labrys, études féministes/ estudos feministas
janeiro/ junho 2016 - janvier/juillet 2016

Los desafíos de la autonomía y praxis feministas: agendas feministas en Sudáfrica post apartheid

Mónica Cejas

 

Resumen

En este artículo propongo, desde la lente del pensamiento feminista radical de Patricia McFadden, una reflexión sobre las agendas de los feminismos en Sudáfrica a manera de balance a más de veinte años de las primeras elecciones universales en 1994, con lo que se inició la era post apartheid. Autonomía y praxis feministas son dos ejes que el discurso agudo de McFadden pone sobre la mesa a la hora de interpelar a las feministas. Las mismas sudafricanas responden a este ejercicio a través de la edición de un número especial de la revista feminista sudafricana Agenda, resultando en una serie de planteos que hacen eco sin duda a realidades que compartimos en el Sur global. 

Palabras-clave: feminismo radical, Patricia McFadden, Sudafrica

 

[...]la relación de intersección entre la economía política como una crítica y resistencia al capitalismo y a la dominación imperialista de los africanos, y el desarrollo de un discurso radical y un posicionamiento consustanciado con las vidas de las mujeres africanas, ha siempre sido una característica significativa del feminismo africano. No hay duda alguna de que en el siglo pasado, lo que llegamos a comprender y acogimos como pensamiento feminista africano y como compromiso político a lo largo del continente, tiene raíces profundas en nuestras luchas colectivas como pueblo comprometido en liberarse de la dominación y supremacióa colonial e imperial (McFadden, 2011:12)

En 2014 se cumplieron 20 años de democracia en Sudáfrica. En abril de ese año la Comisión sudafricana para la Igualdad de Género (Commission for Gender Equality, CGE), organismo creado para promover y monitorear la igualdad de género,  organizó su segunda cumbre sobre género a nivel nacional[1] bajo el lema “Reflexionando sobre los 20 años de democracia en Sudáfrica: celebrando logros y creando estrategias ante los desafíos de la igualdad de género”, con la participación de la sociedad civil, del sector privado, académicos, medios de comunicación, el sector gubernamental de sus nueve provincias y representantes de agencias de cooperación internacional.

También ese año se editó el número 100 de la revista feminista sudafricana Agenda[2] dedicado a reflexionar, bajo una lente feminista, los logros y pendientes hacia una sociedad post apartheid más justa y equitativa.

Se trata, a mi parecer, de una coyuntura que invita a reflexionar no sólo sobre un determinado contexto –el sudafricano- y desde el (los) feminismo(s) sino precisamente sobre las feministas sudafricanas y sus políticas de nombrarse y ejercer una praxis feminista en su país. Para esta tarea me apoyaré en el pensamiento feminista de Patricia McFadden.[3]

Ante todo hay que partir de considerar que el feminismo (en singular) ha sido un concepto incómodo en Sudáfrica –y en toda África- caracterizado como “importación de occidente”.[4] Durante las luchas de liberación colonial –muchas de inspiración marxista- que para el caso sudafricano se prolongaron en la lucha contra el régimen de apartheid, la sola posibilidad de una agenda desde las mujeres y sus necesidades particulares era considerada un distractor de la lucha de “inspiración occidental”, que sólo provocaba división. Cada vez que desde los movimientos y organizaciones de mujeres, éstas levantaban la voz contra prácticas que afectan sus condiciones de vida y que son parte de un discurso nacionalista anticolonial que instituye usos y costumbres y “la tradición” como valores nacionales en lugar de procesos con historia, corrían el riesgo de ser identificadas como agentes de ideas foráneas, no africanas.

Quizás es por esto último que en Sudáfrica las académicas son muy cuidadosas en diferenciar al o los “Movimientos de mujeres” de los feministas, aunque los primeros hayan tenido y tengan agendas que podamos considerar como feministas. Y es que recién en los años previos a la transición con que se dio fin al régimen de apartheid, sobre todo durante las acciones del Frente Democrático Unido (United Democratic Front, organización no racial establecida en 1983 y que nucleaba a numerosas organizaciones antiapartheid[5]), que muchos colectivos de mujeres activistas comenzaron a definir su hacer más abiertamente como feminista.

Son estos colectivos los que asumieron el liderazgo para organizar por encima de las divisiones de clase y raza una coalición nacional de mujeres (Women’s National Coalition, WNC) en 1994 (que incluía organizaciones de base de mujeres en condiciones de marginalidad) con el objetivo de redactar una Carta o Declaración (Women’s Charter for Effective Equality) cuyo texto fuese tenido en cuenta en la elaboración de la nueva constitución.[6] De este gran momento de unión nacional por encima incluso de divisiones partidistas o religiosas se pasó, una vez alcanzado ese objetivo, a movimientos localizados cuyo principal interlocutor es el Estado frente al que se demanda el reconocimiento de identidades diversas, la garantía de los derechos y la redistribución de recursos. Los modos de acción van desde la protesta en las calles y hasta la ampliación de las agendas en políticas institucionalizadas. A nivel de las organizaciones de base han buscado establecer redes solidarias de acción en sus comunidades. Operan así en múltiples arenas interpelando a diversos niveles de gobierno.

