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janvier /juin 2011 -jameiro /junho 2011

La Heterosexualidad Obligatoria apunta y la lesbofobia dispara: el femicidio lesbofóbico de Natalia Gaitán y la lucha de las lesbianas

Luciana Guerra

Resumen

En el siguiente trabajo, me propongo poner en diálogo las producciones teóricas de distintas feministas y lesbianas feministas para analizar el rol que ocupa la heterosexualidad obligatoria en las estructuras de poder y violencia patriarcal. Para ello comenzaré haciendo un recorrido analítico por el pensamiento de la antropóloga feminista Rita Laura Segato respecto de lo que ha denominado la arquitectura de las relaciones de género. Luego, incorporaré los aportes teóricos de Adrienne Rich relativos a su abordaje de la heterosexualidad obligatoria en tanto institución política para indagar el lugar que dicha institución tendría dentro del mapa analítico formulado por Rita Segato.

Lo que intentaré demostrar es que la articulación del esquema interpretativo de Segato con la teoría de la Heterosexualidad Obligatoria de Rich enriquece la mirada respecto del modo en que se produce y reproduce el poder patriarcal y los múltiples mecanismos de violencia a partir de los cuales se perpetúa. En una segunda instancia del trabajo, y teniendo en cuenta el marco teórico anteriormente desarrollado, me propongo analizar un hecho de violencia lesbofóbica ocurrido el 7 de marzo de 2010 en la ciudad de Córdoba, Argentina. Este hecho, fue el asesinato de Natalia Gaitán, una joven de 27 años fusilada por lesbiana por el padrastro de su novia que no estaba de acuerdo con la relación que las jóvenes tenían. Por último, intentaré mostrar la importancia teórica y política que implica incorporar la noción de “femicidio lesbofóbico” a la teoría feminista del femicidio para visibilizar y combatir la violencia específica que se ejerce contra las lesbianas.

Palabras Clave: lesbianas, heterosexualidad obligatoria, femicidio lesbofóbico, violencia patriarcal.

Introducción

En el siguiente trabajo, me propongo poner en diálogo las producciones teóricas de distintas feministas y lesbianas feministas para analizar el rol que ocupa la heterosexualidad obligatoria en las estructuras de poder y violencia patriarcal. Para ello comenzaré haciendo un recorrido analítico por el pensamiento de la antropóloga feminista Rita Laura Segato respecto de lo que ha denominado la arquitectura de las relaciones de género. Luego, incorporaré los aportes teóricos de Adrienne Rich relativos a su abordaje de la heterosexualidad obligatoria en tanto institución política para indagar el lugar que dicha institución tendría dentro del mapa analítico formulado por Rita Segato.

Lo que intentaré demostrar es que la articulación del esquema interpretativo de Segato con la teoría de la Heterosexualidad Obligatoria de Rich enriquece la mirada respecto del modo en que se produce y reproduce el poder patriarcal y los múltiples mecanismos de violencia a partir de los cuales se perpetúa.

En una segunda instancia del trabajo, y teniendo en cuenta el marco teórico anteriormente desarrollado, me propongo analizar un hecho de violencia lesbofóbica ocurrido el 7 de marzo de 2010 en la ciudad de Córdoba, Argentina. Este hecho, fue el asesinato de Natalia Gaitán, una joven de 27 años fusilada por lesbiana por el padrastro de su novia que no estaba de acuerdo con la relación que las jóvenes tenían.

Por último, intentaré mostrar la importancia teórica y política que implica incorporar la noción de “femicidio lesbofóbico” a la teoría feminista del femicidio para visibilizar y combatir la violencia específica que se ejerce contra las lesbianas.

Estatus, contrato y Heterosexualidad Obligatoria

La antropóloga feminista Rita Segato desarrolla en su libro Estructuras elementales de la violencia (Segato, 2003) un interesante esquema interpretativo que revela, a su modo de ver, la arquitectura propia de las relaciones de género. Dicho esquema está configurado por dos ejes de relación e interlocución interconectados entre sí. Un eje horizontal en cuyo seno se alternan relaciones de competición o alianza entre pares masculinos organizado ideológicamente desde la concepción moderna del contrato entre iguales. La condición para mantener la simetría y el equilibrio de los términos semejantes del eje horizontal se basa en la imposición de vínculos de sujeción subordinación y violencia constitutivos  del otro eje de análisis que Segato denominó vertical. Este último, se caracteriza por relaciones violentas de entrega y expropiación entre los participantes del eje horizontal, es decir, los sujetos masculinos o cofrades, sobre los cuerpos que exhiben significantes femeninos, en este caso, hablamos de cuerpos de mujeres. El eje vertical está ordenado según las coordenadas del mundo premoderno de estamentos y castas.

Segato sostiene que la masculinidad es un estatus condicionado a su obtención, por tanto, el ritual de pasaje o en otras palabras la posibilidad y el requisito para ser aceptado en el eje horizontal como un semejante, consiste en la incorporación al ciclo de violencia que impone las relaciones jerárquicas del eje vertical. La posición jerárquica masculina sólo se realiza a expensas de la subordinación de un otro femenino. Segato habla entonces de “posición mujer” o “femenina” para mostrar cómo, la inferiorización de las mujeres es consecuencia de relaciones violentas que establecen estructuras de poder y no de cuestiones de orden ontológico. Es decir, entiende lo masculino y lo femenino como lugares o posiciones en una estructura de poder a partir de la cual emergen los géneros. El centro de análisis está puesto en lo relacional como determinante de lo individual.

