Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005

 

Primera recepción del término “feminismo” en la Argentina

Dora Barrancos

 

Resumen

El término “feminismo” tuvo una temprana recepción  en la Argentina a fines de la década  de 1890 y fungió como una señal más de la modernización en tránsito. Su empleo fue polisémico y esta investigación muestra dos canales de esa recepción, el de los medios periodísticos por un lado, y la interpretación del  notable ensayista Ernesto Quesada por otro. En el primer caso, la noción se ajusta a una equivalencia del estereotipo de género pues es similar a  “lo femenino”, o “femenil”, aludiendo a los asuntos reproductivos que ocupan a las mujeres.  En el segundo, el concepto eleva el significado a la constatación de la subalternancia y al reclamo de derechos civiles, políticos y sociales para las mujeres.

 

A fines del siglo XIX la Argentina consiguió singular su reconocimiento debido al proceso de modernización llevado adelante por las fuerzas liberales que dirigieron el país desde aproximadamente 1880. Diversos tópicos “modernos” se incorporaron y entre ellos la noción de “feminismo”. Tengo la impresión de que su rápido hospedaje en la Argentina se ofrece como un aggiornamiento, como una evidencia de la adopción de un lenguaje á la page. Sin embargo, se trata de una construcción polisémica que exhibe, ya de inicio, marcas contradictorias aún cuando en lo esencial alude a las relaciones problemáticas entre los sexos. No deja de llamar la atención que entre quienes la emplearon inauguralmente con el ánimo de originar acepciones disonantes –como es el caso de Ernesto Quesada, figura central en este trabajo- se operara una rara involución ya que más tarde se intentará mitigar su influencia disrruptora.

Me ocuparé de los contenidos atribuidos al término “feminismo” por ocasión de su recepción en la Argentina efectuada por la prensa periódica y por Ernesto Quesada, probablemente el primero en efectuar un examen del concepto. Todo indica que el primer empleo público de la voz ocurrió en 1898, a raíz de la propuesta de una Sección especializada “en las contribuciones femeninas”, realizada por las mujeres del Patronato de la Infancia y con motivo de la Exposición Internacional que se llevaría a cabo ese año. La Argentina se había comprometido a realizar una Exposición que fuera preparatoria de la que tendría lugar en París. Por razones de espacio no me demoraré en los avatares ocurridos desde la sanción de la ley que autorizaba su realización hasta su efectiva concreción, en 1898. Lo cierto es que finalmente recayó en el Patronato de la Infancia, organismo destinado al socorro de la niñez, la incumbencia de llevar adelante la iniciativa.

style="line-height: 150%"> Desde los primeros meses de 1898 los medios periodísticos de Buenos Aires informaron sobre la nueva actividad que desarrollaban las damas del Patronato, todas integrantes de la “élite”, que preparaban la “Sección Femenil” de la Exposición. Pero rápidamente, sobre todo los grandes diarios –La Nación, La Prensa– y magazines como Caras y caretas, comenzaron a designar a esta iniciativa como la “Sección Feminista” de la Exposición Nacional. La “Sección Feminista” –y me basaré especialmente en el ejemplo del diario La Nación – presentaría las habilidades de las mujeres, sus producciones manuales en diversos rubros, así como sus realizaciones en materia de artes plásticas y sus destrezas para coleccionar piezas de valor ornamental, mobiliario, etc. He aquí entonces convocada la voz “feminismo” por primera vez en los diarios de la Argentina, y es altamente probable que fueran las propias mujeres del Patronato quienes hicieran boletines y anuncios empleando el término.

Serán reiteradas las noticias sobre los avances de los preparativos de la “Sección Feminista” de la Exposición Nacional, a la que también suele designarse como “Sección Femenil”, de modo que la equivalencia de los términos es un constructo que torna sinónimos los términos femenino/femenil/feminista. La nota que selecciono, y que se refiere al momento de la inauguración del acontecimiento, habla a las claras de las ideaciones que contiene y del sujeto al que alude, el “ser femenino”: “Ayer comenzó la colocación de objetos que se exhibirán en la Sección Feminista entre los cuales hay no pocas curiosidades coleccionadas por el bello sexo, lo que no es de extrañar sabiendo lo minuciosa que es la mujer para guardar todo aquello que llama su atención” (La Nación, 11-10-1898).

