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juillet/décembre 2012  - julho /dezembro 2012

 

Viajes apasionados. Feminismos en la Argentina de los 60 y 70

Eva Rodríguez Agüero y alejandra ciriza

Resumen

Este trabajo busca complejizar la interpretación de los procesos de producción, circulación e interpretación de ideas y prácticas feministas en la Argentina de los años 60 y 70, a partir de la conjetura de que la expansión de los feminismos en ese período estuvo ligada a una particular manera de viajar: en el espacio, en el tiempo, en las lenguas, en procura de libros e ideas que permitieran ampliar los horizontes interpretativos de quienes recomenzaban, una vez más, a anudar los hilos dispersos y discontinuos de las diversas tradiciones feministas. Se pone en discusión que las teorías procedentes del norte habrían influido sobre las feministas argentinas y se apunta a construir una interpretación densa de los procesos de tráfico y traducción de teorías recuperando los viajes y operaciones culturales que, desde el sur hacia el norte, permitieron la construcción de lazos entre feministas a través de las fronteras.La labor ha sido cumplida a partir de búsqueda documental y bibliográfica, de la realización de entrevistas y de la lectura e interpretación de fuentes y bibliografía secundaria.

 

Palabras-llave: ideas, práticas, feministas, viajes, traducción.

 

 

Este trabajo apunta a complejizar la interpretación de los procesos de producción, circulación e interpretación de ideas y prácticas feministas en el sur, más precisamente en la Argentina de los años 60 y 70, a partir de la idea de que la expansión de los feminismos en ese período estuvo ligada a una particular manera de viajar: en el espacio, en el tiempo, en las lenguas, en procura de libros e ideas que permitieran ampliar los horizontes interpretativos de quienes recomenzaban, una vez más, a anudar los hilos dispersos y discontinuos de las diversas tradiciones feministas.

Las feministas argentinas se ocuparon en aquellos años de un singular tráfico[1], que apuntaba a poner en circulación ideas, libros, autoras, que iluminaran y contribuyeran a expandir sus posibilidades personales y colectivas de lectura de la dominación patriarcal[2], que les proporcionaran ejemplos en su tarea de transformar el mundo. Ellas, de la misma manera que otros y otras en otros momentos históricos en los que se abrió el horizonte para subalternos y subalternas, viajaban en procura de ejemplos, de ideas, de apoyos, practicando ese internacionalismo del que hablaba Brecht. Sus viajes tenían por objeto un tráfico que nada tiene que ver con comercios, negocios, ni mercancías, sino con aquellos viajes de los que habla Kavafis,

Cuando emprendas tu viaje a Ítaca

pide que el camino sea largo,

lleno de aventuras, lleno de experiencias

                     ………

Pide que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas de verano

en que llegues -¡con qué placer y alegría!-

a puertos antes nunca vistos.

                  ………..

Ve a muchas ciudades egipcias

a aprender de sus sabios (as) … (Konstantinos Kavafis)

Esos fueron los viajes emprendidos.

 

Viajar para reconstruir genealogías dispersas

¿Por qué viajar? ¿por qué ese empeño en trasladar y traducir trazando nexos de un país al otro, de un feminismo al otro?

Virginia Woolf, en su célebre conferencia de 1929, recurriendo a la ficción de la hermana de Shakespeare , había señalado que el saber es efecto de tradiciones colectivas, de procesos comunes que han posibilitado tanto la realización de obras maestras como la transmisión de lo producido pues

“[...]las obras maestras no son realizaciones individuales y solitarias, son el resultado de muchos años de pensamiento común, de modo que a través de la voz individual habla la experiencia de la masa” (Woolf, V. 1967 (1929): 91).

La ausencia de tales tradiciones, la discontinuidad de los recorridos, la falta de condiciones materiales, las dificultades en la transmisión hacen que los saberes producidos, en este caso por las feministas sean, más que un corpus sistemático, un conjunto polifónico de voces a menudo dispersas en el espacio, en el tiempo, en las lenguas. La metáfora de las olas habla de esa discontinuidad temporal. Las tensiones entre las distintas tradiciones políticas segmentan en otro sentido las posibilidades de la transmisión, o más precisamente “las transmisiones” en estos casos (Ciriza, 2009).

Ubicadas en el sur, en un país que no ha considerado, sino hasta hace muy poco tiempo, sus propias tradiciones feministas (entendidas en un sentido amplio), las feministas argentinas se veían impulsadas a procurar por un pasado colectivo que les permitiera ubicarse en el mundo pues, como ha dicho Adrienne Rich, para situarse en el mundo es preciso saber que se cuenta con un pasado denso, rico en tradiciones colectivas y vidas individuales (Rich, 1986: 137-153). De esta necesidad de contar con un pasado, con una genealogía, deriva la de realizar viajes a través del tiempo, del carácter internacional de los feminismos deriva la urgencia por realizar viajes en el espacio y en las lenguas, traficando y traduciendo textos.