Las editoras del número 100 de Agenda, las feministas académicas Amanda Gouws y Shireen Hassim (2014:4) formulan la pregunta incómoda de si basta con incrementar de manera formal (mediante reformas legales, políticas de igualdad de oportunidades entre otras), la equidad de género. En otras palabras ¿basta con resultados que se ajustan a un modelo de democracia formal que “cumple” porque cuenta con la estructura legal e institucional para instrumentar derechos, pero que no resulta en justicia para las mujeres de los sectores excluidos (sobre todo de las áreas rurales y de los asentamientos informales) quienes siguen constituyendo la mayoría de la población del país? El análisis crítico de estas falencias revela una agenda que en palabras de Gertrude Fester

 “[…] se presenta ostensiblemente como transformadora pero que estuvo y está permeada por valores patriarcales profundamente incrustados” (Fester, 2014: 74-75).

¿Pero cuáles son los logros que deberían celebrarse según la cumbre organizada por la CGE? En primer lugar una de las Constituciones más completas en materia de reconocimiento de derechos y protección contra la discriminación basada en el género; el establecimiento primero de una Política Nacional de Mujeres (Gender National Machinery) con sus instituciones y luego, desde 2009, de un Ministerio de las mujeres, los niños y las personas con discapacidad; un Parlamento con 45% de mujeres como representantes; la firma de instrumentos legales a nivel internacional como la Convención contra la eliminación de todas las formas de discriminación contra las mujeres (CEDAW por sus siglas en inglés) y su ratificación (en 1993 y 1995 respectivamente), la Plataforma de Acción de Beijing (1995), la Declaración del Milenio (2000), el Protocolo de la Carta Africana por los Derechos Humanos y de los Pueblos y los Derechos de las Mujeres en África o Protocolo de Maputo (2004)[7], la Declaración Solemne de Igualdad de Género en África (2004)[8] y el Protocolo sobre Género y Desarrollo de la Comunidad para el Desarrollo del Sur de África (2008).[9]

A nivel nacional, la aprobación de leyes como la Ley de elección de terminación del embarazo (Ley N. 92 de 1996 enmendada en 2008, N° 1)[10] , la Ley de reconocimiento de matrimonios bajo usos y costumbres (N° 120 de 1998)[11], la Ley de Igualdad en el Empleo (N° 55 de 1998)[12], la Ley sobre violencia doméstica (N° 116 de 1998)[13], la Ley de pensión o cuota alimenticia (Ley 99 de 1998)[14], la Ley de promoción de la igualdad y prevención de la injusta discriminación (N° 4 de 2000)[15], la Ley de reforma al Derecho Penal (delitos sexuales y cuestiones relacionadas) (N° 32 de 2007)[16], la Ley de protección contra el acoso (N° 17 de 2011)[17] y la Ley de prevención y lucha contra la trata de personas (N° 7 de 2013)[18] (CGE, 2014).

Hassim coincide en que grandes progresos se han hecho en materia de igualdad legal, reformas al derecho y representación política. Sin embargo esta igualdad formal se desdibuja a la hora de hacerla sustantiva, sobre todo para amplios sectores de la población rural femenina que no pueden hacer efectivos sus derechos ciudadanos y siguen asolados por la pobreza en espacios donde la autoridad de los jefes tradicionales lejos de aminorar ha sido reafirmada (Hassim, 2014:16 ).

 Para el caso de las campesinas se carece, por ejemplo de mecanismos de monitoreo de la protección de sus derechos laborales. En los sectores urbanos un gran pendiente sigue siendo la integración, reconocimiento y apoyo al comercio informal, sector económico de mayoría femenina y el monitoreo del respecto a los derechos laborales de las trabajadoras del hogar (Aschman, 2014: 100). En la esfera privada de sus familias las mujeres también padecen inequidad sin poder por ejemplo controlar sus propios procesos reproductivos. Asimismo el cambio en materia legal no se ha traducido en una transformación sustantiva de la calidad de los servicios que brindan las instituciones del Estado que siguen dominadas por una cultura heteropatriarcal.

¿Qué tan distantes están estos “logros” de las demandas históricas de los movimientos de mujeres en el país y de la caracterización del feminismo en África que formula la feminista radical Patricia McFadden en la cita textual con que inicio esta reflexión?

Respecto a las demandas “históricas” Gouws opina que ha habido una continuidad en los reclamos de las mujeres organizadas ya sea en grandes organizaciones como lo fue la Federación Sudafricana de Mujeres (FSAW) durante el apartheid y la Coalición de Mujeres así como desde organizaciones comunitarias populares de base[19], todas ellas han exigido y exigen representación en el gobierno, igualdad en el trabajo, están en contra de formas culturales de opresión y exclusión social y económica. En esas movilizaciones y prácticamente desde la década del cincuenta se fue creando “una mayor sensibilidad en torno a las intersecciones de raza, clase, género, discapacidad y orientación sexual” (Gouws, 2014:19).