Este empleo de la noción es un engañoso ardid, un encantamiento con aire de modernidad,  que convoca, pero que consagra las marcas más estereotipadas de la condición genérica y asimila a la mujer casi a la condición de infante.

Me demoraré en la nota con que el diario La Nación difunde la inauguración de esta sección pues contiene aspectos que denotan esta primera absorción del vocablo “feminismo”. Bajo el título “Exposición Nacional. La exhibición feminista. Inauguración. Una fiesta notable”, se dice: “Interrumpimos por un momento las áridas descripciones para ocuparnos de una fiesta única: la inauguración de la Sección Feminista (...) La fiesta de anoche que marca una etapa en la vida de la mujer argentina, mostrando lo que ella es, por primera vez, en nuestra tierra, tiene una trascendencia que no puede examinarse de improviso, pues es necesario reencontrarse con las abuelas para batir palmas delante de las nietas”. “Larga y pintoresca crónica, desde un zapatito de raso cosido por las propias manos de la novia, hasta el día del encaje que puede competir con el de Brujas, siendo cuasi hadas las que tejen...” (La Nación, 19-12-1898)

El sentido mayor de la fiesta enmarca el desempeño público de las mujeres, lejos entonces del balance de las adversidades y del sufrimiento, aún cuando en la exhibición haya una nutrida muestra de prendas realizadas por muchachas asiladas, pobres mujeres asistidas por organismos dedicados a la caridad. Otro ángulo en el que debemos reparar es la construcción temporal que realiza el cronista, “por primera vez” para indicar esta muestra del quehacer de la mujer argentina, lo que en realidad debe significar “por primera vez en esta clase de acontecimientos, se ha permitido la participación de las mujeres”. Finalmente un pinzamiento significativo: la selección del zapato de novia y del encaje de Bruselas dentro del enorme cúmulo de objetos, piezas, obras de arte, indumentarias que se exhiben, es una señal incontestable del único destino femenino.

Estamos frente a la evidencia de que el académico Ernesto Quesada inauguró un ensayo-recepción del término “feminismo” en la Argentina. Invitado a cerrar la Sección que me ocupa, Quesada hizo un esfuerzo por traducir el espíritu que originó el lexema y consiguió transmitir su acuerdo con el programa feminista. Quince años más tarde, en una conferencia realizada ante el Consejo Nacional de Mujeres, nuestro hombre revisaba su posición, y titubeaba frente al crédito abierto a los derechos femeninos que había constituido su apuesta de 1898. En esta oportunidad, el discurso precursor de Quesada comenzó refiriéndose a la cuestión femenina como “un asunto de interés palpitante”, ya que “Se nota en el mundo entero una verdadera agitación en favor de la mujer, admitiéndola en la enseñanza superior, en las profesiones liberales, en las industrias y en el comercio, bregando por reconocerle derechos civiles iguales a los de los hombres, aun pensando algunos en acordarle franquicias políticas, cediéndola, por fin, el primer lugar en el alivio de los miserables y en la redención de los descarriados” (Quesada,1899:1).

Su lenguaje cruzaba la vereda del reclamo de facultades reivindicando de modo explícito que “esta y cualquiera otra exposición (...) impone la solución del problema, otrora pavoroso de la emancipación del sexo débil”, y advertía: “El programa del feminismo no puede ser más simpático: no busca emancipar a la mujer, masculinizándola e invirtiendo los papeles, sino que quiere análoga instrucción para ambos sexos e igual posibilidad de ejercer cualquier profesión, arte u oficio. El feminismo que tiende a acordar derechos políticos a la mujer teóricamente no puede ser más justificado, pues se basa en la mismísima razón que acuerda a los varones dicha franquicia: en el hecho de que todo contribuyente tiene derecho para ser gobernante, es decir, elector y elegible” (Ibidem)