Las teorías migran de norte a sur… influencias, tráficos y traducciones

Si las teorías migran de norte a sur es porque, como han señalado varios autores/as, entre ellos Edward Said, Immanuel Wallerstein, Chandra Mohanty, la ciencia, la filosofía, la historia tal como las conocemos son un producto de occidente, marcadas por su expansión imperial, sesgadas por el clasismo, por el euro y el androcentrismo, ciegas a las consecuencias de la ubicación (Said, 1996; Wallerstein y otros, 2001, Mohanty y otras, 1999).

El llamado Informe Gulbenkian desnuda la articulación entre la conformación de las ciencias sociales y las condiciones históricas en las que nacieron, hacia fines del siglo XIX, en una Europa parroquial y colonialista cuyos intelectuales y científicos pretendían que su punto de vista era, sin más, el de la humanidad, que inventaron la antropología para estudiar las sociedades llamadas ágrafas y la sociología para analizar sus propias sociedades, que produjeron la debida escisión entre economía y política, entre ciencias sociales y humanidades, entre ciencias naturales y ciencias del espíritu (Wallerstein y otros, 2001).

De la misma manera que la crítica al androcentrismo es efecto de las prácticas políticas y la producción teórica de las feministas, la crítica del eurocentrismo lo es de movimientos políticos y teóricos: de las guerras de emancipación de los países otrora coloniales (la emancipación argelina, la larga batalla vietnamita, la revolución cubana). Allí nacieron perspectivas que pusieron en cuestión la idea de que, por parafrasear a Sartre ‘algunos seres humanos/as disponen del Verbo y otros, otras, otrxs, lo toman prestado’ (Sartre, 1974). Puntos de vista subyugados, como señala Donna Haraway, que han procurado poner en cuestión el “god trick”, perspectivas teóricas las más de las veces vinculadas a la praxis de sujetos colectivos cuyas demandas e intereses, formas de conocimiento y prácticas cognoscitivas y políticas habían sido (y aún hoy continúan siendo) sometidas a condiciones de dominación (Haraway, 1995).

Los feminismos son y han sido históricamente posiciones teóricas y políticas internacionales. De manera tal que las feministas del sur migraron hacia el norte en busca de teorías a la vez que las teorías migraban hacia el sur. Estos movimientos produjeron la universalización de los ideales feministas de autonomía para las mujeres y de crítica del dominio patriarcal, pero a su vez esa universalización se cumplió sobre la base de condiciones asimétricas que hacen posible que a menudo las feministas  que Mohanty denomina occidentales, esto es, aquellas que son portadoras de un punto de vista hegemónico,  no puedan sino percibir a aquellas que ubican en el lugar de la alteridad: migrantes, subalternas en razón de la clase o la etnia, mujeres del sur, incluso aquellas tan educadas como ellas, como alumnas retrasadas, meras imitadoras, recién llegadas a la teoría (Mohanty, 1999).  Dice Fátima Mernissi:

“Ella (la feminista francesa o estadounidense) que quiere cambiar el sistema para que la situación de la mujer sea más igualitaria, a pesar de ello (muy en el fondo de su legado ideológico subliminal) retiene el instinto distorsionador, racista e imperialista de los hombres occidentales. Incluso ante una mujer árabe con cualificaciones, conocimientos y experiencias similares a las suyas, ella reproduce inconscientemente los esquemas coloniales de supremacía” (Mernissi, 2012).

Esos viajes, traslados, traducciones, a menudo son interpretados bajo la idea de que las feministas europeas, y en especial las norteamericanas, han “influido”, sobre las mujeres del sur en general, las argentinas y latinoamericanas incluidas.

La idea de influencias y anticipaciones es muy frecuente en el campo de la historia de las ideas filosóficas y suele trasladarse a otros campos, aún a los más directamente politizados, como es el caso del de los feminismos. Implica una forma desmaterializada de pensar las ideas en general a partir del supuesto de que éstas viajan por fuera de sus posibles encarnaciones, por fuera de las condiciones materiales de existencia, por fuera de las lenguas y las relaciones de poder.

Se trata de una especie de transmisión sin mediación alguna que sólo se produce en el plano de las ideas desde uno (o una) mayor que piensa (europeo/a o norteamericano/a) hacia otra/otro menor que imita, copia, es influido/a, en general habitantes de tierras cálidas, con menos poder de abstracción, se dice, menos dotados y dotadas para la filosofía y la ciencia. La primacía de los modelos europeos (y sus herederos y herederas coloniales) tiene que ver con la expansión material de occidente, con las relaciones de fuerza y coloniaje, con el peso de los aparatos académicos y editoriales que legitiman y difunden los saberes del norte haciendo de los producidos en el sur no sólo ideas periféricas, sino copias tardías y a menudo devaluadas. La idea es tan vieja como Hegel, como su perspectiva colonial que hizo del destino que esperaba a América sólo ‘eco y reflejo de vida ajena’ (Hegel, 1928).

