aquí algunos conocidos fallos judiciales, que dejaron en claro modos de transferencia de culpabilidad y de responsabilidad del agresor a la víctima. En el caso de la minifalda, el juez “llevado tal vez de cierta solidariedad machista, quiso compensar la condena impuesta con un argumento comprensivo hacia el delincuente, y sus palabras fueran tan desacertadas que lograron irritar absolutamente a todo el mundo (...) la víctima, al parecer ataviada con una prenda corta, “pudo provocar, si acaso inocentemente, al empresario, por su vestimenta”[13]. Otro disparate judicial, el caso de la mujer airada, en el que no se acepta el testimonio de la mujer violada por su marido, por considerarse que su testimonio era producto de la ira. O el caso del marino que ató a su mujer, la violó, y se apreció “error de prohibición”. O aún el caso de la violación de una mujer de 65 años, a la que el juez estimó que le habían hecho un favor, y que debería estar contenta, teniendo en cuenta su edad[14]. Algunas veces los Tribunales, en sus argumentaciones, se ven obligados a enfatizar el artículo 14 de la CE y recordar la histórica situación de inferioridad en que se encuentra la población femenina, al abordar la cuestión de la igualdad y la discriminación en razón del sexo y para poder reestablecer algunas situaciones de injusticia. Y no es por simple retórica. Es el caso, por ejemplo, de la joven que, al verse impedida de tener acceso a las pruebas selectivas unitarias para el ingreso en la Academia General del Aire, invoca el artículo 14 de la CE. Así, en la Sentencia núm. 216/1991 del Tribunal Constitucional Español se encuentran estampados los siguientes argumentos: “(...) no debe ciertamente olvidarse que la expresa exclusión de la discriminación por razón de sexo halla su razón concreta, como resulta de los mismos antecedentes parlamentarios del art. 14 CE. Y es unánimemente admitido por la doctrina científica, en la voluntad de terminar con la histórica situación de inferioridad en que, en la vida social y jurídica, se había colocado a la población femenina...”[15]. O en otro caso de despido por embarazo: “La discriminación por razón de sexo comprende aquellos tratamientos peyorativos que se fundan no sólo en la pura y simple constatación del sexo de la víctima, sino en la concurrencia de razones o circunstancias que tengan con el sexo de la persona una conexión directa e inequívoca. Tal sucede con el embarazo, elemento o factor diferencial que, por razones obvias, incide de forma exclusiva sobre las mujeres (STC 173/1994, fundamento jurídico 2º). Los tratos desfavorables basados en el embarazo, al afectar exclusivamente a la mujer, constituyen, por tanto, una discriminación por razón de sexo proscrita por el art. 14. CE”[16]. Conviene subrayar que es posible que haya una relación muy fuerte y directa entre los fallos judiciales y la opinión pública, es decir, la conciencia social. Con lo cual hay un círculo vicioso, un movimiento de retroalimentación recíproco entre ambos, jueces y sociedad. Si por un lado, los jueces - aunque en teoría deberían ser imparciales - no son en absoluto seres neutrales, es decir, tienen sus propios prejuicios, conceptos, valores, enfados y críticas y, por lo tanto, están igualmente a merced de la influencia colectiva, por otro, la sociedad nutre sus respectivas mentes, entre otras cosas, con la información de la prensa sobre las decisiones judiciales, en especial sobre el tema ahora tratado. La verdad es que debería causar asombro, debería ser un disparate, que la evidente desigualdad entre los sexos y la vergonzosa violencia estructural e institucional contra las mujeres tengan ese tratamiento especial y que la violencia deba ser recordada en cada línea, en cada párrafo, en cada acera y en cada esquina. Es así porque todavía tienen fuerza argumentativa y retórica en el inconsciente colectivo las palabras del