labrys, études féministes/ estudos feministas
janvier /décmbre 2009 -janeiro/dezembro 2009

“Cuerpos bajo sospecha”

Un relato de la dictadura en Uruguay desde la memoria de las mujeres.

Graciela Sapriza

 

Resumen

El artículo trabaja la memoria de las mujeres para reconstruir el traumático período de la dictadura (1973- 1985). Analiza desde una perspectica de género las situaciones extremas de tortura, violación, condición de rehenes y maternidad en prisión. Se pregunta acerca del sentido ético y político de la recuperación de la memoria y sobre el delicado equilibrio entre el recuerdo y la necesidad de olvidar.

Recurre a documentos, entrevistas, ficciones literarias y fuentes testimoniales, entre ellas, el archivo de Memoria Para Armar, reunido a través de una convocatoria pública realizado por un grupo de ex prisioneras políticas.

Palabras-clave ditadura, genero, tortura, memória


 

“Cuerpos bajo sospecha”

Introducción

En Uruguay, la década de 1960 marcó el inició de una acelerada crisis económica, social y política. Las propuestas de reformas estructurales en la producción llevadas adelante por  los sectores progresistas[1] se enfrentaron a la negativa del gobierno -vinculado a estrategias internacionales- que por el contrario, aplicaron políticas de “ajuste” e implantaron Medidas prontas de seguridad, recurso constitucional de excepción que sin embargo se aplicó casi initerrumpidamente durante el gobierno de Jorge Pacheco Areco (1968-1971). Los diferentes enfrentamientos que se produjeron entre un gobierno cada vez más violento y arbitrario y amplios sectores del movimiento popular    -sumado al accionar de la guerrilla urbana- llevaron, primero a la militarización de la sociedad y finalmente a la ruptura institucional más grave y dolorosa del siglo que se produjo en 1973.

Resulta dificil establecer claramente cuándo comenzó a dictadura así como hoy se discute la fecha exacta del golpe de Estado. Si ésta se produjo ya en el año 1972 durante el violento mes de abril de 1972 y el establecimiento del Estado de Guerra, con el saldo de veinte muertos en cuatro días,  cifra inconcebible para el otrora “pacífico” país. Se plantean dilemas entre el 9 de febrero de 1973 (con el Pacto de Boisso Lanza y la difusión de los comunicados 4 y 7) o el 27 de junio, con la disolución del Parlamento por el presidente electo Juan María Bordaberry. Las dificultades provienen de que,  "el golpe de Estado en Uruguay no es una interrupción abrupta de la legalidad, por actores que operan "desde afuera" del sistema político-estatal-militar sino que es una resultante de dinámicas institucionales conflictivas que llevan, finalmente, a un golpe institucional, a que el propio presidente constitucional se convierta en dictador y a la configuración de un régimen totalitario de tipo cívico-militar." [2]

Dos procesos marcan significativamente a la dictadura en el Uruguay. La implantación del terrorismo de Estado y el mayor deterioro de las condiciones de vida y de salarios de la población. Estas dos situaciones afectaron profundamente a las mujeres y suscitaron respuestas políticas de resistencia popiciando el nacimieno de un importante movimiento social –vertebrado por el feminismo- que se puso en evidencia en la transición a la democracia a través de masivas manifestaciones públicas y la lucha sostenida por el logro de la visibilización del papel protagónico asumido por las mujeres en la recuperación de la democracia.

Voces de mujeres en la recuperación de una memoria traumática

En el período inmediato a la apertura democrática (1985- 1989) se escucharon testimonios y se produjeron informes sobre el Uruguay de la resistencia. Emergieron las memorias del horror con los informes de diferentes organizaciones de DDHH. Al recoger testimonios para elaborar un relato del período autoritario se enfatizó en las  voces públicas,  pertenecientes a militantes políticos y revolucionarios varones. Voces que relataron su “verdad” teniendo como eje el rechazo al régimen, quiza por eso los relatos de mujeres no tuvieron cabida  Después de 1989 coincidiendo con la caída del muro de Berlín  y la “definitiva” aceptación de la Ley de Caducidad en el Uruguay[3], con el resultado del plebiscito de abril de 1989;  se produjo un silencio sobre los hechos directos de la represión. Y se dijo  que “el tema salió de la agenda política".

La instalación de la Comisión para la Paz, en agosto de 2000, integrada por representantes de diferentes posiciones políticas, y familiares de desaparecidos, se destinó a conciliar "estados del alma" y respondió a una nueva "temperatura" frente al conflictivo pasado reciente. Estuvo precedida por las marchas por la vigencia de los DDHH iniciadas en 1996, y un contexto regional e internacional que revisa y presiona continuamente en el sentido de investigar y condenar las violaciones a los Derechos Humanos.

Con casi dos décadas de atraso en relación a los países de la región, Uruguay inauguró un nuevo tiempo para la recuperación del pasado reciente que, con la instalación del gobierno del Frente Amplio  en 2005, provocó una "eclosión de la memoria" como sucedió antes en Argentina[4]. Pero la memoria es más de lo que se ha producido hasta ahora; las políticas de la amnesia hacen necesario reintegrar fragmentos del pasado en una nueva estructura interpretativa, haciendo que el pasado revele lo desconocido o lo que fue silenciado, produciendo reconceptualizaciones de lo sucedido de tal forma que permitan  rescatar y registrar las omisiones que hasta ahora toleramos.

Una de las omisiones más salientes ha sido la ausencia  de las mujeres en los relatos sobre la dictadura. Salvo excepciones[5], la literatura del período ha estado (casi) monopolizada por los varones. En este contexto es pertinente preguntarse si ahora es posible  integrar a la mujer como sujeto de la historia, y a su vez,  plantearse si una historia desde las mujeres puede aportar versiones diferentes de la dictadura. ¿La memoria de las mujeres permite construir una historia no lineal, que muestre la diversidad de perspectivas de los procesos históricos?