Teniendo en cuenta que en el eje vertical las relaciones son estamentarias, es decir, marcadas por una diferencia jerarquizada y grados de valor, Segato incorpora la categoría de tributo para señalar la dinámica que lo caracteriza. Al ser una economía entre desiguales las relaciones son de exacción forzada o entrega de tributo. Por el contrario, en el eje horizontal, lo que circula es una dinámica marcada por la “dádiva”, es decir, de trueque e intercambio entre semejantes.

En palabras de Segato:

…esa dependencia de un eje con relación a otro da origen a una relación de exacción de tributo a lo largo del eje vertical para la alimentación de la estabilidad del eje horizontal. Esa exacción o tributo resulta de un flujo afectivo, sexual y de otros tipos de obediencia intelectual, productiva y reproductiva (siendo todos estos equivalentes simbólicos) que expresa la situación de rendición permanente de la posición que llamamos “mujer”, o “femenina”, a los miembros instalados en el eje horizontal. (Segato, 2006: 25)

El estatus de virilidad o de masculinidad no sólo se mide, sino también depende de la cantidad de mujeres sobre las que un varón ejerza poder o dominio. Mientras más mujeres posea un varón, más estatus genérico adquiere. Esa posesión sexual sobre un otro femenino es la llave de ingreso a la competencia entre pares masculinos. Ser adorado como un ser superior por las mujeres y reconocido y respetado como un igual por los varones sería la resolución patriarcal de la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana en clave genérica. El amo-varón triunfa sobre la esclava-sexual-mujer en la lucha a muerte por el reconocimiento. Pero la esclava-sexual- mujer al ser sometida y esclavizada es convertida en un ser equiparable a un animal o directamente a un objeto. Por lo cual el reconocimiento que recibe de la esclava-sexual-mujer no satisface al amo-varón porque está siendo reconocido por alguien que no tiene ningún valor para él.[1]

El reconocimiento sólo es posible si viene de un ser semejante, de un igual, de un sujeto y no de un objeto. Ese sujeto de quien recibe auténtico reconocimiento, sólo puede ser otro varón con el cual entabla las relaciones del eje horizontal, en el esquema de Segato. De esta forma el amo-varón convierte a la mujer en una esclava sexual relegada a reproducir y cuidar los hijos del amo y servirlo sexualmente cuando éste lo disponga configurando el eje vertical. Gracias a este tributo que adquiere del sometimiento de la mujer, el amo-varón pide y reclama el reconocimiento de sus pares masculinos exigiendo pertenencia al eje horizontal.

Con esta lectura feminista de la dialéctica del amo y el esclavo hegeliana nos podemos figurar la dinámica de violencia sexual que articula los dos ejes del esquema analítico de Segato.

La tesis central que sostiene la autora parte del principio de que el fenómeno de la violencia emana de la relación tensa entre estos dos ejes ordenados simultáneamente por las ideologías del estatus y el contrato.

Estas afirmaciones, las sustenta incorporando los aportes teóricos de la feminista Carol Pateman. Esta última, analiza los teóricos del contrato social para dar cuenta del sesgo genérico en el llamado “contrato originario” que da nacimiento a la sociedad civil legitimando la autoridad de los Estados modernos. Pateman sostiene que el contrato original es la manera en que se constituye el patriarcado moderno. Esta ley, este derecho patriarcal, se impone por medio del contrato sexual. Según la autora, la historia del contrato social es la historia de la génesis de la esfera pública propia de los fráteres ciudadanos e iguales, ámbito de la libertad y el poder masculino. Por su parte, la historia del pacto o contrato sexual es la historia de la sujeción y dominación de las mujeres, relegadas a la esfera privada, considerada como poco relevante para la vida política del conjunto social.

Los sujetos del contrato original son los varones, únicos dotados según los clásicos de los atributos para la realización del mismo (racionalidad, neutralidad). Por el contrario, las mujeres son lo pactado, el objeto que sella el pacto.

De esta manera, afirma Pateman, el contrato social/ sexual configura la ley del derecho sexual masculino en su forma contractual moderna. El mundo del estatus pervive en el nuevo ordenamiento del patriarcado moderno que ya no se basa en el poder del padre como en los tiempos premodernos, sino en el poder de los fráteres por lo cual Pateman lo denomina patriarcado fraternal moderno.

Como explica Segato:

Este resurgimiento o simultaneidad de lo premoderno y lo moderno nos recuerda la tesis de Carole Pateman que, en discrepancia con Freud, Lévi-Strauss y Lacan, no ve en el asesinato del padre el acto violento que funda la vida en sociedad y da paso a un contrato entre iguales, y se sitúa en cambio en un momento precedente que habla de la posibilidad de dominación del patriarca. En una secuencia argumentativa a la vez mítica y lógica, Pateman apunta a la violación, en el sentido de apropiación por la fuerza de todas las hembras de su horda por parte del macho-padre-patriarca primitivo, como el crimen que da origen a la primera Ley, la ley del estatus: la ley del género. El asesinato del padre marca el inicio de un contrato de mutuo reconocimiento de derechos entre hombres y, como tal, es posterior a la violación o apropiación de las mujeres por la fuerza, que marca el establecimiento de un sistema de estatus. (Segato, 2003: 28)

De lo expuesto cabe destacar el hecho de que la ley del estatus, es decir, la ley del género se impone, en el análisis de Pateman, a través de la violación, es decir de una relación de violencia heterosexual entendida como colonización del cuerpo y la sexualidad de las mujeres.

