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janeiro/ junho 2016 - janvier/juillet 2016

El feminicidio es un crimen del estado patriarcal

Maria Galindo

 

Resumen:

Una visión diferente del feminicídio planteando que es un crimen de Estado, un delito de lesa humanidad y que su calificación dentro del sistema penal implica el aislamiento de una víctima respecto de la otra y a la omisión de que se trata de una masacre a goteo de la mujeres.

Palabras-clave: feminicídio, masacre, mujeres

 

Con la sangre como tinta

Escribo estas reflexiones con la escalofriante sensación de estar escribiendo con la sangre de las mujeres como tinta, la sangre derramada en el asfalto de Andrea, la sangre derramada sobre la chacra que cultivaba  verónica cuando fue asesinada, la sangre borrada del carro, la sangre lavada del piso, la sangre de ella; de la de 50 años, de la 30, de la de 44, de la de 18.

Está ya claro que cuando hablamos de feminicidio estamos hablando del “derecho universal” de todo hombre de disponer de la vida de una mujer, inclusive al punto de eliminarla, derecho que caracteriza a la sociedad como una sociedad patriarcal estructuralmente.

Sí, has leído bien no hay error en lo escrito, el feminicidio visibiliza un derecho masculino de tomar la vida del “otro” que somos nosotras y disponer de esa vida a su antojo.

 Cuando hablamos de feminicidio estamos hablando de una figura penal introducida en nuestros códigos penales de forma muy reciente, quizás Bolivia es uno de los últimos países de la región en haberlo hecho. Una figura penal introducida que ha sustituido la anterior figura del “crimen pasional” donde todo hombre podía decir, frente al feminicidio de su pareja, que sufrió de una emoción violenta, que sufrió de un impulso del que no era responsable.

Cuando hablamos de feminicidio estamos hablando del derecho de sustituir una mujer matándola, el derecho de desechar a una mujer matándola, el derecho de frenar la libertad de una mujer matándola, el derecho de sobreponer el poder del macho sobre una mujer matándola; es eso lo que representa el feminicidio. Por eso es un crimen contra la libertad de las mujeres porque es la libertad de ellas, de nosotras lo que el feminicidio ha querido frenar. Así se entiende que muchísimas veces el feminicida, en su relato criminal no se reconoce como un asesino porque no se reconoce en el deseo de matar a una mujer, sino en el derecho de impedir, frenar, condicionar  tal o cual comportamiento de ella.

Esto es muy importante porque nos permite entender que el feminicidio no es la tragedia personal de una mujer que condujo mal su relación afectiva con un hombre o que se topó con el hombre equivocado en el momento equivocado. El feminicidio es un arma patriarcal contra la libertad de las mujeres que consiste en eliminarlas. El feminicidio es hoy un problema estructural grave en las relaciones hombre-mujer en todas nuestras sociedades, porque representa una forma de respuesta violenta frente a un proceso de rebelión subterránea que estamos enfrentando las mujeres en los horizontes de vida personal que nos hemos planteado. Tenemos decenas de casos que nos hablan de escenas de feminicidio donde es la mujer que quería cobrar asistencia familiar, o es la mujer que no quería firmar el divorcio o es la mujer que quería terminar la relación. El feminicidio es un relato sangriento de respuesta de disciplinamiento del conjunto de las mujeres a través de la eliminación y la muerte de algunas de nosotras. El feminicidio funciona socialmente como un de castigo patriarcal contra “la mala mujer”, por eso la insistencia en convertir todo feminicidio en una suerte de juicio moral de la mujer asesinada donde es ella que ya está muerta que tiene que dar cuenta de su vida a la medida del relato del feminidad.

Este mecanismo del feminicidio como castigo y del feminicidio como derecho masculino universal sobre toda mujer no funciona explícitamente, sino que es un mecanismo subconsciente colectivo frente al cual en la sociedad al nivel explicito hay una negación neurótica. La sociedad no reconoce que es así por lo tanto para negar neuróticamente esta realidad se desata en torno del feminicidio una suerte de normalización de la muerte de las mujeres, de rutina necrófila de consumo de la noticia de la muerte de las mujeres. Por eso se da pie y paso en los medios de comunicación, al interior del aparato judicial y policial al  relato del feminicida que no se reconoce como asesino y que inclusive con muchísima frecuencia se victimiza frente al “comportamiento” de la muerta.