A finales de la década del 90´  un grupo de mujeres expresas políticas decidieron hablar por ellas mismas sobre sus experiencias de prisión, desapariciones de seres amados, amores y desamores, perdidas y  exilios, a fin de aportar su visión de la historia del pasado reciente. Para ello convocaron a un concurso de relatos sobre la dictadura exhortando a todas las mujeres a que brindaran su versión de lo que vivieron y sintieron en ese período. Se reunieron más de 300 testimonios (“Archivo de Memoria para Armar”- Fac.HCE, muchos de ellos publicados, en 3 volúmenes, produciendo paralelamente un fenómeno de participación social que podría denominarse como de “mujeres por la memoria”). A estas publicaciones se sumaron otras producciones de mujeres sobre el pasado reciente (testimonios, memorias, biografías) lo que abre el abanico de recursos para estudiar este período traumático de nuestra historia. 

Memorias del cuerpo

En este artículo abordo el relato de la dictadura desde las “memorias del cuerpo” de las mujeres. Las teóricas feministas han puesto en evidencia en sus trabajos la centralidad del cuerpo para dar cuenta de las múltiples subordinaciones de las mujeres en la cultura occidental.

“Ninguna opresión tiene la densidad histórica de la opresión femenina, está hecha de exclusiones pero también de asignaciones de un papel complejo, no de pura servidumbre, porque el hombre, su cultura y su lenguaje las han, exaltado y reducido, en forma contradictoria, en una operación de expropiación y de idealización a la vez”,

dice Rossana Rossanda con mucho acierto. El ámbito de los sentimientos, de las relaciones de los cuerpos, de la seducción, ha dado lugar a una doble elaboración: la fantasmática del hombre sobre la mujer, y la elaborada por las mujeres que aunque desprovista de la dignidad de las culturas escritas, ha sido trasmitida por siglos de unas a otras y tiene un espesor muy diferente a la de cualquier otra minoría social (o sector subordinado)

Es decir que lo que se dice o no se dice de las mujeres estará también mediado por esa doble elaboración: lo que piensa el varón, la sociedad patriarcal, etc,  sobre lo que debe/ría/n ser la/las mujer/es, y los que trasmiten las propias mujeres de sus vivencias (ue no siempre se revela en el relato directo mediado tal vez por esas visiones hegemónicas y vicarias del “deber ser”.

1. Cuerpos productores de futuro

Se habla de una generación de mujeres – la del 60´ y 70´- en particular las militantes de la izquierda que habrían sido, además, protagonistas de una “revolución sexual”, la de la píldora anticonceptiva- que separó reproducción de placer.[6]

¿Por qué entonces se mantuvo el “mandato de la maternidad”?, aún en situaciones de riesgo –la clandestinidad, la opción guerrillera, por ej. . La maternidad en esas circunstancias, fue entendida como la de un cuerpo productor de proyectos de futuro?

La conjunción de posibilidad y urgencias dio por resultado aquello de “compañera” para construir el futuro “en la calle y codo a codo”. “La muchacha de mirada clara” se convirtió en símbolo de esa “nueva mujer”, en la voz de Daniel Viglieti.  A la que se le exigían “niños para amanecer”.

Para las mujeres jóvenes de clase media,  “la política estaba en la calle” y sobre todo en las movilizaciones estudiantiles que comenzaron en 1967 y 1968, reflejo del incremento de la matrícula femenina en la enseñanza media y superior. En el Censo universitario de 1963 las mujeres eran el  41% del total de estudiantes,  iniciando la “feminización” de la matrícula universitaria[7]. Sin ese dato muchos de los cambios del período no se harían visibles. Las universitarias fueron protagonistas de una revolución cultural tangible. Al decir del escritor argentino, Rodolfo Walsh[8], "las mujeres están haciendo la revolución dentro de la revolución, exigiendo un papel protagónico en la primera línea". Ingresaron a los movimientos de izquierda, algunas en  la guerrilla urbana, otras militaron en el Partido Comunista o en partidos políticos que pronto fueron ilegalizados en el marco de la vigencia de las medidas prontas de seguridad.

A diferencia de la presencia de mujeres en el movimiento obrero y en el estudiantil, fueron muy pocas las que se destacaron en los partidos políticos. La dureza y masculinización de las estructuras partidarias se expresó en el exiguo número de parlamentarias, (menos de 3%) en todo el período (1938-1973).

La escritora chilena Diamela Eltit[9] define el contexto de inserción de las mujeres en el proceso (que se percibía) revolucionario, como  el escenario,  “donde el cuerpo de las mujeres quebraba su prolongado estatuto cultural de inferioridad física, para hacerse idéntico al de los hombres, en nombre de la construcción de un porvenir colectivo igualitario”. Donde la “Teatralización paródica de la masculinidad pospuso lo íntimo frente a lo primordial de lo colectivo, público”.[10]

Este concepto resumido en “todo por el proyecto político”  resultó en que los cuerpos femeninos fueron moldeados por el discurso político dominante. “Urbano” en entrevista del año 1970 y ante la pregunta sobre la “igualdad” de las mujeres en la organización guerrillera MLN, proclamó: “nadie es más igual que detrás de una 45´”

La maternidad en esas circunstancias,  se explica (¿?) por la “intensidad, la urgencia de vida con la que se vivía” , ¿o por la inminencia de la revolución?. Ilusión onírica – al decir de Eltit- de su inminencia. Y la permanencia del “mandato” de la maternidad que signaba la condición femenina.

“Es cierto que en las condiciones  en que vivíamos no era conveniente tener un hijo, pero teníamos muchísimo deseo de tenerlo. Y en esa lucha loca entre la vida y la muerte, sabíamos el peligro que[11] corríamos, pero a su vez queríamos que viviera y fuera feliz con nosotros”  Celeste Zerpa, militaba en el MLN, tuvo un hijo en clandestinidad de su pareja que murió en un enfrentamiento callejero en agosto de 1972.. Esa maternidad en condiciones de riesgo parecía adelantar nuevas concepciones sobre la familia:  “ Eramos una gran familia.” [....] “ese sentimiento de pertenencia me decía que cualquiera de mis compañeros podía ser buen padre para ellos, si yo faltaba. Eramos una familia, no iban a quedar huérfanos”.