ilustrado Rousseau que, en sus delirios misóginos, decía: “...La mujer está hecha especialmente para agradar al hombre; si el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa, su mérito está en su potencia, agrada por el solo hecho de ser fuerte. Convengo en que no es ésta la ley del amor, pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo. Si la mujer está hecha para agradar y para ser sometida, debe hacerse agradable para el hombre en lugar de provocarle: la violencia de ella reside en sus encantos; con ellos debe forzarle a él a encontrar su fuerza y a utilizarla. El arte más seguro de animar esa fuerza es hacerla necesaria por la resistencia. Entonces el amor propio se une al deseo, y uno triunfa con la victoria que el otro le hace conseguir. De ahí nacen el ataque y la defensa, la audacia de un sexo y la timidez del otro, y finalmente la modestia y la vergüenza con que la naturaleza armó al débil para someter al fuerte”[17]. Para terminar, no se puede olvidar que el debate filosófico del tema existe desde el aparecimiento de los Feminismos. En efecto, “El movimiento feminista de los años setenta puso en marcha una campaña más centrada en la defensa de las mujeres agredidas. Hoy en día, hace más de veinte años que el movimiento de las mujeres agredidas está en pié, y prácticamente todas las mejoras de las opciones institucionales que estas mujeres tienen a su disposición se debe a sus denodados esfuerzos”[18]. CONCLUSIÓN Hoy por hoy, los periódicos, la televisión, la radio, la internet nos transforman en testigos indirectos de los sucesos trágicos. Todos los días los medios de comunicación nos informan, incansablemente, sobre hechos de sangre, de muerte, de lesiones o de peleas entre los vecinos, en un estadio de fútbol, en una discoteca, en un pueblo, entre naciones, entre padres e hijos - y lo que es peor e incoherente -, la prática de violência por los llamados “compañeros sentimentales”. Esos hechos, en cierta medida, aún nos chocan. Menos mal que todavía nos chocan. Cuando la información globalizada y masificada de la violencia cotidiana deje de sorprendernos, cuando ya no nos quedemos más perplejos con las imágenes colectivas del terror de las guerras, de la muerte, del secuestro, de la sangre, del llanto de los niños desesperados ante el peligro del hambre - que es igualmente una forma sutil, silenciosa y lenta pero tan violenta y cruel que la muerte objetivamente provocada – seremos, otra vez, cómplices y espectadores pasivos, inmóviles y conformados con nuestra también cruel, triste y deshumana realidad. En todo caso, para el tema que nos interesa ahora, en esa constante lucha por el poder (bien en el ámbito público, bien en el privado), inmanente al Patriarcado, algunos valores básicos y éticos - muchos de los cuales intrínsecos a los seres humanos – siguen completamente olvidados o cambiados por pocas monedas, por pequeñas cosas, por casi nada. Pese a todo, no parece aconsejable que la sociedad del siglo XXI – varones y mujeres - siga con los ojos cerrados, indiferente e inerte ante unos hechos tan evidentes como los de la discriminación, la opresión y la violencia contra las mujeres, el burka invisible. Nota biografica Lúcia Barros Freitas de Alvarenga es Doctora en Derecho, cuya tesis Discriminación sexista y otras formas de violência estructural e institucional contra la mujer recebió la mención “Sobresaliente cum laude” y será publicada bevemente. Master (DEA) en Filosofía del Derecho por la Universidad Carlos III de Madrid, España (2002) y Master en Derecho Público – Derecho y Estado - por la Universidad de Brasilia (1997). Es Profesora en la Universidad de Brasilia, actualmente impartiendo clases sobre Hermenéutica y Derecho de Género. Es Abogada del Estado de Mato Grosso, ejerciendo sus funciones en Brasilia. Fue Miembro-Consultora de la Comisión Nacional de Derechos Humanos del Consejo