labrys, études féministes/ estudos feministas
janeiro/ junho 2016 - janvier/juillet 2016

 

¿Pornografía feminista, pornografía antirracista y pornografía antiglobalización? Para una crítica del proceso de pornificación cultural.

Laura García Favaro y Ana de Miguel Álvarez

Resumen

En la (re)producción de lo que se ha denominado “pornificación” van de la mano el mercado, la cultura popular y secciones del ámbito académico, incluso una parte del feminismo. Este artículo plantea una (re)visión crítica de este fenómeno, así como de la alianza entre sexualización-transgresión-mercado-universidad. Primero se traza la genealogía de esta situación, partiendo de la “revolución sexual” de los años sesenta y su deriva capitalista y patriarcal, se sigue con las “guerras del sexo” de los ochenta, y finalmente se llega a la cultura pornificada del nuevo milenio y el auge de los porn studies. En una segunda parte, el artículo propone una aproximación al proceso (y éxito) de la pornificación cultural en relación al neoliberalismo, entendido como una forma de gubermentabilidad profundamente generizada. Se introducen una serie de conceptos críticos que consideramos útiles para futuros análisis feministas de este complejo panorama, entre los que destacan: “feminismo desarticulado”, “emprendedora sexual” y “postfeminismo biologista”. En la conclusión dejamos planteados algunos interrogantes críticos sobre la posibilidad y deseabilidad de una pornografía feminista.

Palabras Clave pornografía, revolución sexual, guerras del sexo, neoliberalismo

 

Abstract

Working together to (re)produce what has been called “pornification” are the market, popular culture and sectors within the academic sphere, even some forms of feminism. This article sets out a critical (re)vision of this phenomenon, together with the alliance between sexualisation-transgression-market-university. First it traces the genealogy of this situation, starting from the “sexual revolution” of the sixties and its capitalist and patriarchal re-channeling, continuing with the “sex wars” of the eighties, and finally arriving at the pornified culture of the new millennium and the rise of porn studies. In a second part, the article proposes approaching the process (and success) of cultural pornification in relation to neoliberalism, understood as a mode of governmentality that is profoundly gendered. It introduces a series of critical concepts we consider useful for future feminist analyses of this complex landscape, notable among which are: “feminism disarticulated”, “sexual entrepreneur” and “postfeminist biologism”. In the conclusion we pose some critical questions about the possibility and desirability of feminist pornography.

 

 

1. Introducción

Este artículo aborda el tema de lo que se ha denominado la “pornificación de la cultura”. Un fenómeno mayormente occidental en que van de la mano el mercado, la cultura popular y la cultura académica, incluso, y por extraño que pueda parecer, una parte del feminismo. El objetivo de estas posiciones pilota sobre la idea de que la pornografía es no sólo inevitable sino una parte de lo que la filosofía denominaría “la vida buena”, un avance para la humanidad. Un aspecto central de la pornificación es convencer a las mujeres, sobre todo a las jóvenes y especialmente a las heterosexuales, de que su vida personal, amorosa e incluso laboral mejora notablemente al abrir las puertas a la pornografía en la vida cotidiana. Y bien irracionales serían si no se plantearan aceptar lo irremediable—que los hombres siempre ven y verán porno—y sacarle los beneficios correspondientes, incluso vivir de sus cuerpos o su “capital erótico”.

Nuestro artículo plantea este estado de cosas como parte de una reacción patriarcal y neoliberal contra los valores de una sociedad más igualitaria y humanista que estaban calando de forma lenta pero eficaz en el espíritu internacional. Un espíritu  ligado a la necesidad de cambios estructurales en economía, política y educación. Un espíritu ligado a un movimiento feminista unido en una lucha sin cuartel contra la exclusión de las mujeres del Contrato Social que gobierna y define los límites de lo humano y lo político; de lo socialmente valioso y del sentido mismo de la vida. Esta reacción, bajo la apariencia de posmodernidad y empoderamiento individual vuelve a colocar a las mujeres en el sólido imaginario patriarcal: cuerpos bien preparados y disciplinados al servicio del placer de los otros. Eso sí, ahora lo hace bajo los mantras  de la “libre elección” y del “sexo es vida”. De este proceso, en el que la sexualidad se convierte en parte central de la identidad personal, se siguen varias consecuencias. Una es la celebración de la conversión de la ciudadanía abstracta en identidades sexuales diversas como un claro avance social, difundiendo la idea de que toda diversidad es “buena” en sí misma y neutralizando a priori una visión crítica de “lo que de hecho hay”. Otra es que en un contexto capitalista los sujetos emergen como propietarios de cuerpos y, en última instancia, como objetos troceados que pueden y deben circular por los mercados (De Miguel, 2015).

Para explicar la genealogía de esta situación es necesario reconstruir el contexto que ha llevado a que la sexualidad se haya convertido en un negocio, fuente de legitimación de los nuevos valores del capitalismo y el patriarcado. Y sobre todo, que lo haga con la complacencia activa de una parte de la universidad, de la nueva izquierda y, todavía más preocupante, del feminismo. Por eso comenzaremos el artículo con la llamada “revolución sexual” de los años sesenta, un momento en que por primera vez la sexualidad se convierte en parte del “sentido de la vida”, así como en “transgresión” del sistema patriarcal y capitalista. Luego examinamos la deriva patriarcal de la revolución sexual y su conversión en negocio; objeto de fuerte crítica por parte de numerosas feministas. Pero la respuesta más influyente llegaría de una parte del feminismo que apostó por lo que llamaremos una “sexualidad sin género”, una idea que toma la diversidad de prácticas sexuales como un valor en sí misma y bloquea la crítica de la sexualidad patriarcal. Parte de su estrategia consistió en contrarrestar argumentaciones con designaciones peyorativas que nadie querría recibir. Descalificaciones personales y del discurso como “puritana”, “reprimida”, “virgen furiosa”, “olor a sacristía”, “pánico moral” o “moralina” se convirtieron en un eficaz  antídoto contra el pensamiento crítico. Mientras, profesoras de universidad publicaban libros y artículos proponiendo que había que aprender de las putas o que las putas eran los seres más libres, a quienes más temía el patriarcado, porque son “putamente libres”. Si desde la academia se escribe a favor de la pornografía y la prostitución, el mundo de la cultura popular se comienza a poblar de chicas haciendo felaciones y que muestran su rebeldía objetificando sus cuerpos. Y por poner un ejemplo entre muchos de la sintonía entre los medios y la universidad: Hollywood estrena una película traducida como “Una Conejita en el Campus”. Película en la que una conejita de Playboy entra en la universidad y acaba enseñando a las universitarias cómo satisfacer (de una vez) a sus chicos. A ella y sus valores se rinden con solidaridad las chicas (mientras ella aprovecha para casarse con el único que no es un zafio y bobalicón salido). Gracias conejita, vienen a decir las universitarias: esto tan valioso no nos lo estaban enseñando en la universidad[1].

Bueno, han pasado unos poquitos años y ya se enseña también en la universidad: los porn studies cuentan con una revista propia bien situada en los índices científicos de impacto. En una segunda parte del artículo examinamos el nuevo marco de reacción en que cobra sentido esta alianza entre sexualización-transgresión-mercado-universidad. Presentamos el panorama socio-cultural del nuevo milenio, a menudo denominado “pornificación”, así como las principales líneas de análisis feminista.Después nos centramos en una creciente rama de estudio que enfatiza la importancia de examinar los procesos de pornificación en relación al neoliberalismo, entendido como forma de gubermentabilidad y profundamente generizado. Continuando a modo de introducción a esta literatura, señalamos una serie de conceptos críticos que consideramos útiles para futuros análisis feministas de la pornificación, entre los que están “feminismo desarticulado”, “subjetificación sexual” y “emprendedora sexual”. El último concepto, “postfeminismo biologista”, lo introducimos haciendo uso de nuestro propio material empírico, y que hemos analizado con más detalle en el artículo Porn Trouble[2] (García Favaro, 2015). En la conclusión dejamos planteados algunos interrogantes críticos sobre la posibilidad y deseabilidad de una pornografía feminista. También reiteramos la urgencia de una crítica colectiva y transnacional de algunas de las consecuencias actuales de la deriva patriarcal y capitalista de la revolución sexual.

