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labrys, études
féministes/ estudos feministas
janvier /juin 2007 - janeiro / junho 2007
Isotta Nagarola: una voz
inquieta del Renacimiento
Rosa Rius Gatell
Resumo:
Este artigo parte
de uma questão complexa:
“tiveram as mulheres um Renascimento?” e examina as respostas
que já foram
propostas por estudiosos,
para em seguida introduzir novas perspectivas e novos
temas de reflexão. Examina
o contexto de época e o dos estudos humanistas, assim
como a situação das
mulheres em relação a
eles. O artigo se desdobra
por vários percursos
que ampliam nossa visão sobre o Renascimento. O estudo está centrado na humanista e escritora
Isotta Nogorola que viveu na Itália setentrional
durante o século XV, e
rompeu com a tradição da mulher
silente; traça o espaço
público pelo qual
pode circular e sua
relação com a comunidade
intelectual masculina.
.
En un ensayo fundamental para, la reflexión contemporánea
sobre las mujeres en el Renacimiento, Joan Kelly
planteaba hace unos años el siguiente interrogante:
“Did womens have a Renaissance? ( in Amelang y Nash:1999:93) ¿tuvieran
las mujeres renacimiento? Esta pregunta, en deliberada polémica con la
consideración tradicional de la igualdad entre
hombres e mujeres en el Renacimiento – que remonta
a la obra clásica do Jacob Burckhardt, La
civilización del Renacimiento en la Italia (1860) – recibía
una respuesta claramente negativa por parte de la historiadora americana: no hubo
renacimiento para las mujeres – o al menos, “no lo hubo durante el Renacimiento”
(Almelang y Nash:1999:94). Según Kelly, los mismos desarrollos que
descubrieron distintas posibilidades de expresión social
e cultural a los hombres del Renacimiento (consolidación del estado;
emergencia del capitalismo) afectaron adversamente a las mujeres como conjunto,
y en especial las mujeres de clases elevadas,
experimentaron en aquel momento histórico
(en comparación con la Edad Media), según la conclusión de Kelly, una
contracción en las opciones sociales y personales,
que los hombres de sus mismas clases no sufrieron.
Que el Renacimiento mejorase la
vida de las mujeres como afirmó Burckhardt,
es ciertamente una fantasía. Basta
recordar una vez
mis un ejemplo célebre:
en los inicios de la Revolución francesa, en la Declaración de los derechos
humanos, votada en la Asamblea Nacional el
14 de noviembre de 1789, las mujeres quedaban excluidas de los derechos
políticos; Olympe de Gouges afirmó en 1791 los derechos
naturales de las mujeres en su Declaration des droits de la femme,
y por ello fue guillotinada.
Pero aun aceptando que en el Renacimiento las oportunidades para las mujeres fueron pocas, y sus posibilidades de elección,
reducidas, la respuesta de Kelly puede ser
matizada actualmente. Por
una parte, conviene recordar,
aunque solo sea apuntándolo, que el Renacimiento es un fenómeno bastante más complejo de lo que
se desprende de los cuadros tradicionales que
se han dado del periodo. El estudio mas atento
de la Edad Media y del Renacimiento ha redimensionado sus características
y ha derribado algunos de los mitos que acompañaban obstinadamente sus respectivas
definiciones. Por otra, y en concrete por
lo que se refiere a las mujeres, la historiografía reciente, limitándonos
a algunas aportaciones mas o menos
acordes, o en polémica, con el ensayo pionero
de Joan Kelly, proporciona dates que permiten afirmar que, por lo menos en cierto sector de vida cultural y social,
se produjeron “renacimientos” femeninos, durante
los siglos del Renacimiento.
David Herlihy, por ejemplo, situándose
en el piano religioso, resalta la importancia del papel
carismático de muchas
mujeres del Renacimiento, característica ésta
que había de conferirles una preeminencia especial;
si las mujeres, escribe Herlihy, perdieron poder, visibilidad y estatus a finales
de la Edad Media, adquirieron en cambio, con relativa
frecuencia, un poder
carismático: Catalina de Siena, Juana de Arco,
y otras muchas mujeres de la Época «fueron
individualistas en el pleno sentido
de la palabra, confiando en sus voces interiores,
criticas con el establishment dominado por los hombres y con el modo en que
este regia la sociedad» (Herlihy:1985:16). ¿Mujeres
con Renacimiento, pues? Concluyamos que
no supuso un paso atrás para todas. Algo cambia en el Renacimiento para que
algunas mujeres tuvieran una distinta percepción de si
mismas, y lo expresaran, aunque ello no mejorase su condición social
do un modo visible. Esas mujeres “con Renacimiento”
procedían generalmente de familias cultas, privilegiadas;
del mismo modo, cabe recordar,
que en los hombres contemporáneos también
vida y mente libres se relacionaban
estrechamente con su pertenencia a una elite.
Decía que
en el Renacimiento hubo mujeres que expresaron
nuevas percepciones de si mismas y buscaron causas
y consecuencias de su subordinación. Escribiendo, esforzadamente, consiguieron perfilar y definir,
poco a poco, unas identidades femeninas que
lograron transmitirnos como un legado valioso, como un precioso
patrimonio.
Algunas de estas mujeres pertenecen a aquel fenómeno de
la mujer “erudita” que emergió en Italia en el siglo XV
– como la viuda paduana Magdalena Scrovegni (1356-1429),
considerada “la primera humanista” - se difundió por la Europa occidental
en el XVI y comenzó a decaer durante el siglo
XVII. Siguiendo el género de estudios elaborado por
los maestros humanistas,
los studia humanitatis, estas mujeres alcanzaron un alto
nivel de conocimientos y se distinguieron por
sus actividades creativas en numerosas disciplinas culturales. Concretamente
en la Italia del Quattrocento se identifican alrededor de treinta, de
las que se conservan escritos (cartas,
poesías, discursos y tratados)
de diez, aproximadamente. Védase de Maio (1987)
que cita las pocas mujeres que
en sentido estricto fueron humanistas en un trabajo
bien documentado, el primer “hilo de Ariadna” que me ayudó a localizar fuentes y estudios de mujeres en el Renacimiento.
