Labrys
estudos feministas/ études féministes
agosto/dezembro 2005 -août/ décembre 2005

“Creíamos demasiado en los hombres.... No creíamos en la mujer”

Adriana María Valobra

Resumen

El artículo analiza los principales ejes de la relación entre peronismo y feminismo en la Argentina durante los dos primeros gobiernos peronistas (1946-1955). Se rescatan en el mismo dos ejes de análisis. Primero, el discurso peronista, fuertemente imbricado con la figura de Evita como articuladora de un nuevo tipo de ciudadanía, presenta tensiones entre la ampliación de la ciudadanía a las mujeres y las modelizaciones de una feminidad tradicional. Segundo, se presentan las voces de las feministas de viejo cuño que desde principios de siglo pugnaban por su lugar en la arena pública y que durante el período serán perseguidas por su condición de feministas y opositoras al gobierno. Entre peronismo y feminismo se abrirá un diálogo imposible.

 

El peronismo es un referente en la política y cultura argentina, cuya relevancia no se agota pues aún hoy influye en el proceso histórico. Es uno de los temas sobre el que más se ha escrito localmente [C1] e incluso ha abierto una importante línea de indagación a investigaciones extranjeras. Aún así, es posible una nueva resignificación, desde un conocimiento situado, y volver a pensar algunos puntos del peronismo y el papel de Eva Duarte de Perón, primera dama entre 1946-1952.

En el proceso de construcción del peronismo, ella fue un engranaje clave del lazo político de Perón con sus seguidores, un puente. El peronismo instituyó alrededor de los líderes un simbolismo del orden de la prosopopeya. Pero, especialmente en torno a la muerte de Evita, se desbordó la posibilidad de pensarla con cualificaciones terrenas y se habilitó una “panteonización” (Candau, 2001: 140 s.). Esta sacralidad contrastaba con una imagen profana, que la representaba en la insolencia de una marginal en proceso de ascenso político y social. Si el discurso de Perón se caracterizó por tonos heréticos (James, 1990: 47), Evita fue ella misma una herejía por su origen social, familiar y su talante personal. Sin embargo, modeló una identificación afectiva que propició la proyección del yo personal de individuos comunes a un universo simbólico más amplio. Sus posiciones encontradas son especialmente visibles en torno a los derechos políticos femeninos y las feministas de entonces.

Desde principios de siglo, varias agrupaciones feministas y dirigentes partidarias propiciaron un cambio en el estatuto ciudadano de las mujeres a partir de las luchas por la obtención del sufragio. Si bien los intentos habían fracasado a nivel nacional, en la provincia de San Juan y en la ciudad de Santa Fe se había logrado un voto censitario, clausurado luego por el golpe militar de 1930. Durante las dos guerras mundiales y la entreguerras, las agrupaciones feministas, como la Unión Argentina de Mujeres, se volcaron a la apelación antifascista. Esto llevó a creer que habían abandonado su lucha pues se insertaron en agrupaciones políticas más amplias donde realizaron tareas “acordes con su feminidad”: ahora eran tejedoras, costureras, enfermeras en nombre de la paz y del antifascismo (Bisso, 2005).

No obstante, excedían su “feminidad” descollando como organizadoras eficaces y guías intelectuales. En este sentido, más que cambiar su objeto de lucha, lo que cambió fue el tono y el espacio de la disputa. Los gobiernos conservadores y militares de ese período eran concebidos como especies de nazifascismo local. Por ello, la lucha por los derechos políticos femeninos, en especial el sufragio, no podía anteponerse a la tarea de construir un sistema democrático. Las sufragistas no abandonaron su lucha por el derecho al sufragio, si no que lo enmarcaron en la acción pro-democrática. Así lo muestran las pujas en agrupaciones como Acción Argentina o la Junta de la Victoria en las que las mujeres buscaron formas específicas de intervención. Ello coadyuva a desentrañar por qué se opusieron a que el gobierno militar de 1943 les habilitara el voto y condenaron a las feministas “ocasionales” dispuestas a aceptarlo.

