labrys, études féministes/ estudos feministas
janvier / juin 2013  -janeiro / junho 2013

 

 

Subvirtiendo las estructuras de los saberes:

Algunas reconsideraciones sobre sus presupuestos

María Luisa Femenías y María Cristina Spadaro

 

Resumen:


El presente trabajo identifica un conjunto de preconceptos que, a la vez que subyacen a los saberes de las diversas disciplinas científicas y sus metodologías, inciden en la construcción generizada del conocimiento; es decir, lo constituyen como genéricamente sesgado. Recurrimos para esto a una visión no hegemónica que recoge la crítica a las explicaciones tradicionales de los fenómenos sociales.
Analizamos luego cómo esa estructura conceptual dicotómica, así como su estrategia de encubrimiento, afectan centralmente el concepto mismo de “objetividad”, clave de la ciencia moderna. La ciencia se muestra, en consecuencia, como una práctica social marcada por un conjunto de presupuestos históricos y metafísicos determinados, con la peculiaridad de construirse a sí misma como la abolición de todos los puntos de vista, en un intento por borrar las huellas de su propio nacimiento.

Palabras clave: Ciencia - Metodología de las ciencias- Objetividad- Dicotomías- Prácticas sociales.

 

Un problema

Nuestra intención es relevar un conjunto de preconceptos, más allá (o más acá) de las críticas específicas que puedan realizarse respecto de la metodología característica de cada disciplina, en tanto consideramos que en mayor o en menor medida todas las ciencias y las metodologías se sustentan sobre el concepto de ciencia moderna que entenderemos, a la manera kuhniana, como “ciencia normal”. Es decir que, nacidas las diversas áreas del conocimiento de la tradición occidental, todas ellas adolecen de ciertas características comunes, que este trabajo pretende identificar: nos referimos a un conjunto de preconceptos que inciden en la construcción generizada del conocimiento; es decir, que lo constituyen en genéricamente sesgado.

Se trata pues de conceptos tradicionales, propios del paradigma científico hegemónico vigente, al que sumaremos, en la segunda parte de este trabajo, las aportaciones de una visión no hegemónica que recoge la crítica a las explicaciones tradicionales de los fenómenos sociales, científicos, médicos, jurídicos, etc. En suma, dado que los métodos de investigación y análisis no pueden ser separados de sus orígenes, de sus investigaciones, de sus problemas y de sus actores principales, añadiremos los interrogantes críticos que surgen a partir de las miradas de las mujeres. Esto, por cierto, en la medida en que la investigación tradicional hegemónica ha sido llevada a cabo fundamentalmente por varones o, para decirlo mejor, por “científicos” conformados bajo un mismo paradigma fuesen ellos varones o mujeres.

Incluir en la agenda canónica de las disciplinas, una mirada feminista y generizada, que abra el horizonte de las naturalizaciones tradicionales, es el primer desafío de la construcción feminista del conocimiento, en general, y de la ciencia, en particular. Además, como ya hemos señalado en otro trabajo,

“[...] la falta de visibilidad y consecuente reconocimiento de las mujeres pensadoras ha dado como resultado […] que sigan siendo no tenidas en cuenta por las instituciones académicas, generadoras del canon. De este modo continúan al margen de cualquier institucionalización en programas, currículo o bibliografías”. (Spadaro, 2012: 183)

 La constante recuperación de materiales que se analizan, sistematizan y contrastan con las herramientas metodológicas propias tanto de cada disciplina como del feminismo y de la teoría de género, nos permite reafirmar una vez más la pertinencia de la mirada que toma en cuenta la perspectiva de género para consolidar los avances logrados en el área.    