Del Humanismo –movimiento renacentista,
sin el cual resulta difícil comprender el papel
que jugaron las letras antiguas durante
el Renacimiento– estas mujeres conseguirían ir
extrayendo elementos para
contestar, con mayor o menor timidez, vehemencia o ironía, una
tradición adversa, milenaria,
que consideraba a las mujeres como seres inferiores e incapaces: ens minus cuya misión consistía básicamente
en perpetuar la vida
y criar a los hijos, hilar y tejer; propiedad
del hombre, del mismo modo que
lo eran hijos, can, animales, campos y cosechas. Esta noción refleja en gran
medida las ideas de Aristóteles sobre las mujeres. La concepción del “maestro di color che sanno” – autoridad de peso indiscutible tuvo una extraordinaria influencia
en este campo. Recordemos
que para Aristóteles “la mujer”, que
“es como un hombre defectuoso”, es mujer “en
virtud de una cierta carencia de facultades”(De
gener.anim.I,19,726be) y, al ser inferior por naturaleza, es, por
ello, “súbdita y esclava” (Política I,2,1252).
Una de las actividades básicas del movimiento humanista, la recuperación do textos, que
permitía repensar y des-cubrir viejas-nuevas
filosofías, y que, contradiciendo
que la filosofía fuese solo una,
afirmaba la posibilidad de su pluralidad, proporcionaría elementos de extraordinaria importancia para las humanistas. Algunos de los
viejos textos recuperados – o releídos desde nuevas
perspectivas – que hablaban
de mujeres bíblicas, griegas y romanas les presentaban modelos femeninos alternativos, capaces de todo
vicio, algunos, como Jezabel, Dalila, Betsabé
entre outras, y de toda virtud otros, como Sara, Rebeca,
Raquel, Débora, Ester, etc (Doglio:1988:9-25); o recordemos a Platón en
La Republica (V, 457) abriendo el acceso a las cargos
publicas a las mujeres y haciéndolas participar
del gobierno en paridad con los hombres y, en cambio, en el Timeo
(91c), a partir de la teoría del útero que se desplaza, atribuyéndoles una naturaleza
más débil e inclinada a la emotividad, la angustia
y el nerviosismo, y situándolas, por ello, en
posición subordinada en el plano ético y social.
Estas polaridades, durante el Renacimiento, les permitieron confrontar diferentes dignidades
y distintas condiciones femeninas. La diferencia se convirtió, sobre
todo, en motivo de reflexión.
A través del método humanístico, caracterizado
por su autonomía crítica,
se pondrían también de manifiesto antologías en el Génesis y en Pablo
de Tarso (textos tomados
siempre como referencia en el discurso sobre
la subordinación de las mujeres). A partir
de las contradicciones, llegarían a leerse con sospecha incluso
algunas de las mas influyentes prohibiciones paulinas. Pero dejemos solo apuntadas, de momento, las dudas y acerquémonos
a una de estas mujeres, Isotta Nogarola (casi
la pionera del grupo), cuyas palabras se han conservado,
lo cual permite una aproximación más inmediata
e íntima.
Isotta Nogarola (1418-1466), vivió y escribió en la Italia
septentrional del siglo XV. Partiendo de sus estudios de studia bumaniratis,
Isotta aprendió a manejar instrumentos
que habían de permitirle acercarse a los clásicos
– y a usarlos – con respeto, pero sin reverencia; gracias a su formación,
logró establecer con los autores antiguos relaciones mucho más directas y personales que
las que hubiese podido alcanzar partiendo de
los métodos de educación tradicional.
Isotta Nogarola nació en el seno de una de las familias más ilustres
de la nobleza de Verona, que contaba ya con dos
mujeres dotadas de un particular talento como escritoras: Antonia (comienzos
del siglo X1V) y Angela, tía de Isotta, que vivió
durante las primeras decadas del Quattrocenro.
Isotta inició su formación intelectual en
compañía de su hermana Ginevra, bajo la guía de su
madre Bianca Borromeo, mujer extraordinaria —viuda de Leonardo Nogarola
- que procuró a sus hijas el nuevo curriculum humanístico. Las
confió a ilustres maestros —todos hombres, según costumbre—, de quienes recibieron una
exquisita educación clásica, con un dominio total
del latín, clave de acceso a la instrucción superior.
Martino Rizzone, uno de sus tutores, fue discípulo de la famosa
escuela del humanista Guarino Veronese. Las dos hermanas comenzaron a ser
conocidas en 1435 y aparecen generalmente unidas
en sus primeras cartas. En 1438, cuando Ginevra tenía unos 21 años se casó con el noble Brunoro Gambara de Brescia y abandonó
sus estudios. Isotta, prosiguiendo su empresa,
perseveró siempre en ellos, leyendo varios autores
como lo mostró Robathan (1944). Escribiendo y
leyendo en latín (no en griego), cultivará sus capacidades intelectuales hasta
lograr un perfecto dominio del instrumento
lingüístico.
Isotta manifestó desde muy joven su intención de unirse al grupo de los humanistas, escribiendo y contestando
cartas sabiamente formuladas que
constituían la contraseña de estos nuevos intelectuales.
A través de sus escritos
una Isotta muy joven divulgaba el fruto de sus
estudios y de su ingenio entre personajes famosos
y poderosos de su época (hombres de estado,
de Iglesia, y humanistas profesionales, principalmente de
Padua, Ferrara y Venecia. Los eruditos de la Italia
septentrional, por su parte, elogiaban su sabiduría a través de cartas llenas de palabras de admiración, que también fueron muy difundidas.
Hasta aquí todo parecerla apuntar hacia la consolidación
de unas relaciones respetuosas y amables, y, en cambio, no fue exactamente
así. La recepción de Isotta –y de otras mujeres de su formación - en aquella
comunidad intelectual fue, digamos, compleja.