 

2. Aportaciones del feminismo a la revolución sexual

El planteamiento feminista de la sexualidad vendría de la mano del feminismo radical y de los grupos de autoconciencia[3]. Estos grupos fueron el lugar idóneo para que las mujeres comenzaran a hablar de un tema hasta entonces considerado como privado, para que comprendieran que la sexualidad era política. No era algo ajeno a su opresión, y tampoco podría serlo a su proyecto de emancipación.El feminismo de los sesenta retomó con firmeza la crítica a la doble moral sexual que habían desarrollado las sufragistas y socialistas del siglo diecinueve. Otra de sus posiciones más emblemáticas fue la de desvincular la sexualidad de la reproducción. Este tema se centró en el desarrollo de una ginecología no patriarcal, en el fuerte impulso a los centros de planificación familiar, y en la lucha a favor del aborto. Otro tema importante fue la denuncia de una sexualidad hecha por y para varones. Libros, estudios y reportajes denunciaron la decepción de muchas mujeres con las relaciones heterosexuales dominantes. Dijeron en voz alta que, a menudo, no disfrutaban con las relaciones sexuales al uso, que no tenían orgasmos y que no se veían reflejadas en las imágenes sexuales que veían en las películas, mucho menos en la pornografía. El Informe Hite (2002) sobre la sexualidad femenina sería una de las consecuencias más conocidas de esta vertiente de la revolución sexual. Las mujeres pusieron en un primer plano de sus conciencias el derecho a sentir placer y experimentar orgasmos. Otro elemento de diferente índole pero muy importante para las mujeres fue poner fin a la conspiración de silencio y poner en primer plano el tema de la relación entre sexo y violencia: abusos, acosos, violaciones. Una última característica de aquella  insumisión a la sexualidad dominante, tal vez la más revolucionaria, fue la de plantear abiertamente el tema de la atracción sexual entre mujeres. El feminismo cuestionó la invisibilidad y la estigmatización de las lesbianas, y numerosas lesbianas formaron parte del núcleo teórico y la militancia feminista. 

La filósofa Alicia Puleo (1991), en su obra Dialéctica de la Sexualidad, ha señalado la década de los sesenta como el momento en que la filosofía vuelve su mirada a la sexualidad en busca de respuestas. Por un lado se va a tematizar la sexualidad en su relación con el poder y el control, pero sobre todo como un lugar de realización, incluso de salvación para el ser humano. Un lugar de cobijo y de rechazo a la lógica instrumental y del beneficio.Pero también ha relatado cómo esas esperanzas comenzaron a frustrarse por los sesgos patriarcales que adquirió la revolución sexual. Uno de ellos, bien conocido, implicó la conversión de las mujeres en objetos sexuales y objetos de consumo ligados al mercado capitalista. Proliferaron revistas tipo Playboy y Penthouse, pero también las revistas y periódicos que mezclaban temas “serios” con mujeres desnudas. Esto, cosas de la vida (patriarcal), se entendía que era progresista. En España, por ejemplo, al finalizar la dictadura también se reprodujo la ecuación “mujer desnuda = libertad conquistada”. No es una broma.

Sin embargo, las feministas de la época no se caracterizaron por reír las gracias a la industria de la cosificación y sexualización de las mujeres. Lo mismo denunciaban el concurso de Miss América, poniendo a una oveja a desfilar, que difundían una visión crítica de la pornografía. Ahí están las fotos de las activistas, vestidas de negro, de brujas quemando las revistas pornográficas en vistosas hogueras. Por su parte, las teóricas desarrollaron el aparato crítico del feminismo radical para analizar la dimensión patriarcal de la revolución sexual. Kate Millett, la autora de Política Sexual, acude a la literatura para comenzar a diseccionar la nueva normativa sexual. Vamos a centrarnos en su análisis de la obra de Henry Miller, reconocido como uno de los grandes portavoces y mártires de la revolución sexual[4]. Para Millett las novelas de este americano afincado en París no tienen nada de revolucionario pero sí algo novedoso: expresan de forma clara y precisa el desprecio y la violencia con que la mujer y su sexualidad son tratadas en la sociedad.La clave del éxito de Miller es que inaugura una nueva forma de expresar y legitimar la inferioridad femenina. En los tiempos modernos que corren ya no es posible legitimar la desigualdad en términos de la inferioridad intelectual o moral de las mujeres. Sería poco cool, eso queda, en todo caso, para el pensamiento conservador. Miller, el progre, marca la diferencia y la desigualdad mediante las descripciones de la vida sexual entre hombres y mujeres.

El protagonista tipo de las novelas de Miller, su alter ego, es un varón depredador sexual pero ¡ojo! también un maravilloso canalla, artista y bohemio, antiburgués. Sus obras nos ofrecen una renovada imagen de las mujeres como seres pasivos, manipulables y siempre complacientes. Su fin es resaltar la superioridad masculina, el  dominio de sí mismo y de las mujeres de este nuevo viejo modelo de masculinidad. Las mujeres que Miller va encontrando y follando para pasar el día—un día sin un buen polvo gratis y “arrancado” a ese género tonto y baboso que son las mujeres es un día desperdiciado—son las “idénticas” de las que hablara Celia Amorós (2005)[5]. Las mujeres de sus novelas, en general, no es que no tengan proyecto de vida, es que no tienen nada que hacer salvo esperar que el protagonista llegue a menearlas un poco de su vegetativo estado vital. En general están medio tumbadas, adormiladas o borrachas cuando van a ser sorprendidas por el admirado “hombre nuevo” que sí llega con un proyecto verdaderamente humano: conseguir “un coito verdaderamente impersonal”. Esta conceptualización de las mujeres desecha a las “mujeres madre” para reivindicar a las “mujeres objeto sexual”, su misión es estar por ahí con poca ropa para resaltar la superioridad masculina. Los hombres siempre están con la ropa puesta. Se bajan un poco los pantalones porque es estrictamente necesario para sacar su “arma” o su “hacha”, que si no ni lo harían. La superioridad del varón ya no es la del guerrero, ni la del ciudadano ni la del varón proveedor, es la del varón follador[6].

 

3. Las guerras del sexo de los ochenta

Tanto el feminismo radical como el lesbianismo político plantearon con fuerza la idea de que la sexualidad de los hombres se había conformado históricamente como una forma de dominación. No sólo, pero en buena medida. Resulta lógico suponer que en un contexto de relaciones jerárquicas la sexualidad no iba a permanecer al margen o intocable, “natural”. Al poner en primer plano el análisis de la violencia sexual—abusos, acosos, violaciones, prostitución—no podían dejar de establecer esa relación, de pensarla y conceptualizarla. En consonancia con estas ideas, propusieron explorar nuevas formas de vivir la sexualidad que desterraran los sesgos machistas del deseo y el placer. Esta búsqueda de formas alternativas propició las bases para que las mujeres se atrevieran a desafiar códigos morales sexuales muy arraigados: el código heterosexual, y el código pornográfico y prostitucional – es decir, la normativa que sostiene que los hombres tienen derecho a satisfacer su deseo sexual por medio del acceso a los cuerpos de las mujeres, por un precio pactado y variable.Desde la firme creencia de que ambas formaban parte simbólica y material de la reproducción de la opresión de las mujeres, la formación de un frente feminista para combatir la pornografía y la prostitución se convirtió en una política de activismo importante. Una obra especialmente significativa en el análisis feminista de la prostitución fue la de Kathleen Barry, La Esclavitud Sexual de las Mujeres. Sin embargo, muy pronto y desde las mismas filas del lesbianismo, esta posición vendría a ser combatida por una forma radicalmente opuesta de ver la sexualidad.

Desde otros grupos de mujeres lesbianas se estaba experimentando con formas de sexualidad que se sentían mucho más cercanas a la visión de una parte de la colectividad gay. Un grupo especialmente influyente fue el liderado por Gayle Rubin y Pat Califia—hoy ya Patrick Califia, pues ha transitado del segundo al primer sexo las dos con una explícita preferencia sexual por las relaciones sadomasoquistas y teóricas y activistas de referencia. Gayle Rubin, autora de Tráfico de Mujeres, sería una de las pioneras en mantener que el feminismo radical no comprende, no entiende bien la sexualidad. En un artículo tan influyente como el anterior concluyó que existe un sistema de desigualdad basado en la preferencia sexual de las personas, y que el género, como herramienta de análisis, no podía aspirar a explicar esta desigualdad (Rubin, 1989). Su idea es sencilla: al igual que el marxismo, como teoría sobre las clases sociales y la desigualdad económica no explica bien la desigualdad de género, las categorías del género no sirven para explicar las desigualdades entre las sexualidades. Igual que en su día el feminismo reclamó su autonomía respecto al marxismo, ahora la nueva teoría de la sexualidad reivindica su autonomía frente al feminismo.

