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études féministes/ estudos feministas Tijuana como frontera de discriminación y lesbofobia Sara Islas Espinosa Resumen En diferentes culturas y épocas siempre han existido mujeres que se han relacionado sexual, amorosa y afectivamente con otras mujeres, y que de hecho ejercen la maternidad y la resignifican. Sin embargo, cada sociedad interpreta estas prácticas de distinta forma ya que desde una visión heteronormativa, este tipo de parejas no pueden existir ni mucho menos deben compartir la creación de una familia (desde el concepto tradicional). Este es el caso que las madres-lesbianas viven en su día a día en Tijuana, México, ante la decisión de optar por la maternidad. Palabras clave: Maternidad lesbiana, sexualidad, familia, lesbofobía.
Tijuana es la primera ciudad fronteriza de Baja California que delimita la zona límite entre México y los Estados Unidos. Sus habitantes aseguran que debido al flujo migratorio, la ciudad crece en promedio unas cuatro calles al día y esto se debe a las bondades y oportunidades que ofrece esta ciudad que es vivida por muchos como una ciudad cosmopolita, en contraposición al traspatio de decadencia social en la que se envuelve la dinámica de la frontera por su alto grado de criminalidad y militarización. Hablar de Baja California como frontera es uno de los retos más complicados por los estigmas y expectativas que encierran a este Estado y sus ciudades, en particular, Tijuana y sus habitantes. Tras 20 años en el poder del Partido Acción Nacional (PAN), partido de derecha, en Tijuana se respira un ambiente conservador, pese a la recién elección de un nuevo Alcalde con más tendencias a la corriente política de centro que anima a quienes vivimos en la ciudad a añorar el regreso de un Estado Laico en las elecciones del próximo año en que se elegirá un nuevo gobierno estatal. A la par del escenario conservador, los habitantes disidentes de la derecha lidiamos día a día con la intromisión de la Iglesia en el escenario público y político, donde tras la complicidad y beneplacencia de empresarios y políticos los dogmas se vuelven leyes y las leyes mandatos en nombre de Dios. Un ejemplo es la sexualidad en la frontera, la cual no es un asunto “privado”, ya que el Estado la vigila, regula y castiga, particularmente la sexualidad en torno a las mujeres, pues Baja California, fue el primer Estado de la República Mexicana que penalizó la libertad de las mujeres a decidir sobre su cuerpo[1]. Siguiendo el retroceso, Baja California también fue el primer Estado de la República que cerró la posibilidad de reconocer a los matrimonios entre parejas del mismo sexo, reformando nuevamente el artículo 7 de la Constitución Estatal en el que se “Reconoce y protege la institución del matrimonio únicamente mediante la unión de un hombre y una mujer”[2], pese a que los Derechos Humanos se fundamentan por el reconocimiento de la dignidad de todas las personas sin discriminación por ningún motivo, elevándose dichos derechos recientemente a rango Constitucional en todo México, por lo que aún en la frontera nos hará falta recorrer un arduo camino para traducir los Derechos Humanos en una realidad. Vivir lesbiana en frontera ¿Qué pasa con los derechos de las lesbianas en la frontera?, ¿Cómo se vive lesbiana ante el contexto antes mencionado?, ¿Cuál es la vulnerabilidad y costo de formar una familia encabezada por dos mujeres en frontera? A simple vista, a las lesbianas con o sin hijos se les vulneran sus derechos constitucionales básicos como el derecho a la igualdad ante la ley, la protección integral de la familia, el derecho a beneficios familiares, seguridad social, derechos sucesorios, a la libre expresión y en pocas palabras, el derecho a no ser discriminada. ¿Cómo podríamos hablar de la familia en una frontera como Tijuana?, ¿es correcto pensar en un concepto de familia en un contexto en el que la diversidad humana se vislumbra por encima de discursos y fundamentalismos de instituciones e iglesias de doble moral? Nos basta con abrir los ojos desde nuestros propios hogares o en ajenos: en la actualidad en la sociedad tijuanense las estructuras de los hogares rebasan la noción de familia, sin embargo, no podemos negar que dentro de los patrones culturales persiste la familia nuclear como ideal hegemónico que emana de las creencias religiosas y políticas conservadoras que envuelven a la frontera. En este sentido, la decisión para las lesbianas fronterizas de optar por la maternidad, es un evento lleno de retos que van desde la ausencia de espacios de encuentros, reunión, reflexión y apoyo. Esto se debe a que una de las características de Baja California, y en mayor medida en Tijuana, existe una profunda despolitización y