Solo me limito a consignar este tema para enfatizar en la necesidad de su tratamiento en profundidad,

“de todas las cosas que he vivido, la más difícil, la que me ha causado más angustia y sufrimiento es ésa: mi condición de madre en la etapa histórica que me toco vivir” dice Lilián Celiberti /.../ “me parece que en una situación de cárcel la mujer se siente mucho más culpable del sufrimiento que le causa a sus hijos de lo que se puede sentir un hombre cuando se lo separa de su familia. Esas cosas son más dolorosas y costosas para la mujer y para mí lo fueron mucho. No la decisión en sí de pelear por mis convicciones, sino el de vivir después las consecuencias de esa decisión.” [12]

Este debate debería ampliarse a las actitudes hacia la sexualidad y la reproducción en forma amplia, de manera de incluir también las opciones por el aborto; considerando no solo las actitudes de las organizaciones de izquierda, sino los discursos disciplinadores que impondría la dictadura acerca de la “verdadera femineidad” sobre el cuerpo de las mujeres.

2. El régimen civico-militar y el sufrimiento en el cuerpo

 Dos procesos marcan significativamente a la dictadura en Uruguay. La implantación del terrorismo de Estado y el mayor deterioro de las condiciones de vida y de salarios de la población. Estas dos situaciones afectaron profundamente a las mujeres. El miedo y la incertidumbre impuesta por el terrorismo de estado, se asocia al de una madre buscando a su hija/hijo desaparecida.[13]. No hay manera de medir el impacto y la angustia que generó esta vivencia no sólo en la familia y su entorno próximo. 

El testimonio es de Luz Ibarburu, sobre:

“Un hijo desaparecido”,  “... era el 68´ tenía 17 años”. Luego de caer preso, ser procesado y permanecer como prisionero hasta 1973, se fue a vivir a Buenos Aires. “Fue un tiempo atroz” el del miedo a “perderlo” cada vez que iban a visitarlo. Sufren igualmente cuando lo reportan como desaparecido, pero aún, “No teníamos idea de lo que realmente significaba la palabra desaparecido”. Entonces,  “El miedo fue opacado por una desesperación desde las entrañas, una impotencia, una locura, una angustia de muerte. Pero durante un largo tiempo no imaginábamos que se trataba de algo definitivo.”

“Madres” es el testimonio de Alicia Silveira. Una madre que estaba lejos de la realidad en la que vivía la hija, que no compartía sus ideales, su posición política, pero que nunca la abandonó (como la inmensa mayoría de los familiares, en particular las madres de presos políticos)  aún sin entenderlos. Ella la estuvo buscando sin pausa desde la desaparición de la hija. Alicia elige mostrar ese no-dialogo a través del primer paquete (tan importante en el vínculo del adentro y el afuera en la situación de prisión) que recibe de su madre.

“Lograste saber donde estaba....Habíamos salido de la paliza, parecía que volvíamos a la vida, empezaba uno a pensar en que iba a seguir viviendo. Nada sabíamos de nuestras familias. Esperábamos el primer paquete ansiosamente como la señal de la presencia familiar, de que sabían que existíamos….. “Después pensé como te habría conmovido prepararlo, como estarías de despistada, como yo te había mantenido alejada de la realidad, tanto , tanto , que te alcanzaba una pasadita de papel higiénico”. Mamá que lejos estabas de todo lo mío en ese momento, y sin embargo, estuviste conmigo siempre”. [14]

Cierro con una reflexión de Luz Ibarburu, “Por qué nos llamamos solo Madres? Un poco por imitación de las argentinas, otro poco quizás pensando que éramos menos vulnerables por el mito de la madre...por la tradicional e ilógica distribución de tareas que atribuye a la mujer la responsabilidad de los hijos”.[15]

Otra situación límite fue el de las mujeres presas políticas y las nueve rehenes[16], trasladadas a cuarteles y viviendo en condiciones extremas; una forma de extender el temor a las detenidas y a la población en general.

El  propósito ¿? de la tortura

La “derrota” política significó para muchas, vivir el secuestro, la tortura y la cárcel, como sufrimiento en el cuerpo. Esta situación no se redujo a las mujeres directamente afectadas, las prisioneras políticas. El terrorismo de estado se infiltró en la vida cotidiana de lo/as ciudadanas/os por vías directas, y otras más sutiles. La tortura y la cárcel fueron piezas centrales de esa ingeniería opresiva..[17]

Mirta Macedo fue detenida en octubre de 1975 por el OCOA (Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas) fue llevada a la  “Casa de Punta Gorda”, luego al local de la “cárcel del pueblo” de la calle Juan Paullier, más tarde al 300k Batallón de Infantería No. 13 de Camino de las Instrucciones. Ella sostiene que: “La tortura tenía como objetivo recoger información mediante la destrucción física o psíquica de los presos utilizando técnicas para disuadir, convencer, crear confusión, inventar situaciones”.[18], [19].

Según el informe de Serpaj (1989) “La tortura no es un acto irracional de carceleros inescrupulosos, sino que se ha integrado como un instrumento de poder celosamente administrado. El objetivo es básicamente  ”quebrar” al  prisonero/a, pero también,  “se puede afirmar que la tortura no se dirige al cuerpo del detenido sino a la sociedad en su conjunto, el castigado es el cuerpo social que se convierte en un prisionero multitudinario. En esta fase superior la tortura se ha transformado, siendo originariamente un método para hacer hablar a alguien, ahora busca acallar a todos” [20] 

La masculinidad de los torturadores se afirmaba en su poder absoluto de producir dolor y sufrimiento. La tortura era parte de una “ceremonia iniciática” en los cuarteles y casas clandestinas donde eran llevados los /as prisioneras/os políticos. (Durante largos períodos permanecieron desaparecidos para sus familiares - forma efectiva de hacer “correr” la represión en el cuerpo social-). Allí se despojaba a la persona de todos sus rasgos de identidad. La capucha, la venda en los ojos impedía la visión generando mayor inseguridad. Para los torturadores significaba no ver rostros, castigar cuerpos anónimos, castigar subversivos. Los guardias designaban a los prisioneros con el término de “pichi”, apócope de “bichicome” (vagabundo, mendigo), para indicarle que estaba en el último peldaño de la escala social. El uso de apodos frecuentemente de animales de los oficiales a cargo de las torturas (también números o nombres encriptados: oscar/oscares-Ocoa, colores para el SID: “rojo”), los rituales que se practicaban: música estridente, insultos, amenazas, por parte de los miembros del equipo de represores-torturadores  eran, “momentos de exaltación, cuando el torturador se sentía como Dios, con poder para reducir  al/la otro/a a ser una víctima pasiva, a un cuerpo a ser penetrado” [21]