Según Rubin existe un sistema de dominación específico que sostiene y reproduce la jerarquía entre las sexualidades. Esta jerarquía sitúa en la cumbre de la aprobación social y el reconocimiento a los heterosexuales no promiscuos, e inmediatamente por debajo a los heterosexuales promiscuos. Luego están los homosexuales no promiscuos y por debajo  los promiscuos. Abajo del todo, estigmatizados y deshonrados están los sado maso, las prostitutas, los zoofílicos, y otros. El artículo de Rubin tuvo mucha influencia porque ella era una figura consagrada del feminismo y porque, además, lo ponía en su “sitio”. Las feministas no tenían, ni mucho menos la última palabra en temas de sexualidad.De hecho las heterosexuales oprimen a las homosexuales y la nueva alianza que se propone quedó sellada en lo que más tarde se llamará “las sexualidades disidentes”. Desde nuestra perspectiva, el tema polémico con el trabajo de Rubin es que unifica de forma conceptual sexualidades basadas en la reciprocidad, como puede ser la homosexualidad, con otras que son producto de y reproducen relaciones de poder como la prostitución. El resultado es que prostitutas, gays, lesbianas, zoofílicos y sadomasoquistas pasan a engrosar una misma categoría porque hay “sexo” o placer para una de las partes implicadas. Pensamos por lo tanto que esta posición no se sostiene de forma moral pero tampoco racional: mezcla instituciones patriarcales que siempre ha gozado de la estima y la aprobación del poder, con los legítimos derechos de las personas a vivir su preferencia sexual en reciprocidad. Como ha escrito Alicia Puleo:

“El concepto de transgresión esconde una ambigüedad que suscita convergencias basadas en malentendidos. No es lo mismo la transgresión de normas o costumbres equivocadas u opresoras que la transgresión de lo justo”. (Puleo, 2011: 256)

Como consecuencia de las llamadas “feminist sex wars” o “lesbian sex wars”, ya que la mayor parte de las figuras implicadas en los debates eran lesbianas, la comunidad lesbiana quedó dividida para siempre. Por un lado las aliadas con una parte del movimiento gay y que serían muy activas en la defensa de la pornografía y la prostitución y por otro las lesbianas políticas que continuaron defendiendo las categorías del feminismo radical para estudiar la sexualidad.  Esta división se acabó transfiriendo a todo el movimiento feminista. En la década de los ochenta del siglo XX el mundo del feminismo se fraccionó en dos partes antagonistas (Osborne, 1989; Jeffreys, 1992; Martínez, 2010).

Con el paso del tiempo la postura autodenominada “pro sexo” se fue diluyendo para dejar paso a lo que ahora conocemos como teoría queer. La tesis de la autonomía de la sexualidad respecto al género iba a comenzar a convertirse en una línea completa de investigación que acabaría triunfando en el mundo académico y de las influyentes universidades de élite norteamericanas. Hasta el punto de que estas universidades cambiaron los nombres de sus departamentos. Ya no son epartamentos de género sino de “género y sexualidades”. Unir el género a las sexualidades en vez de, por ejemplo, a la economía es toda una posición de principios. Mientras las temibles teóricas de las sexualidades transgresoras imparten cursos en Harvard y Princeton—conocidos reductos antisistema—las autoras clásicas del feminismo radical como Kate Millett y Sulamith Firestone han sido totalmente relegadas.

El enfoque queer parte de la crítica feminista a la construcción social de los géneros—no se nace mujer, se llega a serlo—para sostener que la proliferación de géneros, en clave de parodia, traerá  consigo la muerte del sistema heteropatriarcal, al menos en el nivel simbólico[7]. De esta premisa se siguen políticas activistas que van desde los juegos sexuales de roles, cambios en las formas de vestir, de autodenominarse en femenino o en masculino, de operarse y cambiarse de sexo, hasta las políticas de lucha contra todo tipo de fobias y estigmatizaciones de la diversidad sexual. Como ya señalara Gracia Trujillo (2009), no hay que ver lo queer como un bloque homogéneo. Más bien como un conjunto de prácticas que subvierten la rigidez de las identidades sexuales, y que ponen en marcha procesos simbólicos y materiales liberadores. Pero, no tendría que hacer falta decirlo, no todas las identidades por el simple hecho de serlo son subversivas, baste pensar en la identidad pederasta. Por otro lado, un enfoque como el queer, que comenzó trayendo aire fresco a los debates, parece dar muestras de repetición y estancamiento. De alguna manera, al mantener que algunas prácticas sexuales son la forma más eficaz de luchar contra el heteropatriarcado, se ve abocado a buscar “epatar” y “transgredir” como sea.

También se ha ido enfatizando en mucho pensamiento queer la identificación entre sistema patriarcal y sistema de prácticas sexuales, con lo que el cambio de la vida sexual parece implicar el cambio del sistema. Uno de los supuestos en que reposa ese enfoque es el de que hay prácticas y preferencias sexuales que son transgresoras, intrínsecamente transgresoras. Hay que someter a crítica esta tesis, porque se nos dice que el sexo, por ejemplo el sexo anal, es transgresor, ¿transgresor de qué en concreto? El ano sería un centro de placer y equidad entre las diversidades sexuales, porque ano, mira por dónde, tenemos todas y todos. Pero, ¿quién y por qué tiene poder para definir lo que es transgresor en prácticas sexuales? ¿Un mercado siempre abierto al escándalo y la exhibición de la vida sexual de las personas? Otra pregunta relevante sería: ¿Es lo transgresor intrínsecamente subversivo o desestabilizador de las formas de poder dominante?

Es posible ilustrar este interrogante con un texto de una de las representantes de la teoría queer, Beatriz Preciado, que también parece haber transitado al primer sexo y ahora es Paul B. Preciado(2008:75):

“Desde niña poseo una polla fantasmática de obrero. Reacciono a casi cualquier culo que se mueve. Me da lo mismo que sean culos de niña o de mamá, de burguesa o de paisana, de marica, de monja, de lesbiana o de zorra. La respuesta es inmediata en mi sexo cerebral. Todas las chicas, las más guapas, las más heterosexuales, esas que esperan a un príncipe azul naturalmente testosteronado, están en realidad destinadas, aún sin saberlo, a volverse perras penetradas por mis dildos. Hasta los doce años estoy en un colegio no mixto y católico. Un verdadero paraíso lésbico. Las mejores niñas son para mí. Antes de haber tenido la ocasión de cruzar la calle y encontrarse con los niños del colegio de enfrente, ya han metido su lengua dentro de mi boca. Son mías."

Este texto es sorprendentemente similar a los de Henry Miller que mencionamos anteriormente. Forma parte del subgénero en que los hombres muestran sus encuentros  sexuales con las mujeres como si estas hubieran devenido tontas perdidas, seres inferiores y manipulables. Y cabe preguntarse, ¿es diferente el contenido del texto porque en vez de escribirlo un hombre misógino y patriarcal  lo escriba una señora que se declara lesbiana, feminista, queer? ¿Acaso quién sea la persona que escribe transforma químicamente el contenido de lo que se escribe? Volviendo sobre la cita anterior de Puleo (2011), tal vez haya que volver a pensar el sentido de la palabra transgresión, máxime cuando buena parte de la publicidad que recibe el público adolescente se cifra en estos mensajes: “para ti que no acatas las normas”, “para ti que no aceptas los límites”, en definitiva: “para ti que eres un transgresor”. Y a continuación una botella de vodka, un vaquero roto, un coche.