En busca de interpretaciones más complejas consideramos preciso atender a los procesos de circulación, producción, interpretación de ideas feministas en términos de tráficos, viajes, traducciones, realizadas como experiencias de traspaso de las fronteras espaciales, temporales, entre las lenguas. Retomamos por ello la interesante reflexión de Rada Ivekovic acerca de la traducción como una mediación y una práctica, como una operación incompleta, y una promesa de traspaso de frontera, como la lengua materna de la humanidad, en el sentido de que toda operación de lenguaje está dirigida de alguna manera a “otro”, esto es, tiene una estructura dialógica, pero es a la vez incompleta e insuficiente e implica la corporalidad, las condiciones específicas, los contextos y las relaciones de desigualdad (Ivekovic, 2005). Tal como han existido y existen aún en el orden de los saberes, incluso entre las feministas.

En la misma dirección ha apuntado Niranjana, para quien el término "traducción” no sólo refiere a un proceso lingüístico, sino a una práctica situada de lectura e interpretación que presupone explorar las economías de intercambio dentro de las cuales las traducciones circulan (Niranjana, 1992).

En los años ‘70 en Argentina algunas mujeres (escritoras, militantes feministas, periodistas) atentas como estaban a las transformaciones de la cultura y al pulso de los tiempos, se ocuparon de introducir de diversas maneras ideas feministas provenientes del norte, bucearon en el tiempo, transpusieron textos de una lengua a otra.

En esa experiencia se jugaba, además de la asimetría entre las unas y las otras una política de la traducción que no deriva sólo de la situación asimétrica, de las condiciones no elegidas, sino de la posición del /la sujeto, de su deseo y capacidad para transformar el mundo y de la conjetura de que la operación traductológica puede contribuir para realizarlo.

Las políticas de la traducción practicadas por las feministas argentinas hacia inicios de los años 70 implicaban traslados voluntarios. Muchas de ellas traficaban y traducían libros en procura de la ampliación de sus mundos, intentaban con ello, muy probablemente, la construcción de un mundo en común con otras que se proyectaban como hermanas en la lucha contra la opresión patriarcal. Sin embargo también es verdad que esos traspasos implicaban un centro claramente establecido: los feminismos de Europa y los Estados Unidos, percibidos como el modelo según el cual habríamos de interpretarnos e interpretar nuestro mundo.

Dora Sales Salvador considera que los feminismos están marcados por proyectos traductológicos (Sales Salvador, 2006). Conscientes de que quien traduce transmite ideología y de que no hay modo de que una traducción se pretenda neutral es que, en ocasiones, las traductoras eligen traducir a otra mujer. No sólo por motivos estéticos, sino también, y sobre todo éticos y políticos, como parte de un compromiso traductológico, guiado por el tipo de solidaridad practicada por mujeres, entre mujeres, lo que las italianas llaman affidamento[3] (Sales Salvador, 2006).

En el contexto de la Argentina de los ’70 la escritora Silvina Bullrich fue la traductora de varios de los textos de Simone de Beauvoir. Probablemente esto formó parte una estrategia de las editoriales que publicaban en nuestro país dichas obras, pero tal vez también se ligara a un interés personal de la argentina (Cagnolati y otras, 2008). Lo cierto es que hacia mediados de la década Silvina Bullrich había encarado la traducción de una serie de textos de Beauvoir: Todos los hombres son mortales (traducida en 1951) y La invitada (traducida en 1966) ambas editadas por Emecé; La plenitud de la vida (traducida en 1961) Memorias de una joven formal (traducida en 1967) y Los mandarines (traducida en 1962) las tres últimas editadas por Sudamericana. Beauvoir encontró además otras traductoras en las escritoras María Rosa Oliver -quien en las páginas de la revista Sur tradujo, en 1947, un artículo de la francesa titulado Literatura y metafísica- y la escritora Aurora Bernárdez, quien en 1970 tradujo La vejez, editado por Sudamericana.

Señala Marcela Nari que en la Argentina se leyó tempranamente a la autora francesa. En los años 50 Emecé y Sudamericana emprendieron la traducción de su obra y el segundo sexo fue traducido antes que en el resto de los países hispanoamericanos; incluso mucho antes que España, país que, dentro del contexto político del franquismo, se limitó a la traducción de un solo tomo, llevada a cabo por la editorial Aguilar Nari, 2002). En el mismo período, en 1962, Siglo XX editó una traducción de El segundo sexo realizada por Pablo Palant. Una edición anterior fue hecha por la editorial Psique, en 1955 (Tarducci, M. 1999). Sudamericana la reeditó en 1999, con motivo de los 50 años, en un solo volumen y con la única innovación de un prólogo de María Moreno.

Gabriella Christeller y María Luisa Bemberg, ‘viajeras impenitentes’, al decir de Leonor Calvera (Calvera, 1990:34), traficaron y tradujeron -aunque de modo menos sistemático y casi artesanal- los textos que por aquellos años producían las feministas del norte. En los grupos de lectura y concienciación de UFA (Unión de Feministas Argentinas) que nucleaba, entre otras, a María Luisa Bemberg, Gabriella Christeller, Leonor Calvera, Sara Torres, Marta Miguélez, Hilda Rais, entre otras, se leyó la obra de las norteamericanas Margaret Mead Male and Female (1949) y de Betty Friedan el conocido texto The Feminine Mystique (1963). También lo hicieron con Sexual Politics, de Kate Millet, The Dialectic of Sex, de Shulamith Firestone (ambos de 1970) y con la compilación realizada por Robin Morgan, Sisterhood is Powerfull[4]. Su labor pionera fue enorme.