Esta versión conjetural del contrato originario basado en el asesinato del padre por los fráteres que se liberan de la autoridad del padre implica una redistribución del poder sobre las mujeres que no es analizada, cuestionada o señalada como dato significativo por Freud, Lacan y Levi-Strauss. Por tanto lo que se omite, como bien señala Pateman, es que no sólo está en juego la libertad de los fráteres en esta lucha contra la ley del padre que culmina en parricidio. La dominación de las mujeres por los varones y el derecho de los varones a disfrutar de un gran acceso sexual a las mujeres es uno de los puntos en la firma del pacto original. (Pateman, 1995: 10). Por eso, el contrato originario es un contrato social y sexual. Es social en la medida que se refiere al pacto que sella la libertad e igualdad de los frateres parricidas. Y es sexual ya que la condición de posibilidad de la libertad de los fráteres depende de que éstos se apropien de las mujeres que eran patrimonio del padre. La historia de la sujeción de las mujeres es invisibilizada, no narrada y silenciada por ser la historia de la sujeción que garantiza la libertad y la supremacía masculina, ya sea en un orden paternalista o fraterno.

En el marco de análisis de Pateman, la acción que instaura la ley del estatus, es decir, la ley del género es la violación-apropiación del macho-padre-patriarca primitivo sobre las mujeres. En otras palabras, la ley del estatus de género surge con la imposición violenta de la heterosexualidad como acto colonizador del cuerpo de las mujeres. En este sentido, considero enriquecedor articular los aportes teóricos de Pateman y Segato, con el pensamiento de Adrienne Rich.

En su clásico ensayo Heterosexualidad Obligatoria y existencia Lesbiana (Rich, 1985) Rich sostiene que para poder entender y desarticular los mecanismos a partir de los cuales se impone el poder patriarcal, es clave analizar la heterosexualidad como una institución política. De esta forma, la autora desnaturaliza la heterosexualización del deseo y cuestiona el supuesto carácter innato de la heterosexualidad.

El análisis de Rich visibiliza los mecanismos de disciplinamiento y control que evidencian la existencia de fuerzas que escapan a la heteronormatividad. Si la heterosexualidad fuera innata, ¿por qué, [se pregunta], son necesarias restricciones tan violentas para asegurar la lealtad y sumisión emocional y erótica de las mujeres respecto a los varones? (Rich, 1985: 11)

Estas restricciones y prácticas violentas para someter física y psíquicamente a las mujeres por medio de la sumisión erótico-afectiva son analizadas por Rich  tomando como referencia el ensayo de Kathelin Gough, The Origin of de family. En dicho ensayo Gough enumera 8 características del poder masculino. Si bien Gough entiende a estas características como lo que genera la desigualdad sexual, Rich, por el contrario, las considera prácticas sistemáticas que imponen la heterosexualidad.

La primera de ellas es negar a las mujeres el desarrollo de su sexualidad, y se refleja en prácticas tales como la ablación de clítoris o su negación psicoanalítica; la negación de la existencia lesbiana a través de asesinatos, persecuciones, expulsión de la historia; restricciones contra la masturbación; ideología  del idilio heterosexual, entre otras.

La segunda, al imponer la sexualidad de los varones, reflejado en prácticas tales como las violaciones (incluida la marital) y maltratos a las esposas; en el incesto padre-hija, la prostitución, el harén; en representaciones pornográficas de mujeres respondiendo positivamente a la violencia sexual y a la humillación, cuyo fundamento es la noción de que el impulso sexual masculino equivale a un derecho inviolable que, una vez desatado, no admite un “no” por respuesta.

La tercera es la utilización de las mujeres como objetos de transacción entre varones -por ejemplo, en los casamientos concertados, el uso de mujeres como “regalos”, proxenetismo.

La cuarta disponer y explotar su trabajo a través de las instituciones del matrimonio, la maternidad como producción no remunerada y el control masculino del aborto.

La quinta vía para perpetuar la heterosexualidad obligatoria se refleja al confinarlas físicamente y prohibirles el movimiento: acoso sexual en las calles, la obligación de ser madres en tiempo completo en casa, etc.

La sexta, quitarles amplias áreas de conocimiento social y de los logros culturales: impedir la educación de las mujeres, imposición de roles sexuales que alejen a las mujeres de la ciencia, etc. Y las últimas dos son, obstaculizar su creatividad y controlar y apoderarse de sus hijos.

Si como señala Rich, la imposición de la heterosexualidad es el medio de asegurar el derecho masculino de acceso físico, emocional y económico sobre las mujeres, entonces es la heterosexualidad obligatoria la institución política que habilita el contrato sexual teorizado por Pateman. En mi opinión, esta tesis se halla presente en la argumentación mítica y lógica de Pateman ya que la autora, como vimos anteriormente, se detiene en el momento de la violación para mostrar que es por medio de ella que el macho-padre-patriarca-primitivo se apropia de las hembras de la horda instaurando la primera Ley, la ley del estatus o de género que luego heredan y modernizan los fráteres parricidas. El derecho sexual masculino garantizado por la ley del estatus emerge de la violación o relación heterosexual forzada.

Por su parte, Segato señala que la condición para ser aceptado en el eje horizontal masculino es la demostración de superioridad a través del ejercicio de la violencia sexual sobre un Otro marcado como femenino. La condición necesaria de la masculinidad es entonces la heterosexualidad entendida como una relación de colonización que da lugar al eje vertical estamentario. No es un atributo del individuo, sino una relación que le da el atributo al individuo, en este caso, la masculinidad. Es decir, la relación de colonización heterosexual produce individuos genéricos masculinos y femeninos que son posiciones asimétricas y jerárquicas en la estructura de poder patriarcal.