Todos los informes existentes sobre la tortura indican que el cuerpo femenino siempre fue un objeto “especial”  para los torturadores. El tratamiento de las mujeres incluía siempre una alta dosis de violencia sexual. Los cuerpos de las mujeres –sus vaginas, sus úteros, sus senos -, ligados a la identidad femenina como objeto sexual, como esposas y como madres, eran claros objetos de tortura sexual.[22]

Como se pregunta un testimonio de Memoria para Armar, ¿era un “objetivo político”?,

 “manosear los pechos de una mujer con los ojos tapados y las manos atadas; no es por deseo que nos tocan sino porque les dijeron que  somos todas putas” (MPA.  Nº 144 Título: La forma del espiral.)

Se debería recordar,  que las mujeres detenidas eran en su mayoría jóvenes, Ivonne Trías consigna que en el período comprendido entre la inauguración del EMR2 de Punta de Rieles, en 1972 y 1976 el promedio de edad era de 22 años.

El significado aniquilador de la violación

La encuesta realizada por Equipos Consultores para el informe de Serpaj, revela que un 7% de los entrevistados declaran haber sido violados, porcentaje igual para hombres como para mujeres. “Sin embargo la cifra puede ser mayor, se debe tener en cuenta que se trata de un hecho que cuesta comunicarlo. Un número tal vez mayor de mujeres sufrieron abusos sexuales, como manoseos, además de la especial predilección por la aplicación de todo tipo de castigos en las zonas genitales”. (Serpaj, p. 159)

Una indagación sobre los significados de la violencia sexual en nuestra cultura, debería arrojar luz sobre las situaciones específicas de tortura experimentadas por las mujeres, aún más allá del acto de penetración con el falo o un objeto sustituto. De acuerdo a las definiciones del abuso sexual, del acto violento, el énfasis se traslada al objetivo de tal acto como ejercicio de dominación sobre el otro.

La violación se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida del control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. La víctima es expropiada del control sobre su espacio-cuerpo. Por eso podría decirse  que la violación es el acto alegórico por excelencia de la definición schmittiana de la soberanía –control legislador sobre un territorio y sobre el cuerpo del otro como anexo a ese territorio- .

¿Por qué la violación obtiene ese significado? Porque debido a la función de la sexualidad en el mundo que conocemos, conjuga en un acto único la dominación física y moral del otro. Y no existe poder soberano que sea solamente físico. Sin la subordinación psicológica y moral del otro, lo único que existe es el poder de muerte, y el poder de muerte por sí solo no es soberanía. La soberanía es, en su fase más extrema, la de “hacer vivir o dejar morir” (Foucault)

De tal forma que resulta dificultoso para las víctimas establecer diferencia nítidas entre las distintas situaciones de tortura (capucha, plantón, caballete, submarino, colgada, etc) y la penetración genital o anal. Este marco de análisis, ¿podría dar explicación a las escasas denuncias realizadas posteriormente, en definitiva, porque ya se ha transgredido el límite que permite diferenciar una y otra situación?

En sus investigaciones sobre el estupro, Rita Segato ha demostrado la tesis feminista fundamental de que los crímenes sexuales no son obra de desviaciones individuales, enfermos mentales o anomalías sociales, sino expresiones de una estructura simbólica profunda que organiza nuestros actos y nuestras fantasías y les confiere inteligibilidad. En otras palabras, el agresor y la colectividad comparten el imaginario de género, hablan el mismo lenguaje, pueden entenderse.” [23]

Y lo que es más importante el agresor-violador emite mensajes a lo largo de dos ejes de interlocución, en el eje vertical habla a la víctima, su discurso adquiere un carácter punitivo y moralizador, en tanto el destino de la mujer es ser contenida, censurada, reducida por el gesto violento. En el eje horizontal, el agresor se dirige a sus pares y lo hace de varias formas, a través de la víctima sacrificial, obtendría ingresar a la hermandad viril y adquiriría una posición destacada en una fratría que solo reconoce un lenguaje jerárquico y una organización piramidal. Esto es así porque la producción de la masculinidad obedece a procesos diferentes a la producción de la femineidad. Evidencias en una perspectiva trasncultural indican que la masculinidad es un estatus condicionado a su obtención – que debe ser re-confirmada con una cierta regularidad a lo largo de la vida- mediante un proceso de probación  o conquista.  (Segato, p. 185)

¿Se puede relatar la tortura?[24]. ¿Cuál es el sentido político de esta recuperación?, El dolor elude la memoria y la puesta en palabras de esa experiencia.[25]Los lacónicos testimonios de las víctimas publicados por organizaciones de derechos humanos subrayan la imposibilidad de expresar el sufrimiento total de la tortura. El lenguaje falla/ fracasa al intentar expresar el horror, dando por resultado que su narrativa se vuelva frecuentemente algo banal,  dice Franco.[26]  Son escasas las memorias que logran reproducir el efecto del miedo y la abyección. Allí el cuerpo se convierte en un repositorio de lo somático más que una memoria verbal.  Alejarse de sí misma es una estrategia posible de la que hablan con frecuencia los testimonios.