Hassim por su parte, en un excelente ejercicio, contrasta las demandas de las sudafricanas en la Carta o Declaración de las Mujeres (Women’s Charter) de 1954 adoptada el día de inauguración de la Federación Sudafricana de Mujeres (Federation of South African Women, FSAW) -una organización nacional de mujeres por encima de las diferencias raciales (Cejas, 2004 a y b) -, y la elaborada por la Coalición Nacional de Mujeres a inicios de la década de 1990 (gracias a los esfuerzos de líderes feministas como Debbie Budlender y Pregs Govender), con los logros de veinte años de democracia (Hassim, 2014).

Ambas son universalistas y esbozan un proyecto de comunidad nacional de ciudadanos con derechos plenos, condición totalmente ajena al régimen racista y sexista del apartheid. También coinciden en un concepto de igualdad que debe incluir transformaciones políticas, económicas y sociales. Aunque ambas son claramente antipatriarcales, la segunda utiliza lisa y llanamente el término para nombrar la razón de la marginación que padecen las mujeres. La primera es claramente heteronormativa, mientras la segunda reconoce a la diversidad en las familias y a los derechos sexuales y reproductivos (para una análisis comparativo de ambos documentos véase Hassim, 2014)

Gouws y Hassim (2014) señalan que tanto el feminismo de raíz socialista como el radical en Sudáfrica coinciden en criticar seriamente las limitaciones del modelo liberal que finalmente se impuso en Sudáfrica y que se caracteriza por no distinguir entre igualdad formal y la igualdad en los resultados. El primero enfatizando la falta de cambios en la configuración económica de la sociedad, con una economía que todavía se sostiene en gran parte del trabajo de cuidado no pagado de las mujeres y su restricción como mano de obra económicamente activa a los sectores menos calificados y peor pagados.

Denuncian entonces el desplazamiento de la lucha anticapitalista y anticolonial como componente consustancial de la agenda feminista, para reducirla a un andamiaje institucional que reforma en lugar de transformar las condiciones sociales de la mayoría de las mujeres. El reclamo es entonces por derechos socioeconómicos que resulten en igualdad sustancial porque atacarían la pobreza, el desempleo y la marginación.

Por su parte el feminismo radical, expresado en diversos colectivos de mujeres, critica la ausencia de cambios en una condición donde el patriarcado mantiene el control de la sexualidad de las mujeres y de sus capacidades reproductivas. En este sentido insisten en la necesidad de considerar a los cuerpos de las mujeres como sitios de disputas por el poder donde se ejerce violencia en variadas formas: crímenes de odio –las mal llamadas “violaciones correctivas”- contra lesbianas, la ausencia de un sistema de salud integral para las mujeres que no se limite a su atención en tanto madres, prácticas culturales como los test de virginidad y el ukuthwala (secuestro de jóvenes para forzarlas al matrimonio), y las múltiples consecuencias de la  pobreza.

  A mi parecer la clave de la razón del triunfo de un modelo que aparentemente se hace eco de las demandas históricas de las sudafricanas pero que en verdad las distorsiona, vaciándolas de contenido político, está en el pensamiento feminista radical de Patricia Mcfadden cuando analiza los retos del feminismo en África:

“Considero que no ha habido desde la independencia una transición real en términos de adquisición de derechos, y mi posición es que esto se debe al escaso margen y a la falta de habilidad del nacionalismo como ideología de resistencia y práctica política para proveer una distribución inclusiva para todo/as lo/as africano/as, sobre todo porque fue y es formulada al servicio de las clases gobernantes a nivel local y global. No obstante, ha habido cambios significativos para las africanas en sus comunidades como resultado de las luchas anticoloniales que ameritan reconocerse y celebrarse, pero con cautela[… ]la mayoría de los aspectos productivos de la transición se nos escaparon, y para las feministas africanas esas posibilidades fueron definitivamente capturadas y reconceptualizadas mediante una ideología neoliberal muy hegemónica .”(Mcfadeen, 2011: 12)

Una conclusión evidente en los artículos del número 100 de Agenda es que el giro institucional en la política de género desde 1994 ha producido resultados dispares. Las instituciones siguen estando guiadas por culturas institucionales que son de dominio masculino. A pesar de la presencia de una masa crítica de mujeres en el Parlamento, el Consejo de Ministros y en la función pública, se muestra poco compromiso con la aplicación de los principios de igualdad de género. Incluso el sistema de cuotas ha sido resistido por algunos partidos políticos.