Identificar, por tanto, los sesgos de género y el androcentrismo de las disciplinas, que implícita o explícitamente propicia el paradigma patriarcal, implica dar cuenta de cómo se reeditan aún hoy las posiciones jerarquizadas de varón y de mujer, con sus universos simbólicos tradicionales aunque bajo nuevos ropajes. En este sentido, las nuevas tecnologías constituyen un claro ejemplo de esos “nuevos ropajes”: se las presenta como instrumentos democratizadores, que van a permitir a grupos que habían permanecido al margen de las ciencias el acceso a ese nivel de conocimiento en condiciones de igualdad. Pero, como ya hemos observado en foros específicos,

“[…]el acceso a las nuevas tecnologías afecta a todas las personas de una sociedad, pero no de la misma manera”, dándose el caso de llegar a profundizar aún más las distancias entre grupos centrales y periféricos, y las mujeres son todavía, en general, un “grupo periférico”.

De este modo la “brecha digital” se constituye como una más de las variables fundamentales en la construcción diferenciada de diversos aspectos identitários, tales como el género, la etnia y la nacionalidad. (Russo, S. A. y Spadaro, M. C., 2012)

Se da lugar así a nuevos vínculos y redes que continúan siendo ni simétricos ni recíprocos. Por eso es preciso estar siempre en una suerte de “alerta de género” para ver cómo, a la sombra de los cambios generales de lo glolocal, las categorías y las comprensiones clásicas se reeditan.  (Femenías,  2006: 39-65).      Hoy en día, el problema de la globalización se tensa justamente entre las fuerzas de la localización identitaria y los preconceptos universalistas, con graves consecuencias para las mujeres, sobre todo si no se advierten las trampas que nuevos discursos van construyendo en nombre de la libertad y de la democracia.

Por eso, consideramos preciso consolidar un feminismo transnacional, paradojalmente nacido de un saber local y situado, pero no relativista; es decir, a partir de una mirada situada que, en nuestro caso, se produce desde los márgenes. En esta línea inscribimos el presente trabajo. Así, utilizar la categoría de género implica, para nosotras, un proceso complejo que se despliega, por un lado, en los aspectos negativos de la conformación de los estereotipos de sexo-género y de las estructuras simbólicas del a priori histórico que los sostienen. Por otro, en su faz propositiva, supone la apertura a las políticas epistemológicas, públicas y simbólicas, que permiten deconstruir y analizar los mismos discursos hegemónicos que constituyen sujetos normalizados o inferiorizados; pero siempre naturalizados. El siguiente apartado se dirige a desvelar los aspectos menos visibles de los ejes estructurantes de la mirada “normal”.

 

1- Una mirada situada en los márgenes

Nuestra apelación a los márgenes retoma, en algún sentido, la conocida metáfora derrideana de que los textos chocan con sus márgenes y “se rompen al límite el uno del otro”. La fuerza del choque orada -perfora, socava- la seguridad del texto hegemónico desde la oposición misma de conceptos tales como centro/periferia, lleno/vacío, dentro/fuera, alto/bajo, para poner su peso “en las notas a pie de página”; es decir, en las notas marginales. Así como el sentido de esos márgenes se encuentra bien guardado en el adentro, en el centro, en el discurso hegemónico, así también el sentido de esa palabra hegemónica, de ese centro, se encuentra celosamente guardado a la intemperie del afuera.

Los márgenes y sus subjetividades poseen, sin ser conscientes de ello, una visión con capacidad de perspectiva que los sujetos del relato hegemónico no poseen. Es el lugar que habilita -en palabras de Guacira Lopes Louro- para “un acto de desconfianza del currículo” (o del canon) como discurso hegemónico, en un movimiento para desconcertarlo y transformarlo. (Lopes Louro,  2012:. 109-120. )Los márgenes terminan apareciendo así como los puntos de vista privilegiados en la construcción del sentido del texto central. En esa línea, los márgenes no pueden reducirse a la mera externidad, sino que, por el contrario, se encuentran en el corazón del adentro, dándole sentido tanto a él como a la dicotomía.

En consonancia con esta concepción, encontramos la imagen que elabora Sandra Harding sobre la cuestión de los saberes: las mujeres que qua excluidas del discurso hegemónico, han construido conocimiento desde los márgenes o límites mismos de un cierto saber o una cierta disciplina. Se trata de un conocimiento que cuenta con la particularidad de tener la perspectiva del saber hegemónico, siendo capaz de verlo, desde la externidad, como “otro”. Pero esta capacidad de perspectiva rompe a su vez la díada externo/interno, que el pensamiento hegemónico supo montar exitosamente. Ya no habrá más centro y periferia: surgirán miríadas de “sitios”, que emergerán construidos como centro o periferia en el juego dinámico del poder.