Los logros de las mujeres humanistas
son celebrados por sus corresponsales masculinos en términos
de un ideal abstracto (virago, viriles
animi, etc) o de un ideal social (castidad, obediencia, modestia,
belleza, etc). Con pocas excepciones, Isota se encontró con reticencia
y oposiciones más o menos veladas. La resistencia
partía de la convicción, muy compartida, de que las mujeres no debían superar los límites
de estudios – los niveles “moderados”– dentro
de los cuales se consideraba “oportuno”, “conveniente”,
“digno” que se desenvolviese
una “mujer virtuosa”, “casta”
y “modestísima”, e Isotta parecía haberlos “transgredido”, o corría el
peligro de hacerlo.
Para evitar
riesgos de este tipo,
los humanistas habían pensado que contenidos podían aprender las mujeres",
así como también qué espacios podían ocupar.
Antes de continuar
considero oportuno detenerme en este punto para esbozar la tradición en que
se enmarcan las reticencias y oposiciones a que
me he referido.
En 1405, Leonardo Bruni trazó um curriculum de estudios para Battista
da Montefeltro Malatesta (1383-1450), indicándole qué debía leer:
obras latinas históricas, morales,
filosóficas y poéticas. El Aretino recomendaba,
en principio, la misma educación para hombres y mujeres. Si bien en
el caso de éstas, establecía determinados matices: en algunas disciplinas
las mujeres no debían mostrarse totalmente ignorantes,
pero tampoco excesivamente entendidas, si no querían
parecer “indecorosas”. Entre
las disciplinas de “conocimiento limitado” para
las mujeres “virtuosas”, Bruni resalta muy especialmente la retórica:
¿Por qué deben las mujeres preocuparse con las sutilezas de las argumentaciones, los razonamientos, con lo que
denominan “juicios” y con las mil dificultades
de aquel arte [retórica]
si nunca accederán al
foro? Aquel discurso
artificioso (...) es tan necesario para el
abogado como inútil para
la mujer, que, si agita
los brazos al hablar, o incrementa el volumen de su voz, parecerá una
loca de atar. Sin duda esto
es propio de hombres; como las guerras o batallas, así también las
disputas y controversias públicas. La mujer no
aprenderá a hablar ni en pro ni en contra de la voz popular,
ni se ejercitará en los lugares de reunión (...); dejará para los
hombres toda la dureza
del foro (Bruni:1928:11-12).
El límite marcado por Bruni es altamente significativo:
las mujeres virtuosas no deben seguir “indignamente” estudios avanzados.
No es decoroso que hablen ante un auditorio, como
no lo es que desempeñen funciones publicas. ¿Para
qué perfeccionarse en el arte oratoria, si nunca deben “bajar
a la arena”. Los asuntos que
allí se debaten son “ista quiden virorum. Los confines señalados por Bruni se inscribían de lleno en la antigua tradición –de tenaz
persistencia– que, desde la Grecia clásica, pasando por
Roma y el cristianismo eclesiástico aconsejaba - imponía
el silencio alas mujeres. Aristóteles, incorporándose
a esta tradición (Garretas:1990), citando a Sófocles, la reformulaba escribiendo:
“Por eso se debe aplicar a todos lo que el poeta
dijo de la mujer: «en la mujer el silencio es un ornato”,
pero no en el hombres"(Política:1,1260).
Recogida y profusamente difundida
por el cristianismo, esta tradición, que
“sugería” a las mujeres que se “adornase” con
el discreto silencio en la ciudad gobernada por el discurso político,
recibiría un carácter definitivo al sumársele los fragmentos atribuidos a Pablo de Tarso
-tantas veces repetidos, retomados y desarrollados- sobre
las palabras y los silencios femeninos. Poniendo a las mujeres
en una situaci6n de total sumisión –“según la ley”-
respecto a los hombres, los textos de
la tradición paulina les prohibían enseñar (I Timoteo, II, 11-15) y hablar
en las asambleas, concediéndoles, en el caso
de que quisieran saber algo, que preguntasen a sus maridos,
en casa (“su espacio”), “porque deshonesta cosa
es que una mujer hable en la asambleas (1 Corintios, XIV, 34-35). El
silencio les fue tan insistentemente recomendado
que resulta sorprendente que consiguiesen hablar.
Desatendiendo la recomendación,
esto es, rompiendo el silencio impuesto, fueron elevándose
desde la Antigüedad distintas voces femeninas.
Ya en el Renacimiento, varias mujeres humanistas,
basándose de modo particular en su específica
formación, tomaron la palabra y escribieron. Esforzadamente, decía, definieron
sus identidades con voces inquietas, pero en absoluto carentes de fuerza. En la consolidación
de este fenómeno habría de jugar
un papal muy importante la exégesis
humanística. A partir de la misma, se ponía de manifiesto que si bien, ciertamente, y por
ejemplo, la Biblia contenía los textos paulinos
(comentados durante siglos hasta la saciedad) que,
insistiendo en la sumisi6n, negaba la voz a las
mujeres –“cállense las mujeres en las asambleas”-, era
asimismo cierto que podía leerse en ella, en otros
textos atribuidos también a Pablo, que
Cristo había establecido la paridad de los sexos:
“todos
los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos.
No hay judío, ni griego; no hay siervo, ni libre, no hay
hombre, ni mujer: porque todos vosotros sois uno en Cristo
Jesús”(Gálatas, III, 27-28). ¿Cómo explicar
la afirmación paulina de la igualdad de todo bautizado –“hombre o mujer”- ante Dios, y su insistencia, en las cartas pastorales, en la “sumisión” de la
mujer respecto al hombre? Las numerosas contradicciones textuales plantearon dudes que trascendían el
ámbito estricto de la filología: la sospecha acerca de la autenticidad (total o parcial:
añadidos, pérdidas, interpolaciones y transcripciones erróneas
que desvirtuaban el sentido
o, incluso, lo invertían) podía extenderse al ámbito de la conciencia,
deudora ella misma del peso de la tradición.
