Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005

Estrategias identitarias en la narrativa de Córdoba

Adriana Boria

RESUMEN

El presente trabajo señala una perspectiva teórica que sitúa a la discursividad como una dimensión significante en el conjunto de las prácticas sociales. El presupuesto teórico que guía estas afirmaciones es que los lenguajes sociales participan en la construcción de la subjetividad de la mujer. Desde este vasto horizonte teorico se tratará de examinar el funcionamiento de cierta producción narrativa realizada por escritoras de Córdoba, que ha alcanzado un éxito comercial considerable desarrollando un género narrativo de abundante producción, tanto en el ámbito nacional como latinoamericano y que se ha denominado "novela histórica". Tomamos a la representación y a la función del tiempo en la novela en cuanto constitutiva de las identidades, especialmente lo relacionado con la "condición femenina". Podríamos postular entonces que el sistema discursivo relacionado con el enunciado "escritoras de Córdoba" se instala en el discurso social del momento en una mínima distancia en relación a las valores dóxicos.

 

El presente trabajo señala una perspectiva teórica que sitúa la discursividad como una dimensión significante en el conjunto de las prácticas sociales. Consecuentemente, desde este punto de vista, se pretende dar cuenta de la dinámica discursiva como constituyente en la  penetración y en la captación de la realidad. Tal como dice M Bajtin, el punto de partida para las Ciencias Humanas y Sociales es el texto. El presupuesto teórico que guía estas  afirmaciones es que los lenguajes sociales participan en la construcción de la subjetividad de la mujer. Entre ellos encontramos a los lenguajes verbales, motivo de esta reflexión. En el caso del lenguaje verbal escrito -la escritura literaria y en especial la novela- constatamos su función modélica a la hora de diseñar los procesos subjetivos relacionados con  la  intimidad femenina (Boria, 2003). Igualmente, en esta escena enunciativa particular –América Latina, Argentina, Córdoba- sigue sorprendiendo la longevidad de aquellos textos que llamamos literarios, porque en ellos encontramos, en su juego interdiscursivo los perfiles e interrogantes que pueden preocupar a una sociedad. Nos inclinamos a pensar que tal vez sea esta una función general del Discurso Literario: la representación de las grandes evaluaciones interdiscursivas.

 Desde este vasto horizonte teórico, se tratará de sintetizar el funcionamiento de cierta producción narrativa de escritoras de Córdoba, que ha alcanzado un éxito comercial considerable, desarrollando un género narrativo de abundante producción, tanto en el ámbito nacional como latinoamericano y que se ha denominado “novela histórica”.[1] Mencionar “éxito comercial” como parámetro de selección de textos narrativos no implica una valoración positiva de estos modos de asalto a la producción estético cultural, pero tampoco supone la denegación de una situación de hecho: el desarrollo monstruoso de las estrategias mercantiles en la producción editorial y concomitantemente, la instalación en el imaginario de lectura de una interlegibilidad que avala una modalidad estilística teñida de reduccionismos y / o anacronismos.

Más allá del interés que todos estos interrogantes alientan, en este breve trabajo me centraré en un concepto bajtiano, el cronotopo, y trataré de mostrar su funcionamiento en una novela histórica de Córdoba que se sujeta a una tradición muy pautada desde el punto de vista de los géneros literarios. Me refiero a Cómo vivido cien veces (1995) de Cristina Bajo.

En la producción literaria argentina de fin de milenio, encontramos un conjunto de enunciados que hacen referencia a un siglo en especial; el siglo XIX. Curiosamente, la mayoría de los personajes que recrean estas novelas contemporáneas, son mujeres. Pero además, y esta quizá sea un cualidad diferencial, sus vidas se dibujan a partir de lo que hemos denominado historias de amor. Basta con mencionar títulos tales como Aurelia Vélez,  La amante de Sarmiento, una biografía amorosa (Aracelli Bellota,1997); Luna federal, Las mujeres que desobedecieron a Urquiza, (Susana Bilbao,1997; Camila O’Gorman, Una historia de un amor inoportuno (Marta Merquen,1997); La Amante del Restaurador, (María Ester de Miguel,1997), La princesa Federal (María Rosa Lojo,1999), entre muchas otras. Amores, pasiones, mujeres y violencia son los tópicos a partir de los cuales se puede dibujar una serie, cuyas fronteras intersectan con otros discursos, otras modalidades de enunciación, otros funcionamientos privativos (Boria, 1997).

