Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005

 

Nos miran, ¿las vemos?. Mujeres Toba y relatos experienciales

Paula Viviana Soza Rossi

 

Resumen

Este artículo contiene relatos experienciales acerca de mi participación como integrante del área de sociología de un proyecto de extensión universitaria. El objetivo del área era colaborar en el fortalecimiento de los proyectos productivos del MTD (Movimiento de trabajadores desocupados), constituido por personas de la comunidad indígena toba, que se encuentran en situación de vulnerabilidad social.

 

Con el ir y venir característico a toda actividad de investigación-acción, fue imperante revisar críticamente la modalidad de acción participativa del MTD para no reproducir exclusiones de las mujeres del comedor, tácitamente caracterizadas como improductivas. Esto requirió pensar, en paralelo, cómo era la esfera pública en MTD: sus asambleas y la del área de sociología: las reuniones de equipo. Marcar el sesgo de género en nuestra formación sociológica, actuó como paño para desempañar los anteojos a través de los cuales mirábamos al movimiento y a las relaciones de poder imperantes. No siempre del todo consciente, en nuestras discusiones, estuvieron presentes los aportes de teoricas/os de género para pensar una esfera pública que incluyera en igualdad a las mujeres: Nancy Fraser, Marion Young, Carlos Golier y María Luisa Femenias, entre otros.

Hacernos conscientes de las implicancias de la doble subalternidad de las mujeres tobas, nos permitió actuar como catalizadores de un proceso compartido, para transformar el sustantivo en sujeto en acción. Así surge, un primer paso modesto pero no escasamente significativo: las cocineras.

Este artículo es una reflexión acerca de mi experiencia como integrante de un Proyecto de Sociología de la Secretaría de Extensión Universitaria de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (2004-2005), con abordaje interdisciplinario. El objetivo del Proyecto es promocionar los derechos de la niñez y de la adolescencia de familias en riesgo en el Barrio Malvinas. Este barrio –que se constituyó aproximadamente en 1992- está ubicado en la zona sudoeste de la ciudad de La Plata (61 km al sudeste de Buenos Aires), y en la actualidad viven más de seiscientas familias indígenas Tobas, de segunda generación. En su momento fueron todos emigrantes forzosos de la provincia del Chaco (noreste del país), y su condición actual es cercana a la “indigencia marginalizada o excluída”. Transitan un proceso que va de la vulnerabilidad a la exclusión social, debido a las precarias condiciones del asentamiento: falta de viviendas y de servicios públicos básicos; inestabilidad laboral, precariedad en los soportes relacionales (Castel,1991).

En el barrio, el movimiento de desocupados/as -impulsado por estudiantes universitarios- comenzó a actuar a principios de 2003, cuestionando el asistencialismo de otras organizaciones barriales y basando su acción, junto con el movimiento piquetero, en el reclamo de derechos sociales con fuerte compromiso de clase. Los vecinos del Barrio nos solicitaron colaboración para fortalecer los proyectos productivos, financiados por el gobierno nacional, a condición de que logren en los plazos estipulados autofinanciamiento. Según las voces sobresalientes del movimiento, debíamos colaborar con los integrantes de la huerta, los criadores de pollos y la panadería.

Más allá de los objetivos del Proyecto, mi mirada de género inmediatamente intentó evitar repetir la ahistórica y caducada división conceptual entre trabajo doméstico y extradoméstico; tareas reproductivas y trabajo productivo. Por tanto, una primera decisión fue incluir en las reuniones de los talleres de reflexión sobre actividades productivas a “las chicas de la Copa de leche y del Comedor”. Se cambió así el foco tradicional de las intervenciones del equipo: de varones centrados en problemas de clase a varones y mujeres, atravesados por otras variables: sexo, etnia, nivel cultural, etc. Así, se amplió la temática de los análisis, de los proyectos productivos a los estilos y la modalidad de acción participativa del movimiento de desocupados/as. Al mismo tiempo, se hizo imperante revisar nuestra modalidad de trabajo y diferenciarla del tradicional carácter clientelar. Nuestro propósito fue “intentar resignificar los planes jefas y jefes de hogar, impulsando una transformación de los clásicos ´beneficiarios´, en sujetos autónomos de cambio, propiciando la toma de decisiones a partir de la modalidad de asambleas e intentando así conformar espacios de reflexión y consolidación de los principios de una democracia participativa.”(Pagnamento et al., 2005:32).