 

El feminicidio no se mide en cifras

Este reflexión nos lleva también a entender que el feminicidio no puede ser medido en cifras no es un crimen horroroso por la cantidad de mujeres. Es un crimen horroroso por el valor social que este crimen tiene, por la inmensa justificación social que carga el asesino, por la gran protección mediática con la que cuenta, por la presunción de inocencia que se convierte en una presunción de impunidad. Las cifras son alarmantes si, actualmente en Bolivia estamos hablando de que cada 3 días se asesina a una mujer en un contexto de feminicidio. Sin embargo, esa cifra es menor a la realidad porque son muchos los feminicidios que se consigue tapar como suicidios, como accidentes o que simplemente ni siquiera se denuncian. Se mata a la mujer se la entierra y se la sustituye por la siguiente en el pueblo, en el barrio, en la familia, en la facultad, en la comunidad o en el trabajo.

El feminicidio se convierte en un castigo social porque funciona como mensaje para el conjunto de las mujeres que rodean a la muerta; para las amigas, las vecinas, las hijas y las parientas. Casi me molesta tener que decirlo no se trata de convertir a la mujer muerta en virtuosa porque ha muerto, no se trata de convertirla en mártir, nosotras amamos la vida y de la salvación por la vía del martirio estamos históricamente agotadas. Lo que acontece es que la mujer asesinada ha sido asesinada debido al ejercicio de su libertad, debido al antagonismo entre sus decisiones personales y las de su pareja sentimental. El mensaje que deja impreso el feminicidio en el subconsciente social es: para salvar tu vida, para proteger tu vida tienes que someterte. Que no se entienda que partimos de la necesidad de convertir a la mujer muerta en una falsa heroína porque eso sería hacerle el juego a la tesis de la salvación por el martirio. La mujer muerta es aquella despojada de todo su valor social, la mujer muerta es aquella que estaba en la lucha personal por su libertad personal individual, es la sustituible, es la incómoda, es el estorbo, es lo desechable.

Ese es el contenido político que el estado le da a la víctima y en ese contexto es que funciona como mensaje de castigo social sobre todas nosotras. La consigna del ni una menos que no me gusta y que ha ido recorriendo varias movilizaciones contra el feminicidio (en varios países) nos habla de esa percepción colectiva que las mujeres quizás de forma muy intuitiva tenemos. Es la confirmación de que la colectividad de mujeres recibimos el mensaje de que cuando se mata a una mujer, hay por detrás una suerte extraña de aniquilamiento y sustitución de nosotras, por eso sin pensarlo gritamos: “NI UNA MENOS”. Más que una protesta, es una aceptación en el fondo de la muerte por feminicidio como un aniquilamiento de la libertad de las mujeres. Es una aceptación tácita del feminicidio como una guerra física, violenta e ideológica contra las mujeres.  Cada muerta funciona como un espejo, cada muerta funciona como una lápida que cargamos sobre nosotras, cada muerta es un mensaje de castigo.

 

¿Son feminicidio los crímenes contra las trans?

Los asesinatos contra las mujeres trans por la vía del odio social o del machismo de sus parejas por supuesto que forman parte del fenómeno del feminicidio. Me parece que debiera ser obvio, sin embargo quiero explicitarlo.

Cada mujer trans no deja de ser mujer por ser trans, es más deja de ser un hombre y se convierte en una mujer, sin embargo, no se convierte simplemente en una mujer sino que carga sobre sí otra forma de odio patriarcal. Ella está sujeta a un examen machista de tener que demostrar si es mujer o no. En muchos casos acepta formas de condicionamiento en sus relaciones heterosexuales que una mujer biológicamente vista como tal no aceptaría porque en una sociedad patriarcal una mujer trans no tiene la “legitimidad de serlo”.