apatía de sus habitantes que se refleja en la actitud de la propia Lésbico, Gay, Bisexual y Trans (LGBTTT). Pese a que en Tijuana se realiza desde hace 16 años la marcha del orgullo, recientemente salen a la luz pública algunos grupos LGBT como respuesta a las políticas homofóbicas. Algunos de estos grupos surgieron del Primer Festival GLBT de Tijuana en 2010, la respuesta de la comunidad no ha sido la esperada, ya que el nivel de asistencia no es proporcional al número de personas que suelen reunirse en los antros de moda de la Ciudad o de San Diego. Por otro lado, los pocos grupos emergentes nacen bajo una óptica despolitizada y con falta de organización que se entrecruza con los intereses político-comerciales de las personas que se adjudican la representatividad de la comunidad LGBT en general, pero muy en particular, existe una fuerte invisibilidad de las lesbianas debido a la estructura patriarcal de los grupos que asumieron el mencionado festival y de los intereses en torno a la marcha. Respecto al movimiento de mujeres en la frontera, al menos en los últimos 15 años, han existido algunos intentos aislados de conformar espacios y grupos de mujeres que van desde grupos de autoayuda, grupos culturales y políticos, pero la respuesta de las lesbianas ha sido de poco impacto, sobre todo si estos esfuerzos giran en torno a un planteamiento lésbico-feminista[3]. Pese a las dificultades, algunos grupos y personas de la comunidad lésbica vienen posicionándose políticamente y poco a poco comienzan a ser identificadas por las propias lesbianas como líderes para hacer lucha y generar espacios, tal es el caso de las mujeres que conforman la Red Iberoamericana Pro Derechos Humanos y Erika Hiroch del grupo Safo de Tecate, quienes entre sus planteamientos claramente feministas reivindican el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos, la maternidad libre y voluntaria, reconocimiento de las parejas del mismo sexo, el derecho de las mujeres a vivir libres de violencia, etc. Pese a que aún no existen como tal grupos de madres lesbianas en Tijuana, es común conocer a parejas de mujeres que encabezan sus hogares con y sin hijos o que están próximas a optar su libre decisión a la maternidad. Pese a que las leyes en la entidad no reconocen a las parejas homosexuales y a sus familias, los hogares encabezados por lesbianas ejemplifican la ruptura de la noción social de familia como privilegio heterosexual, dando pauta para el análisis de los procesos de transformación. Cuando se habla del tema de las familias homosexuales como algo muestra de una sociedad en decadencia a través del morbo y polémica en medios de comunicación, perdemos de vista que estas familias existen desde que surgieron las mujeres y los hombres sobre la faz de la tierra, como enfatiza Boswel, quien asegura que desde épocas muy remotas han existido matrimonios homosexuales (Boswel: 1996) En primer lugar, el propio concepto de familia lésbica pone en duda que exista una flexibilidad por parte de la ideología del parentesco para aceptar nuevas formas de construir y organizar las relaciones, lo que implicaría transformar el modelo dominante del parentesco. En nuestro universo cultural, las relaciones parentales constituyen un sistema simbólico basado en una división del parentesco entre aquellos relacionados por lazos de sangre y aquellos relacionados por lazos de matrimonio: el contraste entre el “orden de la naturaleza”, que invoca la sangre como sustancia genética compartida, y el “orden de la ley”, basado en el matrimonio heterosexual como código de conducta que legitima la creación de los lazos consanguíneos determinando a su vez las relaciones y comportamientos entre los individuos que comparten dichos lazos. De esta forma los individuos son definidos legítimamente como parientes en tanto que comparten genes que se traducen en un código de conducta social, cultural y moral. En este marco cultural, las configuraciones y relaciones familiares que establecen lesbianas y gays son ideológicamente excluidas de la esfera del parentesco, en tanto que las relaciones entre personas del mismo sexo se consideran de entrada como no procreativas. Desde esta perspectiva, se arraiga la suposición de que las instituciones del parentesco y la familia ‘regulan’ los procesos biológicos con fines sociales; dicho de otra manera, la regulación existe en torno a cómo las relaciones son definidas y negociadas en conjunto con las expectativas genéricas de las y los individuos. Aunque se reconoce que las personas viven relaciones familiares diversas, el conservadurismo siempre tratará de convencernos de que la procreación es un deseo completamente normal y natural. Desde esta ideología donde imperaría la voluntad de tener niños para completar