“[… ]tradujeron los textos de teóricas y activistas europeas y norteamericanas (…) reacomodaron o inventaron giros expresivos” propios del feminismo que no tardaron en instalarse socialmente: mujer-objeto, la doble tarea, la labor invisible, la infraestructura doméstica, son algunos de ellos” (Bellucci, Rapisardi, 1997: 278).

Las integrantes de UFA se abocaron a la lectura y discusión de los materiales que, desde 1967, las feministas norteamericanas no cesaban de producir y que luego fue recogido en Notes from the First Year y dos años después en Notes from the Second Year: Major Writings of the Radical Feminist (Calvera, 1990: 32-33).

En esos años se formó también la agrupación Nueva Mujer (1970). Sus integrantes funcionaron como traductoras/editoras de obras fundamentales para los feminismos de izquierda, como el texto de Peggy Morton, que tradujo Mirta Henault y publicaron en un libro que condensa debates feministas articulados al campo del marxismo, Las mujeres dicen basta. Este incluye además del de Morton, un artículo de Henault y otro de Isabel Larguía que analizaba las formas diferenciales de explotación de mujeres y varones en el modo de producción capitalista (Henault y otras, s/f).

Las ideas traficadas y traducidas, encarnaban en procesos “productivos”. Por aquellos años, y agitadas por el ideario feminista que practicaban las hermanas del norte, comenzaban a echar raíces en estas tierras “nuestros” feminismos y algunas feministas locales se animaban a producir lo propio.

Las primeras y dispersas experiencias de producción de textos feministas a nivel local, cobraron forma en las revistas Muchacha (hecha por mujeres del PRT La verdad) y en Persona (que en ese período sacó dos números y estaba dirigida por María Elena Oddone). También cristalizaban en las intervenciones periodísticas intempestivas de María Elena Walsh, en los guiones de María Luisa Bemberg, que en los ’70, antes de dirigir sus propios filmes guionó Crónica de una señora, dirigida por Raúl de la Torre y Triángulo de cuatro, de Fernando Ayala (Rodríguez Agüero, 2010).

Retomando el asunto de las traducciones, es interesante señalar que en ninguno de los casos mencionados fueron hechas “por encargo”, sino que se trataba de traducir a autoras por las que sentían admiración, o cuyos proyectos les parecían interesantes en términos teóricos, éticos y/o estéticos. De allí la utilidad de la idea de affidamento para pensar estos traslados en las lenguas practicados en el contexto de los ’70, puesto que se hallaba en juego la idea de romper el aislamiento construyendo lazos de hermandad entre mujeres. La noción formaba parte del corpus de ideas dispersas -pero potentes y disruptivas- que procuraban poner en juego las activistas feministas.

De hecho está presente en un olvidado texto –casi un manifiesto- cuya autora es María Elena Walsh y que llevaba por título: “Carta a una compatriota” (Walsh, 1973). El escrito comenzaba así:

“Querría empezar esta carta llamándote hermana, sea cual fuere tu edad y tu condición social. En realidad el parentesco es novedoso, un descubrimiento reciente del Movimiento de Liberación Femenina. Hasta ahora, sólo fueron hermanas las monjas, y al parecer no por ser hijas del mismo padre sino por ser esposas del mismo esposo ¿no?” (Walsh, 1973).

Walsh argumentaba ante el escenario de las elecciones que se aproximaban en procura de la construcción de la anhelada hermandad, de ese vínculo nuevo entre quienes no habían sido hasta ese momento sino las parias de la tierra. Sin propiedad, sin nexos entre sí, sin derechos, sin espacio en la política, las mujeres eran convocadas para ligarse como hermanas en procura de un horizonte promisorio, nacido de su propia experiencia de explotación: la liberación de las mujeres.

Ese nuevo horizonte de hermandad que Walsh había comprendido tan bien era el que impulsaba a atravesar las barreras del tiempo en procura de los rastros de las hermanas, las barreras de la geografía, los obstáculos de las lenguas.

Lecturas e iniciativas traductológicas. Tiempos de concienciación, de experimentación, de crítica.

En las iniciativas traductológicas que llevaron a cabo algunas mujeres de los ’70 -escritoras, periodistas, militantes, viajeras- se ponían en acto las relaciones entre práctica política y teoría, puesto que de lo que se trataba era de traducir ideas que, desde el punto de vista ético-político, se compartían. Se contaba, además, en un cierto punto, punto con una tradición: es sabido que las mujeres han ocupado y aún ocupan lugares subalternos en el campo intelectual. De allí que sea usual encontrarlas cumpliendo el rol de traductoras de los escritos realizados por varones a lo largo de una tradición que, en Argentina, cuenta con el antecedente, ampliamente reconocido, de Victoria Ocampo. Por ello no es de extrañar que la cercanía en relación a esta actividad haya influido para promover su práctica por parte de las mujeres.

Los libros leídos, traducidos, discutidos, citados, las intervenciones concretas, los panfletos producidos, las acciones callejeras, las revistas y libros escritos, publicados, vendidos, las pequeñas organizaciones, las articulaciones y desarticulaciones con las izquierdas formaron parte de las experiencias de las feministas hacia inicios de los años 70 en Argentina.