Respecto al movimiento de mujeres, durante los noventas algunas activistas y académicas feministas sudafricanas acordaron en que era conveniente que las mujeres participaran en las instituciones de gobierno una vez iniciado el proceso democrático con las primeras elecciones universales (1994) y bajo una Constitución post apartheid (1996), y que había que establecer estructuras estatales apropiadas para una Política Nacional de Mujeres (Women’s National Machinery) que luego cambió en su denominación a “mujeres” por “género” (National Gender Machieary, NGM). Esto trajo aparejados problemas sobre la representación (quién podía hablar por quién y bajo qué circunstancias), las identidades de género y raza fueron puestas sobre la mesa para demostrar la posición privilegiada de las feministas blancas en la academia. Se exigían políticas de diferencia. 

Por otra parte para la misma época y desde la academia “se pasó de hablar de feminismo en singular a “feminismo(s) africanos”: focalizando en maternidad, cuerpo y sexualidad para entender los mecanismos de control de la sexualidad de las mujeres mediante la “costumbre y la cultura”, pero también a través de sus experiencias para mostrar que la cultura y la subjetividad son construidas socialmente y discursivamente” (Gouws, 2010:14). Desiree Lewis (2007) considera que hay que situar a la investigación sobre mujeres y género en una década (los noventas) marcada por importantes reformas al sector público, y esto no sólo en Sudáfrica.

Resultado en parte de las presiones de los países donantes del norte para lograr cierta estabilidad en sus economías y sociedades mediante fórmulas de “good governance” que incluían “gender transformation”, se legitimaron oficialmente los estudios de género como disciplina académica y campo de estudios con implicaciones en las políticas públicas en el marco de un proyecto neoliberal de modernización del estado-nación.

Esta agenda “desde arriba” condicionó mucho de lo que se podía hacer desde la academia con demandas específicas orientadas por el mercado o por las agencias del gobierno. Se trataba de “hacer género” para la “industria del desarrollo” (Mama, 1997:413). Como consecuencia de la Conferencia Internacional de Mujeres de Beijing en 1995 se pusieron en acción políticas como la transversalidad de género (gender mainstreaming)), mediante las que se hicieron concesiones “oficialmente reguladas” a los movimientos de la sociedad civil que clamaban por una transformación en las relaciones de género.

El modelo “desde arriba” con sus fórmulas y conceptos se traducía a los programas nacionales de transversalidad de género, teniendo como principal objetivo producir información cuantificable para medir logros en materia de género. Términos fragmentados, a manera de fórmulas (como gender aware, gender focal point, gender sensitivity, gender disaggregated data y women’s empowerment) empezaron a reemplazar lo que había sido un discurso feminista orientado a la transformación de las condiciones de vida de las mujeres (Lewis, 2007: 22). Toda esta dinámica afectaba la labor docente y de investigación de los principales espacios académicos de estudios de género.

McFadden reflexionaba así al respecto en 2004:

“[…]la coacción de silencio del proyecto patriarcal de derecha incluye lo que se conoce como “transversalidad de género”. Esto tiene básicamente dos objetivos ideológicos: tornar manipulable a la igualdad de género (a través de pequeñas concesiones a mujeres y niñas mediante retoques a instituciones patriarcales clave), y arrebatarle la ira y el fuego a la política feminista (mediante la representación de las feministas como individuos extremistas, irrazonables y frustradas que no se darán por satisfechas hasta que la sociedad quede ‘destruida’). (McFadden, 2004)

Varias feministas como la misma Lewis (Hendricks and Lewis, 1994) consiguieron, aún en los noventas, continuar con la producción de un conocimiento crítico sobre temas como identidad y diferencia cuestionando precisamente las agendas de investigación y los modelos teóricos que aparentemente criticaban la injusticia racial y de género

En política, varias líderes feministas pasaron entonces a desempeñarse en instituciones como  el mismo Parlamento, lo que se tradujo en desmovilización y fragmentación del movimiento de mujeres. En un primer momento y al situarse en posiciones de liderazgo activistas feministas, con agendas por las mujeres que estaban por encima de la adscripción a determinado partido político (mediante el cual habían sido elegidas para puestos de representación popular), lograron impulsar cambios como la sanción de leyes y el diseño de políticas institucionales como el NGM, tal es así que el primer parlamento post apartheid fue reconocido por su activismo legislativo (Britton, 2005, Walsh, 2010).[20]

Con el tiempo, muchas de estas posturas comenzaron a entrar en conflicto con la “línea política del partido” que exigía disciplina partidaria y lealtad hacia los colegas varones.[21] Para algunas de ellas como Pregs Govender[22], significó la renuncia a su puesto en 2002 y el repliegue a organizaciones de la sociedad civil. Políticas feministas como ella, serán reemplazadas progresivamente por mujeres leales al partido, cada vez más tecnócratas y renuentes a consignas o identificaciones que las vinculen al feminismo. Las pocas feministas que quedan, las “femócratas”, como se las llamaba, trabajaban prácticamente solas en instituciones profundamente patriarcales y se alejaban cada vez más de los vínculos estratégicos con las organizaciones de base.