 

4. Nuevo milenio: Pornificación de la cultura

El nuevo milenio amaneció con un resurgimiento en el estudio académico feminista de la pornografía. Esto se debe en parte a los desarrollos tecnológicos, especialmente el fácil acceso y vasto volumen de contenidos en Internet. También ha despertado interés la forma en la que el material pornográfico no solo se ha multiplicado sino que se ha normalizado. Otra cuestión que ha motivado especial debate es la progresiva desaparición de la línea que separa las representaciones pornográficas de aquellas en los medios populares o de masas. Esta incursión de la pornografía en la tendencia mainstream ha sido asociada con un fenómeno más amplio comúnmente referido como la “pornificación” (también “pornograficación”) de la sociedad, cultura o cotidianeidad[8].Este término indica la saturación sexual de las imágenes y discursos— así como de los productos y servicios—en las sociedades contemporáneas occidentales. Pero más específicamente, “pornificación” denomina un momento histórico en el que la cultura esta siendo transformada por unas industrias del sexo cada vez más influyentes y porosas – especialmente la pornografía. Más allá del mundo de los medios, las estéticas, narrativas y valores de estas industrias penetran lo cotidiano, reconfigurando las sensibilidades, subjetividades y prácticas sexuales de la mayoría.

Ejemplos de pornificación no son difíciles de encontrar. Se percibe en el uso creciente de la pornografía como forma de terapia sexual (Tyler, 2011), así como en su actual estatus como fuente por excelencia de conocimiento sobre el “buen sexo” (Farvid y Braun, 2014). Por otro lado, “porno chic” se ha convertido en una práctica representacional dominante en los medios, así como un “look” de moda. Es más, diversas “estrellas del porno” y “trabajadoras de sexo” (el término “mujer prostituida” ahora se considera “putófobico”) han emergido como celebridades, autoras “bestseller”, y más generalmente como iconos de una sexualidad femenina empoderada (p.ej. Jenna Jameson). Están igualmente presentes como consejeras sexuales en los medios de comunicación mayoritarios: Textos como “Actrices porno te dan tips para hacer mejor sexo oral” (www.actitudfem.com) y “Cómo hacer un striptease: guía exclusiva de Dita von Teese” (www.enfemenino.com) saturan los productos mediáticos dirigidos a mujeres. Asimismo, prácticas previamente asociadas con el sexo comercial son reformuladas como ocio y entretenimiento corporativos—sobre todo para hombres—así como actividades de recreación y “fitness” – predominantemente para mujeres. En cada vez más gimnasios nos podemos encontrar clases de burlesque, striptease,“lap dance”, “pole dance” y hasta "sexy style" con tacones”.

En el epicentro del fenómeno de pornificación están los procesos de mercantilización y “recreacionalización” (de “recreationalization”, en inglés) del sexo, así como una preocupación obsesiva con los cuerpos de las mujeres, y cada vez más también con su “trabajo sexual” en el ámbito de las relaciones íntimas (Cacchioni 2007)[9].De nuevo, el patrón que se espera que sigan las mujeres está claro: “Cómo lucir como estrella porno” aconseja es.wikihow.compat; mientras (www.cosmopolitan.com) ofrece “8 consejos muy necesarios de trabajadoras del sexo”. Este modelo pornificado de heterosexualidad femenina también es palpable en el requerimiento de que las mujeres realicen actos sexuales—incluso no deseados—de una manera activa, entusiasta y emocionalmente comprometida para aumentar el placer del hombre. “Una cosa que a los hombres no les gusta es el sexo oral mecánico, llevado a cabo sin pasión”, explica la revista femenina www.sofeminine.co.uk. Este medio internacional, con 40 webs dirigidas a mujeres, también aconseja enfáticamente a sus lectoras la felación “deep throat’” o garganta profunda para complacer—y mantener—a sus parejas. “Cuanto más profundo vayas más durará tu relación”, asegura a sus lectoras. La revista sigue explicando que los hombres tienen “fantasías ligeramente sádicas cuando reciben una mamada […] Como “gargantear” o básicamente (ab)usar de tu boca”. También se le manifiesta a la lectora que si va “tan profundo como sea posible y te lloran los ojos – él lo verá como lágrimas de alegría. Sólo asegúrate de que sonríes al final”.

¿Perpetuación del poder de los hombres? ¿Normalización de la subordinación de las mujeres? Algunas así lo piensan, y continúan publicado estudios sobre la pornografía que establecen conexiones con el patriarcado y el capitalismo, la misoginia y el racismo, argumentando en contra de la objetificación, explotación y abuso de las mujeres (p.ej. Tankard Reist y Bray, 2011). Sin embargo, y aunque las feministas que critican la industria del sexo siempre han sido sometidas a campañas de desprestigio, en la actualidad, al menos en ciertos ámbitos del mundo cultural anglosajón, tal vez se está yendo demasiado lejos. Algunos hechos contrastables como el aislamiento académico, boicots de conferencias y hasta demandas judiciales, difamaciones y ataques personales son experiencias cada día más frecuentes para las autoras más críticas con la normalización de la pornografía. Meghan Murphy (2015), periodista y escritora que fundó y edita la página web Feminist Current, ha escrito: “Tachadas de mojigatas, conservadoras religiosas, opresoras y fanáticas, la guerra contra estas feministas culminó recientemente en el intento generalizado de impedir que quienes disienten de su proyecto tengan acceso a plataformas desde las que expresar sus puntos de vista”. Un ejemplo que epitomiza esta situación es el término “SWERF”, el acrónimo en inglés para “feminista radical que excluye a la trabajadora sexual” (“Sex Worker Exclusionary Radical Feminist”), que se usa para insultar a aquellas que se atreven a criticar a la industria del sexo y a apoyar el “modelo nórdico”. Los tan fáciles (normalmente unidos) diagnósticos de SWERF, “putafóbica”, “kinkfóbica” o “sexofóbica” tienen hoy el poder nada más y nada menos que de arruinar carreras profesionales.

Por el contrario, la normalización de la pornografía avanza con paso firme en el mundo académico. En el desarrollo de los porn studies, un momento clave fue la publicación de la colección editada Porn Studies en 2004 por Linda Williams, y, diez años después, el lanzamiento de la revista académica con el mismo nombre, publicada por el prestigioso editor Taylor & Francis. Esta nueva disciplina lo que busca es “[…]apartarse claramente del tipo de sufrimiento agónico sobre la política sexual que caracterizó una época anterior del estudio de la pornografía” (Williams, 2004: 2). Liberada de tal “agonía”, la literatura de porn studies ofrece una visión más optimista del estado de la cuestión, destacando a las mujeres como consumidoras y productoras de material pornográfico (considerado como cualquier otro tipo de producto mediático), y movilizando ideas sobre agencia, elección y placer (p.ej. Smith, 2007). Rozando lo promocional, algunos como Brian McNair (2013) incluso escriben libros sobre por qué “la pornografía ha cambiado el mundo y lo convirtió en un lugar mejor”. Sin duda, lo académico y lo popular se realimenta y legitima entre sí, tal y como veremos más adelante en el apartado sobre psicología evolucionista.

A este abrupto terreno, donde tanto ha proliferado la descalificación, ha llegado una tercera línea de investigación feminista que examina la pornificación como un fenómeno asociado a las nuevas políticas neoliberales. Es a esta creciente bibliografía, que sitúa el auge pornográfico en un contexto estructural de reacción contra el feminismo y el Estado del Bienestar y que critica las alianzas entre el neoliberalismo capitalista y el patriarcado, a la que dedicamos el resto del artículo. Estos nuevos enfoques nos ofrecen herramientas conceptuales útiles para acercarnos a una teoría crítica de la pornificación, para analizar las “nuevas” racionalidades, modalidades de poder y subjetivación, y para desmitificar las ideologías dominantes que penetran tanto la cultura de masas como el mundo académico y hasta sectores del movimiento feminista. Véase también la obra completa sobre Neoliberalismo Sexual (De Miguel, 2015).