Este programa no dista mucho de los que suscribieron las militantes en diversos países, enarbolado también en la Argentina por las feministas, donde redundan los reconocimientos maternales (Lavrin, 1995; Nari, 2004; Barrancos, 2003). Quesada proseguía, anticipándose a los juicios pacatos que seguramente menudeaban entre sus oyentes: “¿No producirá esa reforma, caso de triunfar, una inversión completa en las costumbres, al convertir a las mujeres en miembros del parlamento y en “hombres de estado”? La mujer parecería aspirar a despojarse de lo femenino, en lo más íntimo e irreemplazable del concepto; y a competir con los varones, a brazo partido, en la lucha prosaica por la vida...” (p. 4). Luego de esta provocación morigeró el discurso, expresándose no sólo como un estimulador de lo posible, sino como un celebrante de lo real, y tranquilizó a la platea pues nada había que temer ya que “en la República Argentina (...) la igualdad de ambos sexos es absoluta en la educación, tiende a serlo en el ejercicio de las profesiones y deberá sancionarse en la legislación civil”.

Se hacía eco así de las impugnaciones al Código Civil (1868) que determinaba la inferioridad jurídica de las mujeres emulando el Código Napoleónico, como es bien sabido. No eran pocas las voces que reclamaban por su modificación y se habían sumado no sólo las posiciones reformistas y socialistas, sino que en el centro mismo de la opinión tradicional habían surgido las discrepancias. Quesada abogaba por el fin de la minusvalía civil de las mujeres: “Persistir hoy en mantener semejante ficción legal es un error y una injusticia” –aseveró-. Lo que más sorprende es que se haya permitido poner en tela de juicio las esferas (pública / doméstica) de los sexos, haber conmovido el inexorable mandato de las funciones divergentes: “No hay razón para considerar la mujer inferior al hombre o destinada a una esfera diferente de acción (...) El prejuicio secular de que la mujer nacía y se formaba sólo para el matrimonio, perdiendo en él su propia personalidad, era sin duda, un resto del ingenuo antropomorfismo de las primeras edades, cuando el hombre se consideraba centro de lo existente (...) Por siglos ha predominado ese erróneo concepto y la mujer ha sido víctima de él.” (Quesada, 1898: 7)

Otra sorpresa que ofrece las posiciones de Quesada está en su apoyo al trabajo femenino extradoméstico. No tiene dudas de que se ampliará “porque en las sociedades nuevas el hombre exige el trabajo de la mujer” (Quesada, 1898: 26). Aunque dará cifras inexactas, ya que dirá que el 46% de las mujeres en la Argentina tiene una profesión, importa subrayar que para nuestro autor el trabajo de la mujer constituye un problema central para lograr su independencia y abogará por la más equitativa formación femenina: “El feminismo no busca la masculinización de la mujer: quiere igual instrucción para los dos sexos e igual posibilidad de ejercer la misma profesión, arte u oficio (...) Es justo preparar a la mujer para las dificultades que pueden presentársele y no darle una educación “femenina” y decorativa, sino igual a la del hombre (...). Esto les dará independencia y cambiará la faz de las naciones” (Quesada, 1899: 32 y 33)

Alude a diversos empleos de las mujeres –en tiendas, correos, telefonía, enfermería- y aunque no se priva de las clásicas imágenes dimórficas –tareas “propias” para hombres y para mujeres- debe subrayarse su voto favorable al trabajo femenino. Esta posición es avanzada en una sociedad que no legitimará el trabajo de las mujeres sino hasta fines del siglo XX. Aunque nuestro orador hace un elogio de la exhibición “feminista”, pone en evidencia que falta en la muestra algo que no había ingresado ni a la consideración de la prensa ni de las matronas de la élite: la producción intelectual de las mujeres, sus talentos literarios y docentes.