Respecto de la composición parlamentaria, esta institución pasó a estar progresivamente en manos de la liga de mujeres del partido gobernante. Mujeres, muchas de ellas sin agenda feminista pero sí de género en tanto “expertas” en la materia, a quienes McFadden definió como “divas del género”. Aquellas que “pueden ser un obstáculo para las propuestas feministas radicales y quienes a través de ‘políticas profundamente reaccionarias’ refuerzan las estrategias ‘band-aid’ de la ONU y otros organismos internacionales” (Fester citando palabras de McFadden durante un panel que compartieron en 2003, Fester, 2014:75).

 Y quienes además se transformaron en agentes de la agenda conservadora y nacionalista del partido en el poder traducidas en una retórica de género que Lindiwe Makhunga define irónicamente como de “cuidados paliativos” en lugar de atacar de fondo problemas como la feminización de la pobreza y la violencia contra las mujeres (sobre mujeres en el Parlamento sudafricano véase Makhunga, 2014).

Ante este fenómeno y desde una mirada feminista -en un texto pionero publicado en 2004-, Patricia McFadden, haciendo eco del discurso de la feminista radical estadounidense Andrea Dworkin en 1997 se preguntaba:

[…]están temerosas, aquellas que han conseguido algo del movimiento de las mujeres, de que la resistencia o la rebelión o inclusive la indagatoria política les pueda costar lo poco que han conseguido? ¿Por qué seguimos haciendo tratos con los hombres una por una en lugar de exigir colectivamente lo que necesitamos? Son preguntas difíciles, incómodas, que requieren una reflexión más profunda sobre los principios fundamentales del Movimiento y las formas en que las personas que se autodenominan feministas viven sus vidas públicas y privadas. Aquí es donde la noción de autonomía feminista se vuelve crítica en la producción del cambio de lo que se ha convertido en “la política de las mujeres” a una “praxis feminista radical”, un activismo alimentado por una conciencia política consistentemente crítica y reflexiva; uno que cuestiona cada giro de la vida diaria, en alerta constante ante  los intereses de clase oportunista de aquellas que ocultan sus agendas nacionalistas bajo la apariencia de proclamas feministas”.McFadden (abril 2004)

Y es que la institucionalización de las “políticas para mujeres” mediante las acciones de las activistas feministas en el gobierno y la aplicación de estrategias de transversalidad de género terminó despolitizando el activismo feminista. Lo que contribuyó a interpretar cualquier acción “feminista” como equivalente  a un análisis tecnocrático de necesidades más que un compromiso con relaciones de poder y el abuso de argumentos culturales que subordinan a las mujeres.

Según McFadden esto se debe a la superposición asfixiante de la retórica y acción nacionalista sobre la agenda de las mujeres, de allí la pertinencia de volver a preguntarse por la autonomía y la necesidad de poner en acción una auténtica praxis feminista:

“Dada la 'inundación' de las influencias ideológicas nacionalistas y su retórica en los espacios que hemos llegado a considerar como del "Movimiento de las mujeres africanas", estoy convencida de que preguntar por la relevancia de autonomía para las feministas a nivel individual no sólo es inevitable, sino esencial para nuestra existencia y para la viabilidad de nuestra praxis política”.(McFadden, 2004) 

Expresiones como igualdad de género (gender equality), empoderamiento (women’s empowerment) y transformación de género (gender transformation) empezaron a dominar el espectro de las políticas nacionales de “transversalidad de género” (gender mainstreaming). Se impuso así un lenguaje “neutral” en políticas públicas que esconde la complejidad de las relaciones de poder que encarnan. Estas políticas se convirtieron, sobre todo desde la década con que inicia el actual milenio, en un proceso tecnocrático privado del activismo de las mujeres y mediante el que se construyeron discursivamente sujetos universales como receptores pasivos, impidiendo su agencia para el cambio y excluyendo toda posibilidad de proyectos alternativos de transformación en las relaciones de género.

Discursivamente “género” y “grupos vulnerables” reemplazaron a “mujeres” en relación a igualdad, justicia y transformación y se focalizó en derechos individuales liberales y en materializar la reforma legal. Las mujeres pasaron a ser junto a niños y discapacitados: población vulnerable, léase desprovista de agencia. De este modo se evitaba una real reflexión sobre las relaciones de género y una agenda para el cambio, despolitizándose progresivamente el proyecto feminista que había dado vida a la Coalición Nacional de Mujeres (Lewis, 2009).

Al localizarse entonces toda posibilidad de “hacer política” en las instituciones, el activismo feminista quedó despolitizado y las “políticas de género” terminaron siendo implementadas por personas que difícilmente eran expertas en género o activistas feministas. La representación de las mujeres en el gobierno se tornó en juego de números. La praxis feminista se hizo efectiva, sin embargo, en mujeres de organizaciones de base populares aunque no se autodenominasen feministas (véanse ejemplos al respecto en Gouws, 2010:16).