Como vimos, Segato sostiene la tesis de que el fenómeno de la violencia emana de la relación tensa entre los ejes horizontal y vertical. Este esquema es, a sus ojos, la arquitectura misma de las relaciones de género. Teniendo en cuenta los planteamientos de Rich, quisiera sostener que esta arquitectura de las relaciones de género (teorizada por Segato) anclada en dos ejes se cimienta a través de la imposición de la heterosexualidad obligatoria, columna vertebral del poder patriarcal y fuente central de la cual emerge la violencia contra las mujeres.

Desde esta perspectiva, es la heterosexualidad obligatoria la relación de colonización institucionalizada que da lugar al binarismo sexual y la supremacía masculina (eje horizontal y vertical en el esquema teórico de Rita Segato) junto a la definición jerárquica de los géneros como masculino/amo/sujeto-heterosexual y  femenina/esclava/objeto-heterosexuado. Ya que es a partir de esta estructura de poder, a partir del orden heterosexual, que se define normativamente lo humano (heteronormatividad) con la intención de naturalizar las relaciones de dominación patriarcal. La heterosexualidad y el binarismo sexual son presentados como naturalezas innatas pero son, en realidad, el producto histórico y político de las relaciones de poder heterosexista.

Para ser masculino hay que ser heterosexual y someter al menos a una mujer. En otras palabras, la masculinidad hegemónica depende del establecimiento de relaciones heterosexuales colonizantes por parte del aspirante a fráter. Mientras más mujeres conquiste un varón más macho es. Mientras más mujeres le rinden tributo más estatus viril tiene y más respeto entre sus pares.

Por el contrario, no tener ese poder de sometimiento sobre una Otra, pone en riesgo la posibilidad de constituirse en sujeto mediante el reconocimiento de la cofradía viril. Constituirse como Uno, depende del sometimiento de una Otra y del reconocimiento del tribunal viril del eje horizontal.

Si una mujer no acepta los mandamientos cosificantes del patriarcado sobre el género femenino al cual es empujada desde su nacimiento, altera el orden tenso de los ejes vertical y horizontal. La autonomía de la mujer amenaza la supremacía masculina.

Si una mujer desobedece a un varón, pone en cuestión la calidad de su masculinidad (ya sea un novio, amante, esposo, padre, hermano, o más aún, ex esposo, ex novio o ex amante). La masculinidad es debilitada por las rebeliones de la mujer que supuestamente debería rendirle tributo. Sin este tributo, como bien señaló Segato, la masculinidad es frágil, no hegemónica, por tanto una masculinidad feminizada. El varón que no puede manejar a una mujer corre el riesgo de ser expulsado o no aceptado en el eje horizontal, lo cual implica perder el estatus de sujeto=masculino. La virilidad hay que reafirmarla constantemente para poder ser un competidor del eje horizontal y esta reafirmación sólo es posible utilizando la violencia heterosexista como recurso.

De esta forma podemos señalar que la violencia contra las mujeres tiene un carácter disciplinador. La violencia de género, específicamente, la violencia contra las mujeres se detona cuando una mujer transgrede los lugares que el patriarcado ha elegido por ella y para ella. Los corrimientos y rechazos de una mujer a la dinámica tributaria o exacción forzada del eje vertical enfurece a los machos que sienten su “superioridad” y sus privilegios amenazados. La violencia heterosexista es la herramienta clave para restablecer el orden de los dos ejes y poner a las mujeres en “su lugar”. Un lugar de inferiorización que se escribe con violencia sobre sus cuerpos.

Considero que la heterosexualidad es el eje estructurador de la doble cara del estereotipo femenino. Cada una de las cuales expresa los distintos modos en que el trabajo, el cuerpo y la sexualidad de las mujeres son expropiados y explotados estructuralmente por los varones.

Por un lado, el rostro de la mujer decente: la madre y esposa heterosexual siempre dispuesta a cuidar de los otros y nunca de sí misma. Por otro lado, el rostro de la mujer indecente representado por la puta mal viviente reducida a un mero objeto sexual que, en palabras de María Galindo: “es la portadora de toda la carga posible de condena social, de humillación y desprecio”.(Galindo y Sánchez, 2007: 30)  Esta oposición que pareciera ser antitética es por el contrario la doble cara del disciplinamiento patriarcal, o como señala María Galindo, un chantaje del sistema sexo-género:

Un chantaje que coloca en principio como opuestas a la mujer puta de la mujer no puta, pero que al mismo tiempo coloca a la puta como una amenaza. Siempre puedes ser al fin y al cabo, considerada una puta. El apelativo de puta puede siempre recaer sobre cualquiera de nosotras. Sobre nuestro modo de vestir, de  comportarnos, de pensar, de vivir nuestros cuerpos. Recae sobre las pequeñas desobediencias de la sexualidad y en el comportamiento hacia los hombres. (Galindo y Sánchez, 2007: 30)

Madre santificada o prostituta despreciada parecen ser los únicos rostros que la mirada sexista admite en una mujer. Es por esto que consideramos a la heterosexualidad como el rasgo fundamental del estereotipo femenino. Sin heterosexualidad obligatoria no hay putas, sin heterosexualidad obligatoria no hay madres/esposas incubadoras al servicio sexual del marido y del cuidado de los hijos.