Desde los tradicionales estudios literarios, estos textos  se encuadran  en lo que se denomina “novela histórica” así considerada a partir de la novelística de W. Scott., y de los aportes teóricos de George Lukacs quien se encargó de definirla y situarla en el marco del contexto del romanticismo literario. Entre otros, uno de los rasgos definitorios del género es la  recontextualización de fenómenos del pasado. Sin afán de profundizar en los debates acerca de los géneros literarios  sólo queremos aclarar nuevamente que examinaremos a modo de ejemplo una  novela -que a nuestro juicio-  su forma y contenido se adecua fuertemente a las  pautas del género “novela histórica”.

En consonancia con esta producción literaria -que se podría hacer extensiva a América Latina-hay en Córdoba profusión de escritura de mujeres. Asombra que dicha escritura no sea tan sólo de poemas –género que se podría marcar como femenino o feminoide- sino que la figura de “escritora” se singulariza en la de “narradora”. Aunque ya hubo en Córdoba escritoras de textos narrativos, aún en los setenta, consideramos que el lanzamiento de la novela Como vivido cien veces (1995) constituye un punto de partida para pensar la actividad de las escritoras en la capital cordobesa. La novela de Bajo tuvo un éxito resonante en el mercado argentino y aun en el extranjero. Se podría pensar esta fecha como el inicio de una nueva demarcación en el espacio discursivo y literario de nuestra ciudad. Este punto de inflexión se mantiene hasta el 2004, cuando Reyna Carranza con su novela Una sombra en el jardín de Rosas resulta finalista del premio Planeta.

En el campo cultural y literario de Córdoba la posibilidad de la inserción y la construcción de un mercado local no se hizo esperar. Descubrimos entonces a editores y editoriales que publican obras narrativas de mujeres de Córdoba. También la prensa local, difunde, mediante reportajes y artículos a las escritoras y a su producción. La academia comienza a orientar su mirada y sus reflexiones hacia las “mujeres escritoras de Córdoba”. Se construye así un acontecimiento social cuya materialización discursiva es el enunciado “las escritoras”. La circulación y difusión de este enunciado opera como un escenario discursivo en el que se concentran voces diversas. Se podría desde aquí iniciar una búsqueda interdiscursiva en la que se reiterarían interrogantes tales como: ¿Cuál es la imagen que editores, periodistas, académicos representan y construyen en los distintos eventos discursivos en los que participan y hacen participar a “las escritoras”? ¿Qué función cumplen estos sujetos mujeres en su rol de escritoras en relación a la doxa de género? ¿Qué mecanismos literarios provocan esa suerte de fascinación en las lectoras femeninas? Asimismo, ¿qué sucede en el espacio social que posibilita y motiva esta aceptación?(Diocaretz, 1993).

Ubicado este contexto de producción, tomaremos sólo un aspecto de este tipo de textos que se relaciona con nuestros interrogantes: la representación y a la función del tiempo en la novela en cuanto constitutiva de las identidades, especialmente lo relacionado con la denominada “condición femenina”. Si, como afirma Bajtin, la imagen del hombre en la literatura es esencialmente cronotópica, podemos aventurar hipótesis que intentan responder algunos de los interrogantes primeros. Esta noción de cronotopo, nos permite dilucidar cómo cierto tipo especial de temporalidad funciona no sólo como lugar de diferenciación de las figuras representadas en los textos, sino que simultáneamente opera como mediador de las evaluaciones sociales, articulando las diversas esferas de la creatividad ideológica (Bajtin, 1989: 269).

Se puede postular entonces la existencia de un cronotopo identitario que atraviese el discurso social de una determinada época (Álvarez, 2002). El cronotopo identitario comprende, entonces, las diversas representaciones espacio temporales que se suceden en un texto y que inciden sobre la percepción y autopercepción de lo/as sujetos que allí se representan. Como concepto filosófico, subraya la vinculación extrema entre  conocimiento y sociedad, al mismo tiempo que nos permite pensar a los textos literarios interactuando con el Discurso Social del momento.