El recorrido por las lecturas realizadas (las que es posible recuperar a partir de los escritos y entrevistas a las activistas del período) permite visualizar un haz complejo y a la vez disperso de lecturas y perspectivas. ¿Qué leían, quiénes traducían, cómo llegaron esos libros a estas latitudes?

Las militantes de UFA recuerdan en particular Escupamos sobre Hegel, el libro de Carla Lonzi, como parte del cuerpo de textos que circulaban en los grupos de concienciación de la agrupación (Vassallo, 2005; Alanis, 2006; Rais, 2010). La publicación de la edición argentina, por parte de La Pléyade, en traducción de Julio Villarroel, se hizo en 1978. Sin embargo ese texto, así como otros producidos por la colectiva Rivolta Femminile (publicados en italiano entre los años ‘70 y ‘71), probablemente hayan sido “traficados” y traducidos por la propia Gabriella Christeller, oriunda de Italia y radicada en Buenos Aires, antes de su traducción oficial (Christeller, 2010).

La historiadora Alejandra Vassallo indica que

“[...]el impacto de nombres como los de Kate Millet, Shulamith Firestone o Juliet Mitchell (...) parece mucho más fuerte que el clásico de Simone de Beauvoir (...)”. Se destacan mímeos de declaraciones, discursos y ensayos de los colectivos feministas norteamericanos, encuadrados en lo que podríamos llamar la literatura urgente: los escritos publicados por los grupos de Chicago, Detroit, Berkeley, Nueva York y Boston (Vassallo, 2005: 71).

Nari a su vez interpreta que El segundo sexo “no fue uno de los textos leídos habitualmente en forma colectiva por los grupos de concienciación” (Nari, 2002:71). La autora dice que, para ese entonces, se prefería Firestone o Millet. Nari concluye que la lectura de El segundo sexo fue más bien una lectura “a solas”, a la que se dio sentido más tarde (Nari, 2002).

Puede que el texto de Leonor Calvera, especialmente valioso por su carácter de testimonio en primera persona, sea la fuente de esa interpretación. Calvera indica que las feministas de UFA habían leído la obra de Woolf, Beauvoir y Friedan, pero destaca especialmente el nuevo material producido por las norteamericanas, que en su entender iban esbozando los lineamientos del nuevo feminismo, un feminismo que hablaba en un tono completamente distinto. En su versión las feministas argentinas se sentían, por aquellos años, formando parte del mismo cuerpo que las hermanas del Norte (las norteamericanas) (Calvera, 1990). Calvera habla por sí misma, pero tras la autoridad de la palabra escrita su opinión personal se desdibuja para adquirir la dimensión del “se”, equivalente por ello al sentido común compartido con las otras.

Sin embargo es su propia posición en el campo de los feminismos, sus inscripciones teóricas y políticas las que producen el énfasis en las autoras estadounidenses y el desdibujamiento del papel jugado por la obra de Beauvoir. Para Calvera Beauvoir es limitada:

“Deudora de Briffault, Helen Deutsch y Virginia Woolf tanto como de Bachofen, Engels y Alejandra Kollontai, Simone de Beauvoir le pide prestado al materialismo dialéctico sus instrumentos para acabar encerrando a la mujer, vía su alteridad, en un determinismo biológico poco acorde con su profesado existencialismo” (Calvera, 1982:351).

Por su parte Bemberg, una de las caras visibles de UFA, pone en manos de Fina, la protagonista de Crónica de una señora, los libros de Beauvoir y Friedan (Fontana, 1993:12). En la memoria de Bemberg las autoras son Simone de Beauvoir, Betty Friedan, Shulamith Firestone, Kate Millet, Robin Morgan y Susan Brownmiller. El material urgente que recuerda no provenía de las radicals estadounidenses, sino de “colectivos feministas franceses e italianos” (AAVV, 1996: 10).

En la autobiografía de Oddone, otra feminista de destacada y controversial actuación pública, fundadora, en esos años, del Movimiento de Liberación de la Mujer y editora de Persona, Beauvoir ocupa un lugar destacado. Es de su mano que adviene la conciencia feminista:

“El empleado me seguía con los dos tomos en las manos mientras me hablaba de Simone de Beauvoir. Estaba lejos de imaginar que ese vendedor era el destino que ponía en mis manos los libros que marcarían otro rumbo a mi vida…. En la playa comencé por el segundo tomo, en el capítulo la mujer casada. Me sentí deslumbrada. Vi escrita mi vida…… Allí estaban las respuestas a tantas preguntas que yo me hacía y a las que respondía sólo con mi angustia” (Oddone, M. E., 2001: 65).