Por tanto, la imposición de la heterosexualidad es crucial para el poder masculino y para el establecimiento de los dos ejes, el vertical y horizontal, que configuran el mapa arquitectónico del sistema patriarcal. La violencia de género, es entonces, la herramienta a partir de la cual se repara el desorden causado por cualquier corrimiento, desobediencia o trasgresión a los mandatos heterosexistas y cosificantes que recaen sobre el cuerpo y la sexualidad de las mujeres. Son estos mandamientos heterosexistas lo que han hecho de la existencia lesbiana una posibilidad invisible para las mujeres ya que el deseo lésbico implica, en cierta medida, una independencia respecto de la sexualidad masculina.  Digo en cierta medida, ya que las lesbianas no estamos exentas de vivir experiencias de violencia machista. Las violaciones, el acoso sexual en la vía pública, el acoso laboral, las redes de prostitución y trata, la división sexual del trabajo, la invisibilización de la existencia lesbiana, son algunas de las violencias que recaen sobre todas las mujeres incluyendo a las lesbianas. Porque la heterosexualidad obligatoria es una institución que atraviesa a todas las instituciones sociales, una suerte de transinstitución, presente en los distintos ámbitos de la cultura: educación, trabajo, deporte, arte, familia, ciencia, religión, medios de comunicación, etc.  

Si aceptamos que la fuente de la violencia de género, en este caso, la violencia contra las mujeres, es la heterosexualidad obligatoria, sería de gran importancia acompañar esta tesis de carácter universalista con un abordaje situado de los hechos de violencia.

A mi modo de ver, la localización de los hechos de violencia heterosexista nos permite, por un lado, hacer un análisis que no pase por alto las particularidades de los mismos y por otro, poner de relieve, teniendo en cuenta el carácter disciplinador de la violencia machista, esas rebeldías, libertades y rupturas con el estereotipo patriarcal de Mujer insoportables para el orden patriarcal, que detonan los mecanismos de violencia.

¿De qué forma particular y creativa fue desafiada la autoridad patriarcal por estas mujeres? ¿Qué mandamientos anclados en la cosificación de sus cuerpos y deseos no fueron respetados? 

La lesbofobia mata: Natalia Gaitan, fusilada por lesbiana

En el año 2010 se aprobó la ley de Matrimonio Igualitario en Argentina convirtiéndose en el primer país de Latinoamérica que permite contraer matrimonio a las personas del mismo sexo. Si bien es un paso enorme en la conquista de derechos por parte del movimiento lgtttbi, sabemos que las leyes por sí solas no cambian la realidad. Como señala Segato

No es por decreto, infelizmente, que se puede deponer el universo de las fantasías culturalmente promovidas que finalmente conducen al resultado perverso de la violencia, ni es por decreto que podemos transformar las formas de desear y de alcanzar satisfacción constitutivas de un determinado orden sociocultural, aunque al final se revelen engañosas para muchos. Es necesario removerlo, instigarlo, trabajar por una reforma de los afectos y de las sensibilidades, por una ética feminista para toda la sociedad (Segato, 2003: 133)

Por tanto, podemos decir que a pesar de las importantes posibilidades de transformación cultural que abre esta ley, la lucha contra la homo-lesbo-trans fobia siegue estando a la orden del día ya que la heterosexualidad obligatoria conserva un lugar  hegemónico en los distintos procesos de socialización.

Esa distancia entre los cambios formales o legales y las transformaciones culturales la vemos reflejada, lamentablemente, en un hecho de violencia lesbofóbica ocurrido el mismo año que se legalizó el matrimonio igualitario. Este hecho fue el asesinato de Natalia Gaitán, una joven de 27 años fusilada por lesbiana el 7 de marzo de 2010 por el padrastro de su novia, Daniel Torres, que no estaba de acuerdo con la relación que las jóvenes tenían.

Ser lesbiana es una desobediencia inadmisible para el patriarcado heterosexista. Pero Natalia no sólo decidió ser lesbiana, sino que también decidió ser visible, no ocultó su deseo rebelde y por eso la mataron.

A raíz de este hecho se fue generando un proceso de movilización social y pedido de justicia tanto en Córdoba, ciudad donde sucedió el crimen, como en distintos lugares del país.

Muchas preguntas surgieron dando lugar a debates que siguen abiertos dentro del activismo político: ¿Cómo nombrar el asesinato de Natalia? ¿Cómo pensarlo? ¿Cómo denunciarlo? ¿Crímen de odio? ¿Femicidio? ¿lesbocidio? ¿Femicidio lesbofóbico?

Estas preocupaciones no son meras cuestión nominales, ni una manía de encasillamiento categórico, por el contrario, cada modo de nombrarlo, enunciarlo y visibilizarlo implica diferentes posicionamientos ideológicos con las relativas estrategias políticas que de cada perspectiva se desprenden.

Hasta ese momento, la categoría de femicidio acuñada por el movimiento feminista me parecía una herramienta de lucha política sumamente útil para el abordaje de los asesinatos de mujeres. Ya que por un lado, el término politiza los asesinatos en cuestión visibilizando el sistema de poder patriarcal que subyace a los mismos, y por otro lado, rechaza los abordajes policiales que los considera crímenes pasionales, es decir, como si fueran novelas de amor que terminan con final trágico. Al mismo tiempo visibiliza el carácter estructural de la violencia machista en oposición a la idea de que las violencias cotidianas vividas por las mujeres son producto de problemas personales, aislados y sin relación alguna entre sí.

Pero ante el fusilamiento de Natalia, el término femicidio evidenciaba límites importantes ya que invisibilizaba un aspecto central: que Natalia era lesbiana y que la mataron por lesbiana.