 

5. Neoliberalismo como gubernamentalidad

En el intento de comprender las características novedosas de las (re)formulaciones de género y política sexual contemporáneas, un número de investigadoras feministas han encontrado gran fecundidad analítica en las teorizaciones foucaultianas acerca del  neoliberalismo. El neoliberalismo no se analiza sólo como un conjunto de políticas económicas destinadas a intensificar la privatización, la desregulación y el libre comercio, a maximizar los beneficios empresariales y erradicar el Estado del Bienestar, a desmantelar la crítica de izquierdas y los movimientos sociales.Más aún, se argumenta que el neoliberalismo se ha convertido en un modo de gubernamentalidad. Con este término, Michael Foucault (1988) trató de capturar la relación entre las tecnologías objetificadoras de dominación del otro y las tecnologías subjetificadoras del sí mismo (aquí usamos el no generizado self, del inglés). El desarrollo de un concepto del self fue, en parte, un intento de Foucault para superar las limitaciones analíticas de su propia teorización de los individuos como “cuerpos dóciles” en las garras de un poder disciplinario inexorable.(McNay,1992)Con “tecnologías del self” conectó “discursos y regímenes de verdad más generales, y la creatividad y la agencia de los sujetos individuales”.(Gill y Orgad, 2015:326) Como modalidad de gubernamentalidad, como Catherine Rottenberg (2014:420)explica:“El neoliberalismo es una racionalidad política dominante que se mueve hacia y desde la gestión del Estado al funcionamiento interno del sujeto”. En efecto, los modos contemporáneos de poder operan, cada vez más, en y a través del hacer y rehacer de las subjetividades, de la propia vivencia personal de una misma, en lo que algunos foucaultianos han entendido como “gobierno del alma” (Rose,1990).

En particular, bajo el neoliberalismo estamos normativamente construidos e interpelados como “emprendedores del self”. El sujeto neoliberal es un individuo que es totalmente autónomo y autorregulado, cuyo valor se mide en gran medida por su capacidad de autocuidado y auto-mejora, utilizando cálculos de coste-beneficio fundamentados en principios basados en el mercado para todos sus juicios y prácticas. Este “espíritu” del neoliberalismo está estructurado por un individualismo tan agresivo que está siendo capaz de barrer o evacuar las “[…] nociones de lo social o político, o cualquier idea del individuo como sujeto a presiones, limitaciones o influencias desde fuera de sí mismo” (Gill, 2007: 164). Las desigualdades estructurales, las relaciones de poder y las heridas sociales se tornan cada vez más inexpresables. El contexto de toda vida se sustituye por la exigencia de representar todas las biografías vitales cognoscibles y significativas a través de una narrativa de elección individual y libre.

Las feministas que analizamos el neoliberalismo estamos preocupadas por su alcance geopolítico cada vez más amplio, pero también por las formas en que sus valores del mercado y su racionalidad instrumental se extienden en todas las esferas de la vida y aspectos del pensamiento y de la actividad humana, regulando de un modo cada vez más íntimo. También se ha destacado la naturaleza profundamente generizada del neoliberalismo – en efecto “las mujeres son construidas como sus sujetos ideales” (Gill, 2007: 164), y las mujeres jóvenes en particular se convierten en “paradigmas de individualidad emprendedora” (Ross, 2008: 32). Explorando una variedad de productos mediáticos desde películas a publicidad,Rosalind Gill(2007:164) observa: “En mucha mayor medida que a los hombres a las mujeres se les exige que trabajen y transformen el self, que regulen cada aspecto de su conducta, y que presenten todas sus acciones como elegidas libremente”. Estas nuevas feminidades en tiempos neoliberales han sido asociadas con un nuevo “régimen de género” (McRobbie, 2009) o con una “sensibilidad cultural” (Gill, 2007) a menudo llamada “postfeminista”. Destacando las conexiones con la pornificación y la pornografía, a continuación examinamos brevemente tres conceptos clave desarrollados en estos recientes análisis feministas: “feminismo desarticulado” (McRobbie, 2009), “emprendedora sexual” (Harvey y Gill, 2011) y “biologismo postfeminista” (García Favaro, 2015).

 

5.1. “Feminismo desarticulado”

La categoría de “postfeminismo”, aunque diversa y controvertida, se ha vuelto—desde la década de los noventa—cada vez más imprescindible en el vocabulario feminista anglo-americano, y en particular en los estudios culturales y de los medios de comunicación (Gill, 2007). En este contexto, el término se utiliza para designar un clima socio-cultural en el que se asume que la igualdad de género se ha conseguido, y en el que un cierto feminismo se ha incorporado a la vida institucional y política  y se ha aceptado como de sentido común, mientras que la política feminista que enlaza con las luchas que nos han permitido llegar a ser una voz crítica en el espacio público  es fuertemente repudiada, temida y socavada.Más aún, para Angela McRobbie el objetivo del régimen postfeminista de poder de género es impedir la emergencia de un movimiento de mujeres renovado, y, más profundamente, deshacer o desmantelar al feminismo.

Este proceso de reacción opera a través de una política cultural de “desarticulación”, es decir, “una fuerza que devalúa, o niega y hace impensable el fundamento mismo de la unión” (McRobbie, 2009: 26). Para sustituir—y evitar—la re-invención del feminismo, a las mujeres jóvenes se les ofrece “modernización”. Esto incluye una mayor participación en la educación y en el empleo, así como la posibilidad de alcanzar nuevas libertades, notablemente en el ámbito sexual.Estos “sustitutos postfeministas” están marcados por un individualismo agresivo y un hedonismo consumista, y atravesados por tropos de libertad, empoderamiento y  elección personal. Al mismo tiempo, escribe McRobbie, una gran cantidad de poder patriarcal se vuelca en los complejos moda-belleza y ocio-medios—también podríamos añadir aquí la industria del sexo—con un fuerte alcance reaccionario y disciplinario. En palabras de Miyares(2015) estaríamos ante “la revancha del patriarcado”.

La desarticulación como estrategia de desunión y debilitamiento también opera al  encasillar el feminismo crítico y reivindicativo como anti-diversión y anti-sexo, e impulsado por la ira y odio hacia los hombres, lo que se presenta como no femenino y totalmente viejuno para las mujeres jóvenes. En un clima postfeminista, como McRobbie señala:“[…]las mujeres jóvenes son disuadidas de implicarse políticamente en áreas como el trabajo sexual o la industria de la pornografía por miedo a ofender a los hombres, y ser etiquetadas de feministas. El resultado es la asfixia de la disidencia, del debate y de la solidaridad entre las mujeres jóvenes”.( McRobbie (2009: 26) Las posibilidades o espacios para la crítica de la cultura pornificada han sido gradualmente conquistados por el ethos del individualismo, el consumismo, y la libre  elección. A la hora de explicar la participación de las mujeres,  también disfrutan de un atractivo especial los discursos postfeministas de liberación y derecho personal, agencia y empoderamiento. Estos discursos operan para ocultar cómo la conformidad a la pornocultura, mientras se alega estar eligiendo libremente y participando entusiasmadamente, es hoy en día una parte fundamental de la feminidad normativa.

 

5.2. “Emprendedora sexual”

Para Rosalind Gill(2007:151), un elemento central del postfeminismo es el giro de la objetificación sexual a la subjetificación sexual de (algunas) mujeres. Aquí la objetificación o cosificación sexual es re-presentada como el deseo libremente elegido de sujetos femeninos activos y deseantes—en vez de pasivos y mudos objetos de una supuesta mirada masculina “que eligen  presentarse a sí mismas de una manera aparentemente cosificada porque responde a sus intereses liberados hacerlo” . Así, escribe Gill, se constituye un régimen disciplinario nuevo, más pernicioso y distintivamente neoliberal, donde el poder “construye nuestra misma subjetividad”.

Otro concepto inspirado en Foucault y con gran fecundidad analítica para el análisis del postfeminismo es el de “tecnologías del sexiness” (sensualidad, atractivo sexual). En los años noventa, Hilary Radner desarrolló el término en su análisis de las formas en que las narrativas heterosexuales dominantes estaban cambiando. Radner (1999:15) recalcó la creciente penetración cultural de una nueva y “modernizada” forma de feminidad que había sustituido a la virginidad, “la bondad”, “la inocencia” o “la virtud” como los valores de las mujeres en el contrato heterosexual.La “tecnología del sexiness”—impulsada por la revista Cosmopolitan de Gurley Brown—se organiza en torno a la pericia sexual y “al uso disciplinado del maquillaje, la ropa, el ejercicio y la cirugía estética, vinculando la feminidad, la cultura del consumo y la heterosexualidad”. Más recientemente, el análisis feminista ha destacado el papel crucial de la transformación psicológica en esta tecnología del self, que ahora exige un sujeto femenino que es obligatoriamente activo sexualmente, asertivo y seguro de sí mismo, además de con conocimientos y competencias en una variedad cada vez mayor de prácticas sexuales – dentro de unos límites que son rigurosamente vigilados (p.ej.Gill,2009).