Como he apuntado antes do abrir este largo paréntesis relativo
al silencio de las mujeres, una de las voces femeninas que se perfila en
la primera mitad del siglo XV italiano es la de Isotta Nogarola[1].
Isotta conoce bien la tradición de la mujer silente, y no se muestra dispuesta
a seguirla. Su voz se eleva acompañada muchas
veces de manifestaciones de modestia alusivas a
una acción que realiza - tomar la palabra - y “no
debería”. En una de sus primeras cartas
(¿1434?) se excusa ante el protonotario Barbaro por atreverse
a escribirle, añadiendo que debía imputar
a su sexo su conducta inapropiada, ya que
era muy difícil encontrar
a una mujer taciturna
(“cum mutam mulierem reperire difficillium sit”, Nogarola, 1, p.7),
y ante Guarino Veronese se lamenta
de que la insignificancia del propio intelecto
y la debilidad de su sexo le impidiesen elogiarlo
apropiadamente (Nogarola, I, p. 75; Guarino, B (II), p.305)[2].
Es difícil decidir
hasta que punto la insistencia
en su ignorancia expresa sus inseguridades o es solo una convención, como
las formulas de insuficiencia y humildad profesadas también por
los humanistas (se constata, sin embargo, una diferencia inmediata: mientras
que estos basan sus limitaciones en carencias
personales, Isotta -y antes que
ella muchas de las mujeres que escribieron durante la Edad Media-
las achaca a su sexo). ¿Inseguridad o convención, pues? Incluso sin poder establecer su posible peso
respectivo en las formulas expresadas, considero igualmente importante que
Isotta, accediendo a la escritura, consiguiese transmitirnos sus palabras y, con ellas, el intento
de legitimar su propio derecho más allá
de los limites del “decoro”
social.
Defendió con firmeza su deseo
inagotable de saber
como algo connatural a
todos los seres humanos.
De los hombres que atacaban este derecho, y mostraban su desprecio por la cultura femenina, escribiría menospreciando
a su vez: “A menudo quería enviarte mis
cartas rudas y míseras, pero me contenía el
pensar cuántos hombres existen -si es que merecen ser llamados hombres - que
definen la cultura en una mujer como
un veneno y una peste
publica” (Nogarola, I, p. 42). Sus escritos -
que avalan su sólida
formación- tuvieron una recepción, decía, compleja.
Ello se pone de manifiesto en algunas de las
cartas recogidas en los dos volúmenes de su Opera, donde se confirman
las dificultades prácticas con que se encontraron
algunos miembros de la comunidad masculina contemporánea
a la hora de ensalzar inseparablemente la virtud
y la elocuencia de una mujer (Grafton y Jardine:1986).
La antigua duda seguía mostrando con fuerza su vigencia: ¿podía ser
virtuosa [“casta”, “honesta”]
una mujer elocuente?
Para ejemplificar la complejidad
disponemos de un episodio relativo a la relación
entre Isotta Nogarola y el prestigioso maestro humanista
Guarino Veronese. En 1436 Giacomo Foscari envió a Guarino algunas composiciones
de las hermanas Nogarola. Este contestó con
un escrito elogiando su sabiduría, la calidad de su creación, y su manifiesta
virtud. Todo ello habría de honrar,
escribe, a su tiempo y “a su ciudad nativa” (Verona,
donde también él había nacido):
!Honor de nuestra ciudad y de nuestro tiempo! ¡Oh
ave extraordinaria de la tierra, la más parecida
a un cisne negro! [ Juvenal
]. Si los tiempos pasados hubiesen creado a estas
vírgenes dignas de aprecio, cuántos versos habrían
cantado sus alabanzas, cuántas loanzas de los buenos escritores las habrían consignado a la inmortalidad. Vemos a Penélope
consagrada en los versos de los poetas
porque tejía de modo
excelente, y a Aracne porque
hilaba muy sutilmente, y a Camila y Pentesilea porque eran mujeres guerreras. (Nogarola, I, pp. 58-59).
Cómo podría dejar de honrarse a estas “nobles, eruditas,
y elocuentes mujeres”, sigue Guarino en su escrito de alabanza a las jóvenes vírgenes, “cómo no cantar sus loanzas a los ciclos y protegerlas
do las garras del olvido, con que argumentos
defenderlas y entregarlas a la eternidad” (Nogarola, I, pp. 58-59).
El entusiasmo mostrado públicamente por
Guarino por el talento
de las hermanas Nogarola, “aves de extraordinaria rareza”, animó a Isotta a escribirle directamente
a comienzos de 1437. Cuando meses después Guarino seguía sin responderle,
mujeres y hombres de Verona ridiculizaron a la joven humanista por su atrevimiento. La precariedad
social de su posición quedaba en evidencia. En
abril del mismo año, Isotta dirigió una
segunda carta - de tono intimo y desesperado
- al maestro solicitándole una
respuesta, argumentando que su carta
sin contestar (públicamente
enviada, siguiendo la costumbre los
humanistas, y, por alto,
públicamente silenciada) la comprometía como
mujer. En su primer escrito Isotta le había pedido disculpas por “transgredir
aquellas reglas de silencio impuestas especialmente a las mujeres (...) [ella sabía que] Sófocles consideraba también el silencio en la mujer como
un adorno singular” (Nogarola,
I, p.77).
En ausencia de respuesta, la supuesta convención se traducía
en realidad. Reaccionando intensamente, Isotta
mostraba su decepción por no haber sido
tratada, como esperaba,
como una igual. El silencio
do Guarino confirmaba la “audacia” de la joven, que manifestaba en su segundo escrito
su desgracia de haber nacido mujer: “Muy a menudo (...) pienso en mi
fortuna por haber nacido mujer, una
de aquellas de quien los hombres se burlan con acciones y palabras” (Nogarola,
I, p.79). Lamentando haberse convertido en objeto
de escarnio, escribía: “me aflige la mayor de
las desgracias cuando pienso que no me has correspondido (...). Me has respetado
tan poco como si nunca hubiese nacido” (Nogarola, I, pp.79-81).