la familia, se dicta también quiénes son las personas idóneas para ejercer ese derecho y ese deseo. De ahí la existencia de los límites impuestos por las instituciones. Por ejemplo, el matrimonio o las relaciones heterosexuales reguladas, se establecen como el marco social y legalmente reconocido para la reproducción física de las personas. En una sociedad en que la familia es una unidad de referencia social, el matrimonio y procreación aparecen como un acto ‘fundamental’ para la continuidad social. El sistema social legitima la familia basada en el matrimonio, la unidad familiar en que la maternidad ha de tener lugar, y este modelo es inaplicable a un grupo al que, legalmente, se le impide el matrimonio ya cambio, le son concesionados derechos de segunda que en nada se aproximan a los derechos que de facto debiéramos de tener, relegándonos a una ciudadanía de segunda que nos coloca como sociedad en una democracia de tercera. Las identidades y relaciones no-procreativas pueden establecer lazos familiares sin recurrir al matrimonio o sin que existan hijos de por medio, porque todas las relaciones de parentesco son de alguna manera ficticias — es decir, significativamente construidas —. Los genes y la sangre constituyen también símbolos que implican una forma cultural específica de demarcar y calcular las relaciones. Si asentáramos el parentesco en el amor, se dejaría de enfatizar la distinción entre relaciones eróticas y no-eróticas, lo cual permitiría englobar amigos, amantes y niños, juntos, bajo un único concepto. De ahí que, como ha señalado Marilyn Strathern, la aportación fundamental que representan las familias homoparentales es que éstas hacen explícito el hecho de que siempre hay elección tanto si la biología funda la relación como si no. La cualidad normativa de las relaciones de parentesco que establecen lesbianas y gays radica en la elección, la negociación y libre compromiso que se establece entre individuos. Las familias lésbicas, liberadas del confinamiento de una estructura y contenidos particulares, no sólo están modificando las formas de convivencia, sino también las relaciones que se configuran en su seno, permitiendo dar respuesta a las necesidades, deseos y circunstancias individuales. La ideología de la homoparentalidad es diversa en sus contenidos y el universo de las familias creadas por lesbianas es plural en sus límites, sus estructuras y sus modos y acuerdos de vida. Al no participar del modelo normativo, las familias homo y lesbo-parentales abren un nuevo territorio social y establecen formas novedosas de construir relaciones familiares. Sin embargo, nuestro entorno socio-cultural impone numerosos límites a la creación de las mismas. En tanto que las relaciones en las familias lésbicas son construidas fuera de los sistemas y estructuras de soporte legal, institucional e ideológico establecidos — que actúan institucionalizando la estructura normativa de la familia nuclear heterosexual —, las relaciones que se establecen entre las lesbianas y sus hijos sufren un elevado nivel de riesgos legales y sociales, ya que cuentan con escasos mecanismos de legitimación. Sin embargo, estas familias adquieren significado cultural y simbólico para los individuos que participan de ellas y les permiten establecer un sentimiento de pertenencia en y a través de las mismas. La creación de modelos alternativos de familia es uno de los retos centrales para aquellas y aquellos que no encajamos en el modelo normativo de familia heterosexual. Transformar las prácticas de las relaciones familiares ha significado, para muchas madres lesbianas, no tener modelos como referentes y poco apoyo para sus propias familias. Según Weeks (2000: 220) las relaciones no-heterosexuales se caracterizan por ser notablemente no-jerárquicas, en el sentido de que no existe percepción de orden de significación que siga líneas de edad, precedencia, o división de rol. De hecho, muchas de las relaciones tienden a producirse dentro de grupos socialmente homogéneos. En las familias lésbicas se estructuran las relaciones de género y parentesco fuera de las normas pre-establecidas de vida familiar y están ausentes los deberes y obligaciones predeterminados en el ámbito de la familia normativa. La vida personal se convierte en un proyecto personal abierto, que crea nuevas demandas y nuevas necesidades. El consenso interno en la distribución de roles sigue principios de distribución que responden tanto a las habilidades, gustos e intereses, como a las circunstancias particulares de cada una de ellas en lo referente, por ejemplo, a situaciones laborales, disponibilidades temporales, la edad de los niños, etc. En estos nuevos patrones de intimidad que articulan estas familias, el género parece dar más forma