Federal del Colegio de los Abogados de Brasil 1998/1999). Es autora del libro Direitos Humanos, Dignidade e Erradicação da Pobreza: Uma dimensão hermenêutica para a realização constitucional (Editora Brasília Jurídica, Brasília, 1998) y Aplicación Judicial del Derecho en Perspectiva Hermenéutica, (Editora Sergio Antonio Fabris, 2007). Publicó algunos textos en periódicos especializados, uno de los cuales Mulher, Discriminação e Violência: Uma questão de Direitos Humanos (Revista de Direito Público, IOB-IDP, Set/Out 2008, pp. 07 a 30). Referencias bibliograficasCEREZO DOMÍNGUEZ, Ana Isabel, El homicidio en la pareja. Tirant lo blanch. Valencia, 2000. JACOBSON, Neil y GOTTMAN, John. Hombres que agreden a sus mujeres. Cómo poner fin a las relaciones abusivas. Título original: When men batter women, Traducción de Carme Castells y Águeda Quiroga. Paidós, 2001. LORENTE, MIGUEL. Agresión a la mujer. Realidades, mitos y creencias. Intervención presentada en el Curso de Verano 2001, 20-24 de agosto - El Escorial, sobre “Violencia de Género y Sociedad: Una cuestión de Poder”. MAULLENDER, Audrey. La violencia doméstica, una nueva visión de un viejo problema, Traducción de Matilde Jiménez Alejo, Paidós, 2000. ROLDÁN ÁLVAREZ, Maria del Carmen, en La no discriminación por razón de sexo en la Jurisprudencia española en Teoría y Práctica en la aplicación e interpretación del Derecho. Editorial Colex. 1999. ROUSSEAU, J.J., En Emilio o de la educación. Filosofía. Alianza Editorial, 1998. 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núm. 136/1996, de 23.7.1996. (RTC 1996/136). Tribunal Constitucional.
Fundamentos Jurídicos 5 y 6.
Recurso de Amparo núm. 1844/1988. (RTC 1991/216). Fundamento Jurídico 6. El Mundo, domingo, 2 de mayo de 2004, Crónica, pp. 1, 2 y 4. [1] Hombres que agreden a sus mujeres. Cómo poner fin a las relaciones abusivas, Cómo poner fin a las relaciones abusivas. Neil Jacobson y John Gottman, Título original: When men batter women, Traducción de Carme Castells y Águeda Quiroga. Paidós, 2001, p. 292. [2] La violencia doméstica, una nueva visión de un viejo problema, Audrey Maullender, Traducción de Matilde Jiménez Alejo, Paidós, 2000, p. 43. [3] Cf. Ana Isabel Cerezo Domínguez, El homicidio en la pareja. Tirant lo blanch. Valencia, 2000, pp. 68. [4] Ídem, pp. 256 y 257. [5] El Mundo, domingo, 2 de mayo de 2004, Crónica, p. 1. [6] El Mundo, domingo, 2 de mayo de 2004, Crónica, p. 2. [7] El Mundo, domingo, 2 de mayo de 2004, Crónica, p. 4. [8] Ana Isabel Cerezo Domínguez, El homicidio en la pareja, ob. Cit., p. 318. [9] Agresión a la mujer. Realidades, mitos y creencias. Intervención presentada en el Curso de Verano 2001, 20-24 de agosto - El Escorial, sobre “Violencia de Género y Sociedad: Una cuestión de Poder”. Los resaltados son míos. [10] La violencia doméstica, una nueva visión de un viejo problema, Audrey Maullender, ob, cit,. P. 318. [11] Miguel Lorente Acosta, Agresión a la mujer. Realidades, mitos y creencias. Cit. [12] Miguel Lorente Acosta, Agresión a la mujer. Realidades, mitos y creencias, ob. Cit. [13] Cfr. Quico Tomás-Valiente y Paco Pardo en Antología del disparate judicial. Plaza & Janés Editores. Barcelona. 2001, p.20. Este caso también es mencionado por Maria del Carmen Roldán Álvarez, en La no discriminación por razón de sexo en la Jurisprudencia española en Teoría y Práctica en la aplicación e interpretación del Derecho, ob. cit., p. 109. [14] Ídem. [15] De 14-11-1991. Recurso de Amparo núm. 1844/1988. (RTC 1991/216). Fundamento Jurídico 6. [16] Sentencia núm. 136/1996, de 23.7.1996. (RTC 1996/136). Tribunal Constitucional. Véanse los Fundamentos Jurídicos 5 y 6. [17] J.J. Rousseau, En Emilio o de la educación. Filosofía. Alianza Editorial, 1998, p.535. [18] Hombres que agreden a sus mujeres. Ob. cit, p. 292.
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études féministes/ estudos feministas |