Sobre la base de los conceptos de “subjetificación sexual” y de “tecnología del sexiness”, Laura Harvey y Rosalind Gill han desarrollado la noción de “emprendimiento sexual” (“sexual entrepreneurship”) para captar este nuevo y contradictorio sujeto femenino neoliberal. La “emprendedora sexual” es interpelada a través de discursos que constituyen el sexo como un trabajo que requiere constante esfuerzo y puesta el día, así como un “presupuesto suficiente para  un armario lleno de ropa sexy y cajones abarrotados de juguetes sexuales” (Harvey y Gill, 2011: 56). La belleza, el ser deseable y el desempeño sexual constituyen sus proyectos en marcha, señalan estas autoras. Gill (2007:152)) también subraya como esta tecnología de subjetificación invita a las mujeres a “convertirse en un determinado tipo de self, y dotado de agencia con la condición de que se utilice para construirse a una misma como un sujeto muy parecido a la fantasía masculina heterosexual que se encuentra en la pornografía”.

  Para esta “modernizada” versión neoliberal de la feminidad, cada vez es más imprescindible que todo esto se (re)presente como libremente elegido. Y lo crucial para que funcione el nuevo régimen patriarco-neoliberal es que el hombre desaparezca como fuerza determinante. La dramática intensidad de auto-vigilancia, disciplina y transformación requerida de la mujer—¿mantienes tu vagina joven? ¿Y tus axilas sin pliegues? ¿Gimes apropiadamente durante el sexo?—debe ir acompañada de un repudio explícito de la existencia de regulación o control externo. Sea cirugía estética vaginal, clases de striptease o “duchas de semen”, hagan lo que hagan las mujeres debe de ser entendido como algo que hacen para complacerse a sí mismas, porque es liberador, empoderante, placentero, etc. Y sin duda habrá momentos de placer, no sólo porque hemos aprendido a concebirlos como tal, sino también porque, como Ros Ballaster y colegas (1991,4:162) afirman:"La construcción y el mantenimiento de cualquier orden social implica la construcción y el mantenimiento de ciertos placeres que puedan asegurar el consentimiento y la participación en ese orden”.(Ballaster y colegas. En general, el fenómeno de pornificación es un ejemplo claro de lo que Foucault llama el caráter productivo del poder (moderno).Es decir, para Foucault (1980: 119):

"Lo que hace que el poder arraigue bien, que se le acepte, es simplemente el hecho de que no pesa sobre nosotros solamente como una fuerza que dice no, sino que atraviesa y produce cosas, induce placer, configura conocimiento, produce discurso. Necesita ser considerado como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social, mucho más que como una instancia negativa que tiene como función reprimir."

De esta manera, como señala Foucault en Historia de la Sexualidad, se puede trazar un vínculo entre la intensificación de las intervenciones del poder y la multiplicación del discurso. En nuestra opinión, este es claramente el caso con la pornificación.

  ¿Pero qué pasa si las mujeres cuestionan el orden y dejan de proveer la sensación de consentimiento que es tan crucial para el neoliberalismo sexual? Pues que ahí llega el biologismo postfeminista para recuperar y reformular las más rancias y misóginas estrategias.

 

5.3. “Biologismo postfeminista”

Otro elemento clave de la formación ideológica del postfeminismo es la reafirmación—pero también revalorización y hasta re-erotización—de ideas sobre diferencias “naturales” entre mujeres y hombres, en base a un marco heteronormativo de complementaridad (Gill, 2007) – o lo que hemos llamado la “vuelta al rosa y al azul” (De Miguel, 2015). La popular literatura de autoayuda sobre las relaciones de género y heterosexuales que se difundió con fuerza a partir de los años noventa ejemplifica con precisión el éxito de la mezcla con la “ciencia” en la propagación de estos planteamientos. Este fenómeno fue encabezado por los textos “Marte y Venus” de John Gray, que se han convertido en fundamentales para la cultura de los medios de comunicación postfeministas y han influido mucho en otros géneros populares como las revistas femeninas.La literatura “Marte y Venus” fomenta la idea de que las diferencias intrínsecas entre los sexos deben ser reconocidas y aceptadas más que negadas o problematizadas, y plantea una aproximación al conflicto entre ellos en base a “diferente pero igual” y “ausencia de culpa”. ¿Te engaña con otra tu novio y buscas apoyo en un foro online?  Esta es la respuesta que recibes: “Son hombres y son impulsados por fuerzas totalmente diferentes a nosotras las chicas. [...] Es una cuestión Marte y Venus” (www.cosmopolitan.co.uk).

Especialmente influyente en la reanimación de los discursos sobre diferencia sexual y de violentos estereotipos de género en la cultura postfeminista ha sido la rápida expansión de la psicología evolucionista (PE), que emergió durante los noventa en el contexto de una reacción reaccionaria en contra de los recientes logros feministas. Para la PE, la mente humana “es sexualmente dimórfica” y “viene equipada de fábrica” (Buss, 2005: xxiv), después de haber sido “diseñada por la selección natural en antiguos ambientes pleistocenos”, sin cambios significativos desde entonces (Ellis y Symons,1990: 532). La metateoría de género de la PE hace hincapié en las discordantes oportunidades/beneficios y restricciones/costes de las hembras y machos ancestrales para (maximizar) el éxito reproductivo/la  proliferación genética.Los conflictos actuales entre mujeres y hombres son vistos como el resultado inevitable de la interferencia de “mecanismos” específicos de cada sexo, que en conjunto forman una “estrategia co-evolucionada” cuyos elementos “o se complementan o compiten” (Malamuth,1996: 15). Para la PE, las relaciones heterosexuales son dictadas por las fuerzas del “mercado sexual”, en el centro del cual están “las dinámicas de compra-venta en relación a la pulsión sexual” (Campbell,2013:330).

Académicos de distintas disciplinas han demostrado consistentemente que la PE es culturalmente perniciosa, así como científicamente errónea (p.ej. colecciones editadas por Rose y Rose, 2000; Grossi et al. 2014). Aun así, este paradigma claramente patriarcal y neoliberal—sólo hay que ver el lenguaje sacado directamente del mercado y evocando lógicas económicas neoliberales—continúa obteniendo una amplia legitimidad y penetrando nuevos ámbitos.Sus explicaciones del género y la sexualidad levantan especial entusiasmo, y saturan la cultura popular. Entre ellas se encuentra el establecimiento de un vínculo íntimo entre la pornografía y los hombres. En efecto, para la PE la pornografía es “exactamente lo que los machos buscan” (Hald,2006: 583), ya que sus mecanismos psicológicos están diseñados para buscar sexo de bajo coste (“low-cost”) con múltiples hembras de alto valor (“high-value”) para maximizar el éxito reproductivo (Pound, 2002; Salmon,2004,2012; Salmon y Diamond, 2012).

Como mostramos en el artículo Porn Trouble, los foros para mujeres (contenido de los usuarios) y revistas femeninas (contenido editorial) en Internet reproducen el discurso de la PE de una manera sorprendentemente precisa. La cantidad significativa de mujeres que buscan apoyo en foros online como el español www.enfemenino.com porque “Mi novio se la pasa viendo mujeres en internet” o “Me molesta muchísimo que mi novio vea porno” son respondidas así: “Los hombres están biológicamente programados para querer fecundar a tantas mujeres como sea posible,  es un hecho científico” (www.cosmopolitan.co.uk.) Es decir: “el hombre por naturaleza es polígamo” (www.enfemenino.com) .Conclusión: “aprende a resignarte” (www.enfemenino.com). Es más, en base a la idea de que los hombres son innatamente incapaces de monogamia, la pornografía se presenta  como una tecnología de prevención de la infidelidad masculina. Así, avalar esta actividad se postula como la elección racional, bien informada y estratégica para las mujeres que quieren una relación monógama. Por ejemplo, la consejera sexual de www.femalefist.co.uk responde a la carta de una lectora titulada “ Mi novio prefiere ver porno que tener sexo conmigo!” de la siguiente manera: “Te guste o no ellos están programados para querer tener sexo con muchas mujeres para procrear, pero este método significa que él tiene un elemento de eso, no obstante aún así se mantiene monógamo”.