Tras las elecciones de 1946, el contexto político se modificó notablemente y el “peronismo” se instaló en el gobierno con una mayoría contundente. La oposición quedó acorralada por las prácticas coercitivas y por cierta marginación autoimpuesta por su incapacidad de comprender la victoria de Perón. Los discursos gubernamentales desatacaban la “refundación”, estrategia cuyo objetivo era señalar la particularidad del peronismo como forjador de una nueva Argentina cuya luminosidad promisoria de alba naciente contrastaba con la vieja Argentina, oscura y humillante del pasado. Los derechos políticos femeninos no fueron exceptuados de este tratamiento. En 1946, la Cámara de Senadores dio media sanción a un proyecto de ley sobre los derechos políticos femeninos. Su inminente tratamiento en Diputados fue terreno propicio para apropiarse de la petición. A principios de 1947, Eva Perón encabezó una campaña cuyo objeto fue la “peronización” del sufragio.

Sin duda, fue fácil construirla dado que las argumentaciones en pro del sufragio femenino habían legado las páginas más notables de los debates legislativos, sobre todo en el verbo socialista, pero nunca su sanción ni por gobiernos radicales ni conservadores. Creíamos demasiado en los hombres -sentenció Eva- señalando el vano hacer legislativo masculino previo. Para ella, la contracara de esa credulidad era que las mujeres no habían apostado a sí mismas: No creíamos en la mujer. En esa operación, minimizó cualquier puja previa por el derecho al sufragio y borró a las sufragistas de la historia. Más aún, cuando se refirió a ellas, Evita caricaturizó al feminismo y a las feministas señalando que sus acciones habían dado el paso de lo sublime –la lucha por el sufragio- a lo ridículo -el intento igualarse a los hombres-.

Al estereotiparlas, se encumbraba a sí misma: “¿Qué podía hacer yo, humilde mujer del pueblo, allí donde otras mujeres, más preparadas que yo, habían fracasado rotundamente?” (Eva Perón, 1997: 200). La dignidad política les sería devuelta a las mujeres por Perón, que las había reconocido junto a los varones que clamaban por él en la gesta de octubre de 1945. Así, Evita escindió el lazo que se había tejido entre sufragismo y feminismo. El sufragio pasó a ser “peronista” y el feminismo quedó sin objeto de lucha (Discursos Completos, 1985).

Aún cuando sus discursos la ubicaban en un rol subordinado en relación a Perón, Eva tensaba tanto en el discurso como en la práctica la sexualización y jerarquización de ese papel. Dirá de sí misma: “Nadie me hubiera recriminado ser solamente la esposa del general Perón, confundiendo mis deberes de sociabilidad con mis deberes sociales” (Discursos completos, 1985:32). Su empoderamiento presenta marcas distintivas: es más que la esposa del líder, excede modelos de socialización femeninos del período, su posicionamiento político es inusual.

Desde ese lugar, invita a las mujeres a “votar bien” -a votar por Perón-, en honor a atributos maternales que las hacían capaces de sanear lo político. Además, el sufragio implicaba en sí mismo la liberación de las mujeres de las ataduras patriarcales, sobre todo domésticas. Parte de la herejía de Evita consistió en visibilizar la condición de subordinación de la mujer.

“En las puertas del hogar termina la nación entera y comienzan otras leyes y otros derechos /.../ la ley y el derecho del hombre /.../ que muchas veces sólo es un amo y a veces también /.../ dictador” (Eva Perón, 1997: 206).