Una mujer trans además carga tras de sí el odio de haber renunciado, impugnado, no deseado o no aceptado una supuesta condición de ventaja social como es la de “pertenecer al universo del macho” y por ello la misoginia que se desata contra ella tiene una gran carga violenta. Hay un gran deseo de aniquilarla. Separar los feminicidios a las mujeres trans de los feminicidios a las mujeres biológicamente conceptuadas como mujeres es debilitarnos, es hacerle el juego a la homofobia, al machismo y al propio patriarcado. Porque ellas comparten la cuestión de ser mujeres que no están cumpliendo con el “concepto de ser mujeres”, y en ese contexto el feminicidio de cada una de ellas suma a los feminicidios cometidos contra las mujeres, contra nuestra libertad y como parte de la misma masacre.

El feminicidio de una mujer trans se suscita bajo las mismas reglas de juego de poder patriarcal que el conjunto de los feminicidios. Eso deberíamos comprenderlo nítidamente es la misma violencia machista y misógina de control del cuerpo y de la vida que se desata en un feminicidio contra una mujer trans que el que se desata contra una mujer no trans.

Y si de feminicidas se trata los actores de unos y otros feminicidios actuán bajo el mismo código del “derecho de disponer la vida de otro”, cuya vida vale menos que la suya o cuya vida tiene el derecho de controlar.

Lo que si queda claro es que para entender el asesinato de una mujer trans como feminicidio es necesario entenderlo dentro un marco feminista de análisis de ese crimen y es eso lo que ni el estado ni tampoco el movimiento Gelebetoso (GLBT) que se apropia de estas muertes quiere hacer.

 

La responsabilidad del Estado

¿Formamos las mujeres  parte de la humanidad?

Imagínense ustedes si los crímenes cometidos por las dictaduras en América Latina se convirtieran en un abrir y cerrar los ojos en un problema individual del asesinado porque se comportó mal.

Imagínense ustedes si de pronto los genocidios que la humanidad juzga como crímenes de lesa humanidad porque dañan a la humanidad se convirtieran en un problema personal individual de cada uno de los muertos. Imagínense si borraríamos el holocausto nazi contra el pueblo judío, si borráramos los crímenes del colonialismo como fallas de los conquistados por no haberse sometido.

El feminicidio si bien ha sido tipificado en el derecho penal y recibe en la teoría la pena máxima de 30 años sin derecho a indulto sigue siendo considerado por nuestro código penal y por los códigos penales a escala mundial crímenes individuales y no colectivos. No se los juzga como crímenes contra las mujeres, ni como crímenes contra la humanidad, sino que se ha colocado el feminicidio al interior del código penal como un caso de crimen que se suma a los asesinatos, y a todas las otras formas de crimen de un individuo contra otro.

Entonces la primera operación que convierte al feminicidio en un crimen del estado patriarcal es en la forma teórica como ha sido conceptualizado dentro del derecho penal. No tiene conceptualmente el carácter de crimen contra la humanidad, no se lo compara con el genocidio y el estado en esa medida no lo reconoce como un crimen contra las mujeres en un orden social patriarcal y en ese contexto no asume de forma directa el estado ninguna forma de responsabilidad. El femincida no atenta sino contra la vida de una mujer y no contra la vida de las mujeres como parte de la humanidad; eso cambia completamente el relato de la tragedia en un relato personal donde lo que se examina es la vida de la mujer y no la del feminicida.el relato jurídico de un feminicidio no trasciende el caso de un hombre concreto que ha matado a una mujer concreta, por razones particulares en contextos particulares.

El estado al no asumir ninguna forma de responsabilidad ni de reconocimiento del feminicidio como un crimen análogo al genocidio no asume la pérdida de las mujeres, ni asume la defensa de la vida de las mujeres en cuanto mitad de la humanidad y  en ese contexto se convierte en una suerte de cómplice tácito del feminicida, convirtiendo al feminicidio en un crimen de estado.