La transversalidad de género se redujo a mera fórmula porque no funciona al tratar de implementarla en culturas organizacionales androcéntricas y hostiles a los intereses de las mujeres. Entonces se reduce a “tool kits” (juegos de herramientas) y “checklists”(listas de verificación) para asegurar que el género es tomado en cuenta en las instituciones. Las políticas de transversalidad se volvieron parte entonces de la institucionalización del género y la imposición de marcos discursivos y nuevas tecnologías de gobernanza y regulación de los sujetos que “significan” de una determinada manera los “intereses de género”. Entonces género refiere a las dimensiones técnicas y formales del cambio social más que a transformación feminista dando lugar a lo que algunas críticas pasaron a llamar “industria del género” (gender industry) (Gouws,2010).

 

A manera de conclusión

Conviene cerrar estas reflexiones con esta aclaración sobre el feminismo y sus alcances presentada durante la cumbre nacional de género en 2014 como resultado del “Diálogo Feminista” convocado por la revista Agenda y el Consejo de Investigación en Ciencias Humanas (Human Sciences Research Council, HSRC) y que sirve sin duda a la autoreflexión de las mismas feministas sudafricanas:

“[…]Cuando hablamos de feminismo, estamos hablando de un movimiento social y de una filosofía dirigidos a la transformación de la condición de las mujeres, por lo que implica una deconstrucción de todos los obstáculos a su liberación, y no la igualdad de género. Tenemos que entender y conocer tanto el lenguaje como el poder del patriarcado, es decir las relaciones de poder entre hombres y mujeres, como premisa del patriarcado, con el fin de desafiarlas. También tenemos que hacer frente al debilitamiento y a la oposición al feminismo en los espacios públicos y no sólo la que se realiza desde el Estado y sus instituciones“.(Westmore-Susse, 2014:111)

La advertencia de Patricia McFadden formulada la década pasada pero de incuestionable actualidad, completa el grado de desafío que representan la autonomía y la praxis feminista para las agendas feministas en el continente:

“En todas partes estos días constatamos la evidencia del lenguaje atenuado que alude a la “conciencia de género” y que reduce las posturas políticas feministas radicales a "cuestiones" pulcras, manejables e inofensivas en el marco de los "programas de desarrollo". Sin un sentido claro y radical de lo que significa la autonomía feminista para nosotras mismas en la definición de nuestra propia identidad como feministas, nos veremos obligadas a afrontar grandes dificultades para responder a las expresiones reaccionarias de la derecha, a menudo articulados por las mismas mujeres que afirman ser tanto "activistas de género" como "feministas". Me parece que el carácter nocivo del conservadurismo en nuestro Movimiento es mucho más profundo que lo que muchas feministas africanas han reconocido, y su manifestación en la despolitización de la lenguaje, especialmente en torno de los temas de sexualidad e integridad corporal, refleja la aún más peligrosa aceptación en el continente de las políticas abiertamente de derecha de regímenes neoconservadores como el de Bush” (McFadden, 2004).

 

Bibliografía:

Aschman, Gray (2014) “Commission for Gender Equality National Gender Summit”, en Agenda, 28:2, pp. 98-101.


Britton, Hannah E. (2005), Women in the South African Parliament: From Resistance to Governance, Chicago, University of Illinois Press.

Cejas, Mónica (2004a), “Apartheid Seen Through Women’s Eyes: the Case of the Federation of South African Women (FSAW) in the 1950’s”, en JCAS Symposium Series. Osaka. The Japan Center for Area Studies National Museum of Ethnology,  pp. 93-112.

Cejas, Mónica (2004b),  ‘Creating a Women’s Political Space within the Anti-Apartheid Movement of 1950’s: The Case of the Federation of South African Women (1954-1963)’, Ph.D. Thesis, Graduate School of International and Cultural Studies, Tsuda University, Tokyo, Japan.

Cejas, Mónica (2012), “100% Zulu Boy’: politizando y culturizando sexualidades. Una lectura de la actualidad sudafricana a partir de las resonancias del caso Jacob Zuma” en Dalia Barrera (coord.), Género, Cultura, Discurso, Poder y Memoria. México, ENAH, pp. 433-446.

Commission for Gender Equality (2014a), The Concept Note: National Gender Summit, 9–11 April 2014. (Unpublished.)

Gouws, Amanda y Shireem Hassim (2014), “Who’s Afraid of Feminism? South African Democracy at 20: An Introduction”, en Agenda, 100/28:2, pp. 4-6.

Fester, Gertrude (2014), “The feminist agenda – challenges, complexitiesand contradictions: South Africa 1994-2014” en Agenda, 100/28:2, pp. 74-82.

Govender, Pregs (2007), Love and Courage: A Story of Insubordination. Auckland Parks, Sudáfrica, Jacana.

Gouws, Amanda (2010), “Feminism in South Africa today: Have we lost the praxis?”, en Agenda, N. 83, pp. 13-23.

Gouws, Amanda (2014), “Recognition and redistribution: State of the women's movement in South Africa 20 years after democratic transition”, en Agenda, 28:2, pp. 19-32.

Hassim, Shireen (2014), “Texts and tests of equality: The Women's Charters and the demand for equality in South African political history”, Agenda, 28:2, pp. 7-18.