El silencio de Guarino la ponía en evidencia: “Toda
la ciudad me ridiculiza, y se ríen de mí las de mi propia condición, no encuentro en parte alguna un establo donde refugiarme: los asnos me hieren a mordiscos y los bueyes me
persiguen con sus cuernos [Plauto, Aulularia, 226.235]” (Nogarola,
I, pp.80-81; Guarino, B (II), pp.305-306).
Esta carta dolida recibiría una respuesta inmediata
(“Hoc vesperi tuas accepi literas...”) (Nogarola,
I, p.79; Guarino, B, (II) pp.306-309). Guarino le escribía dándole argumentos para recuperar su confianza, pero a la vez
censurándola: valoraba
“su maravillosa cultura”, pero en su segundo escrito se le aparecía “tan humilde,
tan abatida, tan realmente femenina” [“demissan,
abjectam et vere mulierem”] que llegaba a
no reconocerle “ninguna de las magníficas cualidades que
creía que poseía[s]” (Nogarola, I, p.84; Guarino,
B, (II), p.306). El maestro la exhortaba a disociarse
de su sexo para cultivar
su espíritu viril y poder
alcanzar, así, sus propios fines. En un contexto que pretendía reconfortarla y reafirmarla,
Guarino insistia en la necesidad de que Isotta, renunciando a su identidad, se “convirtiese en un
hombre”. De este modo, incitándola
a enfrentarse valientemente a sus detractores, escribía: “tu
conciencia y el recuerdo de las buenas acciones deberían hacerte
feliz (...), deberían crear a un hombre
dentro de la mujer. (Nogarola, p.85; Guarino,
B, (II), p.307). (Únicamente de este modo, renunciando a su ser de mujer- de acuerdo con las recomendaciones del maestro, “creando a un hombre dentro de la
mujer”-, Isotta lograría alcanzar sus objetivos.
Este es el tono que transmiten
muchos de los mensajes supuestamente positivos.
Entre las numerosas alabanzas
que saludaban a Isotta persistía una convicción
de fondo: sus logros no eran excelentes en si
mismos, sine por su sexo
- es decir, no en comparación con los hombres, sino
con las demás mujeres. También Lauro Quirini, expresándose en términos
similares a los utilizados por Guarino, asociaría virilidad y grandeza, y se congratularía de que Isotta,
“superando su propia naturaleza”, hubiese adquirido la “autentica virtud,
que [sólo] poseen los hombres” (Nogarola, II,
p.12). En la antigüedad y en la Edad Media se masculinizó a mujeres dotadas
de capacidades espirituales extraordinarias, como se haría
en el Renacimiento con las mujeres de gobierno y las estudiosas; los padres de la Iglesia habían potenciado la masculinidad de las mujeres
vírgenes, apropiándose de la idea clásica de la virago (King:1991).
Con sus loas exageradas, los humanistas que
alababan a Isotta la convertían en un extraño y extraordinario prodigio
– rara avis, cisne
negro; “fenice rariores inveniuntur mulieres quae studiis operam
impertiant” (Nogarola,II,p.346). – de difícil
ubicación.
Veamos ahora donde pudieron llegar las
ofensas - las lenguas pérfidas: scelestae linguae - a
que Isotta se refiere en su segundo escrito a Guarino. Se conserva una
Carta obscena (Segarizzi:1904),
escrita en junio de 1438 (¿o 1439?), que indica el nivel de difamación que alcanzaron
dichas ofensas. Un escritor, oculto bajo un pseudónimo
clásico (“Plinius Veronensis”), y partiendo del principio: “nullam
eloquentem esse castam” (“Ninguna mujer elocuente
es casta, como se puede comprobar con el ejemplo de muchas de las mujeres mas
doctas”(Segarissi:1904:53), escribe a un amigo,
también bajo pseudónimo (“Ovidio Nasoni”), detallando con crudas palabras
el comportamiento sexual de los Nogarola (Isotta y sus hermanos Antonio y Bartolommea).
Las denuncias de promiscuidad, adulterio y homosexualidad
masculina y femenina dañaban suficientemente,
pero la acusación de incesto lanzada contra Isotta superaba todas las demás (“antes de conceder su cuerpo a múltiples
relaciones sexuales, consintió -es más, deseó
intensamente- que fuese su propio hermano quien
franquease el sello de su virginidad, para, de este modo, sentirse unida a el por un vinculo más
estrecho” [ibíden]). El calumniador resaltaba, además,
insistente y vehementemente,
una vinculación entre la “innatural erudición”
de Isotta y la “innatural sexualidad” de que la
acusaba. A pesar de que
el cargo fuese convencional
- fábula no demostrable- la humillación publica
se hacia efectiva.
Sabemos que Isotta vivió en Venecia y Padua do 1439 a 1441, y que
tras su retorno a Verona dejó de mantener correspondencia
con otros intelectuales, como
estudiosa de saberes
seculares. Como mujer, no encontraba un espacia
público donde desarrollar su formación humanística sin correr
el riesgo de ser juzgada “indecorosa”.
La comunidad intelectual masculina se le había mostrado como
una reserva difícil de vencer.
Se le presentaban entonces las dos opciones tradicionales
para una mujer de su clase: matrimonio o claustro. Y no escogió ninguna de las dos. Optó por distanciarse del mundo, sin recluirse en
un convento, llevando a cabo
su retiro en un espacio propio, una
estancia de la casa familiar:
un espacio que nos es
repetidamente descrito como una “celda llena de libros!” (King:1980:66-90).
Aplaudiendo su retiro, sus corresponsales masculinos la consideraron
a partir de entonces “más sabia y mas religiosa”, ensalzaron su cristiana piedad
y celebraron su celibato y su virginidad (Nogarola,
I, p. LXI; Il, p.24; p.25, etc.). De doctissima pasó a ser
sancta virgo, dignissima virgo, pia virgo.