Ante esto, conminó a las mujeres a reforzar sus tareas “naturales”, maternidad y domesticidad, y no su salida al mercado laboral, pues “el voto femenino será el arma que hará de nuestros hogares el recaudo supremo e inviolable de una conducta pública” (Discursos Completos, 1985: 33). Si bien Evita pensó en una “ciudadanía” que privilegiaba una identidad sexual maternalista también recuperó las potencialidades de la política en el hogar, donde más que un factor morigerante, fue una latencia conflictiva.

Es tópico en los discursos de Evita, de los legisladores y los medios, el voto como sinónimo de derechos políticos. Este reduccionismo se presentó como cerco para la apropiación de otras dimensiones de la condición de ciudadanía como la elegibilidad o la organización partidaria. Pero Evita modificó en la práctica esa sentencia: el 3 de septiembre de 1947, mientras la Cámara de Diputados postergaba el tratamiento de la ley de los derechos políticos femeninos, afuera, una muchedumbre de mujeres presionaba para su sanción. Fue un acto de disuasión de cualquier nueva postergación y anuncio de la conformación del Partido Peronista Femenino. El 9 de septiembre de 1947, se sancionó la ley 13.010.

En la promulgación del día 23, Perón entregó la normativa a Evita: símbolo de que la ley era una “dádiva” peroniana a la vez que la consagración política de su mujer. Pronto comenzó la estructuración política femenina -que se organizó en todo el país, bajo directa supervisión de Eva- de un “censo” por el cual las mujeres se afiliaron, obtuvieron formación y trabajaron en la detección de problemas sociales que luego asistiría la Asociación de Ayuda M. E. Duarte de Perón, preludio de la Fundación Eva Perón (1949). Esta tarea conllevó un gran ejercicio político para las “censistas” que construyeron una base política para la reelección de Perón cuando en 1951 votaron por primera vez las argentinas (Barry, 2001).

La condición de elegibilidad de la mujer había merecido sólo una mención irónica en los debates, impensable de que sucediera. No obstante, Evita logró que se incluyeran mujeres en las listas electorales, en lugares donde pudieran acceder al escaño. Esas mujeres fueron, en su mayoría, “delegadas censistas” o colaboradoras en la Fundación o el Partido. Llegadas al Congreso, la muerte de Evita precipitó su subordinación a las directivas masculinas de sus pares, por lo que su poder fue solapado (Peláez-Valobra, 2004). Sin embargo, es destacable que sólo recientemente las mujeres alcanzaron un porcentaje de representación cameral como el de entonces.

El lado oscuro de este éxito, es la renuncia de Eva a la vicepresidenta. No fueron ni su enfermedad ni los resquemores de los sectores que la veín como una arribista peligrosa sino el mismo Perón quien impide que “el gorrión levante más vuelo que el cóndor ”. El “renunciamiento” de Evita a su candidatura en agosto de 1951, marca los límites del poder femenino dentro del “peronismo” y, en general, el acceso de las mujeres a lo institucional.

En este contexto, el feminismo sufragista languidece. La capacidad de movilización de las mujeres, lideradas por Evita, se instala al servicio del “peronismo”.

La oposición  no logró mantener un proyecto de unidad ante su fracaso electoral y las sufragistas se abocaron a tareas partidarias (Navarro, 1994: 191) desde donde intentaron dar batalla al peronismo. Alicia Moreau de Justo y Leonilda Barrancos, en el socialismo; Clotilde Sabattini, en el radicalismo; María Rosa Oliver, en el comunismo; Victoria Ocampo, desde Sur; fustigaron la invisibilización de las sufragistas, la ausencia de garantías de expresión y la apropiación “peronista” de los derechos políticos femeninos. Las elecciones de 1951 mostraron la cosecha de esa acción en las sombras. Las socialista fueron candidatas a diputadas y senadoras. El radicalismo no llevó candidatas .