Hendricks, Cheryl y Desiree Lewis (1994), “Voices from the Margins”, en Agenda, Vol. 10 N. 20, pp. 61-75.

Lewis, Desiree (2007), “Feminism and the radical imagination”, en Agenda, N. 72, pp. 18-31.

Lyons, Tanya (2004), Guns and Guerilla Girls. Women in the Zimbabwean National Liberation Struggle. Asmara, Eritrea, Africa World Press, Inc.

Makhanga, Lindiwe (2014), “South African Parliament and blurred lines: The ANC Women's League and the African National Congress' gendered political narrative”, en Agenda, 28:2, pp. 33-47.

Mama, Amina (1997), “Postscript: Moving from Analysis to Practice”, en Ayesha Iman, Amina Mama y Fatow Sow (eds.) Engendering Africna Social Sciences, Dakar, CODESRIA, pp. 413-424.

McFadden, Patricia (2004), “Why Feminist Authonomy Right Now?” en FITO,  N. 1,  e-zine de Fringe Feminist Forum, (abril 2004) http://saradias.co.za/fito/fito_no1/articles/mcfadden_why_feminist.htm (acceso 23/07/2016)

McFadden, Patricia (2011), “Contemporary African Feminism: Conceptual Challenges and Transformational Prospects”, en Buwa! Journal of African women’s experiences, Open Society Initiative for Southern Africa (OSISA) (8 de julio de 2001) pp. 11-17. http://www.osisa.org/buwa/womens-rights/regional/contemporary-african-feminism-conceptual-challenges-and-transformational

Vetten, Lisa, Lindiwe Makhunga y Alexandra Leisegang (2012) Making Women’s Representation in Parliament Count: The Case of Violence against Women, Johannesburgo, Tshwaranang Legal Advocacy Centre (editado por Shireen Hassim).

Walsh, Denise M, (2010) Women’s Rights in Democratizing States. Just Debate and Gender Justice in the Public Sphere. Cambridge: Cambridge University Press.

Westmore-Susse, Jean (2014), “Who’s afraid of feminism? The state of gender equality 20 years after the democratic transition” en Agenda, 100/28:2, pp. 102-113.

Biography

Mónica Cejas, profesora investigadora de la Maestría en Estudios de la Mujer y del Doctorado en Estudios Feministas de la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco de la Ciudad de México. Doctora en estudios internacionales y culturales por la universidad Tsuda de Tokio, Japón. Líneas de investigación: género, nación y ciudadanía en Sudáfrica; movimientos de mujeres en África; género y políticas de la memoria; feminismos, cultura y política en África y América Latina. https://xoc-uam.academia.edu/MonicaCejas


 

[1] La primera cumbre se llevó a cabo en 2001 bajo el lema “Haciendo efectiva la igualdad de género: justicia, paz y erradicación de la pobreza”. Entres sus objetivos destacan la evaluación de los resultados efectivos en materia de equidad de género de acuerdo a los convenios internacionales firmados y ratificados por Sudáfrica; examinar el impacto y la eficacia de los mecanismos institucionales instituidos e implementados con el proceso democrático post apartheid y evaluar los esfuerzos y retos de quienes tiene directa incidencia en los cambios necesarios en esta materia como el sector privado, el gubernamental, las organizaciones civiles, el movimiento de mujeres y los donantes externos. Véase el informe del Grupo de Monitoreo Parlamentario de Sudáfrica https://pmg.org.za/committee-meeting/573/ (acceso 26/07/2016).

[2] Su primer número fue editado en 1987 por un colectivo de feministas académicas y activistas basadas en lo que hoy es la provincia de KwaZulu-Natal, en pleno estado de emergencia durante el apartheid. Ha sido y es el espacio de expresión de las feministas en Sudáfrica en sus variadas inserciones sociales, construyendo un valioso puente entre las diversas expresiones del movimiento de mujeres en el país, de su activismo y el pensamiento feminista desde África.

[3] Patricia McFadden es una feminista africana nacida en Suazilandia, con un activo feminismo en el continente y fuera de él. Fue directora del prometedor Centro de Estudios Feministas de Harare,  Zimbabwe fundado en 1995 y editora de la revista SAFERE (Southen African Feminist Review) que alimentaba un intenso debate entre feministas de la región, ambos espacios sufrieron los embates de un gobierno que promovía un proyecto nacionalista patriarcal y androcéntrico donde la palabra feminista no podía, por definición, encontrar cabida. El primero fue cerrado argumentado problemas en su registro, la publicación, después de cuatro exitosas ediciones en 1995 y 1996, se quedó sin recursos (Lyons, 2004: 61). McFadden con sus incisivas reflexiones desde un feminismo radical que abreva en el mismo pensamiento africano en diálogo con el feminismo afroamericano y  sus propias experiencias como mujer negra africana académica y activista ha producido y produce un pensamiento propio sobre las diversas manifestaciones del feminismo en el continente, sobre sus alcances y limitaciones.