El concepto de femicidio lesbofóbico apareció en algunos carteles de las movilizaciones que se fueron impulsando en reclamo de justicia. Este término, en mi opinión, permitía visibilizar que el deseo lésbico de Natalia fue el detonante de la violencia heterosexista que terminó con su vida. Es por eso que la incorporación de la categoría “femicidio lesbofóbico” no sólo enriquece la teoría de los femicidios, sino que permite impulsar luchas políticas que den cuenta de las enormes tensiones, contradicciones y rupturas que existen entre la vida concreta y cotidiana de los cuerpos sexuados que habitan creativamente la categoría mujer, con el estereotipo patriarcal de la Mujer anclado en la heterosexualidad obligatoria.  

Pero si bien, tenemos por un lado la fuerza política del término femicidio que se pone de manifiesto en la visibilización que el término aporta respecto al carácter estructural y social de la violencia contra las mujeres. Por otro lado, este universal “mujeres” que señala la marca a partir de la cual esos cuerpos son violentados tiene los enormes riesgos de caer en esencialismos que invisibilicen las realidades concretas y situadas de las mujeres. La potencialidad política del término femicidio podría volverse en contra si se pierde de vista que el universal mujeres del que hablamos es una categoría política, abstracta, vacía y por ende no sustantiva.[2]

En este sentido, considero fundamental hacer un análisis situado de los hechos de violencia para entender con mayor profundidad el funcionamiento de los mecanismos de la violencia heteronormativa y visibilizar los rostros particulares que cobran estos mecanismos en cada situación concreta. Así, podríamos evitar que las luchas y políticas impulsadas desde el movimiento feminista sean sesgadas. Como señala Audrey Lorde:

Debemos reconocer las diferencias que nos distinguen de otras mujeres que son nuestras iguales, ni inferiores ni superiores, y diseñar los medios que nos permitan utilizar las diferencias para enriquecer nuestra visión y nuestras luchas comunes. (Lord, 2004: 134)

Si el femicidio es la punta del iceberg de la violencia contra las mujeres, ante un femicidio lesbofóbico, el feminismo en su conjunto debería poder señalar y visibilizar de qué manera se ejerce la violencia lesbofóbica no sólo contra las lesbianas, sino sobre todas las mujeres, ya que la existencia lesbiana es desterrada del universo de posibilidades erótico-afectivas de las mujeres por el disciplinamiento compulsivo de la Heterosexualidad Obligatoria.

Como dijo Wittig:

Por mucho que hayamos admitido en estos últimos años que no hay naturaleza, que todo es cultura, sigue habiendo en el seno de esta cultura un núcleo de naturaleza que resiste al examen, una relación excluida de lo social en el análisis y que reviste un carácter de ineluctabilidad en la cultura como en la naturaleza: es la relación heterosexual. Yo la llamaría la relación obligatoria social entre el “hombre” y la “mujer”. (Wittig, 2006 :51)

Esta obligatoriedad de la heterosexualidad es lo que Natalia desafió y lo que cada lesbiana desafía.

Si volvemos al marco teórico de Segato y tratamos de ubicar a la lesbiana en la definición binaria y heterosexista que configura los ejes horizontal y vertical, nos encontramos con que la lesbiana, no tiene lugar ni en el eje horizontal, reservado sólo para los fráteres, ni en el vertical porque la mujer en tanto producto de la mirada masculina es “esencialmente” heterosexual ya sea en su versión santificada (la madre) o en su versión demoníaca (la puta). En este mapa binario configurado por dos ejes, la lesbiana no existe. Pero como de hecho las lesbianas existimos, en algún lugar tenemos que estar. Es así que el patriarcado inventa un lugar invisible, un lugar de exclusión que es un no-lugar: el armario. La invisibilización y la negación de la existencia lésbica, como señalamos anteriormente, es un rasgo característico de la violencia lesbofóbica.

Ahora bien, teniendo en cuenta que el patriarcado considera a las mujeres propiedad de los varones, al cuerpo de las mujeres como un territorio a conquistar y a las lesbianas como mujeres, el cuerpo lesbiano pasa a ser un territorio sin dueño. En palabras de José Ignacio Pichardo se entiende que la ausencia del varón las coloca en una situación de disponibilidad ante el resto de los varones. (Pichardo, 2008: 129) (Disponibilidad pactada y garantizada por el contrato sexual teorizado por Pateman)

Si el estatus de masculinidad aumenta en proporción a la cantidad de mujeres colonizadas heterosexualmente, la fantasía viril de apoderarse de dos lesbianas es un acto colonizador bien premiado en las relaciones competitivas del eje horizontal.

El rol de la pornografía es clave en promover y difundir una imagen heterosexista de las lesbianas. Las dos mujeres teniendo sexo son para él, el objetivo es excitar y erotizar al varón para quien está dirigido el material pornográfico. Como bien dice Monique Wittig, Cuando el pensamiento heterosexual piensa la homosexualidad, ésta no es nada más que heterosexualidad. (Wittig, 2006: 52) 

Esta mirada violenta da lugar a la paradoja de la lesbiana heterosexual-izada. Es decir, sobre la autodeterminación lésbica recae compulsivamente la imposición de la heterosexualidad para restablecer el orden patriarcal y poner a las lesbianas en el ciclo de relaciones estamentarias del eje vertical del cual nunca debieron haberse apartado.

Pero si una lesbiana insiste en luchar por su deseo, insiste en rechazar la heterosexualidad como destino, insiste en vivir fuera del armario, la violencia lesbofóbica se intensifica porque con su insistencia en decidir sobre su cuerpo y su sexualidad desafía la supremacía masculina.