Quesada apoya el sufragio y en clave liberal afirma que la mujer debe votar “porque todo contribuyente tiene derecho a ser gobernante”. Enfáticamente añade: “Ante el Estado ambos sexos son iguales” (Quesada, 1899: 34). Combate la idea de que la participación política de las mujeres acarreará una inversión de las costumbres; y aunque insiste en su frase de inicio acerca de que la “cuestión femenina” no exhibe la misma gravedad en la Argentina –a diferencia de otros países-, proclama una vez más que es necesario modificar la legislación civil y que “las mujeres pueden hacer mucho” para esto. No vacila en vincular el largo ejercicio de las mujeres en asociaciones propias, en entidades beneficentes, como una preparación para el gobierno “ya que forman un microcosmo político con sus luchas electorales, asambleas legislativas, voto y administración” (Idem: 40).

Esta experiencia de gobierno le parece de gran significado, pues debe esperarse mucho de la “acción confederada de las asociones existentes o en formación” Es necesario destacar que Quesada no piensa sólo en la reunión de mujeres para las típicas acciones asistenciales que integran las consabidas expectativas de género. El movimiento de mujeres que vislumbra se vincula a la idea de agenciamiento por derechos, puesto que la “acción confederada” que propone debe tener por objeto: “(...) Ya sea provocar una agitación pública a favor de la reforma de la legislación civil en el sentido de igualar a la mujer con el hombre: sea para reclamar de los poderes públicos la admisión de la mujer a los empleos administrativos sedentarios, que su sexo le permite cómodamente desempeñar; sea para obtener del comercio análoga medida, sobre todo en tiendas y bazares concurridos sólo por un público femenino comprador; sea para abrir a la actividad de la mujer otras carreras y profesiones que ensanchen su esfera de acción (...) No es de esperarse que esas reformas se operen por la acción paternal de resoluciones legislativas o decretos gubernamentales; es menester interesar a la opinión pública para cambios paulatinos de la tradición” (Idem)

Insta entonces a que las mujeres argentinas asuman el “feminismo”, definiéndolo como “las reformas benéficas para su sexo”. Cree que este programa en sus manos “será más prudente y más práctico que en la de apóstoles del otro sexo, a veces por demás ilusos o que piden más de lo que en realidad es conveniente”. Al final de su alocución Quesada manifiesta que queda aún mucho por hacer y que las mujeres de los sectores sociales menos acomodados debían participar en actividades como las que habían convocado las damas de las clases dirigentes. Nuevamente la alocución sorprende ya que se trata de apostar a un propósito problemático, casi invariante en la evolución del feminismo, y no sólo en la Argentina: la alianza de las mujeres más allá de las diferencias de clases.

El “feminismo” emergió en la Argentina como una noción polisémica. He dado cuenta de la aparición de por lo menos dos primeras vertientes, la que reforzaba el canon y la asimilaba a la expectativa genérica de “cuestión femenil”, a cargo sobre todo de la prensa periódica y muy probablemente de las mujeres de la élite, y la que irrumpía con una crítica de la asimetría de los sexos y abogaba por los derechos de las mujeres, en buena medida expresada por Ernesto Quesada, un agudo receptor del concepto, un amigo precoz de la causa femenina.

Bibliografia:

-Lavrin, A. (1996) Women, Feminism and  Social Change in Argentina, Chile, and Uruguay, 1890-1940, Lincoln & London, University of Nebraska Press.

-Nari, M. (2004) Políticas de maternidad y maternalismo político, Buenos Aires, Biblos.

-Quesada, E. (1899) La cuestión femenina, Buenos Aires, Imprenta Pablo E. Coni.

nota biorgráfica:

Dora Barrancos Doctora en Historia por la UNICAMP, Brasil, es Profesora Regular Titular de la Universidad de Buenos Aires, Investigadora  del CONICET – Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – y Directora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Se ha especializado en historia de la educación y cultura de los sectores subalternos dedicándose sobre todo a  la historia de las mujeres. Entre sus libros se cuentan  “La escena iluminada. Ciencias para trabajadores, 1890 –1930” , Plus Ultra, 1995 y “Inclusión/Exclusión. Historia con Mujeres, Fondo de  cultura Económica, 2002.

 

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