a los valores y prácticas domésticas que la identidad sexual. Ello no implica la emergencia de un nuevo modelo igualitario. Compartir identidad de género e identidad sexual no está libre de la generación de tensiones, ya que no están ausentes las relaciones de poder. Las relaciones en las familias lésbicas pueden presentar grados diversos de dependencia y no funcionan al margen de las tensiones y relaciones jerárquicas que establecen factores económicos, de clase o, incluso, de la conexión privilegiada (legal y/o biológicamente establecida) de una de las madres con sus hijos, pero ello no implica que las lesbianas imiten las estereotipadas relaciones de rol heterosexuales marido-mujer, o que asumen roles de género opuestos a su sexo biológico. Este discurso, ampliamente extendido, confunde claramente los roles de género tradicionales con conceptos erróneos sobre la relación entre la orientación sexual y la identidad, ya que la identidad de género se refiere a la experiencia individual de uno mismo como básicamente hombre o mujer, y el rol de género o rol sexual se refiere al conjunto de comportamientos y actividades que se atribuyen a cada sexo por la interpretación de su naturaleza diferencial que realiza una cultura. Las confusiones sobre la identidad de género son a menudo inferidas del comportamiento de rol de género. De esta forma la maternidad lésbica evidencia un contexto cultural en el que prevalece la creencia social de que la biología es una característica definitoria de parentesco, y que los vínculos de parentesco legitiman la interacción social más intima y conllevan obligaciones morales asociadas. Las relaciones lésbicas se consideran, bajo este prisma, estériles y no procreativas, y la maternidad lésbica es, en consecuencia, una contradicción en términos físicos, sociales y culturales. Las madres lesbianas, deben igualmente asumir la contradicción social en que se confrontan, de un lado, la idealización de la institución de la maternidad como una especie de mandato social que ha considerado a la mujer que no tiene hijos como incompleta y, de otro, el estigma asociado a la homosexualidad. El estrecho lazo que ha gobernado la relación entre sexualidad femenina y fertilidad, hace incomprensible la expresión de la sexualidad de la mujer en contextos en los cuales ésta no esté dirigida a la procreación. Dicho de otra manera, como mujeres, ellas deberían tener hijos porque el ser madre representa las expectativas convencionales de género; mientras que como lesbianas, deberían renunciar a ellos. La visión de las lesbianas como sujetos no reproductivos está profundamente enraizada en nuestra sociedad, no siendo consideradas como mujeres apropiadas para ejercer la maternidad. La incorporación de hijas e hijos a las familias se haya marcada por los estereotipos sociales sobre la homosexualidad, que presuponen la influencia de la preferencia de las madres sobre las elecciones sexuales sus hijos/as o que estos tendrán una identidad de género poco clara o impropia o que padecerán de estigma social en sus relaciones. Inclusive esta cuestión del estigma es uno de los principales temores de las madres lesbianas, sobre todo de aquellas que tuvieron a sus hijos dentro de relaciones heterosexuales, es decir, que estuvieron casadas o que vivieron con hombres, lo cual por cierto es el caso de la mayoría de las madres lesbianas en nuestro país. Sin embargo, el creciente divorcio entre sexualidad y reproducción ha abierto nuevas oportunidades de procrear a las parejas formadas por personas mismo sexo, resultando en la disociación de la reproducción de heterosexualidad. Con el acceso a las Nuevas tecnologías de Reproducción (NTR), la procreación puede ser pensada como sujeto de las preferencias elecciones personales en una forma nunca antes convenible. Un hijo, es literalmente, la personificación de un acto de elección, aunque aquí debo aclarar que si bien es cierto que existe esta opción, son pocas las lesbianas que hacen uso de las nuevas tecnologías, esto se debe a los elevados costos económicos y emocionales que llegan a tener, debido a que solo pueden acceder a estos en clínicas privadas, de ahí que la mayoría de las lesbianas madres decidan relacionarse de manera casual con un hombre o pactar con un amigo con la única finalidad de tener una hija/o. Como ha apuntado Strathern, estas familias podrían ser culturalmente reconocibles no sólo en términos de acuerdos de vida sino en su deseo de reproducir. En tanto que tal deseo mira hacia la creación de niños de la pareja más que a sus propios orígenes, desde este punto de vista, la unidad conyugal es constituida no diferentemente de otras. Lo distintivo de las familias lésbicas radica en los acuerdos procreativos que son establecidos. A