En este punto, retomamos la conceptualización de “saberes situados”, que hemos desplegado en otros trabajos. (Femenías, & Rossi,  2011: 9-38)

En apretada síntesis, Donna Haraway avanza -como se sabe- sobre observaciones realizadas por Katie King, quien ya había denunciado que el canon no es inocente sino el resultado de un conjunto de construcciones históricas autocontenidas y formalizadas en constantes reinterpretaciones críticas siempre sensibles al poder. Por tanto, para Haraway, el problema de las mujeres que hacen ciencia radica en que aceptan los cánones de la misma ciencia que las excluye y, al hacerlo, sin tener clara conciencia de ello, excluyen su propia experiencia, su emotividad y las marcas de su singularidad. (Haraway, D. 1993: 115-144.)

En esta misma línea conceptual, Teresa de Lauretis sostiene que la existencia de las mujeres, sin excluir a las científicas, es paradojal. En consecuencia, toda reflexión feminista debe tomar como centro esa paradoja y así reconceptualizar la noción de “sujeto” en vías de resignificar su marginalidad y su exclusión. Por eso, nuevamente en palabras de Harding, los mejores análisis feministas van más allá de las innovaciones de áreas temáticas. Insiste en que es el[la] investigador[a] situada la que logra establecer un plano crítico y un proceso de escrutinio que se abre a nuevos resultados de investigaciones. Esto es, la clase, la raza, la cultura, y los presupuestos de género, las creencias y los comportamientos del investigador y la investigadora deben ubicarse en el marco del cuadro general que se intenta describir. ( Harding, S. y Hintikka, M. 1983:  9)

Descubrimos, de este modo, a la “ciencia” hegemónica como un saber situado, que se construye a sí mismo como “objetivo y neutro”. Sin embargo, a pesar de estas observaciones, como hemos dicho, pretendemos no caer en un análisis relativista del conocimiento. Esto es así, en la medida en que dichas observaciones contribuyen a permitir que se muestre en toda su dimensión la existencia del investigador como una voz que no es ni invisible ni anónima. Por el contrario, es histórica, concreta, específica, con deseos e intereses. No reconocerlo –como observa Haraway- implica adoptar la “mirada objetiva”, que en suma sólo representa aquella posición que se autoinstituye como no-marcada, negando (o ignorando) sus propias marcas. (Femenías & Soza Rossi, 2011: 13-15)          

 Es decir, que hegemónicamente se impone como “norma objetiva” sin más.

Bajo el paradigma de la ciencia hegemónica, las científicas, como sujetos de conocimiento generizado, sólo podrían constituirse en el margen; es decir, en el lugar del desplazamiento, en el ahí como emergentes de una ubicación desidentificada y auto-desplazada de la mirada hegemónica que, al mismo tiempo, las habilita a una posición critica. Pero esto se exige -en palabras de Haraway- abandonar la complicidad ideológica con el “opresor” y poner en acción un profundo cambio en el punto de mira cuyo desplazamiento implica también la desnaturalización de la pertenencia a un grupo determinado de “científicos canónicos” o “paradigmáticos”, para generar un discurso alternativo a partir de prácticas cognoscitivas y saberes inusuales. (Femenías & Soza Rossi,2011:13-14) En este sentido podríamos hablar de un nuevo tipo de ética textual que no puede poner entre paréntesis las prácticas sexistas o racistas detrás de la comunidad que participa de un texto, reconociendo cómo esas prácticas afectan el significado aparentemente independiente de ese texto. (Wartenberg, T., en Spadaro, M. C. 2012:. 58-59)