Mi cuerpo se niega a sí mismo tres veces ante los golpes, la sangre corre a 220 y grita por cada poro, se asfixia, se vuelve inhabitable y lo dejo. Contemplo su dolor, pero no puedo acompañarlo”, escribe Isabel Trivelli (2003)

¿Se puede hablar del  horror/ la barbarie/? La respuesta hoy sería, “Palabras a pesar de todo” palabras para ser escuchadas por otros, para ser tensadas, hasta ser capaces de, “inscribir en la memoria colectiva el trauma individual y social”.  [27]

Se ha dicho que Auschwitz es impensable. Pero Hannah Arendt dijo que allí donde el pensamiento parece fallar, ahí es donde debemos persistir en pensar. Si los campos de exterminio sobrepasan todo pensamiento jurídico existente, toda noción de justicia y de delito, hay que repensar la justicia, el derecho, la política. Habrá que volver a pensar hasta remover el fundamento de las ciencias humanas.. O como afirma el historiador Pierre Vidal Naqué:  “Si el genocidio ha sido pensado, quiere decir que es pensable”[28]. El testimonio nos invita, nos obliga,  a trabajar en el hueco mismo de la palabra, trabajo penoso porque lo que muestran es una descripción de la muerte con sus gritos inarticulados y los silencios que eso supone. Pero si no hablamos, si decimos que es indecible colocamos esa experiencia en una región que Giorgio Agamben a definido muy bien en términos de adoración mistica, o de repetición anclada en el propio arcanum nazi.[29]

 “Pensar el horror ¿es una empresa factible? –dice Marcelo Viñar-. “ Conviene transitar esta interrogación aunque sepamos que se llega a respuestas vacilantes y contradictorias /.../ otra pregunta  ¿para qué? Para qué conocer las desgracias? Solemos argumentar con cierta ufana solemnidad proyectos higienistas y profilácticos por el ¡Nunca Más! ...ojalá sea así y comparto esta preocupación aunque no la creo imprescindible para volcarme a pensar en el horror. A este hoy hay que estudiarlo simplemente porque existe, porque está cerca nuestro” [30]

¿Se  olvida, se recupera esa memoria del sufrimiento y vergüenza? ¿Cómo se negocia con la necesidad del olvido?

Una exiliada relata su participación en campañas de denuncia y solidaridad con los presos en Uruguay. En esas recorridas de difusión, ella daba su testimonio como ex presa política. Pero siempre lo hacía en tercera persona y no mencionaba su propia tortura, y la violación a la que fue sometida. Nunca más recordó - “me quedó una laguna” – sobre la violación a la que la sometieron. Años más tarde se asombró de que sus compañeras de cárcel  conocieran su experiencia, ya  que ella misma se las había contado, pero “borrado” casi de inmediato.

¿Cómo evitar el voyeurismo mercantilizado? Hablar sorteando la consignación banal de una anatomía recorrida por el dolor, parece ser la respuesta.

La escucha, “ser  escuchadas con respeto” fue la exigencia de las presas políticas uruguayas planteada a la psiquiatra Gisela Perrin funcionaria del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) en su visita a las cárceles del régimen en  abril de 1980.

“Y eso para mí es central para las víctimas de la violencia. El primer paso es el respeto porque la persona ha sobrevivido”, [durante las entrevistas a un alto número de mujeres encarceladas, más de 200]. Era poder pasar detrás de la tortura - que es un paso que no todas/os lograron- y encontrar en el pasado los recursos personales de memorias de eventos, quizá no tanto felices, buenos, profundos, de convivencia, de amor, de relación;  donde la gente se podía dar, internamente, la posibilidad de escapar  de la cárcel”.[31]

Es necesario simbolizar lo traumático, y no solo como denuncia, consignación del horror, los testimonios hablan también del rescate de valores, los “cotidianos”, el cuidado del otro, el respeto al otro como lo expresa Blanca Cobas en su testimonio.

“En ningún momento me sentí capaz de llevar cuenta de las noches en que me llevaron a aquella azotea del Batallón 5º de artillería, para golpearme brutalmente y asfixiarme en el llamado "submarino".

Imposible igualmente saber cuantos golpes de karate del capitán Manuel Cordero, patadas y culatazos de fusil me fueron dados, alternándolos con aquellas inmersiones inhumanas, en la sucia y maloliente agua del "tacho".

Y tampoco cuantas luego, me tiraron al piso para que volviera a respirar, mientras nuevamente, Cordero me pateaba y me gritaba obscenidades, haciéndome preguntas que yo no podía contestar.

Porque eso que estaba allí, ya no era yo ni mi cuerpo, era tan sólo un único y gigantesco dolor que lo abarcaba todo.

Pero algo insólito sucedió una noche, que motivó que no me torturaran más y aún, que jamás volvieran a insultarme”.

El teniente a cargo de la operación comienza a presionar su pecho para bombear el agua fuera de sus pulmones y ella le vomita en la cara. Ante el hecho,

lo único que atiné a decirle fue: "Ay, disculpe". “Al oír mi voz que decía tamaña estupidez e incongruencia, me asaltaron una ganas inmensas de reír, de burlarme de mi misma, superando la terrible situación que vivía”. El  militar la miró estupefacto,  pero luego se dio cuenta de que el tratar incluso a un torturador como un ser humano era parte de sus principios más básicos. Dice que nunca más volvieron a torturarla, que sus torturadores sintieron entonces vergüenza “Nítidamente retengo grabada en mis pupilas aquella escena; fijas y estáticas las figuras, rígidas en el gesto y la expresión de asombro, como en una película detenida, en el momento en que los sorprendió la cámara fotográfica de mis ojos.” .(seudónimo Laura, No.164 Archivo MPA)

Esos cuerpos negados, enajenados de sí mismos, como forma de sobrevivir, encontraron otras vías de expresión, la amenorrea (conocida como “amenorrea de guerra”) fue frecuente en las jóvenes encarceladas en Punta de Rieles). Y qué decir de los partos “normales” de mujeres que cayeron embarazadas y tuvieron sus hijos en el Hospital Militar y fueron sometidas en esa instancia a tratamientos impensables incluso para los así llamados “criminales” (parieron encapuchadas y esposadas).

Gloria Labanca de Pirri, médica de profesión, madre de tres hijos y embarazada de 4 meses, fue detenida el 17 de junio de 1972 en Juan Lacaze, Departamento de Colonia, en su lugar de trabajo mientras atendía un paciente. Procesada por pertenecer al MLN-T, cumplió una condena de 10 años. Liberada en junio de 1982, presentó su testimonio ante organizaciones de Derechos Humanos en el exterior. En el mismo hizo hincapié en relatar cómo fueron los dos primeros años con su hijo en la cárcel. La situación de esta médica – prisionera junto a su hijo recién nacido en el Hospital Militar, situación que convertía al pequeño en un prisionero de hecho-,  fue compartida por un conjunto sorprendentemente numeroso de mujeres prisioneras políticas.