Esta naturalización de la promiscuidad masculina puede producir sentimientos de inseguridad y construir el (potencial) engaño de los hombres como una preocupación normativa para todas las mujeres heterosexuales. Además,  funciona para posicionar a las mujeres en competencia entre sí por la atención y afecto (duradero) de los hombres (de nuevo desarticulando las potencialidades para la solidaridad femenina). Así mismo, sirve para legitimar la exigencia a las mujeres para que trabajen incansablemente en su atractivo sexual. Según muchos PEs, esto es una inevitabilidad evolutiva: “Las mujeres deben competir para atraer y retener” el “recurso valioso” que es un “hombre de alta calidad”, y su “moneda” en el “mercado sexual” es el atractivo físico, declara la PE Anne Campbell.(2013:178)

La psicología evolucionista argumenta que la sexualidad de los hombres es natural y profundamente visual. Por lo tanto, explica la PE Catherine Salmon (2004:226), “la pornografía moderna es exactamente lo que debería de ser esperado”. De la misma manera, en las revistas y foros femeninos se asegura a las mujeres que los hombres necesitan pornografía porque son “criaturas visuales”. www.femalefirst.co.uk  explica a las muchas lectoras descontentas con el consumo de pornografía de sus parejas masculinas lo siguiente. Y téngase en cuenta cómo se espera que las mujeres realicen un trabajo emocional de comprensión no recíproco:

“Los hombres son criaturas muy visuales y así el porno es una estupenda manera para que se desahoguen – mientras que las mujeres necesitan más una conexión emocional. Esto no es su culpa, simplemente una parte de su biología. Puede ser difícil para él entender cómo te sientes, teniendo en cuenta que estamos programados de manera diferente.”

Apoyados por esta figuración de los hombres como “criaturas visuales”, los foros y revistas femeninas ofrecen unos consejos escalofriantemente distantes, normativos y disciplinarios. Un ejemplo es esta respuesta al hilo “¡Ayuda, él es un maníaco del porno!”: “Tendrás que hacer todos los esfuerzos para atraerlo más visualmente. Esto significará mantenerte en forma, usar  ropa bonita/zapatos de tacón alto cuando estés con él, llevar maquillaje en casa, comprar ropa interior atractiva, etc …” (www.femalefirst.co.uk). Esta persona observa que el consejo “puede sonar […] un poco sexista”, para luego plantearlo como la respuesta racional al “hecho” (científico) de que “los hombres no son lo mismo que las mujeres”. Es decir, de una prototípica forma postfeminista presenta al feminismo como “tomado en cuenta” (ver McRobbie, 2009) para luego relegarlo a la irrelevancia. “La verdad no puede ser sexista”, asegura el PE Steven Pinker.

También hemos demostrado en Porn Trouble cómo cuando las mujeres expresan disconformidad con el consumo de pornografía de sus parejas esto se interpreta como el resultado de que sus cuerpos no son suficientemente deseables o de que su suministro sexual no es el adecuado: “¿mantienes sex appeal para tu esposo?”, “¿estás segura de que le complaces correctamente?” (www.enfemenino.com). A las mujeres se les exhorta a “ver porno con él”, y a participar en las actividades que aparecen en el material que sus parejas disfrutan. No debería de sorprender tampoco que la consejera de www.femalefirst.co.uk, una web femenina que vende ropa interior, también aconseje: “mira a las chicas en las películas porno para ver que se ponen e intenta igualarlo”. Asimismo, se anima a las mujeres que se “desinhiban” y experimenten con juguetes y atuendos sexuales – también en venta. Otros requerimientos del trabajo sexual obligatorio para las mujeres que mantienen relaciones incluyen “estimular su sexualidad visual […] haciéndole un fenomenal striptease como si fueras una verdadera actriz porno”, además de producir “sexy selfies” y “tu propio vídeo porno casero”. Un hombre propone también en el foro (www.enfemenino.com) : “[…]jugar a que tú eres una provocativa colegiala y él tu deseoso profesor”. En definitiva, se recomienda a las mujeres que hagan todo lo que los hombres puedan querer: “pregúntale lo que le pone y haz eso” (www.cosmopolitan.co.uk)

Esta normalización de la subordinación sexual femenina es hoy socialmente aceptable debido a la vigencia  cultural del postfeminismo. Primero está la idea de que el feminismo ha hecho todo o casi todo lo que podía hacer, y que ahora ya sólo nos queda el estado natural de las cosas. Los problemas entre los sexos que se puedan  encontrar en nuestras sociedades, al ser igualitarias ya no son temas políticos, son asuntos de biología. Además, la polaridad (y la jerarquía) de género no sólo ha sido re-naturalizada sino también re-erotizada. Es más, el postfeminismo ha posicionado la “agencia sexual obligatoria” bien en el centro de la feminidad normativa, y ha construido una concepción hegemónica de las mujeres como seres empoderados que detestan caer en discursos “victimistas” que cuestionan su “agencia” y sus “libres elecciones”. Conclusión: El porno es algo cool y chic, “progre”, liberador para las mujeres. Las que cuestionan lo deseable de la pornografía van a encontrase online (y offline) con una avalancha de acusaciones de “arcaica” y “conservadora” e ideas sobre represión o adoctrinamiento religioso, acusaciones que están también más que presentes en el discurso de la izquierda y de algunas feministas. Esperamos haber mostrado como esta posición no sólo manifiesta un absoluto desfase con la realidad socio-cultural actual, sino también una alianza por lo menos incómoda con el poder patriarco-neoliberal.

 

6. A título de conclusión

A la hora de reflexionar sobre nosotros mismos y sobre el proceso colectivo de dotar de sentido nuestra vida social e individual, sobre la sociedad que queremos construir y legar, hay preguntas pertinentes, preguntas relevantes y preguntas urgentes. Otras lo son menos. Como nos enseña la filosofía, lo relevante en el proceso de conocimiento son las preguntas que formulamos a la realidad.Respecto al tema de la pornografía hemos considerando importante preguntar cuáles son los mensajes hegemónicos y qué consecuencias tienen para la igualdad. A quiénes y cómo beneficia la pornificación de la cultura. Cui bono. Al hilo de esta reflexión hemos establecido una lógica entre la ideología de la pornografía y la conversión del ser humano en mercancía al servicio del placer y el dinero de los otros (De Miguel,2015).El proceso de pornificación opera legitimando las relaciones de subordinación de las personas como cuerpos o propietarios de cuerpos. Con una estrategia especialmente insidiosa, demanda la rendición activa a la conversión del cuerpo, es más, del propio self, en mercancía: “tú eres la marca”. “Marcas” que circulan por el “libre mercado” bajo la legitimidad del “libre consentimiento”. Esta lógica de subordinación no afecta de manera igual a hombres y mujeres, siendo una lógica producto del patriarcado y del neoliberalismo.

Haciendo uso de una creciente literatura feminista así como de material empírico, este artículo ha propuesto que el neoliberalismo es un modo de gubermentabilidad profundamente generizado, cuyo ejercicio de poder exige un análisis que vuelva más complejas las familiares dicotomías objeto-sujeto, represión-liberación, deber-placer, disciplina-agencia. También hemos subrayado como son las mujeres (sobre todo las jóvenes) las que son mayoritariamente construidas como agentes emprendedores que eligen libremente y que son totalmente responsables de su autocuidado a través de un cálculo estratégico de costes y beneficios. En cambio, la masculinidad está en gran medida protegida por un biologismo “especial siglo XXI”, que retrata al feminismo como desconcertado y delimitado por insuperables restricciones fijadas por fuerzas ahistóricas, asociales y apolíticas, sobre todo las fuerzas evolutivas de la selección sexual. En la situación de “porno en disputa” analizada en la última sección, lo que hemos llamado “biologismo postfeminista” exige a las mujeres que abandonen sus sentimientos negativos acerca de la pornografía y acepten el “hecho científico” de que los hombres están “biológicamente programados” para consumir dicho material (o engañar), y se auto-reconstruyan como un sujeto femenino heterosexual “racional”, mejor adaptado.(García Favaro,2015) Esto significa negar las políticas sexuales e introducirse en un universo sexual estrictamente delimitado, controlado y desigual de placeres y posibilidades relacionales, cuerpos y subjetividades: la matriz pornográfica. Bajo la fusión patriarco-neoliberal actual, la mujer debe ser una “emprendedora sexual” (Harvey y Gill, 2011), cuyo modelo ideal es un self pornificado. Mientras tanto, aunque aparentemente ofrecen respuestas al feminismo bien fundamentadas e incluso bien intencionadas, elementos de la cultura social, política y popular contemporánea están participando activamente en su desarticulación, así como (re)articulando los términos del nuevo contrato sexual (McRobbie, 2009). Este contrato exige al nuevo sujeto femenino que tome distancia de los radicales vocabularios e imaginarios feministas como condición de su libertad y de su reconocimiento sexual; por esto, se le recuerda, debe estar agradecida, en comparación con los menos civilizados y menos modernos “Otros”.