Ese locus excéntrico (por usar palabras de de Lauretis) abandona el “ningún lugar objetivo” por un “lugar situado” que sustituye la “objetividad” que los varones científicos y filósofos han construido gracias a la exclusión histórica de la voz, la mirada, la experiencia y la ciencia de las mujeres. Sin embargo, “objetividad”, “ciencia”, “contrastabilidad” son conceptos potentes, que en algún momento fueron desplegados para deslegitimar algunos intereses, perspectivas y tópicos a fin de valorizar otros. Porque, en suma, la mirada depende siempre del poder de ver y, quizá, de la violencia misma implícita en nuestros disciplinamientos visualizadores de mirada única. Hacer explícitas las condiciones de posibilidad de ese saber y sus límites, es la tarea que el campo de la ciencia feminista se propuso. A esto llamamos los “saberes situados”.[1]

¿Cuándo comenzaron las mujeres a autoinstituirse en portadoras de una mirada diferente (que no debe entenderse como una mirada esencialmente diferente), para configurar una voz autorizada en la construcción de teorías? Sin duda, cuando se vinculan a la autoridad que emana del colectivo de mujeres, que las reconocen tanto “en” como “más allá” de la comunidad científica a la que pertenecen. Estas mujeres crecen en la paradoja, al filo de los márgenes. Cuando toman conciencia de esta situación y comienzan a teorizarla, inician el proceso de autoinstitución de sí mismas qua mujeres en términos de sujeto de conocimiento, con voz propia. Se trata de un proceso individual y colectivo a la vez, que combina aspectos relacionados a las experiencias subjetivas concretas y al desarrollo de teorías que fundamentan ese punto de vista alternativo, del que la reconstrucción histórica de la propia memoria científica de las mujeres no es ajena. Explicitar el carácter situado de esas experiencias pero, sobre todo, explicitar el carácter situado de las experiencias de los científicos que consolidaron el canon constituye la clave de este punto de vista.

Un “saber situado” se construye, pues, a partir de una política de desplazamientos de los saberes hegemónicos. El objetivismo feminista rechaza, en consecuencia, las escisiones dicotómicas para relacionarse con localizaciones circunscriptas y saberes situados. De esta manera arroja luz crítica a los modos en que aprendemos a ver y a responder sobre nuestros propios saberes, porque la parcialidad es precisamente la condición de nuestra posibilidad racional de saber. Se genera así una política de apropiación como dispositivo ineludible del pensar.   (Femenías & Soza Rossi,201: 15)

 

La naturalización de los pares dicotómicos

Es sabido que, desde sus inicios, tanto el feminismo como la teoría de género mostraron con claridad cuáles eran y cómo funcionaban los principales pares dicotómicos que adquirieron el carácter de organizadores naturales de las estructuras de la vida en general y del conocimiento en particular. Nuevamente, tanto el feminismo como la teoría de género develaron los organizadores fundamentales de los procesos de subjetivización y, a la vez, de producción de “objetividad”, ambos tildados de naturales. En lo que sigue, a modo de ejemplo, destacaremos algunos de estos ejes organizadores (o vertebradores) de la estructura de la realidad y de su conocimiento.

En primer término, nos interesa volver a llamar la atención sobre el peso y el carácter del par binario “varón/mujer”, y sus dicotomías subsidiarias; a saber, público/privado, cultura/naturaleza, razón/emoción, como las más significativas. En principio, porque “lo humano” queda bifurcado en varón-hegemónico y mujer-subalterna, donde el “rasgo mujer” incluye más o menos a todo aquel que no responde satisfactoriamente a la normatividad estereotipada del “varón hegemónico”. Entonces, salvo en los primeros, “los otros”, es decir, el resto de los singulares humanos llegan al punto de perder o sufrir la minimización (restricción; disminución) de su calidad de “humano”. Esto es lo que Julia Kristeva, seguida por Butler, denominó “lo abyecto”. Así, los caminos se bifurcan desde el nacimiento: las implicancias reales y simbólicas de ser “varón” o de ser “mujer” exceden las capacidades racionales, la inteligencia, la empatía, el género, el lugar de nacimiento, etc. etc. en tanto cada cualidad predicable lo es casi sólo y exclusivamente de un “varón” o de una “mujer”, más que de un “humano”. 