Alrededor de unas 35 mujeres y sus niños,  fueron recluidos en el IMES (Instituto Militar de Estudios Superiores) ubicado en Camino Castro, (algunos testimonios hablan de un número mayor, cercano a 50, todas madres que habrían pasado por el establecimiento). El establecimiento fue inaugurado como cárcel para mujeres en enero del 73´. Allí se pretendió centralizar a todas las madres con sus hijos, aunque al inicio dividieron al grupo en dos, unas permanecieron en el IMES y otro grupo fue ubicado en el Cuartel de Caballería I, llamado de Blandengues. (Gral. Flores y Propios)

Se inauguró con ellas el cuerpo represivo de la  PMM, (polícía militar femenina). Gloria Labanca dice en su testimonio,  “Nunca pensé que algún día vería mujeres o sea madres potenciales mirar con odio a niños pequeños, observar impasibles el llanto de los niños y que fueran capaces de requisas diurnas y nocturnas de tirar toda la ropa de los niños al piso, pisotearla deliberadamente o volcar toda la leche en polvo al suelo y sonreír sádicamente”.

En los dos establecimientos se vivieron situaciones diferentes pero ambas muy difíciles para desarrollar una sólida – o sana- relación madre e hijo porque se vivía una gran hostilidad. Para cada desplazamiento fuera del lugar (incluyendo el traslado para la visita de los familiares) se les vendaba los ojos fuertemente, por supuesto que los niños no comprendían, se asustaban, lloraban.

“Yo usé la venda hasta el año 1974 para ir a la visita con mi hijo en brazos, para pasar al médico o para ser traslada al hospital”. (Testimonio de Gloria Labanca)

Como médica, Labanca denunció la omisión de asistencia de parte de  los pediatras del Hospital Militar frente a un cuadro de deshidratación grave en un recién nacido y frente a una insuficiencia respiratoria con trastornos del ritmo cardíaco en un niño asmático. Por haber reclamado asistencia y acompañar a una madre en la enfermedad de su hija las castigaron con un plantón toda la noche en el patio dejando a los niños solos en el dormitorio. Los niños fueron muy reprimidos en sus conductas, no podían hacer ruido, o dormir en el momento que salían al recreo, que debía ser en formación con sus madres.

El 31 de agosto de 1974 de mañana les ordenaron, “pasen a formar” y allí, en formación militar, con sus hijos en brazos, se les comunicó que “tenían que entregar a los niños”. Fue todo brusco y el mismo día que las separaron de los niños las trasladaron al establecimiento de reclusión militar de Punta de Rieles. El 2 de setiembre del 74, “es el día más largo de mi vida”, dice Carmen Bermanedi, cuando tuvo que separarse de su hija Laura. Fueron ubicadas todas juntas en el Sector A, del Penal de Punta de Rieles.

Este aspecto abre un campo de indagatoria acerca de las “nuevas formas de maternidad” desarrolladas como respuestas a la represión. De la misma forma se extiende hacia las nuevas relaciones familiares establecidas por este conjunto de mujeres y su impacto en el entorno.

3. Quien no vivió la dictadura?

Durante los doce años de gobierno militar, toda la población del Uruguay vivió bajo el estado de terror. Entre 1972 y 1984 aproximadamente 60.000 uruguayos fueron detenidos, secuestrados, torturados y "procesados" por la justicia militar. Alrededor de 6.000 personas fueron hechos prisioneros políticos -un número asombroso en un país con una población de apenas 3 millones de habitantes-. Durante la dictadura, 210 ciudadanos uruguayos "desaparecieron", muchos de ellos fueron secuestrados en la Argentina, donde habían intentado infructuosamente buscar refugio, durante razzias realizadas con la cooperación de las fuerzas armadas argentinas. El uso sistemático del terror y su "confirmación" en las cárceles y cuarteles llenas de prisioneros operaron en el cuerpo social como un panóptico de control y miedo provocando un repliegue de la población a lo más privado de lo privado como forma de preservarse y preservar la sobrevivencia.

“El "golpe de Estado" de hace 30 años fue la punta del "iceberg" de un proceso autoritario cuyo rasgo sustancial fue  el "Terrorismo de Estado" dice Víctor Giorgi. Esto es: la aplicación sistemática del terror como instrumento político del Estado para someter al conjunto de la sociedad e imponer un cierto proyecto político. Sus efectos alcanzaron al conjunto de la población y se mantuvieron activos más allá de  la recuperación de la democracia. La impunidad y el olvido bloquearon la capacidad del cuerpo social de elaborar esa experiencia histórica” /..../ “. El terror es precisamente eso: el ataque a la capacidad de pensar. Esta es la lógica política que se ha instalado en los países de la región a partir de la "salida" de la dictadura y que ha sido sistemáticamente utilizada desde el poder para manipular a la población.” [32]

Algunos testimonios manifiestan ese bloqueo. La expresión frecuente (mayoritariamente en mujeres jóvenes) de,  "Yo no viví la dictadura"  puede leerse como una metáfora de lo ocurrido a quienes si la vivieron pero en un lugar oscuro, pasivo/no protagónico. Algunos relatan la vivencia de un cuerpo preso en el estatuto individual más estricto, escindido de lo social / compartimentado. Este fue un efecto del terrorismo de estado el de generar la desconfianza hacia los otros y el aislamiento final.

Una reflexión de la filósofa Agnes Heller acerca de la impronta del totalitarismo sobre los individuos permite adentrarnos en los laberintos de la memoria y del olvido, aún cuando las experiencias del terrorismo de estado y las del totalitarismo son diferentes, comparten al menos, un aspecto: la interiorización del miedo y su efecto paralizador.

Dice Heller:

"El desplome del totalitarismo ofreció al observador atento un interesante espectáculo epistemológico. ....”Cuando el totalitarismo se desploma, el viejo censor desaparece también de manera abrupta y permanente. La mente pretotalitaria resurge completamente intacta de su hibernación y continua funcionando donde se detuvo antes del "lavado cerebral". En esta fase, ocurre un fenómeno muy interesante. Aparentemente no queda nada de la mente totalitaria, es como si ésta se hubiera evaporado por completo. Pero no es así, ésta ha sido tan solo sumergida en el subconsciente....Lo que el censor impide que resurja es la conciencia de haber sido alguna vez sometido, parcial o totalmente a un lavado cerebral.