pesar de ello, la maternidad lésbica procreativa, reintroduce de manera significativa, la biología en el seno de las familias homoparentales, y plantea cuestiones únicas referentes a la relación entre la maternidad biológica y la maternidad social. Las circunstancias bajo las cuales las lesbianas son madres varían considerablemente de una pareja a otra y significan diferentes procesos de ajuste. La mayoría de estas mujeres, tuvieron a sus hijos dentro de relaciones heterosexuales anteriores a que ellas se asumieran como lesbianas. En general esta situación hace que las madres lesbianas vivan una serie de circunstancias desfavorables que les marca el entorno socio cultural. Por ejemplo, algunas de ellas viven una doble vida, encerradas en un closet que a toda costa tratan de sellar para ocultar su lesbianismo a hijos, exmaridos y familias de entorno por miedo al repudio (sobre todo por parte de los hijos) o por el temor de cuando existen hijas/os menores de edad de perder la patria potestad de estos. Algunas más optan por compartir la crianza y cuidado de los hijos con sus nuevas parejas, con una mujer que se asume por voluntad propia como madre por opción, pero que de ninguna manera reemplaza o trata de reemplazar a una figura paternal preexistente. Las relaciones que construyen estas madres se establecen como una relación de amistad y/o afectividad, respecto a los niños, dichas relaciones carecen de reconocimiento social y legal. A modo de conclusión La maternidad lésbica es construida a través de la naturaleza subjetiva de las concepciones de cómo las personas se reproducen y relacionan. Desde la perspectiva de las lesbianas que deciden tener hijas/os, la maternidad responde a un “deseo” y decisión de tener descendencia que es independiente de la orientación sexual de una mujer. Sin embargo, la maternidad lésbica ha chocado con una ideología de la familia que sitúa la maternidad dentro del marco natural de las relaciones heterosexuales. Las relaciones lésbicas se consideran estériles y no procreativas, y la maternidad lésbica es, en consecuencia, una contradicción en términos físicos y sociales. La maternidad lésbica compartida significa la coexistencia consciente y asumida de una maternidad asentada en lazos biológicos (o legales) y una maternidad exclusivamente social. Estas muejeres no sólo sitúan las relaciones no-reproductivas en el contexto del parentesco, sino que constituye algo realmente novedoso en el ámbito de las relaciones de parentesco: la doble maternidad. Las familias lésbicas contienen, al menos, una madre quien física y emocionalmente participa de la crianza de un(os) niño(s) con quienes no comparte un vínculo biológico o legal. Estas familias intentan criar a sus hijos en un ambiente de igualdad parental, un proceso que, desde su punto de vista, constituye un verdadero reto y alternativa al modelo patriarcal. La construcción social de la maternidad lésbica, que no implica reproducción biológica, tiene escasos mecanismos para legitimarse en un contexto cultural donde los lazos consanguíneos (que por otro lado sí comparte la otra madre) son una característica definitoria de parentesco, y donde los vínculos de parentesco legitiman la interacción de las relaciones sociales más íntimas. BIBLIOGRAFÍA ARNUP, Katherine (Ed.), 1995, Lesbian Parenting: Living with Pride & Prefudice, Charlottetown, Gynergy Books. BESTARD, Joan, 1998, Parentesco y modernidad, Barcelona, Paidós. BOSWELL, John, 1996, “Las bodas de la semejanza. 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" El artículo tercero transitorio de la reforma dice: "Se derogan todas las disposiciones que contravengan a esta reforma (…)". Es decir, la nueva ley deroga el derecho al aborto en casos de violación, malformación genética y peligro a la vida de la madre. (Véase Constitución del Estado de Baja California). [2] En sesión extraordinaria del Poder Legislativo la tarde de ayer, los Legisladores sometieron a consideración del Pleno la iniciativa presentada en coalición de los Partidos Encuentro Social, Acción Nacional y Nueva Alianza. [3] Ejemplo de estos intentos se encuentra el proyecto Noches del Dragón Rosa, coordinado por Jeanette Anaya, una representante cultural que se dio a la tarea de ofrecer cada primer miércoles de mes un espacio sólo para mujeres, en el que la oferta cultural variaba del performance a las artes plásticas, música y cabaret. El proyecto de Noches del Dragón Rosa duró alrededor de un año en 2009, el cual concluyó por la falta de respuesta y porque buena parte de las mujeres que asistían a los eventos exigían la entrada a sus amigos varones, llegando a calificar el concepto y los esfuerzos de la organizadora de excluyente.
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