Por eso, el binomio varón/mujer genera la primera gran dicotomía -excluyente y fundante- en tanto da lugar a una suerte de división sexual del trabajo -tanto manual como intelectual- en términos de ciencia-masculina/intuición-femenina. En la línea ya clásica de Evelyn Fox Keller, podemos decir entonces que los sistemas de creencias –incluidas las falsas- son el fundamento invisible del conocimiento y de la ciencia y conforman una estructura coherente y consistente de pensamiento, incapaz de ser revertida por las que podríamos denominar “evidencias contrafácticas”.  (Casale, R. & Soza Rossi. 2009) Thomas Kuhn ya se había encargado de dar cuenta de la ceguera de la ciencia frente a la aparición de casos paradigmáticamente inexplicables en La estructura de las revoluciones científicas, de 1962. Mientras un paradigma se encuentre vigente: esto es, genere convencimiento en los actores científicos, no existen experiencias fácticas que alcancen siquiera para cuestionarlo. Sólo cuando una crisis empieza a formarse en el horizonte, y el paradigma se encuentra debilitado, pueden esos “errores” y “experiencias inexplicables” acumulados, que lo cuestionan, adquirir fuerza suficiente para que se los registre. En fin, encontramos lo que esperamos encontrar y aquello que no esperamos no aparece; no lo vemos, hasta cierto punto “no existe”. En suma, cada paradigma produce sus propias zonas de (in)visibilidad e (in)explicabilidad.

Así, profundas y extendidas creencias populares encolumnan la objetividad, la razón y la conceptualización como productos masculinos a la vez que, como contrapartida, consideran la subjetividad, los sentimientos y la empatía, como propiamente femeninas. De este modo, las mujeres quedamos como garantes y protectoras de lo particular, lo personal y lo emocional, dejando como reino de los varones lo racional, lo abstracto y lo objetivo; en suma, a la ciencia como tal. Incluso podemos advertir que algunas posiciones “feministas” aproximan las mujeres a la naturaleza, la intuición y la emotividad irracional, separándolas de ese modo y en la misma maniobra de la ciencia o, en general, del pensamiento científico o racional. Gracias a la misma estrategia, esas posiciones desacreditan el conocimiento estricto y valoran la “intuición” de las mujeres, reforzando el prototipo tradicional. Esto da lugar –como advierte de Lauretis- a una tecnología del saber/poder que entendemos como una de las herramientas de la producción de “La Mujer” (valen las mayúsculas) que -como estamos viendo- no es otra que la mujer tradicional alineada a la columna de las emotividades naturales. Por el contrario, con la introducción de la crítica feminista a la objetividad de la ciencia -como bien lo subraya Fox Keller- “no estoy [estamos] aprendiendo menos de los hombres [= varones] que de las mujeres. Sino que lo que más aprendo [aprendemos] es ciencia”. (Fox Keller. 1989: 11)

Sin embargo, la exclusión de las mujeres de las prácticas científicas es sólo un pequeño síntoma de una fractura mucho más profunda que articula no sólo las relaciones entre los sexos-géneros, sino la estructura social y política misma que acompaña la ciencia moderna. La crítica feminista de los saberes situados habilita la tarea de desnudar las raíces, el funcionamiento y las consecuencias de esta red dinámica de conjunciones y disyunciones que, nuevamente al decir de Fox Keller, constituyen el “sistema género-ciencia”. (Fox Keller, 1989: 16)De ese modo se lleva adelante una construcción interactiva mutua entre la ideología de género y la ideología de la ciencia, en un proceso que fundamentalmente oculta y forcluye su propia construcción.