La mente totalitaria ha dejado tras de sí documentos escritos: libros, cartas, denuncias. El mundo totalitario está lejos de ser borrado de la memoria. Todos están familiarizados con su modus operandi, se mofan de sus absurdos, evocan su horror, la experiencia totalitaria se transforma en el tema favorito de las memorias y de la ficción. Sólo que las personas que escriben estas historias,...hablan como si ellos no tuvieran nada que ver con el mundo de las historias que ahora recapitulan, como si la sociedad previa hubiese sido tan solo una sociedad de espectros, una sociedad de "otros" misteriosos, completamente distintos de nosotros." [33]

A las interrogantes planteadas inicialmente se agregan las referidas al consenso impuesto o negociado por el terrorismo de estado y su incidencia en los procesos de evocación y olvido. Esta no es una pregunta que interese solo a la historia, es de relevancia política y no es fácil de responder. Una de sus fuentes es la memoria individual, aun teniendo en cuenta que constituye un campo cruzado de tensiones donde las personas "negocian" consigo mismo la revelación o el oscurecimiento de episodios que adquieren significado o lo pierden en diferentes momentos y circunstancias de la trayectoria vital.

Trabajar  de esta manera con la memoria no es ciertamente un camino complaciente, ni fácil de abordar. Es cierto que no toma por el atajo más fácil, por el contrario intenta rescatar “la densidad reflexiva y analítica de la memoria” haciendo que el pasado diga lo que no era conocido anteriormente /revele lo desconocido/ o lo que fue silenciado.

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Archivos

MPA. Memoria para Armar es una iniciativa de ex presas políticas que convocaron a un concurso de testimonios de mujeres sobre la dictadura con el slogan,  “Te invitamos a contar porque a vos también te pasó”. Iniciada en 2000, reunió más de 300 testimonios, que constituyen un valioso archivo, radicado en el CEIU de la FHCE-Universidad de la República.  Esta experiencia iniciada  en 2000 lleva publicados 3 volúmenes de Memorias, y otros trabajos, ficción, y/o estudios referidos a vivencias de mujeres durante la dictadura.

Testimonio de Gloria Labanca presentado ante NNUU, citado en Informe de Serpaj,  “Uruguay Nunca Más” (1989, Op. Cit). Para este artículo se consultó la versión enviada a su ex abogada defensora, Alba Dell´Acqua, (documentación de la autora).

Testimonio de Ana Ferreira dado a Amnistía Internacional, Suecia, 20 de julio de 1978. M. RREE Archivo Administrativo. ONU. Caja 4 Serie; Comunicacio 1979.

Entrevista  a la Dra. Gisela Perrin  realizada por la autora en Montevideo 9/6/ 1999. “Mujer, política y dictadura” Documentos de entrevistas. Papeles de Trabajo FHCE. Julio de 2001.                  

Nota biográfica

Graciela Sapriza Magister en Historia (FHCE, UdelaR).Licenciada en Ciencias Humanas/Opción Estudios Latinoamericanos. (FHCE, Universidad de la República). Docente e investigadora del Centro de Estudios Interdisciplinarios Uruguayos (FHCE-UR)Publicó diversos libros y artículos, entre los que destacan: “Memoria de Rebeldía, siete historias de vida” Puntosur/Grecmu. Montevideo 1989. “Los caminos de una ilusión” 1913: huelga de mujeres en Juan Lacaze. Ed. Fin de Siglo. Montevideo 1993.Biografías de mujeres en la colección de Editorial Alfaguara “Mujeres uruguayas”. Montevideo 1997-2001.Participó en el emprendimiento colectivo de las “Historias de la vida privada en Uruguay” en el Capítulo,  “Mentiras y silencios”. El aborto en el Uruguay del Novecientos. Ed. Alfaguara. Montevideo 1996.Artículos en libros y revistas extranjeras: “A recent History of a subject with a history of its own”. En, Women and Politics Worldwide. Ed. By Nelson, B.J.- Chowdory, N. Yale University Press. New Haven& London, 1994.Capítulos en colecciones de historia: “La hora de la Eugenesia: Las feministas en la Encrucijada”. En, Historia de las Mujeres en España y América Latina. Del Siglo XIX a los umbrales del XX. T. III. Isabel Morant (Dir.) G. Gómez Ferer, G. Cano, D. Barrancos y A. Lavrin (Coords). Cátedra Ediciones. Madrid. 2006.Otras actividades:Fundadora del Grupo de Estudios de la Condición de la Mujer en el Uruguay(GRECMU) en 1982. Fue delegada técnica en los acuerdos de la ComisiónNacional Programática (Conapro) para la transicion a la democracia de 1985. Participó en las dos últimas Conferencias sobre la Mujer de Naciones Unidas realizadas en Nairobi, Kenya (1985) y Beijin (1995). Actualmente se desempeña como Asistente Académica del Rector de la Universidad de la República.


 

[1] Los partidos politicos de izquierda –socialistas y comunistas, y un amplio espectro de posiciones renovadoras independientes-  en proceso de unificacion en un frente popular (Frente Amplio, 1971),“Obreros y estudiantes” organizados en centrales sindicales fuertes como la tradicional Federación de Estudiantes Universitaria (FEUU) y la Convencion Nacional de Trabajadores (CNT-1966) se movilizaron para enfrentar esos intentos 

[2] Rico, A. "Del orden político democrático al orden policial del Estado.pp. II-III. Brecha 6 de junio de 2003. Separata 1972. El año de la Furia

[3] La “Ley de caducidad de la pretensión punitiva del estado” que  fue aprobada por el Parlamento uruguayo en diciembre de 1986, estableció una clausula de impunidad para todos los militares y policias que hubieran cometido violaciones a los derechos humanos durante el periodo de la dictadura. La sociedad civil organizada contestó de inmediato esta ley constituyendo una Comision Nacional Pro Referendum que recogería las firmas necesarias para convocar a un Plebiscito que anulara la Ley. Este se realizó en abril de 1989 con un resultado negativo ya que la ciudadanía se pronuncio por el mantenimiento de la Ley.

[4] En Argentina los juicios a la junta militar se realizaron en el periodo inmediato de la salida de la dictadura  (1983) y se produjo el documento oficial, "Nunca Más", en Chile  acompasando la recuperación democrática (1988), se publicó el "Informe Rettig".