[4] Aquí habría que preguntarse por qué no ocurrió y ocurre lo mismo con otras corrientes de pensamiento como el mismo marxismo…

[5] Tal fue el caso de organizaciones de mujeres como: la Organización de Mujeres de Natal (Natal Organisation of Women), la Organización de Mujeres Unidas (United Women’s Organisation), el Congreso de Mujeres Unidas (United Women’s Congress), y la Organización de Mujeres de Port Alfred (Port Alfred Women’s Organisation). Todas ellas se encargaron de exigir que en el lenguaje de las demandas de la lucha antiapartheid se agregase “no sexista” (Hassim, 2014:12)

[6]  Tres de los objetivos centrales de esta Declaración fueron incluidos en la Constitución de 1996: el reconocimiento de la igualdad legal y política de las mujeres, la demanda de reconocimiento de los derechos socioeconómicos como parte del concepto de justicia y la acción afirmativa para compensar desventajas históricas. Véase Hassim (2014:7-18)

[7] El texto del Protocolo así como los países firmantes y sus ratificaciones pueden consultarse en:

http://www.achpr.org/instruments/women-protocol/ (consulta 23/07/2016).

[8] Aprobado en la Asamblea de la Unión Africana celebrada en Addis Abeba, Etiopía, en julio de 2004, el texto de la declaración puede consultarse en:

http://www.achpr.org/instruments/declaration-on-gender-equality-in-africa/ (consulta 23/07/2016).

[9] Este protocolo se aprobó y firmó en Johannesburgo, Sudáfrica, en agosto de 2008. El documento puede consultarse en:

http://www.sadc.int/documents-publications/show/Protocol_on_Gender_and_Development_2008.pdf  (consulta 23/07/2016)

[11] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/legislation/acts/1998-120.pdf (acceso 23/07/2016)

[13] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/legislation/acts/1998-116.pdf (acceso 23/07/2016)

[14] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/legislation/acts/1998-099.pdf (acceso 23/07/2016)

[15] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/legislation/acts/2000-004.pdf (acceso 23/07/2016)

[17] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/forms/form_pha.html (acceso 23/07/2016)

[18] Documento de la Ley: http://www.justice.gov.za/legislation/acts/2013-007.pdf (acceso 23/07/2016)

[19] También como miembros de sindicatos, militantes del partido comunista, del ANC, de organizaciones de ahorro solidario como los stokvels y redes de apoyo solidario entre mujeres (Cejas, 2004b).

[20] Tal es el caso de feministas como Gertrude Fester, activista antiapartheid como militante del Congreso Nacional Africano (ANC, por sus siglas en inglés), y desde los ochentas desde el Congreso Unido de Mujeres (United Women’s Congress), la Federación Sudafricana de Mujeres (FSAW), en los noventas  en la Alianza de Mujeres (Women’s Alliance) y una de las organizadoras y promotoras de la Coalición nacional de Mujeres Ya en la transición democrática, ella fue parte muy activa del NGM, proyecto hecho realidad por el que ella misma había luchado. Fue miembro del Parlamento sudafricano como integrante de la Comisión Conjunta de Monitoreo de la Calidad de Vida y la Condición de las Mujeres (Joint Monitoring Committee on the Quality of Life and Status of Women, JMC) una de las instancias eje del NGM. También se desempeñó como comisionada desde 2001 y por cinco años de la CGE.

[21] Por ejemplo llama poderosamente la atención el silencio de las políticas del ANC durante el juicio por violación al presidente Jacob Zuma (véase Cejas, 2012).

[22] Pregaluxmi (Pregs) Govender, diputada por el ANC fue la líder de la JMC establecida en 1996 y que en 1998 adquirió el estatus de Comisión permanente del Parlamento. Desde allí activó conexiones fundamentales entre los diversos órganos de gobierno para acelerar la sanción de leyes, transversalizar monitoreando determinadas políticas para las mujeres,  favoreció una agenda de mujeres por encima de las diferencias partidistas. Promovió instancia de y para mujeres dentro del mismo parlamento como la Unidad de Empoderamiento de las Mujeres (Women’s Empowerment Unit) que ayudaba a las parlamentarias a familiarizarse con el proceso legislativo para participar activamente en él, y también el Grupo de Mujeres Parlamentarias (Parliamentary Women’s Group) que instruía en estrategias que favorecieran la sanción de leyes sensibles al género. Se trató de espacios nunca instituidos formalmente por lo que no gozaron de ningún apoyo financiero para su funcionamiento (Vetten et al., 2012). Todos estos espacios se comenzaron a deteriorar una vez que Govender renunció al Parlamento. Sobre sus conflictos con el partido y sus experiencias como activista feminista enfrentada al liderazgo y políticas masculinistas del ANC en el poder véase su propia reflexión al respecto Love and courage: A Story of Insubordination (2007).

 

labrys, études féministes/ estudos feministas
janeiro/ junho 2016 - janvier/juillet 2016