El fusilamiento de Natalia Gaitán por parte del padrastro de su novia es un ejemplo de ello. Un ejemplo de cómo la heterosexualidad obligatoria se impone violentamente, un ejemplo de cómo los varones se creen dueños de las vidas y los cuerpos de las mujeres; un ejemplo de cómo un padrastro se cree con el derecho de decidir sobre la vida y sexualidad de su hijastra, un padrastro que escribe con violencia en el cuerpo de Natalia que los que mandan son los machos y los mandatos de los machos deben ser respetados. Él no estaba de acuerdo con que Natalia y su hijastra se vayan a vivir juntas, ellas no lo obedecieron, entonces Daniel Torres fusiló a Natalia. Torres hizo lo que un macho debe hacer para reafirmar su masculinidad cuando es desafiada y fragilizada por las autonomías y desobediencias de las mujeres que supuestamente le pertenecen, en este caso, su hijastra.

Conclusiones

El recorrido que hemos desarrollado por el esquema teórico de Segato nos permitió ver cómo la ley de estatus organiza las relaciones violentas propias del eje vertical donde las mujeres deben rendir tributo a los varones para garantizar la supremacía masculina. Esta última, da lugar al eje horizontal contractual desde donde reinan los cofrades viriles.

A mi modo de ver, la noción de tributo es clave para comprender la mecánica violenta que organiza las relaciones del eje horizontal sobre el vertical.

Como vimos, Segato afirma que las relaciones basadas en estamentos se caracterizan por la exacción forzada o entrega de tributo. El género es para la autora la forma paradigmática de los vínculos estamentarios y el tributo propio de las relaciones genéricas es de naturaleza sexual. Por tanto, tenemos que el tributo es una relación de poder sexual que se entabla entre quien aspira a ganarse un lugar de jerarquía en el estructura de género sobre un cuerpo otro que se convierte en un cuerpo heterosexuado a partir de la marca genérica inferiorizada (es decir la posición femenina o posición mujer) que le imprime esta relación de violencia y opresión sexual. El término positivo de esta relación de subordinación heterosexual es el masculino y el término negativo el femenino: amo / esclava, Uno / Otra, superior / inferior, sujeto / objeto, activo / pasiva, masculino / femenina.

Incorporar al análisis la teoría desarrollada por Rich de la heterosexualidad obligatoria entendida como una institución política, nos permite poner de manifiesto las condiciones político-sexuales que hacen posible el tributo. Las prácticas sistemáticas a partir de las cuales se impone la heterosexualidad son las prácticas sistemáticas de la adquisición del tributo. Y adquirir este tributo (hetero)sexual, propio de las relaciones patriarcales, es adquirir por medio de la violencia el derecho de propiedad sobre el cuerpo, la vida y la sexualidad de las mujeres y ser reconocido a causa de esta situación de opresión como un semejante por los cofrades (amos y señores de las mujeres)

Obtener el estatus de masculinidad a través del tributo, es entonces, convertirse en soberano de un cuerpo colonizado heterosexualmente. El cuerpo colonizado heterosexualmente es un cuerpo feminizado. Lo femenino es lo Otro y lo masculino lo Uno.

Teniendo en cuenta estas consideraciones podemos afirmar que la fuerza y el poder de la supremacía masculina son expropiados, entonces, del cuerpo de las mujeres por medio de la heterosexualidad obligatoria.

…la capacidad de exacción en una economía simbólica de estatus es justamente el requisito indispensable para formar parte del orden de pares (…) Todo sucede como si la plenitud del ser de los semejantes (…) depende de un ser-menos de los que participan como otros dentro del sistema. Ese ser-menos –o minusvalía- sólo puede ser resultado de una exacción o expropiación simbólica y material que reduce la plenitud de estos últimos a fin de alimentar la de aquellos.

(Segato, 2003: 254)

La capacidad de exacción es la capacidad de imponer la heterosexualidad obligatoria a las mujeres adquiriendo de esta forma la posición masculina en la estructura de género.

En este marco patriarcal, el lesbianismo es una relación prohibida, estigmatizada, rechazada e invisibilizada. La insumisión lésbica al mandato heterosexual detona una gran cantidad de mecanismos de violencia heterosexista con fines “correctivos”.

El femicidio lesbofóbico de Natalia Gaitán en manos de Daniel Torres, padrastro de su novia que no estaba dispuesto a que su hijastra se vaya a vivir con Natalia, muestra cuán lejos puede llegar la violencia heterosexista. Si como advierte Segato la violencia patriarcal tiene una dimensión expresiva que los agresores escriben en los cuerpos sacrificados ¿Que nos quiso decir Daniel Torres a través del asesinato de  Natalia? Cuál es el mensaje disciplinador, no ya para Natalia y su hijastra, sino para todas las mujeres en tanto lesbianas potenciales: ¿Serás heterosexual o no serás?

Lejos de amedrentarnos, las lesbianas supimos responder a este mensaje lesbofóbico con movilizaciones y reclamos de justicia para que Daniel Torres se quede donde está para siempre: en la cárcel. Graffitis callejeros, charlas, marchas, jornadas culturales, ciclos de cine, talleres de lectura, publicaciones, son algunas de las actividades que se llevaron a cabo (y se siguen llevando a cabo) en distintos lugares del país para visibilizar la violencia contra las lesbianas. A pocos días de la muerte de Natalia, compañeras lesbianas escribieron una declaración titulada Fusilada por lesbiana y difundida en la lista virtual RIMA[3] (Red Informativa de Mujeres de Argentina)  el 13 de marzo de 2010 que quisiera compartir para terminar el artículo ya que mucho aporta a la lucha cotidiana por transformar las inhumanas relaciones que nos impone la heterosexualidad obligatoria:

Fusilada por lesbiana. Ni la prohibición, ni los tabúes pudieron  con el deseo de Natalia. Con su deseo que desobedeció el mandato heterosexual. Con su cuerpo que ni la injuria ni la discriminación cotidiana pudieron controlar. Con su vida erótico-afectiva que los procedimientos sutiles y silenciosos de las instituciones no pudieron rectificar. Por lesbiana. Natalia Gaitán, pobre, de 27 años, residente en la ciudad de Córdoba, recibió un balazo de la fálica escopeta  del padrastro de su novia el sábado 6 de marzo. Fusilada. Fusilado el cuerpo, fusilado el deseo, fusilado el impulso vital.