La sociedad de su tiempo estaba perfectamente
preparada para alabar a una mujer dedicada al estudio, si seguía un
modelo de vida inspirado en el monacato.
Pero, ¿que suponía, respecto a sus estudios, la opción seguida por Isotta? Según Abel, su primer biógrafo
-cuyo ensayo ha marcado decisivamente la historiografía
posterior-, Isotta habría abandonado los estudios seculares convirtiéndose en una santa
y consagrando el resto de su vida a Dios. Abel (Nogarola,
I, pp.I-CLXXII) nos presenta a una Isotta de superficie humanística
y fondo místico que, poco después de los veinte
anos, habría abandonado la corteza de “inocente
vanidad”, y, sintiéndose una mujer seria, siguiendo
sus inclinaciones ascéticas, se habría dedicado exclusivamente a los libros sagrados. Sin embargo,
esta versi6n plantea problemas al tomar en consideración algunos
textos del mismo epistolario
posteriores a 1441, esto
es, cuando ya vivía en su retiro.
Conviene tener presente que el retrato de una Isotta “mística”,
“santa”, “ascética”, “consagrada
a Dios”, depende, no exclusivamente, pero si en gran medida, de los testimonios transmitidos
por un solo hombre, Ludovico Foscarini (noble veneciano, diplomático y jurista),
amigo íntimo de Isotta
desde 1451 (Gothein:1943; King in Niccoli:1991:3-33;
Nagarola, II, pp.28,34). No puedo detenerme aquí en esta amistad, pero
deseo resaltar que, a la luz
de los textos -que giran alrededor de una
constante exhortación a la renuncia-, la insistencia de Foscarini en
la santidad y espiritualidad de Isotta, en su voto de pobreza, devoción y
ascetismo, y sus recomendaciones relativas
a la salvaguardia de su castidad, parecen responder
a una particular voluntad
de perfilar y, sobre
todo, de mostrar
(¿oexhibir?) las características de una larga e intensa relación.
Foscarini no fue, ciertamente, el único hombre que exhortó a Isotta a conservar
intacta su virginidad, pero sí quien lo hizo
de manera más insistente y continuada. Pía y
casta, la erudición de Isotta, “su virgen”, debía
depender, según expresa regularmente
en sus cartas, de su santidad. Me parece interesante
observar el contraste
que ofrece la estimación que Costanza Varano (1426-1447) realiza del ascetismo
de Isotta. Aquélla, educada también en la tradición de los studio
humanitatis es la única mujer de quien conservamos
una carta de alabanza a Isotta Nogarola. Alrededor de 1442, Costanza se dirigía a la “eruditissima” Isotta (
que -escribe Costanza - había superado
a los hombres sabios de su tiempo: “Hac aetate viros superas
celeberrima doctos”, Nogarola, II. p. 7),
para elogiar su
sabiduría y animarla en su empresa.
El ascetismo al que Costanza hace referencia
en su escrito no es entendido
como un tributo, ni contempla
ritos ni votos de pobreza,
tampoco evoca renuncias, sino que, sin verbos de obligación, es valorado como un camino
hacia la fecundidad de la mente. Desvinculando
fecundidad de fertilidad, Costanza reconocía en el modelo de vida retirada seguido por Isotta la mejor
vía - quizá la única posible - para
perseguir con el mayor empeño aquella
esencial libertad de la mente, aquellas realidades
“que la fortuna no puede destruir”
(Nogarola, II, p. 5).
Por otra
parte, al revisar el supuesto
abandono de los estudios seculares que conllevaría el “matrimonio místico de Isotta” nos encontramos con unos textos
con los que resulta difícil
mantener la afirmaci6n estricta de esta “consecuencia”. Disponemos, por
ejemplo, de una larga
carta dirigida por el
maestro veneciano Lauro Quirino (Jardine:1986:29-33)
a Isotta anos después de su regreso a Verona (ya
en su retiro, por tanto).
Atendiendo a la petición del hermano de Isotta, y por
el interés mostrado por la misma en avanzar en
su formación (interés y dedicaci6n descritos en la carta), Quirini traza un detallado programa de estudios, en el que no excluye la
retórica ni la filosofía.
Aprobando la dedicación de Isotta a la dialéctica, Quirini
le señala la filosofía como paso sucesivo, y le
indica los autores que debe seguir:
Aristóteles (la principal autoridad do los
cruditos de Padua, donde Quirini enseñaba) Boecio, los fi1ósofos árabes
Avicena, Averroes y Algazel (en traducciones latinas, puesto que
no sabe griego), y, entre los autores de la escolástica, Tomas de Aquino;
los historiadores y moralistas romanos y, sobre
todo, Cicerón. Al final
de su escrito Quirini exhorta a su destinataria a que se dedique intensamente a estos estudios;
debe alcanzar, escribe, “habilidad en las buenas disciplinas, es decir, en el arte del bien
decir y de la correcta disputa, así como
en las ciencias de las cosas humanas y divinas” (Nogarola, II, pp. 9-22).
Una mayor dedicación a los textos sagrados a partir
de su retiro (textos en
los que, por otra parte
y en total coherencia con su formación, Isotta
se había iniciado desde muy joven), no parece haber determinado
un abandono total del
estudio de los autores “paganos”, muchos de los
cuales habían sido sancionados con una valoración
positiva y absorbidos, en parte por los padres de la Iglesia y la tradición cristiana misma. En su refugio-fortaleza, según testimonia su epistolario, rodeada
de libros y —algo muy importante—
con un tiempo propio, Isotta continuó con sus estudios, mantuvo
contacto con sus amigos, se entrevistó con personalidades importantes
do la época, y escribió, entre
otros, uno de sus textos mas
significativos: De pari aut impari Evas atque
Adae Peccato (Nogarola, II, pp. 185-216), traducido al inglés en
King (1983:57-69). En esta obra, afrontando la
temática de la mayor o menor responsabilidad de Adán y Eva en el pecado original, Isotta nos
ofrece su propia mirada sobre Eva. Desviándose de la tradición, su imagen de la primera madre
no coincidirá con la versión transmitida a través de los siglos por
los comentarios de los teólogos.