Detectamos que las asambleas que presenciábamos no eran un espacio público de debate que resultara inclusivo para todos y todas por igual. Más específicamente, las mujeres no participaban cómo esperábamos. Sólo una mirada ingenua no hubiera detectado su desigual inclusión en la “esfera pública” del accionar sociopolítico del movimiento de desocupados/as del barrio. Constatamos una vez más que la exclusión de género abarca muchos ámbitos; por tanto comenzamos a revisar cuáles eran las modalidades de exclusión propias de ese Barrio. Esto implicaba revisar en paralelo nuestra formación sociológica, donde algunas corrientes actuaron como tierra fértil para potenciar la mirada de género.

La revisión transversal del sesgo de género permitó cambiar el planteamiento de los abordajes. La imaginación sociológica como cualidad mental que nos permite conectar el yo con el mundo, era sólo un punto de partida para argumentar la incorporación de la perspectiva de género (Mills, 1974). Sin ella hubiera sido difícil ver las dificultades de las mujeres para adquirir una posición de sujeto en paridad con los varones, y nuestra práctica de extensión aunque “progresista” en su modalidad participativa hubiera reproducido las exclusiones más tradicionales. Hacer consciente la situación de las mujeres Toba, fue un proceso estrechamente ligado al ir y venir de nuestra actividad conjunta.

Un primer avance surgió en los propios talleres sobre trabajo, donde se abrió un espacio de revalorización de sus actividades. Desligar la idea de trabajo de la de remuneración monetaria o salario abrió la puerta para reconocer como trabajo las tareas domésticas (y por extensión comedores escolares, cursos de panadería, costura, etc.) y revalorizar a quiénes las realizaban, y en consecuencia la autovalorización de las mujeres en cuestión. Un segundo avance –quiebre pronunciado que hizo más visible la exclusión de las mujeres-, sólo fue posible cuando los destinatarios “ideales” de los talleres, los varones, faltaron a la cita. (Cueto Rua, 2005).

Esta situación, demostró la urgencia con que debíamos cambiar los anteojos a través de los cuáles mirábamos al movimiento. Así, fue necesario poner en palabras que nosotros/as mismo/as esperábamos en vano a “los productivos”, buscando justificaciones a sus ausencias (movilizaciones, campamentos de formación, etc.), sin ver que las que sí estaban presentes mirándonos todos los días eran las mujeres (mayoritariamente del comedor). En ese momento comprendí que actuar para incluirlas requería, simultáneamente, pugnar con nuestra mirada tradicional para que la posición de género fuera parte central de nuestras reflexiones sociológicas tanto como la de clase y la de etnia. Era necesario argumentar ante nosotros  mismos, en especial con los colegas varones, la pertinencia de cambiar la modalidad de acción: estábamos fallando al repetir errores propios de las posiciones ortodoxas. Porque, no habiendo obreros como verdaderos sujetos de cambio, ¿no había acaso mujeres, que debíamos ver como sujetos del cambio social? A veces, los únicos presentes. Como lúcidamente reflexionó Nancy Fraser, los espacios contrahegemónicos se fortalecen al empujar la línea divisoria entre lo admitido y lo soslayado del debate público (Fraser, 1994; 1997). Esta nueva mirada funcionó como barómetro de un cambio significativo, que permitió incorporar a nuestra práctica la sensibilidad adquirida gracias a las herramientas de la teoría de género.

Así, se organizaron los talleres en la cocina tratando de sumar a sus protagonistas. Si bien nuestro trabajo tuvo un carácter cualitativo y no relevamos datos estructurales, puedo describir al grupo de “las cocineras” como estable, compuesto por cinco o seis mujeres adultas jóvenes de alrededor de 20 años. Su situación educativa era de primaria incompleta (aunque se autocatalogaban como cercanas al analfabetismo, advirtiendo que no sabían ni escribir ni leer muy bien). Alguna era repitiente de escuela media y sólo una de ellas estaba realizando el Secundario para adultos.

De inmediato, se hizo claro que estas mujeres Toba padecían serias dificultades de expresión. ¿A qué se debía? No eran biligües, puesto que de origen Toba ya se habían socializado en zonas urbanas de habla castellana. Se autodenominaban analfabetas (en mayor medida que sus compañeros), pero todas tenían o habían tenido algún tipo de escolarización. Además, las consignas del taller eran sencillas y daban prioridad al intercambio oral. Comprobamos que su desventaja provenía de la escasa participación que habían tenido en los debates comunitarios. Desventaja que no tenían aquellos, los más, y aquellas, las menos, que habitualmente participaban en las asambleas del movimiento, sin que esto implique sobrevaluar esa actividad. La limitación que implica el paso de la esfera doméstica, privada, a la esfera pública comprehensiva, debe ser revalorizada si anhelamos una democracia radical. (Fraser,1994). Favorecer la expresión oral para que sus necesidades fueran oídas y, además, promover el ejercicio de otras capacidades ligadas a la argumentación, al escuchar con atención, responder con claridad, expresar malestares y disensos, etc., nos obligó además a dejar de pensar que las relaciones sociales son naturales (Young, 1990) y deben ser construidas.