Fusilada por lesbiana.

La lesbofobia hace estragos en nuestras vidas. Sus manifestaciones van desde la negación sistemática de la existencia, la compulsión a la mudez, la violencia del insulto, las miradas amenazantes o reprobatorias, los golpes y violaciones, el encierro en las casas, la expulsión de los hogares, el deseo de muerte por parte de padres y madres, la patologización inmediata, el temor a perder la tenencia de lxs hijxs, la burla cotidiana, la pérdida del trabajo, la desocupación por  falta de “buena presencia”, hasta el asesinato liso y llano. Desde una infinidad de formas de extorsión que pretenden –y logran- convertir en horror una y muchas vidas, hasta la muerte marcada con la legitimidad que se da a sí mismo el pistolero y una ambulancia que tardó demasiado en llegar.

El asesinato de Natalia muestra cuán represiva es la ley heterosexual cuando los mecanismos institucionales de normalización no pudieron controlar ese deseo, esa atracción erótico afectiva que las instituciones siguen patologizando aunque a veces se llenen la boca de “los mismos derechos” y “el mismo matrimonio”.

Volante difundido en el grupo de facebook “Justicia para Natalia Gaitán” a 11 días de su asesinato junto a una convocatoria a marchar en el barrio donde fue fusilada. http://www.facebook.com/profile.php?id=100000282008897#!/photo.php?fbid=1360947860351&set=o.364457176530&theater

 

Bibliografía

-FEMENÍAS, María Luisa y Aponte Sánchez. 2008. Articulaciones sobre la violencia contra las mujeres, La Plata, Edulp.

-FEMENÍAS, María Luisa. Sobre Sujeto y Género, Buenos Aires, Catálogos, 2000.

-FLORES, Valeria. Notas lesbianas. Reflexiones desde la disidencia sexual, Rosario, Hipólita Ediciones, 2005.

-GALINDO, María y SÁNCHEZ, Sonia. 2007. Ninguna mujer nace para puta, Buenos Aires, La vaca.

-GUERRA, Luciana y Gavrila Canela. 2009. “Lesbianas contra el armario público y la visibilidad privada”, publicación del trabajo completo en CD de Actas del I Congreso Interdisciplinario sobre Género y Sociedad. “Debates y Prácticas en torno a Violencias de Género.” Córdoba, Argentina.

-GUERRA, Luciana y SCIORTINO, Silvana. 2009. “Un abordaje del feminicidio desde la convergencia entre teoría y activismo”,  Revista Venezolana de Estudios de la Mujer Nº 32, Volumen 14,  bajo el título de  Las Violencias contra las mujeres.

-LORDE, Audre. 2004. “Edad, raza, clase y género: las mujeres redefinen la diferencia”, en La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, Madrid, Horas y Horas.

-PATEMAN, Carol. 1995. El Contrato Sexual, Mexico, Anthropos/UAM.

-PICHARDO, José Ignacio. 2008. “Lesbianas o no”, en Raquel Platero (coord.). 2008. Lesbianas. Discursos y representaciones, Madrid, Melusina.

-RICH, Adrienne. Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana, publicado por la revista “Nosotras que nos queremos tanto”, editada por el Colectivo de Lesbianas Feministas de Madrid, Nº 3, noviembre de 1985.

- SEGATO, Rita. 2003. Las Estructuras Elementales de la Violencia. Ensayos sobre género entre la Antropología, el Psicoanálisis y los  Derechos Humanos. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes / Prometeo.

---------------------------.2006. “¿Qué es un feminicidio? Notas para un debate emergente” en Mora, Revista del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Nº12.

-WITTIG, Monique. 2006. El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, EGALES.

Guerra Luciana. Profesora de Filosofía. Doctoranda de la FAHCE, UNLP. Docente de la cátedra Problemas Filosóficos Contemporáneos de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Becaria de CONICET. Integrante del CINIG (Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género) FAHCE, UNLP. Miembro del proyecto H.471 “Masculino/femenino: la conceptualización de lo humano en el pensamiento contemporáneo: la irrupción de la diferencia” FAHCE, UNLP y del proyecto "Debates teóricos sobre la prostitución: un análisis de los fundamentos filosóficos, históricos y legales” Universidad Rey Juan Carlos.

Coordinadora del proyecto de extensión “Mujeres decidiendo sus cambios: creatividad contra la violencia”. 

Integrante de la Colectiva Feminista Las Furiosas.


 

[1] Segato incorpora la dimensión expresiva de la violencia patriarcal y analiza la violencia como un enunciado que se escribe en el cuerpo de las mujeres.  La autora va a sostener que la reducción del otro femenino tiene interlocutores tanto o más importantes que la propia víctima. Estos interlocutores son los pares masculinos.

[2] Esta distinción entre formal y material sería imposible de plantear desde los supuestos filosóficos del giro lingüístico, por lo cual me veo en la necesidad de aclarar que no estoy haciendo mi análisis desde ese marco epistemológico. 

[3] http://www.rimaweb.com.ar/

 

labrys, études féministes/ estudos feministas
janvier /juin 2011 -jameiro /junho 2011