[5] Excepciones como las de Lilián Celiberti en diálogo con Lucy Garrido (“Mi habitación, mi celda”. Cotidiano. Ed. Montevideo, 1989), o las de Chela Fontora y Graciela Jorge, (Historia de 13 palomas y 38 estrellas. Fugas de la cárcel de mujeres. TAE Ed. Montevideo 1994.

[6] “Es justamente a partir de la década de 1960 que tiene lugar la llamada “segunda revolución contraceptiva cuando se generaliza el uso de anticonceptivos eficientes. El descubrimiento de la pastilla anticonceptiva puede ser considerado como el o por lo menos como uno de los – avances tecnológicos de este siglo que tuvieron consecuencias más importantes sobre los comportamientos sociales. Si bien las sociedades dispusieron siempre de algún tipo de mecanismo orientado a controlar los nacimientos, la generalización de anticonceptivos eficientes tuvo una trascendencia sin precedentes en la vida de las parejas y fundamentalmente de las mujeres, ya que permitió disociar definitivamente la sexualidad de la reproducción”. Pellegrino, A. Aspectos demográficos (1963-1985) en, EL Uruguay de la dictadura, 1973-1985. Ed. Banda Oriental. Montevideo, 2004, p. 184.

[7] El censo Universitario de 1999 muestra que existe un  61% de estudiantes mujeres y un 39% de varones.

[8] R. Walsh. 1927-76. Periodista y novelista argentino, militante montonero. Es uno de los desaparecidos en la Argentina de la dictadura (1976-1982)

[9] Eltit, D. “Cuerpos Nómades”. En, Hispamerica. Revista de literatura. Año XXV. No. 75. USA. 1996. P.

[10] Eltit, D. Op. Cit. P. 6

[11] Entrevista a Celeste Zerpa realizada por Clara Aldrighi en 1999 para su trabajo “La izquierda armada” Montevideo. Trilce. 2001.

[12] Celiberti, L. Mi habitación, mi celda. Cotidiano. Ed. Montevideo, 1989. pp. 63-64.

[13] Aún a riesgo de perpetuar el estereotipo de la debilidad femenina frente a la fuerza arbitraria masculina-militar, pero así operó el sistema de genero, que además, fue reforzado por el régimen dictatorial

[14] Silveira, A. Madres. En, MPA, T. 2. Pp. 179-180.

[15] Ibarburu, L. Un hijo desaparecido. MPA, T. 1.pp. 174-178

[16] Los rehenes eran 18, nueve varones y nueve mujeres. Las mujeres rehenes fueron sistemáticamente “olvidadas” en los primeros relatos de la dictadura, hasta que las propias expresas políticas comenzaron su trabajo de recuperación de una historia plural.

[17] Ivonne Trías. “De este lado de la reja”. Brecha, 4 de julio de 2003. P. V.  Separata : A 30 años del golpe de Estado (V) “Dictadura y Resistencia”.

[18] Macedo, M. Op. Cit. P. 37

[19] Otras voces incorporan otra perspectiva, o matizan esta decodificación de la tortura. “No me parece que el acto de torturar se encuentre linealmente ligado a la información que pueda entregar el prisionero, sino más bien me parece conectada a una escenografía fascista de aniquilamiento mental, de destrucción, especialmente síquica. El torturador se adjudica la decisión sobre la vida y la muerte, se vuelve una especie de Dios que profana el cuerpo del prisonero, anulándolo.

[20] Serpaj. “Nunca Más”, pp. 146-147.

[21] Franco, J. Gender,  Death and Resistence  1992, 107- en Corradi et alii, eds. Fear at the Edge. University of California Press.

[22] Jelin, E. Los trabajos de la memoria. T. 1. Memorias de la Represión. Siglo XXI ed. Madrid. 2002.Cap. 6, p. 102. La autora cita trabajos de Bunster, X. (1991) y Taylor 1997)

[23] Segato, R.  “Territorio, soberanía y crímenes de segundo estado: La escritura en el cuerpo de las muertas de Juárez. En “Perfiles del Feminismo Iberoamericano. Compiladora, María Luisa femenías. Bs. As. Catálogos. 2005. P. 181.  También Rita Segato “Las estructuras elementales de la violencia, Bs. As. Prometeo, 2003

[24] Jean Franco. “Decline and fall of the littered City”. C. 10 Obstinate Memory; Tainted History.

[25] Tema abordado por Elaine Scarry, “Body in pain” ,citado por Franco, J. Op. Cit.

[26] Jean Franco cita algunas memorias publicadas en Argentina como las de Jacono Timmerman o las de Alicia Partnoy (“La escuelita”) que logran tener fuerza de revelación, a pesar de la evidente lucha  de los autores con las palabras para articular sus experiencias.

[27] Mirza, R. En, Pelletieri. O. Teatro, memoria y ficción. Ed Galerna. Bs. As. 2005

[28] En ese mismo sentido se dirigen las criticas de Primo Levi a las especulaciones sobre lo “incomunicable” de los testimonios concentracionarios. La existencia misma y la posibilidad de ese tipo de testimonios – su enunciación “malgré tout” – refutan la idea de un Auschwitz indecible

[29] Didi-Huberman, G. Images malgré tout. Ed. De Minuit. Paris. 2003.

[30] Viñar, M.  Introducción a La Especie humana de R. Antelme. Trilce Ed. 1995

[31] Entrevista Dra. Gisela Perrin  realizada por la autora en Montevideo 9/6/ 1999. “Mujer, política y dictadura” Documentos de entrevistas. Papeles de Trabajo FHCE. Julio de 2001.                  

[32] V.Giorgi, Políticas de la memoria.  Memorias políticas. Intervención en Mesa  del mismo nombre Seminario,  “Voces, memoria y reflexiones sobre el golpe de estado en Uruguay”. Ceil-Ceiu.Icp. 23-27 de junio 2003. IMM

[33] Heller, A. Memoria y responsabilidad. En, Vuelta. Volumen 16, No. 189. Agosto de 1992. México.

labrys, études féministes/ estudos feministas
janvier /décmbre 2009 -janeiro/dezembro 2009