Comprender para comenzar a solucionar. Como en toda actividad de investigación-acción tuvimos dudas sobre el sentido de nuestra intervención. Además, algunos compañeros de área manifestaron estar desanimados, y se produjo un lapso de dos sábados sin concurrir al barrio. Se consideraba que las mujeres del comedor no estaban respondiendo activamente a nuestra convocatoria como era de esperar. Pero, ¿acaso los varones “productivos” sí lo habían hecho?. Nuevamente la teoría de género me brindó otros ángulos de mira sobre la situación de estas mujeres, y consideré un error evaluar sus tímidas participaciones como rechazo o desinterés. Desde la noción de doble subalternidad, pudimos pensar en un doble (sino triple) origen a sus limitaciones.

Por un lado eran pobres y pertenecían a la comunidad Toba con las implicancias que acarrea ser indígenas desterritorializados y ocupar, “el peldaño más bajo en la escala de las  jerarquizaciones que están naturalizadas en nuestra sociedad” (Sánchez, 2004:7). Por el otro, además, al ser mujeres y parte de un grupo político que sostenía prejuicios sexistas; habían sido excluidas como interlocutoras válidas en la toma de decisiones. Como sabemos, las relaciones de poder repercuten en la conformación de los espacios físicos. A modo de ejemplo, las restricciones económicas no impactaban por igual en el espacio de la asamblea, donde se contaba con luz eléctrica, y en el de la cocina lindera, donde no la había. El sesgo sexista se nos hizo manifiesto. Luego, pudimos reconocer el notable interés de estas mujeres por participar en los talleres, en tanto adelantaron sus horarios de trabajo, pues al no contar con ayuda, debían quedarse después de sus horarios habituales para terminar sus tareas en la cocina.

Quizás debido a una formación de grado donde subsiste el sesgo de género fue necesario repensar el concepto de “trabajo hegemónico”, tal como lo definieron los economistas del siglo XIX. Al retomar la concepción griega, dónde la casa sostenía la polis, se pudo reforzar la idea de que estas mujeres Tobas generaban (producían) bienestar en el interior y en el exterior del movimiento (Saínz, 2005: 1-2). Eran activas. Su acción de cocinar producía alimentos tanto para los hijos/as de los militantes como para los que no militaban. En algún sentido, eran la condición que hacía posible la militancia.

Después de explicitar(nos) estas posiciones, bajamos (¿modificamos?) el nivel de espectativas y acordamos ir al barrio con un objetivo más modesto: restablecer el enlace con las mujeres del comedor. Por su parte, las mujeres habían sentido nuestra ausencia. Se evaluó positivamente el espacio de las charlas con ellas porque –como una expresó con ahínco- habitualmente “nosotras escuchar sí pero opinar no”. Además, habiéndonos sumado al espacio de la cocina, nos aclararon ciertos problemas que eran leídos como peleas entre las cocineras: los varones aún desocupados no iban a buscar leña (para la cocina). ¿Roles femeninos y masculinos esterotipados? ¿Descalificación del trabajo femenino gracias al cuál comían? Esta confidencia fue producto del aumento de su confianza en nosotros/as, necesaria para construir un espacio contrahegemónico propio. ¿Comenzaban a hacerlo?. ¿Revaloraban su trabajo? ¿Se revaloraban como sujetos de reclamos?.