Aunque distinguimos entre “lo real” y las textualidades, pensamos la producción simbólica como una topografía dónde se manifiestan los temas candentes del estado de la sociedad. Paradójicamente, los cronotopos y las figuras femeninas de estas novelas contienen atributos denegados y rechazados por la  cultura del capitalismo tardío, generando un foco identitario alternativo. Al mismo tiempo, el estatuto ficcional de los textos asegura la valoración y exposición de ciertos estereotipos que facilitan y orientan la identificación, por parte de los lectores. Precisamente, este doble juego estratégico se desarrolla la novela de Bajo, consagrando valores que oscilan entre la exageración y la reducción. Se correlaciona así lo político y lo estético, construyéndose un tiempo-espacio que manifiesta valores que la “postmodernidad” o la “globalización” han dejado de lado.

La novela comienza, por ejemplo, con una “narración oral” que funciona como un testimonio de la genealogía familiar. Quien habla es Severa, esclava y nodriza de Luz Osorio, heroína de la novela. La descripción del ambiente en donde transcurre la escena es otro elemento que refuerza la idea de permanencia y de tiempo eterno, no transcurrido:  

“El resplandor de los grandes fogones de la cocina iluminaba la cara de la negra, volviéndola misteriosa y sin edad” (Bajo,1997: 9). Dichas filiaciones se buscan en un pasado (200 años atrás) cuyo acontecer se presenta como un continuo que permanece en el  tiempo representado. La “escena”, transcripta en forma de diálogo, reafirma el sentido de  “lo vivido”; es la transmisión de la experiencia. Se descarta así toda posible falsedad. La pregunta por lo verdadero o lo falso, en el juego estratégico de la novela, desaparece:  

 “-El primer Osorio -señaló a Luz con el dedo- llegó con el fundador, Don Jerónimo Luis de Cabrera, mártir, -y la jovencita contuvo el aliento en la pausa que siempre hacia Severa ante la palabra ´mártir´.”(Bajo, 1997:11). Estas mismas filiaciones se expresan en los espacios representados: “Tenía mucho de fortaleza: altos muros de metros de espesor, pocas puertas externas, muy sólidas, y en las ventanas las rejas enclavadas profundamente en las paredes. Con el paso del tiempo un antepasado le había agregado un piso superior”.(Bajo, 1997:12) Junto a  esa búsqueda de filiaciones encontramos en esta representación del espacio la reiteración de significados tales como: lo sólido, lo consistente, lo denso, lo compacto. Igualmente sucede con la representación de los personajes.

Luego de que Luz María y el indio Emmanuel han consumado su relación amorosa, el narrador omnisciente, que sabe todo acerca del personaje, y que ingresa permanentemente en el relato con un registro valorativo, nos informa sobre la interioridad de Luz María, reiterando esos espacios de discordia pero que al mismo tiempo son cortantes y definitivos: “Estremecida, comprendió que había penetrado en un paraje vedado por la religión por crianza y por linaje: estaba predestinada a la tragedia.” (Bajo, 1977: 22). Tales manifestaciones de este espacio inmaginario pueden ser interpretadas como parte de un poética realista. Sin embargo preferimos leerlas como un marco de legibilidad que apunta a la repetición de líneas de sentido de certezas inconmovibles. Ellas se oponen a situaciones de desasosiego y de  “liquidez” propias del mundo contemporáneo. Igualmente sucede con las representaciones del tiempo, cuya continuidad parece cimentarse en el absoluto dominio del hombre.