Es verdad que en la tipificación del feminicidio al interior del código penal se menciona -la sociedad patriarcal-, pero se trata de una mención sin contexto real, sin contenido y sin consecuencias jurídicas reales, como la mayor parte de las veces es una mención retórica. Si entendemos el feminicidio como efecto de una sociedad patriarcal, lo estamos reconociendo como un problema social estructural y no como un tipo de crimen de uno cualquiera que se comete contra otra cualquiera.

El clima que tenemos que enfrentar cuando tenemos un caso de feminicidio en ese contexto es un estado que nos restriega en la cara todo el tiempo como gran avance y logro la incorporación de la figura del feminicidio en el código penal y pareciera que debiéramos aplaudir y agradecer de rodillas semejante avance cuando en realidad se trata de una suma de confusiones conceptuales muy importantes. No soy abogada, ni aficionada al derecho por lo que pido que estas reflexiones se entiendan desde el contexto de la reflexión política y filosófica que es anterior a la reflexión conceptual jurídica.

Despojar de su contenido de crimen de lesa humanidad al feminicidio no ha sido la única operación que convierte al feminicidio en un crimen de estado.

La segunda operación ha sido la de aislar un caso del otro, cada mujer que sufre un feminicidio aparece como una historia aparte y en sí misma, por lo tanto cada juicio es uno, cada madre, hermana, hija o hermano que reclama justicia se encuentra atrapado en las redes de un proceso judicial que tiene características que luego vamos a abordar. Lo que me interesa dejar claro en esto es que una víctima se encuentra aislada de la otra, no pueden luchar conjuntamente, ni establecer bases de interpretación común de los crímenes que enfrentan, eso dispersa a las victimas e impide no sólo que el estado reconozca el carácter de crimen contra la humanidad que tiene el feminicidio sino que impide que las victimas mismas puedan unificarse, manifestarse conjuntamente, dibujar la magnitud del problema, sumar fuerzas y demostrar que estamos frente a crímenes de la dictadura patriarcal de la cual el estado es parte articuladora.  

Y ustedes me dirán que el derecho penal es así,  repito no soy abogada, pero considero que se debieron hacer operaciones conceptuales diferentes y que la tradición liberal de simple incorporación de derechos o de figuras penales dentro el mismo esquema a las mujeres no nos ha servido cuasi para nada. Por eso en realidad la incorporación de la figura del feminicidio ha sido parte de una rutina del “copy paste” vía oenegés y agencias de cooperación que se ha dado de forma cuasi automática dentro de nuestra legislación porque todo el aparato no ha sentido ningún impacto, ni cambio estructural en sumar una figura penal más.

Aislar a las victimas una de la otra e impedir la colectivización de los casos convierte al feminicidio en un crimen del estado patriarcal que marca la impunidad del feminicida y la imposibilidad social de construir nuevas formas de consciencia colectiva sobre el valor de la vida de las mujeres.

Un torturado, perseguido y muerto por un estado se convierte en un crimen de estado, una cantidad de crímenes contra un colectivo por razones étnicas se convierte en un genocidio, un feminicidio en cambio no se convierte en un crimen contra las mujeres, contra la sociedad ni menos aun de lesa humanidad. Se trata de crímenes aislados, de victimas aisladas, de victimadores aislados y se impide conceptual y políticamente la asociación de las victimas por la dispersión e individualización que el propio derecho penal impone. Es decir se incorpora la figura del feminicidio pero no se cambia la lógica de abordaje en ninguno de los pasos.

El relato jurídico justifica al feminicida y promueve la impunidad

El relato jurídico de un juicio por feminicidio está determinado no sólo por los prejuicios o el poder del victimador que siempre es mayor que el poder de la víctima. Sino que está dado por las metodologías del derecho penal: el acusado es inocente mientras no se pruebe lo contrario y es la parte acusadora que debe demostrar su culpabilidad, la parte acusadora además no es el estado sino la madre o hermana de la víctima. Ahí queda sellada la garantía de impunidad, salvo en los casos en los que el feminicida es atrapado infraganti o que se declara culpable que son los menos. El juicio por feminicidio por tanto es un interminable examen de la vida de la víctima, es una interminable suma de las virtudes sociales del victimador y una banalización del valor central que es el de la vida. Quien dirime esos juicios es el estado convirtiéndose en cómplice del feminicida y por lo tanto convirtiendo el feminicidio en un crimen de estado.