De modo que la ciencia se sigue presentando a sí misma como un saber objetivo y universal, y deja en la sombra su origen particular como obra de una pequeñísima parte de la humanidad, con marcas etnorraciales, de género, de clase social, de situación geográfica y de un trayecto histórico determinados. Pero este sistema, que funciona como principio organizador de la sociedad y sus prácticas, no permanece ecuánime frente a los dones que ella misma ha repartido. Como los pares dicotómicos no conservan un equilibrio valorativo, sino que claramente se inclinan hacia uno de sus lados -el masculino- la ciencia se ha moldeado sobre un determinado eje ideal de masculinidad. En base a ese conjunto “ideal” de presupuestos, real, simbólica y metafóricamente, se está dispuesto a someter la naturaleza (y todo sistema, incluidos los valores, tildados de “naturales”) hasta convertirla en “sierva” sobre la base del modelo de saber es poder. Esta asociación entre naturaleza, dominio y feminidad, separa radicalmente lo masculino de lo femenino, al tiempo que asimila las concepciones de la feminidad a la naturaleza.[2] Dicha bifurcación se basa en dos cadenas disyuntas de significados de lo masculino y de lo femenino: la masculinidad que se asocia con el poder y la objetividad, es decir con la ciencia; y su disyunción, la femineidad, que se vincula a lo subjetivo y el amor.

Para el feminismo, la ciencia consiste entonces en una práctica cultural que se suma a la construcción del imaginario social generizado, en una compleja red de conjunciones y disyunciones, con valoraciones jerárquicamente organizadas, que se sostienen unas a otras. La crítica feminista ha mostrado cómo la supuesta demarcación simétrica y “complementaria” entre estas dicotomías oculta su estructura de soporte: un polo dicotómico supone necesariamente al otro como su sostén, a la vez que lo oculta como tal y borra las marcas del ocultamiento. Lo que queda puesto en evidencia es que las mujeres históricamente se vieron atrapadas en el espacio cerrado de lo doméstico naturalizado, más allá de los rasgos que adquirieran en cada contexto. Queda claro también que, en consecuencia, las estructuras básicas se organizaron en modelizaciones culturales propias, las que a su vez se constituyeron en formas vinculares “natas” y estrategias “normales” (es decir, naturalizadas) de negociación y construcción de saberes.

 

Pars pro toto

Todo esto suele pasar inadvertido porque tiene lugar una mediación representativa, basada y ocultada por una falacia nominal pars pro toto oportunamente denunciada por Simone de Beauvoir en El Segundo Sexo. En breve síntesis –como se sabe- la estrategia consiste en convertir lo masculino y sus valores asociados en paradigma de lo masculino, de lo neutro y de lo humano en general. Lo femenino y sus valores no resultan asociados a lo “humano” sino a lo enteramente otro y particular. Este extraordinario movimiento resulta como tal inquietante a la vez que fascinante: hace aparecer al objeto como efecto de espejo, de inversión perversa y promiscua del sujeto masculino. Pero esta especulación se construye en una diferencia que a la vez se olvida de sí misma dejando, en un “pase mágico”, un tendal de víctimas que cargan ellas solas con las marcas de la “diferencia” inferiorizada.

 

Dos bifurcadores paradigmáticos: patriarcado y falologocentrismo

Si hasta ahora nos hemos basado en algunos conceptos organizadores que se estructuran bajo el signo del “patriarcado”, su supuesta caída no nos deja en mejor situación. Tradicionalmente se ha solapado al patriarcado con el modelo universalista de la modernidad y, en consecuencia, muchas teóricas feministas lo han relacionado con su implementación material moderna.[3] Sin embargo, queremos llamar la atención al menos sobre alguno de los modos en que, a nuestro entender, se está recomponiendo dicho concepto formal. Primero, a partir de la vinculación causal entre patriarcado, sexismo y capitalismo; segundo, bajo el signo del falogocentrismo (que no descartamos) se lo mira como si se tratara de un momento anterior, superado o desplazado por ese concepto de raíz derrideana.

Respecto de la relación de “causalidad”, cabe en primer lugar recordar con David Hume, filósofo escocés del siglo XVIII, que las relaciones “causales” en términos de “causa-efecto” son construcciones a posteriori de los acaecimientos y tienen como objetivo dar sentido y potencialidad explicativa a un número no determinado de experiencias que, de otro modo, se nos presentarían como inconexas, caóticas e inexplicables.[4] Por tanto, la vinculación causal patriarcado-ilustración-liberalismo está tan intencionalmente construida a posteriori como cualquier otra construcción organizadora del mundo. Para contrastar lo que acabamos de decir, podríamos formularnos al menos un par de preguntas sencillas: ¿Quién/es se benefician de esta construcción estructural de la realidad? ¿A quién está dirigida? ¿Qué tipo de “sujeto” se inscribe en ella? Dejaremos para otra oportunidad desplegar las posibles respuestas a estos problemas. En este trabajo sólo nos interesa señalar que es una estrategia frecuente en la historia del pensamiento invertir las causas por sus efectos, y debemos estar alerta de ello.[5] En otras palabras, se “producen” causas que en realidad pueden entenderse como los efectos en un sistema no patriarcal forcluido.