Esta idea del tiempo es explícita en el título de la novela –línea de sentido que guía el conjunto de la trama- y se reitera en uno de los pasajes principales del texto: “Como vivido cien veces”. Este enunciado que revela un “sentir reflexivo”, hecho por Luz Osorio ante el cadáver de su amante, señala por un lado una reiteración de vivencias, un tiempo circular, conocido, que impregna al conjunto de la experiencia de la heroína de la novela. Hasta aquí el significado casi literal del enunciado. Simultáneamente, indica un modo de sentir, que constituye una figura femenina cuya actuación se asemeja a una heroína arquetípica. En este sentido hay una fuerte deshistorización de la protagonista que permite al mismo tiempo  una identificación exitosa. La ficción opera entonces como un lugar de catarsis y de consuelo para l@s sufridos lector@s contemporáneos. Por ello es que se puede afirmar que esta novela se acerca más a la estructura del mito y del ritual, pues “supone explicaciones  totales y adecuadas de las cosa como son y como fueron, en una secuencia de gestos radicalmente inalterables”(Kermode, 46).

Aceptamos así una diferencia central propuesta por el mismo Kermode. Mientras los mitos son agentes de estabilidad  y exigen una aceptación absoluta, ciertas ficciones proponen una aceptación condicional y una modalidad critica de posicionamiento ante el mundo. Como heroína que todo lo puede - poder que se sustenta en su pertenencia a una determinada clase social, la oligarquía terrateniente de Córdoba- Luz Osorio se convierte en un modelo de mujer cuya aceptabilidad se basa en la belleza, la seducción, la bondad, la justicia, la inteligencia. Los casilleros vacíos de la red de significaciones sociales, los lugares comunes, aquello que se acepta por sentido común, se concentra en Luz Osorio. El cronotopo perfila así figuras femeninas que asumen los roles  tradicionales de la mujer que –subrayamos- podrían leerse como un índice social de legitimación de identidades de género. El sistema discursivo relacionado con el enunciado “escritoras de Córdoba” se instala entonces en el discurso social del momento en una mínima distancia en relación a los valores dóxicos. Con ello queremos señalar –desde la idea de juego interdiscursivo- que los valores y las legibilidades que se manifiestan en el texto de Cristina Bajo suponen no sólo una aceptación de la doxa, sino su circulación y su “comentario” en el Discurso Social de Córdoba. De esta forma creemos poder constatar la representación de las grandes evaluaciones interdiscursivas, propias de una época, un país y un sector social.

bibliografia:

-Alvarez, P. (2002) El baño y el patio: cronotopos de identidad en algunos textos garcíamarquianos”, Romansk Forum XV Skandinaviske romanistkongress, Nr. 16, Oslo, Universidad de Karlstad 12-17 august 2002.

-Angenot M, (1998) “Frontera de los estudios literarios: ciencia de la literatura, ciencia de los discursos”, en M.T. Dalmasso y A. Boria (comp.) De hegemonías y disidencias, Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba.

-Bajo, C.(1997) Como vivido cien veces, Atlántida.

-Boria, A. (1997) “Recorridos interdiscursivos: Mujeres, amores y violencia en la narrativa argentina de fin de siglo”. Revista ETC., verano de 1997- otoño de 1998, Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades.

-Diocaretz, M. (1993) “La palabra no olvida de donde vino. Para una Poética dialógica de la diferencia” en Breve historia feminista de la literatura española, Barcelona, Anthropos.

-Kermode, F., (1984) El sentido de un final. Estudios sobre la teoría de la ficción. Barcelona, Gedisa.

 nota biográfica

-Adriana Boria es Licenciada en Letras Modernas, Magister en Sociosemiótica, por el Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Letras por la Facultad de Filosofía y Humanidades. Universidad Nacional de Córdoba. Es Profesora Titular, desde el año 1992, en la Facultad de Filosofía y Humanidades, Escuela de Letras Modernas.Es Profesora adjunta desde el año 1992, en el Centro de Estudios Avanzados, UNC;Es Codirectora del Programa de Discurso Social del CEA desde el año 1994.Ha dictado numerosos seminarios de grado y de postgrado, relacionados con temas de Teoría Literaria y de semiótica. Sus investigaciones se orientan hacia la teoría del discurso social y la incidencia en la construcción de identidades. En la actualidad se especializa en los estudios de mujer y género.


 

[1] Este trabajo forma parte de un proyecto más amplio, DISCURSO SOCIAL. LO VISIBLE Y LO ENUNCIABLE.. Tiempo y espacio en  las políticas identitarias, dirigido por María Teresa Dalmasso y codirigido por Adriana Boria.

 

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