Una interpretación literal del Génesis —la que había de gozar
de mayor fortuna—desembocaba en la consideración
de la mujer como la seductora del hombre. Vulnerable
a incapaz de resistir
a la tentaci6n, la mujer se habría dejado convencer
por la serpientce (Satanás tentó a Eva) y habría
convencido al hombre para
que comiera del fruto
prohibido (Eva, turbadora y tentadora insidiosa, sedujo a Adán, conduciéndolo
al pecado: “Ha sido la mujer la autora del pecado
para el hombre, y no el hombre para
la mujer”, escribía Ambrosio de Milan (Migne 14,col.303). Esta interpretación
se traducía automáticamente en la atribución
de la mayor responsabilidad de Eva en la caída
de la humanidad, con las consecuencias que ello
comportaba (trabajo, sufrimiento, muerte).
Frente a esta tradición, Isotta defenderá públicamente
a Eva de su responsabilidad en la caída y se
propondrá liberar a la primera mujer de la
pesada carga de culpabilidad que,
como legado negativo,
habría transmitido a todas sus hijas (“ ¿No sabes que
tú también eres Eva? (...). Eres la puerta del demonio (...), has sido
la primera en violar la ley
divina”, proclamaba Tertuliano dirigiéndose a todas las mujeres (Migne:I,col.1305).
Isotta construyó su tratado sobre Adán y Eva en forma
de diálogo, tomando como
base un intercambio epistolar
con Ludovico Foscarini, en 1453 (Kristeller:?), derivado a su
vez de una discusión personal. Isotta y Ludovico
habían leído en Agustin de Hipona (De Genesi ad literam) que
la prevaricación de Adán y Eva tenía su origen tanto
en la desigualdad del sexo como en la soberbia de ambos. Tomando partido
en esta afirmación, comprobaron la divergencia de sus opiniones, reflejadas
en el tratado. Los protagonistas del diálogo,
Isotta y Ludovico, asumen, respectivamente, la defensa de Eva y Adán. La disputa entra ambos
se articula a través do una serie de afirmaciones y confutaciones sostenidas mediante el recurso a la Biblia, a Aristóteles,
Ambrosio, Agustín de Hipona, Isidoro de Sevilla, Gregorio Magno,
Pedro Lombardo y Tomas de Aquino. Sin embargo,
como observaba Percy Gothein (1943:397), la obra se presenta menos como
un tratado teológico que
como una especulación
acerca de las relaciones entra hombres y mujeres.
En la disputa, Ludovico, que asume el papal
del implacable tribunal masculino, abre el debate
sosteniendo desde el principio la mayor responsabilidad
de Eva en la calda: Eva fue mis
culpable y, por ello, fue castigada más severamente. Su
soberbia y arrogancia la llevaron a creer que
podía asemejarse más a Dios y, además, fue la causa
del pecado de Adán (y no al contrario). Isotta
replica que Eva no podía ser más responsable que Adán puesto
que al ser más débil,
por naturaleza (por voluntad
divina, por tanto), su pecado era
menor. Por su fragilidad
y no movida por el orgullo, Eva comió del fruto del árbol
prohibido.
Sin desprenderse formalmente del esquema inferioridad-superioridad,
que forma parte del código fundamental
del razonamiento de la época –del que ella no pudo, o no supo,
prescindir– Isotta basará su defensa do Eva
en la extendida noción de la debilidad de la naturaleza femenina, que
derivaba, en gran medida,
de los mismos pasos del Génesis relativos a la
creación de la mujer de una de las costillas de Adán (formando a la mujer a partir del hombre, por tanto,
de acuerdo con la denominada tradition jahvista), y a la caída
del genero humano.
El mismo argumento que insistía en la inferioridad-debilidad
de la primera madre iba a ser
utilizado por Isotta pare defenderla. Porque,
si Eva era considerada tradicionalmente más
débil, ¿como se la podía responsabilizar de un pecado
universal? Ala ignorancia
y no a la soberbia debía atribuirse su pecado.
Además, sigue Isotta refiriéndose al segundo capítulo del Génesis, después de plantar
el jardín en el Edén, Dios tomó al hombre que
había formado y lo situó en dicho jardín Para
que “lo cultivase y guardase” (Isotta va siguiendo muy de cerca
el texto para resaltar
el use del singular en los distintos
pasos: “ut operaretur et custodiret”, y no “para
que lo cultivasen y guardasen”, Nogarola, II, pp.188 y ss.).
Una vez en el jardín, Dios dio al hombre solo el siguiente mandamiento: “Puedes corner de todos los árboles que
hay en el jardín; pero no comerás del árbol del conocimiento del bien
y del mal, porque, puedes
estar seguro, el
día que comas de él, morirás”
(en el Génesis, insiste Isotta, se lee la orden en singular:
“no comerás”, “el día que comas..., morirás”, “morte moriréis”,
y no “moriemini”). La orden divina
había sido dada directamente a Adán, de modo
que, si Eva había desobedecido
al hombre, éste había transgredido el mandato
divino, lo cual era infinitamente más grave. Para
Isotta, y este es un punto que
deseo resaltar, no se puede comparar la gravedad
que supone haber desatendido el precepto divino,
con el “desorden”, pecado venial,
que significa la acción de Eva (su decisión de
acceder al conocimiento), movida por su natural
“deseo de saber”:
La fragilidad de la mujer no fue la causa
del pecado, sino su
desordenado apetito de intentar
obtener aquello que no le correspondía por naturaleza, lo cual
deriva, tú [Ludovico] escribes, de la soberbia.
Sin embargo es menos pecado
desear la ciencia del bien y del mal que transgredir el precepto divino,
porque el deseo de saber
es algo natural y todos
los hombres desean saber por
naturaleza (Nagarola, II, p,201).