El Partido Comunista colocó a una encumbrada dirigente, Alcira de la Peña, como candidata a vicepresidenta –el lugar que Eva no tuvo-. Ninguna obtuvieron escaños. En pocas ocasiones estas feministas reconocieron las posibilidades de encumbramiento que les permitió la ley de derechos políticos femeninos ni las habilidades de movilización y organización política de su adversaria. Su feminismo se cruzaba con su condición de opositoras y el peronismo no les ahorro exilios, persecución y prisión. La dicotomía peronismo-antiperonismo abría un diálogo imposible. 

En síntesis, el peronismo no inventó la liberación femenina; más bien durante el peronismo se desataron tendencias encapsuladas o rebeladas en ciertos sectores durante el período anterior, que ya llevaban in nuce una tendencia más amplia a la liberación de las mujeres. El peronismo se hizo cargo de algunas de ellas, otras se encauzaron por sí solas y lo desbordaron. La ley de derechos políticos femeninos puede ser pensada de este modo. Si bien la mayoría de las opositoras criticaban en Evita su falta de feminismo, los tópicos con que ellas habían indexado a las mujeres no se alejaban de los maternalismos presentes en las alocuciones peronistas. Más bien, lo que molestaba, era su no posicionamiento en el feminismo y, sin duda, su peronismo.

Su discurso multifacético se nutrió del modelo tradicional de femenineidad pero no careció de virtualidades liberadoras. Como figura política, convocó y constituyó al colectivo femenino a través del Partido Peronista Femenino y logró que las mujeres ocuparan un lugar tradicionalmente asociado a la masculinidad pública-política: las Cámaras Legislativas. Es innegable que el rol de las primeras legisladoras y de Eva Perón tuvo un efecto multiplicador de las posibilidades de las mujeres, sus prácticas y su desarrollo político. Aún si pensáramos que el peronismo no propició la liberación femenina, y no es así, la posibilidad de ciertas mujeres para enunciar un discurso desde lugares antes impensables implicó la reformulación de su identidad y abrió el camino para una práctica política novel por el que las mujeres devinieron otras.

bibliografia>

-Barry, C. (2001) El partido peronista femenino. La organización total. 1949-1955. Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón, Buenos Aires.

-Bisso, A. (2005) Acción Argentina. Un antifascismo nacional en tiempos de la Guerra Mundial. Prometeo, Buenos Aires

-Candau, J. (2001). Memoria e identidad, Buenos Aires, Ediciones del Sol.

-James, D. (1990) Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina. 1946-1976. Sudamericana, Buenos Aires.

-Navarro, M. (1994). Evita. Planeta, Buenos Aires.

-Peláez, S. y A.Valobra (2004) “<Sea legisladora…> Una aproximación a la representación de las primeras legisladoras nacionales argentinas (1952-1955)”, en Ramacciotti K. y A. Valobra (comps.) Generando el peronismo, Buenos Aires, Proyecto Editorial.

-Perón, E. (1986). Discursos Completos. 1949-1952. Buenos Aires, Megafón.

---. (1997) La Razón de mi vida, Buenos Aires, Planeta.

nota biográfica:

Adriana María Valobra. Lic. en historia y docente en la UNLP. Medalla de oro mejor promedio historia argentina y americana, Academia Nacional de la Historia; Tercer premio concurso “Situación de la mujer en la provincia de Buenos Aires” Secretaría Derechos Humanos. Su investigación, dirigida por D. Barrancos, versa sobre género y ciudadanía durante los dos primeros gobiernos peronistas. Participó en numerosas jornadas y publicó artículos en revistas especializadas locales e internacionales. Su obra más reciente, A. Valobra y K. Ramacciotti, “Generando el peronismo. Estudios de cultura, política y género (1946-1955)”, 2004. Bs As: Proyecto Editorial. E-mail: indivalobra@hotmail.com



 [C1]No se si estoy de acuerdo. Yo creo que desde hace pocos años que comenzaron los estudios. Justamente por falta de estudios de la academia es que hay una inmensidad de baches en la historia del peronismo. Quizás hubo mucho escrito pero no de la academia.


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