No hay tribunales especiales, ni fiscales especiales, ni investigadores especiales. Son los de oficio; el mismo que trata hoy un feminicidio y mañana un asesinato, el que pretende como funcionario operar con la misma lógica que en un asesinato cualquiera. Y entonces la muerte de las mujeres por feminicidio se diluye en la rutina judicial bajo miles de papeles y grandes confusiones conceptuales de fondo.

Sobre esto hay que añadir los prejuicios machistas de los operadores de justicia, la corrupción que en estos casos determina siempre la ventaja del victimador porque indefectiblemente todo hombre tiene más dinero, más relevancia o más poder que su pareja asesinada casi como un reflejo de la pirámide social en la que nos encontramos las mujeres: el obrero tendrá más relevancia que su pareja ama de casa u obrera y el empresario tendrá más poder y relevancia que su pareja. Todo esto que es la única ventaja visible no es más que el último grupo de factores que determinan la impunidad social del feminicida frente a la víctima.

Queda claro que no solo se pudieron hacer las cosas de otra manera, sino que se debieron haber hecho de otra manera.

 

La justicia reproduce justicia; la impunidad reproduce impunidad

Queda claro que la única posibilidad que tenemos es construir plataformas colectivas que se hacen muy difíciles porque cada caso penal no solo es un mundo sino que es agotador, que consume todas tus fuerzas y en ese sentido demandar la participación de las víctimas en una segunda instancia colectiva es pedir más sangre y agotar completamente sus vidas. Si toda la plataforma tendría que asistir a todas las audiencias y analizar todas las irregularidades que se cometen desde la autopsia hasta el proceso para impedir que se garantice la impunidad del feminicidio no nos dedicaríamos a otra cosa que no fuera eso y solo eso. Por eso nosotras hemos pedido y exigido a Gabriela Montaño, presidenta de la cámara de diputados y madre de la ley 348, una comisión legislativa de auditoria jurídica que centralizara este trabajo y que hiciera este trabajo. Lo hicimos para que quede claro que tenemos una propuesta y que la tesis en la que nos basamos es en el hecho de que el feminicidio es un crimen de estado y no la tragedia personal de Carmen, Andrea, julia o verónica. Sabemos que el estado boliviano no tiene ninguna voluntad de hacer esta comisión, formulamos el pedido entonces como un acto político y como un horizonte de lucha, conscientes que hablábamos con una interlocutora sorda y que hablar con ella era como “hablar al sordo cielo”.

El feminicidio debe recibir el tratamiento de genocidio, y debería por tanto ser tratado por tribunales especiales como crímenes de lesa humanidad, ese es el horizonte de lucha, esa es la base conceptual para frenar la impunidad. Los crímenes de feminicidio son análogos a los crímenes cometidos por la dictadura.

 

Transformando el dolor del feminicidio en lucha por justicia

Aquello que tenemos en los brazos, además de los cuerpos muertos de nuestras amadas, es entender que la justicia reproduce justicia y que la impunidad reproduce impunidad por eso valoramos todos y cada uno de los esfuerzos que hace cada víctima por luchar por justicia, aunque sea en medio de juicios que diluyen el delito, que ponen a las víctimas en el banquillo de las acusadas, que relativizan el valor de la vida de las mujeres, y que se pierden en la inmensidad de una tragedia mujeril de grandes magnitudes.

Entendemos al mismo tiempo y de forma muy contradictoria porque descoloca los juicios en los que estamos inmersas que plantear el feminicidio como un crimen de estado es la forma más efectiva de lucha porque simplemente al feminicidio hay que crearle una base conceptual de comprensión feminista del problema.

 

Biografia:

Maria Galindo 

Yo soy radialista Soy simplemente feminista autónoma integrante de mujeres creando Soy simplemente una mujer que ha decidido actuar y hacer política desde la calle la toma del espacio publico y el escandalo y cuestiono la ola brutal de presión que empuja a las mujeres a ejercer una falsa representación política desde un cargo dentro del estado

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