Incluso aceptando que
el impulso de Eva respondiese a un “desordenado apetito”, éste sería más tolerable que el pecado de trasgresión de un mandamiento
divino cometido por Adán – esta inobservancia sí que nace,
afirma Isotta, de la soberbia. Con su “desordenado
deseo”, escribirá, Eva no pretendía semejarse a Dios en su plenitud, sino sólo en su conocimiento del bien y del mal, curiosidad (¿audaz?) a la que se veía
impulsada por su propia naturaleza.
En el tratado, Isotta no se apartó del extendido
juicio de la cultura de su tiempo sobre
las mujeres. Como he indicado, no pudo, o quizá no supo, prescindir del razonamiento de su época.
La voz inquieta de Isotta, que mostrando su autonomía crítica respecto
a los textos de la tradición bíblica rompe, por
una parte y con fuerza,
con el canon patriarcal que imputa a Eva todas las desventuras
humanas, y, por otra otorga a la primera madre
– y, por extensión, a todas as mujeres – el derecho
a acceder al conocimiento, no rechaza, sin embargo,
en la obra el estereotipo de la mujer débil. No he
insistido en este aspecto,
creo que este punto merece
un trato cuidadoso que debe atender
tanto a las contradicciones que
presenta con otras posiciones de Isotta, como
a las recuperaciones renacentistas de los textos
da la antigua fisiología femenina, que pasaron
del estudio de los filólogos a las disputas de
las escuelas de medicina (de
Maio:1987:36-60).
He destacado, en cambio, el paso
del tratado que reivindica el derecho al saber
de hombres y mujeres (“deseo natural”, deseo de
libertad, vía hacia la superación del esquema
inferioridad/superioridad), ya que será
principalmente la actitud de Isotta, su decisión de seguir
cultivando seriamente sus estudios como derecho
irrenunciable, su saber transmitido, no sin
dificultad, lo que amentará su valor – y su nombre – entre sus contemporáneos
y, de modo especial, entre las mujeres humanistas-
como Constanza Varano, Laura
Cereta y Lucrecia Marinelli, entre otras – que,
inmediatamente, reconocerán y se remitirán a la autoridad de Isotta, nueva
“mujer ilustre”, a quien tomarán como
modelo a seguir.
Un modelo cuya formación, intereses y argumentaciones
(y fragilidades e incertidumbres) respondían plenamente
a su tiempo.
Isotta – una de aquellas mujeres “con Renacimiento”
– usó la escritura, y con su gesto nos
transmitió su memoria, su identidad. Las mujeres que,
como ella, en su época,
abandonaron el grupo “silente” y esforzadamente elevaron su voz muestran, como ha escrito
Ottavia Niccoli (1991:XIV), que no son “affatto donne e basta” ni
“mujeres como nosotras”, son mujeres totalmente relacionadas
con las formas institucionales, sociales
y culturales de su tiempo (aunque sea desde puntos
de vista desacostumbrados). Tener presente y evidenciar las diferencias
(de cuerpos, de ideas, de ambientes) nos
ayudará a establecer eslabones menos obvios de la historia del pensamiento femenino.
Agradezco a Carme Castells las horas compartidas en estudiar y discutir
sobre mujeres y Renacimiento. Barcelona, 1991.
Nota: Este texto fue
publicado in Filosofía y género. Org. Fina Birulés. Barcelona: Pamiela/Faculdad. de Filosofía de la Universidad
de Barcelona, 1992.
Nota biográfica
Rosa Rius Gatell es profesora de Historia
de la Filosofía del Renacimiento en la Universidad de Barcelona, donde
colabora desde su fundación (1990) con el Seminario
Filosofia i Gènere. Ha publicado, entre
otros, los siguientes artículos: «Sobre la melancolía:
M. Ficino», «De la melancolía y la inspiración», «Del
secreto a la voz: Moderata
Fonte y el mérito de las mujeres», «Del
pitagorismo y Aristóteles: a hombros de María Zambrano», «Lucrezia Marinelli
y la “excelencia” de las mujeres en la Venecia de 1600», «Armonías y disonancias
en el cosmos de Hildegarda de Bingen», «Poesía
y filosofía, una alianza en María Zambrano», «De
la ciudad y sus vísceras: la atención zambraniana»,
«De María Zambrano y Bárbara: el icono liberado»,
«El grito de Perséfone», «La sinfonía constelada
de Hildegarda de Bingen», «María Zambrano y la enigmática Tempesta
de Giorgione», «Moderata Fonte y María Zambrano: por cuenta
propia». Ha editado los volúmenes colectivos D’unes veus no previstes.
Pensadores del XIII al XVII y
Sobre la guerra y la violencia en el discurso femenino (1914-1989).
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pp.106-111.
VASOLI, C. 1982“Il
concetto di Rinascimento nel pensiero contemporaneo” en Il Rinascimento,
Aspetti e problemi attuali. Florença: Leo S. Olschki, pp. 19-43..
[1] Isotae Nogarolae Veronesis opera que supersunt ominia, edición de Eugenius Abel, 2 vols. Viena,
Gerold et socios; Budapest, Fridericum Killan, 1886. Daré las referencias
a continuación de la cita, como sigue: Nogarola,
el volumen y el número de página.
Esta edición recoge también los textos de Angela
y de Ginebra Nogarola. Véase Isotta Nogarola, Complete
Writtings: Letterbook, Dialogue on Adam and Eve, Orations.
Edited and Translated by Margaret L. King and Diana Robin. Series: (OVIEME)
The Other Voice in Early Modern Europe
[2] Existe
um texto Del intercambio
epistolar Guarino Veronese-Isotta Nagarola, revisado
por Remigio Sabbadini, en Epistolario di
Guarino Veronese, ed. R. Sabbadini, 3 vols., Venecia, R.Deputazione
Veneta di Storia Patria, serie 4: Miscellanca
di Storia Veneta, ser.
3,1915-1919, B (II), pp292-309; citaré del modo siguiente: Guarino, el volumen y el número de página.

labrys, études
féministes/ estudos feministas
janvier /juin 2007 - janeiro / junho 2007
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