En la actividad de cierre, se pusieron en evidencia tensiones entre los dirigentes universitarios varones del movimiento de desocupados/as. A diferencia de otros sábados, no se retiraban de la cocina: el espacio que conjuntamente con las mujeres Tobas utilizábamos para realizar los talleres. Era evidente la necesidad de actuar como catalizadores del proceso de concienciación que venían haciendo las mujeres del comedor y que desajustaba los mecanismos tradiconales naturalizados de convivencia. Quizá, de mono no del todo conscientes, compartíamos con Golier que, “pretender que haya continuidad puede acaso servir para construir una “Comunidad universal”, pero sin duda una comunidad así dificultaría aún más la constitución de nuevas identidades colectivas cuyas prácticas sociales se erijan en polos de cuestionamiento autónomo de las exclusiones intrínsecas de toda comunidad real.” (Golier,2004:171)

Algunas preguntas capciosas incentivaron el debate a fin de revisar sus roles en términos de tareas, actividades, trabajos: oralmente se construyó un índice con las múltiples labores que realizaban y que –finalmente- se plasmaron en un afiche: en el centro mismo escribimos la palabra “cocineras”. Había que transformar el sustantivo en sujeto de acción: en supercocineras, según la tímida intervención de uno de los varones Toba. Ante la enumeración minuciosa de las actividades de las mujeres, ellas se acababan de convertir en los sujetos superproductivos de su comunidad.

La revalorización del espacio de la cocina y de quienes eran sus ocupantes naturales hizo que, poco a poco, algunos varones se sumaran -para sorpresa nuestra y de las propias mujeres- a colaborar activamente en tareas “de mujeres”: servir la merienda, conseguir leña, etc. Ello hizo visible (primero audible, debido a las murmuraciones) otra zona de tensión: la masculinidad. Acaso ¿los dirigentes universitarios varones cocinaban? ¿Acaso varón, masculino y cocina no eran excluyentes? Entre los varones, el temor giraba entorno a la desnaturalización de los roles: muestra palpable de las potencialidades que surgen al favorecer espacios de reflexión de género. Desde la cocina, las ahora supercocineras me gritaron: “no te preocupes, no son de reconocer”. Sorteando no pocos obstáculos (internos y externos), se sumaron así a la acuciante necesidad de construir entre todos/as, una sociedad más justa y con equidad de género.

bibliografia

-Castel, R. (1991) “La dinámica de los procesos de marginalización: de la vulnerabilidad a la exclusión”, en Acevedo, M. y Volnovich, J. (comp.) El espacio institucional, Buenos Aires, Lugar Editorial.

> -Fraser, N. (1994) “Reconsiderando la esfera pública: una contribución a la crítica de la democracia existente”, Revista Entrepasados, Nº 5, año 1994.

-Golier, J C., (2004) Comunidades narrativas. El impacto de la praxis feminista sobre la teoría social, La Plata, Ediciones al Margen.

-Mills, W. C (1974) La imaginación sociológica. México, FCE.

-Pagnamento, L, Soza Rossi. P y Villar L (2005), “Una aproximación sociológica sobre algunas relaciones sociales en el Barrio Malvinas” en González, M. Silver, J. (comp.) La Universidad en el Barrio. Promoción de los derechos de la niñez y adolescencia en el Barrio Malvinas de la ciudad de La Plata. La Plata, Ediciones al Margen.

> -Sánchez, C.S. (2004) “Experiencias juveniles en la pobreza”, KAIRÓS, Universidad Nacional de San Luis, 8.14, octubre.

> -Soza Rossi, P. Informes de campo sobre la actividad de extensión del área de sociología, 9 de abril y 6 de mayo de 2005. (inédito)

> -Young, I.M. (1990) La justicia y la política de la diferencia, Madrid, Cátedra-Universidad de Valencia, Instituto de la mujer.

nota biografica:

Paula Viviana Soza Rossi Licencianda en Sociología, realizando tesina sobre violencia de género. Estudiante del profesorado en sociología, cursando el bloque pedagógico. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Provincia de Buenos Aires Argentina. *Ayudante alumna ad-honorem. en la Cátedra Sociología General de la Licenciatura en Sociología. FAHCE. UNLP. *Auxiliar de Investigación Ad honorem en el Proyecto "Las figuras de lo <Otro>: sujeto, género y multiculturalismo” (Programa de Incentivos Docentes, Directora: Dra. María Luisa Femenías).*Formación en postgrado de género e Integrante del Taller: Lecturas críticas de las teorías de género - IIEGE (Instituto interdisciplinario de estudios de género) coordinado por la Dra. María Luisa Femeninas. Fac. de Filosofía y Letras de la UBA. *Coordinadora cursos de postgrado sobre la temática de sociología familiar dictados por la Dra. en Sociología Sara Barrón López (Universidad del País Vasco) en la UNLP y el Colegio de Sociólogos de la Provincia de Buenos Aires.*Integrante del área de sociología del Proyecto de Extensión Universitaria: Abordaje Interdisciplinario para la Promoción de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia de Familias en riesgo en el Barrio Malvinas.1º 2º y 3º Etapa.

 

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