Henault, lectora y escritora, inicia su texto, “La mujer y los cambios sociales”, citando a Beauvoir (Henault, s/f: 13s.). También fue lectora y traductora del conocido y citado texto de Juliet Mitchell, Women: The Longest Revolution. De hecho ese fue el origen del grupo Nueva Mujer y del despertar feminista de Henault (AAVV, 1996: 16). En una entrevista reciente ella misma liga el proceso de traducción del conocido artículo a su alejamiento del trotskismo:

“Yo estaba en un grupo de estudio vinculado a las ideas de izquierda, entonces alguien me dice si me animaba a traducir un libro. Era “Las mujeres y la revolución más larga”, de Juliet Mitchell, un texto donde se hace una crítica al socialismo y a la izquierda por no incorporar a las mujeres a la lucha política. Tanto me impactó que rompí con el grupo al que pertenecía a partir del año ‘70” (Henault, 2009).

Henault venía de una larga trayectoria militante. Desde principios de los años cincuenta había integrado las filas del partido trotskista Palabra Obrera, pasando primero por la militancia sindical. Espacio al cual había llegado a partir de su experiencia como obrera textil y metalúrgica. Alejandra Vassallo resalta que en 1964, su esposo, el ‘Vasco’ Bengoechea –también militante de ese partido- había muerto en un episodio que tuvo amplia repercusión, mientras manipulaba explosivos, convirtiendo a Henault en una suerte de “paria política”. “Impedida de continuar con su afiliación partidaria y su militancia activa debido a razones de seguridad, comenzó a reunirse en grupos de estudio” nucleados en torno al feminismo (Vassallo, 2005: 74; Henault, 2009 y 2010).

Henault forma parte de una trama genealógica compleja que articula izquierda y feminismo. Los nombres de Kollontai y Engels, de Lenin y las referencias a las revoluciones cubana y china constituían su mundo de experiencias y lecturas. Sus lazos con el trotskismo, puestos en cuestión por su experiencia y sus lecturas, se conservan tensados en la traducción del artículo de Peggy Morton, que la propia Henault realiza. Si Millet y Firestone ingresan lo hacen a través de Mitchell, que las comenta y critica en su texto. Es además preciso asumir la profunda articulación que estas feministas mantienen con el socialismo y aún con el marxismo.

En las palabras y escritos de Henault, Calvera, Christeller, Bemberg, Oddone, por citar algunas, resultan recurrentes los nombres de Beauvoir, Millet, Firestone, Friedan, Lonzi, Mitchell. Muchas de ellas eran políglotas: Henault, Calvera, Christeller, Bemberg. No consta que Oddone lo fuera, pero vivió varios años en Canadá, por lo cual es probable que hablara por lo menos francés, y muy probablemente inglés, pues residió en Montreal.

La tarea de leer, discutir, traducir, de viajar en las lenguas y en el tiempo en procura de una trama compleja e internacional que no sólo incluyó a las norteamericanas, formó parte del horizonte de las feministas en la Argentina de los primeros 70. También de sus debates, búsquedas comunes y profundos desacuerdos, tal como aparecen en forma expresa en la autobiografía de Oddone y como se jugaron en los distintos momentos y posiciones que las feministas, ya fuera en grupo o individualmente, fueran asumiendo en un escenario político sujeto a tensiones y conflictos.

Viajeras apasionadas

Entre las viajeras que se ocuparon de traficar escritos, libros e ideas podemos mencionar a Marysa Navarro, Gabriella Christeller y María Luisa Bemberg.

Los viajes que involucran el itinerario vital de Marysa Navarro, historiadora feminista, marcan también algunas de las rutas vinculadas con el tráfico e introducción de ideas feministas en el contexto argentino de los tempranos ‘70.

Nacida en España, sus padres fueron exiliados del franquismo, por lo que se crió entre Francia y el Río de la Plata. Su primer destino en Latinoamérica fue Uruguay, pero luego su investigación sobre Eva Perón la llevó, a partir de 1968, a realizar reiteradas visitas A Buenos Aires. “Yo era un pájaro que iba y venía. Si bien nunca pasé largas temporadas en Buenos Aires, contando todas las visitas debo haber vivido unos diez años allí”, dirá años más tarde (Navarro, 2010).

A principios de los ‘70 obtuvo una beca para estudiar en los Estados Unidos. Cuenta que en ese país –en el que se desarrollaba con fuerza el women’s lib- fue donde inició su contacto con María Luisa Bemberg, y a través de ella, con las feministas argentinas:

““A Bemberg la conocí en una oportunidad en que ella viajó a Nueva York. Luego, en el 72, en una nueva visita a Argentina, retomé con más fuerza el contacto con ella, y también con una antropóloga llamada Safina Newbery y con la fotógrafa Alicia D’Amico” (Navarro, 2010).

Ellas le abrirían las puertas de la agrupación feminista que las nucleaba: UFA. Aunque desde los márgenes, es decir, sin formar parte de ésta, compartiría e intercambiaría ideas y debates vinculados a los feminismos. En mirada retrospectiva, Navarro señala que el límite era claro: “Yo estaba estudiando a Evita Perón, y la gente de UFA estaba en otra”.

En aquel momento Marysa Navarro también se vinculó con María Elena Oddone (editora de la Revista Persona): “A ella la conocí a través de una amiga brasilera, Danda Prado. Es notable cómo, ya desde esos años, nuestras redes internacionales iban tomando forma”. Debido a su vida académica y también a razones de índole personal, Marysa decide radicarse definitivamente en EEUU. Según relata, desde ese país continuaría el intercambio con las feministas locales.