Respecto del concepto de falogocentrismo, Derrida fusionó, por una parte, el concepto de logocentrismo y, por otra, el de falocentrismo en un único y mismo sistema: erección del logos paterno (del discurso, del nombre propio dinástico, del rey, de la Ley, de La voz, del Yo, del velo del yo-la-verdad-hablo, etc.) y del falo como, en términos de Lacan, «significante privilegiado». En los textos que publicó Derrida entre 1964 y 1967, el análisis del falogocentrismo estaba solo anunciado. Ahora bien, ese falogocentrismo siempre debe ir de la mano de una deconstrucción práctica del motivo trascendental en sus formas clásicas (significado trascendental, idealismo trascendental) o modernas (el falo o significante trascendental del psicoanálisis lacaniano o del «materialismo trascendental»; incluso del «inconsciente trascendental»). Sin embargo, no olvidemos que el autor mismo de El Antiedipo y De la gramatología,por poner un par de ejemplos, se ha erigido él mismo en un patriarca del pensamiento filosófico deconstructivo. Aceptamos, entonces, con cautela su método más que sus afirmaciones taxativas; en principio, porque debemos a Luce Irigaray la reconversión feminista del psicoanálisis y del método deconstructivo, aunque no podamos obviar señalar que nunca descartó el supuesto de la Ley del Padre (al menos en un nivel formal). No obstante, algunas lecturas “posmodernas” promueven también la deconstrucción de esa Ley.

Por último, simplemente queremos recordar que incluso el concepto de ciencia, que se dice “riguroso”, se articula en redes metafóricas, metonímicas u otras figuras retóricas, que atenazan tanto los discursos moderno como posmoderno, a los que subyacen múltiples nudos centrales de significados y tramas metafísicas sesgadas.

 

Conclusiones

La lógica de la dinámica científica va mucho más allá de las voluntades individuales o colectivas de aquellas personas que, de una manera u otra, participan de ella. Nada más lejos del presente análisis que la teoría  del “complot”. Con todo, descubrir la dinámica subterránea del funcionamiento de una estructura social conlleva la paradoja de constituirnos a la vez como partes de un engranaje que nos trasciende. En cuanto tales, sólo somos sus emergentes pasivos, aunque, al mismo tiempo, como sujetos agentes de prácticas determinadas, dentro de una construcción  histórica, somos también la posibilidad de cambio en un continuo proceso de transformación.

La estructura dicotómica que hemos analizado, así como su estrategia de encubrimiento, afectan centralmente -aunque no solamente- el concepto mismo de “objetividad”, clave de la ciencia moderna. La ciencia, aunque pretenda captar las relaciones más originales y simples, no deja de ser siempre una práctica social y, como tal, está marcada por un conjunto de presupuestos históricos y metafísicos determinados. No hay, en consecuencia, conocimiento que no esté constituido desde un cierto punto de vista, incluso aquel que, como el saber científico, se construye a sí mismo como la abolición de todos los puntos de vista, en un intento por borrar las huellas de su propio nacimiento.

Nuevas prácticas están surgiendo continuamente y con ellas se consolidan nuevas subjetividades. Se entretejen así, dinámicamente, las dicotomías aún presentes en otras prácticas, destruyendo algunas, consolidando otras, abriendo puertas que aún no vislumbramos, pero cerrando otras que suponíamos definitivamente abiertas.

 

Bibliografía citada

Casale, R. & Soza Rossi, P. “Resignificación de prejuicios: uno de los senderos para trascender violencias de género.” Actas del 1º Congreso Interdisciplinario sobre Género y Sociedad: Debates y prácticas en torno a Violencias de género, PIEMG, Centro de Investigaciones, Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Nacional de Córdoba, 2009.