Por último, hay que reflexionar sobre si es pertinente y relevante otra pregunta que se está formulando de forma reiterada en este ambiente festivo de porno para todo y para todos. Y es la pregunta: ¿Es posible y deseable una pornografía feminista? Dejamos el análisis de esta pregunta para trabajos venideros pero sí queremos realizar una primera aproximación. Porque, en realidad, la propia formulación de la pregunta lleva ya aparejada la respuesta: “sí claro, todo es posible, ya daremos con ella, ahora hay que ponerse a ensayar y crearla”. Desde nuestro punto de vista la propia pregunta se convierte en elemento legitimador de las bondades de la pornografía: hay un porno para cada persona, edad e ideología. Seguimos encerradas en su marco de inteligibilidad, es más, ampliándolo. Pero, salgamos fuera: ¿No es una pregunta no pertinente o absurda realmente? ¿Es acaso el feminismo un adjetivo o una etiqueta para ocupar un segmento del mercado? Qué nos parecen estas otras preguntas ¿es posible y deseable un Miss Mundo feminista? ¿Un concurso de mejores tetas mojadas feministas? ¿Moda feminista? ¿Ropa de cama feminista? ¿Lencería feminista? ¿Electrodomésticos feministas? ¿Bodas feministas? El capitalismo responde con un rotundo “sí” – solo hay que ver el recibimiento entusiasta que ha recibido el “nuevo feminismo” recientemente. “¿Qué tipo de feminista eres? ¿Gwyneth o Miley?”, pregunta la revista Vogue España. “Cómo planear una boda feminista” (www.mujer.com)nos explican los medios para mujeres…

El feminismo no es un adjetivo para hacerse hueco en el mercado ni para tergiversar y vaciar una tradición teórica y política, sino un movimiento social que ha emprendido una lucha tenaz contra un mundo injusto. El feminismo es una teoría crítica del poder y de sus consecuencias para todos los seres humanos; para el propio concepto de lo que es una persona y lo que se puede hacer con ella. Analiza las  formas de producción de subjetividades y presenta proyectos alternativos al “esto es así y así lo tienes que aceptar”. Presenta proyectos colectivos más allá del “a mí me gusta” o “a mí me pone” o “hay tantos feminismos como mujeres, millones”[10].Como movimiento social con más de dos siglos de existencia cuenta con “una caja de herramientas” potente, una poderosa munición analítica para desenmascarar las estrategias y simulacros del poder para perpetuarse. Por eso no es un fenómeno que pueda estar o no “de moda” y por eso formula preguntas difíciles e incómodas sobre la relación entre subjetividad, cultura y desigualdad. Y por estas razones, y algunas más que no caben aquí, el feminismo se está tratando de trivializar al máximo. En este vaciamiento de significado entra el planteamiento de si es posible “lo que sea en feminista”. Veamos, para finalizar, cómo suena esta misma pregunta aplicada a otros proyectos políticos alternativos: ¿Es posible una pornografía socialista o una pornografía comunista o una pornografía antirracista… una pornografía antiglobalización?

 

Agradecimientos

Nuestro profundo agradecimiento a Elisa Favaro Carbajal por su ayuda con la traducción y corrección. Y a Laura Nuño por sus sugerentes comentarios para nuevos trabajos.

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Notas biográficas:

Laura García Favaro es Graduada en Sociología (Leeds Beckett University, Reino Unido), Diplomada en Magisterio (Universidad de Alcalá), y Máster en Lingüística Inglesa (Universidad Complutense de Madrid). Actualmente está terminando un doctorado en Sociología en la City University London. Bajo el título Tecnologías Transnacionales de Género e Intimidad Mediada, su tesis es un estudio feminista de revistas femeninas online producidas en España y el Reino Unido, en el que se examina el contenido editorial, el contenido de las usuarias, además de entrevistas realizadas con las escritoras y editoras. Entre otros temas, Laura ha publicado sobre cambios en los medios sociales, así como anti-feminismo y misoginia online (con Rosalind Gill).

 

Ana de Miguel

Ana de Miguel Álvarez es profesora Titular de Filosofía Moral y Política de la URJC. Una de las contribuciones básicas de su pensamiento consiste en la reconstrucción de una genealogía feminista. Ha publicado numerosos estudios sobre autores clásicos de la teoría feminista, como Alejandra Kollontai, Flora Tristan y John Stuart Mill. Ha coeditado con Celia Amorós la obra Teoría Feminista. De la Ilustración a la Globalización y dirige el curso de Historia de la Teoría feminista, un referente histórico para la formación feminista en España, impartido desde 1992 por el Instituto de Investigaciones Feministas de la Universidad Complutense de Madrid. En sus últimos trabajos se centra en estudiar la reproducción de la desigualdad sexual en las sociedades formalmente igualitarias, entre ellos están: Feminismo y juventud en las sociedades formalmente igualitarias, La prostitución de mujeres, una escuela de desigualdad humana, y Neoliberalismo Sexual.

 


  Notas
:

[1] Para una análisis del cine como factor de reproducción del nuevo imaginario pornocultural véase el blog de la crítica Pilar Aguilar (http//pilaraguilarcine.blogspot.com.es), y el libro de Octavio Salazar (2015).

[2] Se podría traducir del inglés como “porno en disputa”, “porno en cuestión”, “problema con el porno”…

[3] Amelia Valcárcel (1991: 45) ha escrito de los grupos de autoconciencia: “El movimiento feminista debe tanto a estas obras escritas como a una singular organización: los grupos de encuentro, en que sólo mujeres desgranaban, turbada y parsimoniosamente, semana a semana, la serie de sus humillaciones, que trataban de comprender como parte de una estructura teorizable”.

[4] Nos referimos a Henry Miller como un mártir porque sus obras fueron censuradas durante un tiempo en Estados Unidos. Más tarde pasaría a convertirse en un autor consagrado y de referencia.

[5] Celia Amorós habla de “los iguales y las idénticas” para marcar la desigualdad ontológica que subyace a la exclusión histórica de las mujeres de la ciudadanía democrática. 

[6] Recientemente, en España la exitosa serie de televisión "La Que Se Avecina" ha convertido la figura de “vividor follador” en un modelo idealizado de masculinidad para todo los públicos.

[7] La tesis de que la definición de lo que sea una mujer y un hombre está social e históricamente construido es ya el núcleo del feminismo del diecinueve, incluso de la obra de Mary Wollstonecraft. Estamos de acuerdo con Luisa Posada (2014) en que, sin embargo, muchas estudiantes y jóvenes feministas ¡creen que es una tesis de Judith Butler y de la teoría queer!

[8] Sobre el concepto más general de “sexualización”, véase Rosalind Gill (2012).

[9] Cacchioni esta adaptando el concepto de Arlie Hochschild de “trabajo emocional”.

[10] Según Catlin Moran, la autora del éxito en ventas Cómo Ser Mujer, con el feminismo: “Puedes hacer que sea lo que tu quieras. Van a haber 3.3 billones diferentes tipos de feminista porque hay 3.3 billones tipos de mujer” (citada en Cosmopolitan, http://www.cosmopolitan.co.uk/reports/news/a29991/caitlin-morans-5-rules-of-feminism/)

 

labrys, études féministes/ estudos feministas
janeiro/ junho 2016 - janvier/juillet 2016