“Bemberg me llamaba a EEUU, hablábamos de cosas del movimiento. También me mantuve en contacto con Alicia D’Amico, nos mandábamos materiales, recortes. Ella era muy generosa y compañera” (Navarro, 2010).

El hecho de haber sido una especie de “pájaro que iba y venía”, la convirtió quizás en una de las responsables de los tráficos de ideas entre norte y sur por aquellos años.

Por su parte, Gabriella Christeller, que había llegado a la Argentina en la década de los ’40, y era la dueña del local donde funcionaba UFA- fue una pieza clave en la recepción-difusión-apropiación de ideas y textos feministas. En Europa Christeller había conocido a Simone de Beauvoir y tomado contacto con la obra de Carla Lonzi, además de mantener activa relación con colectivos feministas en Francia e Italia.

Según refiere Mirta Henault, Christeller tenía contactos “con varias militantes europeas, entonces nos mandaban mucho material, pero ni siquiera era intercambio… porque nosotras ¿qué podíamos mandar?” dice, resaltando la cuestión de las asimetrías que colocaban a Europa y Estados Unidos como las usinas privilegiadas para la producción de conocimiento y a las latinoamericanas como meras receptoras (Henault, 2010).

Sin dudas, tal como señala, Navarro, la situación de Christeller, en razón de la clase social a la que pertenecía y de sus contactos internacionales –situación similar a la de Bemberg- abrieron también para las feministas argentinas un campo de posibilidades en relación a las lecturas tempranas de materiales que no se habían traducido aún oficialmente, ni habían sido publicados por las editoriales locales.

En un tiempo en el cual el espacio de las mujeres se había expandido, muchas buscaban en el horizonte explicaciones para aquello a lo que necesitaban poner nombre. Lo hacían a partir de sus experiencias previas, de lugares y posiciones precisos, cada una cubriendo en su devenir feministas distintas trayectorias. De allí que Calvera recuerde a Firestone y las hermanas del norte, mientras Mitchell es central para Henault y Lonzi lo es para Christeller.

Sus viajes a través de geografías alejadas, de otras lenguas y otras concepciones del mundo enriquecían sus lecturas, las impulsaban a la realización de producciones propias. Estas viajeras volverían a estas tierras, algo así como la lejana Itaca, cargadas de libros, ideas, folletos, experiencias.

Esos viajes las habían convertido en algo más sabias, las habían impulsado a escribir, como sucedería con Henault, que en 1971-72 publicó el texto que se considera como el primer libro feminista del período publicado en Latinoamérica,Las mujeres dicen basta; a filmar, como lo haría Bemberg a partir de sus experimentos feministas de los años 70; a optar por caminos personales en los cuales el feminismo continuaría brillando con luz intermitente como es el caso de muchas de las que participaron de las experiencias de los 70; a transitar recorridos abruptos, poblados de cíclopes y lestrigones, tal como testimonian las memorias de Oddone.

 

Palabras finales

La dispersión y el carácter internacional de los feminismos impulsam a viajar. Así lo hicieron las feministas que, en Argentina, recomenzaron la tarea que habían iniciado las combatientes por la independencia, las escritoras del Siglo XIX, las socialistas y las anarquistas de inicios del XX, las muchachas que en los 60 y 70 deseaban transformar sus vidas personales poniendo en cuestión el destino doméstico, problematizando la relación asimétrica que expropia a las mujeres del producto de su trabajo y de sus capacidades de goce y reproducción, que controla sus cuerpos y sus vidas teniéndolas por eternas menores, que construye relaciones de dominación socio sexuales sujetando a lxs sujetos a la heterosexualidad obligatoria y a determinadas condiciones políticas de amor sexual.

Reunidas en agrupaciones pequeñas, ellas cumplieron diversas trayectorias en el tiempo, el espacio, las lenguas a fin de apropiarse de los saberes que consideraban necesarios. Lo hicieron en condiciones no elegidas, bajo la idea de que en el norte hallarían la clave. Buscaron en múltiples lugares: en las experiencias y textos de las francesas, en las de las norteamericanas, en las de las italianas, en las de las inglesas, lo hicieron en función de sus ideologías y trayectorias, de la amalgama de sus experiencias como militante de izquierda y mujer insurrecta, como Henault; de activista social, como Christeller, uno de cuyos hijos estaba preso en Devoto cuando se produjo, un 22 de agosto de 1972, la masacre de Trelew; de fugitiva de su clase y su destino, como Bemberg; de trovadora y artista, como Walsh, de feminista tout court, como Oddone, de historiadora y académica, hija de republicanos, transterrada, como Navarro. Lo hicieron con otras, practicando el traspaso de los límites entre las lenguas.

La densidad de estos recorridos permite advertir hasta qué punto no se trata en modo alguno de “influencias”, sino de un tráfico complejo que desde luego involucra a la industria editorial, las relaciones asimétricas norte-sur y las reglas del campo político y cultural, pero también ese esfuerzo personal y colectivo por construir relaciones políticas entre hermanas, como se decía entonces, de hallar lazos con otras lejanas en el espacio, el tiempo, las lenguas, pero cercanas en la voluntad política de emancipación.