Femenías, M. L. “Releyendo los caminos de la exclusión de las mujeres” en Femenías, M. L. (comp.), Feminismos de Paris a la Plata, Buenos Aires, Catálogos, 2006.    

Femenías, M. L. & Paula Soza Rossi, Saberes Situados / Teorías Trashumantes, La Plata, CINIG-IdIHCS, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, 2011.

Fox Keller, E. Reflexiones sobre género y ciencia, Valencia, Ediciones Alfons el Magnànim, 1989.

Haraway, D., “Saberes situados: el problema de la ciencia en el feminismo y el privilegio de una perspectiva parcial” M. C. Cangiano y L. Du Bois, De mujer a Género, Buenos Aires, CEAL, 1993, pp.  115-144.

Harding, S. & Hintikka, M., Discovering Reality, Holland, Reidel Publishing Company, 1983.

Lopes Louro, G. “Extrañar el curriculum”, en Spadaro, M. C. (comp.), op.cit, 2012, pp. 109-120.

Russo, S. A. y Spadaro, M. C., “Apropiación de las TIC: un camino imprescindible hacia la igualdad de oportunidades en la formación profesional”, VIII Jornadas de Material Didáctico y experiencias innovadoras en educación superior, Actas 7 y 8 de Agosto de 2012, CBC- UBA. Disponible en www.biomilenio.net

Spadaro, M. C. Enseñar filosofía, hoy, Edulp, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2012.

Wartenberg, T. “Enseñando filosofía a las mujeres”, en Spadaro, M. C. (comp.), 2012, pp. 58-59.


 

[1] De mismo modo, Haraway, D. “Saberes situados: el problema de la ciencia en el feminismo y el privilegio de una perspectiva parcial” M.C. Cangiano y L. DuBois De mujer a Género, Buenos Aires, CEAL, 1993, pp. 115-144.

[2] Sobre la base de esta analogía trabaja el ecofeminismo. Cf. Nuñez, P. Distancias entre la ecología y la praxis ambiental, La Plata Edulp, Editorial de la Universidad Nacional de La Plata, 2011. Capítulo 1.

[3] Para un examen detallado de esta cuestión, cf. Pateman, C. El contrato sexual, Barcelona, Anthropos, 1996.

[4] Como se sabe, en Tratado sobre la Naturaleza Humana, Hume desarrolla una crítica exhaustiva a las nociones de “sustancia”, “causalidad” y “yo”, en una estrategia que, anacrónicamente, podríamos considerar deconstructiva. Esto lo sitúa en una posición nominalista radical. Esto fortalece, por un lado, la importancia del sujeto psicológico como constructor, a partir de, en segundo lugar esta construcción se registra a partir de categorías lingüísticamente conformadas.

[5] En retórica, esta estrategia suele denominarse “metalepsis”.

 

María Luisa Femenías, PhD. Directora del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Género de la Universidad Nacional de La Plata. Profesora en la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad de Buenos Aires y visitante en numerosas universidades del exterior. Dirige proyectos de investigación y seminarios de grado y posgrado. Es co-editoria de la revista Mora (F.F. y L, UBA) desde su fundación y de la Biblioteca crítica de género (Edulp, UNLP). Ha publicado numerosos libros y artículos sobre Estudios de las Mujeres y Teoría de Género en revistas especializadas del país y del exterior.

María Cristina Spadaro: Docente en Filosofía e investigadora en áreas de Estudios de género y de Mejoramiento de la enseñanza de la filosofía, desarrolla su trabajo en las Universidades de Buenos Aires y de La Plata, contando con participación en Congresos y publicaciones internacionales en esas áreas. Recientemente ha publicado (2012) Enseñar filosofía, hoy, La Plata, Editorial de la Universidad de La Plata, Biblioteca crítica de feminismos y género, texto en el que se objetivan ambas áreas de interés.

 

labrys, études féministes/ estudos feministas
janvier / juin 2013  -janeiro / junho 2013