 El seguimiento de estos viajes, que permite percibir claramente la asimetría norte-sur, pone en cuestión en cambio la idea de que la norteamericana haya sido la única tradición traída, traducida, incorporada. La indudable presencia de Beauvoir y la insistencia de Lonzi en el recuerdo de las militantes lo desmienten. Los señalamientos de Mitchell y Henault, el texto de Randall, ampliamente difundido y leído en aquellos años, permiten advertir hasta qué punto las ideas de izquierda constituían una suerte de suelo común. El texto de Randall está dedicado a “mis hermanas vietnamitas”, el de Mitchell ubica tanto a Firestone como a Millet en el campo común de los debates de la izquierda socialista, aún cuando no deje de señalar también las deudas que la izquierda patriarcal ha contraído con las luchas feministas.

Los feminismos de los 70 fueron, como lo son los de hoy, espacios en los cuales se juegan tradiciones teóricas y políticas diversas, trayectorias densas, controversias políticas, tensiones. Explorar ese pasado, procurar por él, realizar nuestro viaje en el tiempo es nuestra manera de resistir la amnesia y la nostalgia, de recuperar nuestras genealogías ubicada y responsablemente, de hacerlo, por decirlo a la manera de Claudia de Lima Costa, perturbando las narrativas hegemónicas, haciéndonos responsables por las fuerzas múltiples, de clase, raza, sexualidades que inciden en los viajes y en las maneras de traducir y traficar (Costa, 2000).

Bibliografía

Fuentes


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Revistas

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Otras fuentes

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Fuentes orales

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Facio, Sara, entrevista realizada en Buenos Aires, abril, 2009

Henault, Mirta, entrevista realizada en Buenos Aires, octubre, 2009 y julio 2010

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Bibliografía general

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nota biográfica

Eva Rodríguez Agüero nació en Mendoza, Argentina. Se licenció en Comunicación Social en la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO) y obtuvo el título de Doctora en Ciencias Sociales, en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es becaria postdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y docente por concurso de la (UNCUYO). Sus temas de investigación giran en torno a la reconstrucción de genealogías feministas, los Estudios de género y los estudios culturales.

alejandra ciriza vivió en muchos lugares. Habita en Mendoza, Argentina. Es profesora, licenciada y doctora en Filosofía por la Universidad Nacional de Cuyo (UNCUYO). Trabaja como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), es docente regular de la UNCUYO y directora del Instituto de Estudios de Género (IDEGE) de la misma universidad. Se ha desempeñado como docente en diversos postgrados a nivel nacional y ha sido profesora invitada en universidades nacionales y extranjeras. Sus temas de investigación se inscriben en el campo de la filosofía política feminista y se ha interesado por la recuperación de las genealogías teóricas y políticas de los feminismos desde una perspectiva latinoamericanista.


 

[1] El diccionario de la RAE establece tres sentidos para la palabra traficar: “Traficar: (En it. trafficare, y este del lat. *transfigicāre, cambiar de sitio). 1. Comerciar, negociar con el dinero y las mercancías. 2. Andar o errar por varios países, correr mundo. 3. intr. Hacer negocios no lícitos” (Diccionario de la RAE, 2012.). Se ha tomado el segundo sentido.

[2] El uso del término patriarcado ha despertado ásperas polémicas en el campo de los feminismos. Es necesario aclarar que nuestra línea de lectura hace referencia al control que los varones ejercen sobre el conjunto de la reproducción humana. Esto no sólo abarca la sexualidad, y los dispositivos de regulación de las relaciones de parentesco, sino que atraviesa la totalidad de las relaciones de reproducción social, esto es, las relaciones entre los seres humanos en cuanto seres socio-sexuales en las que se articulan las relaciones de clase, etnia, género sexual y orientación del deseo, además de la relación con/ en la naturaleza, interna y exterior en la que vivimos y la que somos. Seguimos en este sentido las lecturas sobre el tema realizadas por Engels (1884) y continuadas por autoras como Silvia Federici (2010) y Anna Jonásdóttir (1993).

[3] Conscientes de la complejidad de este término, que fue creado por las italianas que integran el colectivo de la Librería de Mujeres de Milán, y que no tiene traducción literal al castellano, hemos decidido mantenerlo en la lengua original y asumirlo en un sentido más laxo, no en la acepción de confiarse a… sino de establecer una filiación con, a la vez que procurando distanciarnos de la idea de tutelaje ligada a la noción de filiación y aproximarnos a la de relación entre… en este caso, feministas.

[4] Al menos esto es lo que se infiere tanto de la bibliografía consultada acerca del itinerario de las traducciones de textos feministas en Argentina entre las décadas del ’50,’60 y ’70 del siglo pasado (Calvera, 1990; Nari, 2002; Tarducci, 1999) como de las entrevistas realizadas a las militantes feministas de ese momento histórico: Mirta Henault, 2009 y 2010; Sara Torres, 2008 y 2010 y Sara Facio, 2009.

labrys, études féministes/ estudos feministas
juillet/décembre 2012  - julho /dezembro 2012